Una Constitución Republicana Inglesa: el Instrument of Government de la Commonwealth (1653-1657)

AutorRicardo Cueva Fernández
CargoUniversidad Pompeu Fabra
Páginas261-296

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1. Introducción

Aunque tradicionalmente se ha entendido que el Reino Unido posee una constitución propia, tal aseveración va siempre acompañada del matiz de no responder a los cánones existentes en los países democráticos contemporáneos. De hecho, éstos han solido acoger fórmulas que, aun con características propias según la región del globo en la que se encuentren, intentan emular, cuanto menos, la rigidez de la constitución estadounidense de 1787. En general, los británicos han recogido la interpretación realizada por Blackstone (1723-1780) de su ordenamiento, quien entendía que el Parlamento era soberano y que la constitución inglesa era un "conjunto de leyes, instituciones y costumbres" de carácter normativo y que constreñía la autoridad política, abarcando desde las propias Cámaras o la Corona hasta la costumbre de renovar los Comunes periódicamente o el habeas corpus. Así pues, cabe preguntarse si existe en la Historia de nuestro vecino del norte algún episodio que pueda recordarnos al experimentado por los Estados Unidos en 1787, es decir, la existencia de alguna Carta que tuviera los rasgos de ser rígida y de rango normativo superior, fundar instituciones políticas basadas en el autogobierno de la comunidad, reconocer derechos inalienables, estar legitimada popularmente e incluir mecanismos al estilo de la separación de poderes que evitaran la crisis del sistema. Y, en efecto, si nos sumergimos en la época de la Commonwealth cromweliana (1649-1658), advertiremos que el documento conocido como Instrument of Government y aprobado en diciembre de 1653 conforma el intento de poner a la cabeza de todo una estructura política determinada norma que sirviera para dar estabilidad a la joven república instituida tras la caída de Carlos I Estuardo. Se trata algo así como del eslabón que une el viejo modelo de la constitución mixta estamental con otro nuevo engendrado en América del Norte. En su espíritu estaba la idea de limitación del poder típica de la tradición inglesa, pero sus impulsores aún no dieron el paso hacia su legitimación democrática. Sus preocupaciones principales fueron el gobierno de las leyes y la libertad de conciencia.

2. Precedentes

Las Guerras Civiles inglesas (1642-1649, año de la ejecución de Carlos I) surgieron a causa de un conflicto ya largo entre la dinastía estuardiana y el Parlamento de Westminster, formado por Lores y Comunes desde media-

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dos del siglo XIV. Los motivos que dieron lugar al mismo han sido estudiados en otro lugar1, pero baste recordar aquí que básicamente se debían a la falta de reconocimiento por parte de la Corona de que las Cámaras parlamentarias obtuvieran una serie de poderes que hasta entonces habían permanecido más o menos sujetos a la discrecionalidad del Rey como "prerrogativas" propias. El litigio conduciría, de hecho, a que varios escritores, entre los que destacaría Henry Parker (1604-1652)2, buscaran nuevas teorías para justificar la rebelión de los fideicomisarios del pueblo contra la Corona. Para ello, dichos autores partieron de ideas monarcómacas sobre el derecho de resistencia y estimaron que el poder político residía en última instancia en el pueblo3, y que por tanto, sus delegados, los magistrados que acudían a las Cámaras, eran quienes podían decidir en las discusiones que existieran acerca de la titularidad de ciertas potestades, como la de exigir tributos, dirigir y armar un ejército, enfrentar la política exterior o cesar ministros. Esta preeminencia que se dio a la asamblea no coincidía exactamente con el modelo tradicional de la monarquía mixta, defendido por autores como Henry Bracton (1216-1268), John Fortescue (1349-1476) o Thomas Smith (1513-1577). Según esta concepción bastante más vetusta, Inglaterra era el conjunto de varios órdenes que se coordinaban entre sí a partir de sus periódicas reuniones. Se entendía, así, que el Rey no podía realizar las políticas que quisiera, ni pedir a sus súbditos los impuestos que se le antojara, ni mucho menos retirarles sus derechos y libertades de origen inmemorial. Se trataba de un gobierno limitado, sometido a ciertas leyes fundamentales. Sin embargo, no quedaba establecido el punto preciso de esa limitación. El poder del Rey era indivisible e incontrolable en el ámbito de una discrecionalidad de fronteras imprecisas.

