Anotaciones sobre la correspondencia Gutiérrez Girardot - Alfonso Reyes (1952-1959)

AutorJuan Guillermo Gómez García
Páginas142-146

Agradezco a la Dra. Alicia Reyes, directora de la Capilla Alfonsina (Ciudad de México), la generosa disposición para la consulta del archivo de don Alfonso Reyes y la autorización para tomar copia fotográfica de la correspondencia aquí comentada.

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En la Capilla Alfonsina, en la carpeta de archivo marcada con el número 1.133, reposa la correspondencia sostenida entre Rafael Gutiérrez Girardot y Alfonso Reyes. Las 48 piezas epistolares, que van de comienzos de 1952 a finales de 1959, son un testimonio excepcional del fervor del joven Gutiérrez en sus años de formación en Madrid por la figura y la obra del mexicano y contribuyen, en forma significativa, a reconstruir su imagen de Hispanoamérica labrada en el Colegio Mayor Hispano-Americano de Nuestra Señora de Guadalupe. Estas cartas confirman, pero a la vez dan una versión más íntima, del «camino de perfección» que condujo a Gutiérrez del primer descubrimiento de América, como un joven Colón anclado en la meseta castellana, hasta su independencia intelectual, de manos del Palinuro mexicano. Fue Reyes, la lectura y relectura de su obra como penate familiar -en la Última Tule aprendió su esposa alemana a descifrar el español- la piedra angular en que se construyó su imagen cristalina hispanoamericana, sobre el fondo empañado de España.

En la primera carta del archivo, fechada el 17 de enero de 1952, Gutiérrez le agradece a Reyes el envío del libro Constelación americana, del que lamenta no haberlo tenido para la elaboración de su nota para «Cuadernos Hispanoamericanos». La consecución de los libros del mexicano en Madrid se hace casi imposible, explica. Con la remisión del texto juvenil, le confiesa en forma inusitada: «La nota tiene pocas o ninguna pretensiones. Quería yo que con ella, los muchos que no saben que América existe como problema, acudieran a sus libros en busca de orientación y consejo. Hubiera querido hacer algo más completo, más detallado, más redondo, pero no me fue posible. Porque precisamente yo fui uno de esos que no saben que existe América. Sólo cuando llegué a España me dí cuenta de la cuestión, y fue entonces cuando «redescubrí» un buen número de autores que desde hace muchísimo tiempo se habían ocupado del asunto. Es terrible. Porque yo en Colombia no me ocupaba ni siquiera de comprar libros hispanoamericanos sobre cuestiones nuestras, pues ni miraba los libros. Ésta sería una muestra de nuestra incomunicación. Y como ésta hay miles de miles. Cuando hablo con Mejía Sánchez es cuando puedo apreciar la labor que desarrolla el Colegio de México en este sentido. Cuanto lamento no haber escogido como objetivo de mi viaje a México...».

La confesión, que podría ser tenida como sensacional, es la corroboración de la importancia decisiva de la estancia en Madrid de Gutiérrez Girardot -a partir de 1952- como camino hacia Hispanoamérica. El ambiente cultural del Colegio guadalupano, con la presencia de hispanoamericanos de todas las nacionalidades, fue un campo fértil para el cultivo de múltiples intereses académicos e intelectuales que no hubiera sido posible desarrollar en forma aislada. Nuevamente, como en el Modernismo, España era

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punto de contacto, de atracción y de rechazo, de la comunidad de escritores hispanoamericanos en busca de su identidad compleja y dinámica. El descubrimiento de Hispanoamérica de Gutiérrez en Madrid es una nota distintiva de la inteligencia hispanoamericana, pero a la vez está dotado de tintes de singular peculiaridad: éstos contienen nombres propios como los de Andrés Bello, D.F. Sarmiento, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y...

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