Walter Benjamin, el alquimista de la modernidad

AutorDaniel H. Cabrera
Páginas23-29

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Si, para usar una comparación, se quiere ver la obra en crecimiento como una hoguera en llamas, el comentarista está frente a ella como un químico; el crítico como un alquimista. Mien-tras que para aquél sólo quedan como objeto de su análisis maderas y cenizas, para éste sólo la llama misma conserva un enigma: el de lo vivo. Así, el crítico pregunta por la verdad, cuya llama viva sigue ardiendo sobre los pesados leños de lo que ha sido y las ligeras cenizas de lo vivido.

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Walter Benjamin elevó la crítica literaria y cultural a lo más alto del pensamiento filosófico. Resulta difícil clasificar su pensamiento y sus posturas. Su obra aparece

[...] irreductible a los modelos establecidos, está al mismo tiempo en el cruce de todas las rutas, en el centro de la compleja red de relaciones que se tejen en el medio judeo-alemán. Las vías que van de Berlín a Jerusalén (Scholem, Buber) o de Berlín a Moscú (Bloch, Lukács) se cursan en él, y su pensamiento sutil y esotérico pasa a ser el fogón en que se concentran todas las contradicciones políticas y culturales de la intelligentsia judía de Mitteleuropa: entre teología y materialismo histórico, asimilación y sionismo, romanticismo conservador y revolución nihilista, mesianismo místico y utopía profana.2Todo ello tiene como principal resultado una particular alquimia entre el elemento teológico y la reflexión marxista: «mi pensamiento se relaciona con la teología como el papel secante con la tinta. Está empapado de ella. Pero si pasara el papel secante, no quedaría nada escrito».3Su teología es demasiado materialista para su amigo Gershom Scholem y su marxismo demasiado místico para su amigo Bertolt Brecht. Theodor W. Adorno algo más atento a esta especial química creativa lo seguía, como discípulo, unos pasos más y terminaba su Minima Moralia con unas palabras que podría firmar el propio Benjamin:

[...] el único modo que aún le queda a la filosofía de responsabilizarse a la vista de la desesperación es intentar ver las cosas como aparecen desde la perspectiva de la redención. El conocimiento no tiene otra luz iluminadora del mundo que la que arroja la idea de la redención: todo lo demás se agota en reconstrucciones y se reduce a mera técnica.4A Benjamin no le hizo falta conocer Auschwitz para dimensionar en su forma exacta la barbarie nazi y comprender la modernidad, y su fe en el progreso, como catástrofe. La perspectiva de la redención era la única posible. Por ello en su texto final, Sobre el concepto de historia, la esperanza corre de la mano del Mesías que tras el fracaso del Ángel de la Historia aparece como salvador y vencedor del anticristo. Esperar ese momento transforma cada segundo de la Historia en una oportunidad única de cambio radical.

El acompañante incógnito

Benjamin tuvo pocos pero fieles amigos que lo admiraron en vida (incluso en su incomprensión) y cuidaron su memoria después de su muerte.5Desde los sesenta del siglo pasado su presencia en los estudios universitarios ha ido creciendo convirtiéndolo, por momentos, en un autor de moda.6Sobre todo en pleno furor de la «posmodernidad»

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cuando se lo consideró como un profeta de los fragmentos y los márgenes de la modernidad o cuando se lo relacionaba directamente con el anarquismo.

En el mundo de habla hispana, España y Latinoamérica, la recepción de su pensamiento7ha tenido tanto éxito como dudosa comprensión. Tal vez porque, como sostuvo Scholem, en la prosa de Benjamin «reside su enorme aptitud para la canonización, casi podría decirse su aptitud para ser citado como una especie de Sagrada Escritura».8Posiblemente como consecuencia de la citabilidad de su prosa pueden encontrarse numerosas frases textuales de su obra en los programas universitarios a la par de una gran escasez de indicaciones bibliográficas de lectura directa de sus escritos y de sus principales críticos.

Escondido entre las citas, Walter Benjamin sigue siendo un acompañante incógnito de múltiples estudiantes y estudiosos, muchos de los cuales aún no han percibido la profunda energía provocadora que alberga su pensamiento. Otros, unos pocos, atentos a su compañía, «abren los ojos» a lo que ya estaba ahí, mirado sin ser visto, vivido sin ser conocido. Paradójicamente, un acompañante incógnito porque, a pesar de la incontable bibliografía secundaria, todavía se deja manifestar la fuerza de su pensamiento.

En la cultura cristiana el acompañante incógnito tiene un estatus específico. El evangelio de Lucas de la Biblia comenta un hecho sucedido a dos discípulos llamados «de Emaús». Caminando desconcertados y atribulados por la muerte de lo que habían interpretado como el Mesías, se les aparece un desconocido y les pide explicación acerca de la causa de tales sentimientos. Los caminantes le comentan la historia de un personaje que había despertado toda la esperanza en el cambio y el posterior fracaso y frustración. El acompañante desconocido reinterpreta lo acontecido, sus palabras los llevan a mirar los hechos de otra manera y les devuelve la esperanza. Al llegar, ya de noche, lo invitaron a quedarse con ellos. Allí en medio de la cena ritual «se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista» (Lc. 24,31).

Hace más de tres décadas que Benjamin acompaña la reflexión de los que, frente a la alegría general de los que se creen partícipes de una sociedad-espectáculo, sienten el desánimo de la falta de crítica y del ascenso de la insignificancia (Castoriadis). Su presencia, como su proyecto intelectual, consiste en desaparecer en el momento en que se nos abren los ojos. Esto no significa que Benjamin sea un mesías sino que su técnica de comentario, crítica y pensamiento basado en la cita y el montaje siguen su objetivo de acompañar, mostrar y desaparecer.

La cita, para Benjamin, es un procedimiento textual que interrumpe su contexto. Por ello su proyecto inacabado de los Pasajes elevaba la cita a su máxima capacidad expresiva convirtiéndola en objeto con valor propio:

Método de este trabajo: montaje literario. No tengo nada que decir. Sólo que mostrar. No hurtaré nada valioso, ni me apropiaré de ninguna formulación profunda. Pero los harapos, los desechos, esos no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible...

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