En un primer momento el máximo competidor por el poder de la Corona fue la Iglesia, como de todos es sabido y demuestra el conflicto medieval de las investiduras, pero con la Ley de Supremacía aprobada bajo Enrique VIII en 1534 este príncipe renacentista conseguiría hacerse con el control

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eclesiástico de su reino, vetando así cualquier intromisión futura del Papa en asuntos religiosos. Sin embargo, pronto el propio poder de los monarcas ingleses sería puesto en cuestión. En primer lugar, merced, en el campo ideológico, a la existencia de teólogos de origen calvinista que pusieron en duda la autoridad del Rey en la materia. Y en segundo término, porque la gentry empezó a temer una excesiva concentración del poder político en manos de la Corona y de su Corte de acólitos más o menos caricaturizados como papistas, derrochadores, libertinos y tiránicos, amigos de las potencias extranjeras católicas y enemigos de la prosperidad y de las libertades inglesas.

Habiendo ya empezado el choque entre Country (el partido puritano y parlamentario) y Court (el del Rey y su círculo clientelar) con la Petición de Derechos de 1628, y persistido con la Gran Amonestación de 1641, el enfrentamiento se convirtió en armado a principios de 1642. Las Guerras Civiles dieron lugar así a una encrucijada en donde fueron intensas las convulsiones de índole social, política y religiosa. En último extremo, Inglaterra ya no volvería a recobrar su faz anterior. El monarca perdería pie y comenzaría el relato de una nueva legitimación que pasaría al otro lado del Océano Atlántico con los resultados que todos conocemos. Resulta importante destacar que la concepción whig que hacía descansar todo el poder político en un consentimiento popular originario, incluidos la dinastía y el orden sucesorio de la Corona, procedía de aquellos acontecimientos específicos. Sin ellos resulta difícil reconstruir la Gloriosa de 1688 y la importancia que definitivamente cobra a partir de entonces el Parlamento británico. La representación moderna sucede a la medieval, merced a la crisis de 1642 y a la configuración del experimento de la Commonwealth, que permitiría volver la vista hacia modelos republicanos que prescindieran del monarca, aunque sólo fuera por un breve período.

3. La caída de Carlos I y el nacimiento de la Commonwealth

Acabada la segunda Guerra Civil (1647-1649) con la derrota de los escoceses a manos de las tropas parlamentarias del New Model Army dirigido por Oliver Cromwell, los vencedores se encontraron con diversos problemas que requerían urgente solución y que guardaban relación con el papel del Rey en el futuro político del país. Al respecto, lo primero que hay que acla-

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rar, y que nos recuerda muy bien la existencia de dos conflictos civiles consecutivos con el cautiverio del monarca en la tregua que hubo entre ellos, es que la política dinástica existente en Europa, así como sus divisiones religiosas, parecían enajenar la posibilidad de obtener una paz duradera tanto exterior como interior, mientras que existiese una persona concreta y perfectamente identificada que pudiera desafiar al Parlamento y a la coalición que éste dirigía. Su capacidad de convocatoria continuaba en vigor y los monárquicos iban a seguir luchando a favor del Trono. Carlos I, por otra parte, y pese a los intentos de negociación llevados a cabo con él entre febrero y abril de 1643 en Oxford, a principios de 1645 en Uxbridge, en julio de 1646 en Newcastle, o en Hampton Court entre septiembre y noviembre de 1647, se había mostrado terco en su rechazo a alcanzar algún tipo de acuerdo con los parlamentarios o con los líderes de su Ejército4. Unos y otros, fueran generales del New Model Army, comisiones parlamentarias, o el propio Cromwell o su cuñado Henry Ireton, todos habían fracasado en obtener del Rey un trato aceptable. El Estuardo había tenido varias opciones que le hubieran permitido retroceder algunos pasos sin perder gran parte de sus potestades, pero, confiando en algún golpe de mano por parte de los numerosos insurrectos monárquicos, en la victoria de los escoceses que ofrecían su alianza o en el cerco o invasión de naciones que desde el exterior acabaran con el poder parlamentario, su actitud fue más bien la de ganar tiempo y aferrarse a sus antiguos privilegios. La insatisfacción ante su conducta había cundido, de hecho, de forma muy relevante entre los soldados del New Model Army, engendrando disensiones bien representadas por el acaloramiento que a veces se advierte en los Debates de Putney, celebrados entre finales de octubre y principios de noviembre de 1647 en la iglesia de esta localidad. En ellos habían intervenido oficiales y soldados agitadores del Ejército, así como niveladores y otros civiles que deseaban cambios radicales de carácter político, entre los que figuraban la eliminación de la Cámara de los Lores, la suscripción popular de un Agreement que contuviera las normas principales del nuevo régimen, y la abolición de la monarquía. En ese momento Cromwell y sus generales aún eran partidarios de algún arreglo con la Corona, pero la fuga de Carlos I de Hampton Court (11 de...

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