Vulnerabilidad y final de la vida. Grietas y heridas

AutorJavier de la Torre Díaz
Páginas43-63
VULNERABILIDAD Y FINAL DE LA VIDA.
GRIETAS Y HERIDAS
Javier de la Torre Díaz
Director de la Revista Iberoamericana de Bioética
Universidad P. Comillas.
jtorre@comillas.edu
Resumen: El artículo aborda el tema de la vulnerabilidad de los mayores y del final de
la vida. Para ello se realiza en primer lugar un recorrido histórico por la va-
loración de los mayores para captar los aspectos de vulnerabilidad que apa-
recen en cada época. En segundo lugar se describen veinte grietas (vulnus,
herida) que aparecen frecuentemente en el final de la vida desde diversos
aspectos: soledad, abandono, dependencia, incertidumbre, depresión, etc.
Palabras Clave: Vulnerabilidad, mayores, soledad, dependencia, responsabilidad
Todos sabemos que cuando más se asciende en la escala filogenética se da
un mayor desvalimiento y vulnerabilidad. La dependencia del ser humano de
otros es, en el principio de la vida y en el final de la vida, un cuarto de la vida.
Ya decía el filósofo francés Gabriel Marcel que la dignidad humana aparece
más clara en su desnudez y debilidad, en el niño y en el anciano. Esta experien-
cia de alteridad que se impone como fragilidad y vulnerabilidad, como bien
nos enseñó Emmanuel Levinas, está vinculada con la de responsabilidad del
otro. En otros artículos hemos abordado el concepto de vulnerabilidad (Torre,
2017) y su vinculación con los menores (Torre, 2018). En este artículo esboza-
remos algunos de los temas que se abren simplemente sobre la vulnerabilidad
y el final de la vida dejando a un lado los temas de la responsabilidad y del
principio de la vida.
I. LAS CARAS DE LA VULNERABILIDAD A LO LARGO DE LA HISTORIA
Primero presentaremos lo que la historia nos ha mostrado sobre la vulne-
rabilidad al final de la vida. No pretendo realizar un estudio exhaustivo sino
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exponer las grietas, las fragilidades que a lo largo de la historia se han puesto
de manifiesto a lo largo de la historia en el final de la vida. Cada época tiene
una mirada distinta. Ya hay en castellano, en inglés y en italiano muy buenos
trabajos sobre ello (Rodríguez Torrente 1998 y 2001; Granjel, 1991; Alba,
1992; Gracia, 1995; Rodríguez Domínguez, 1989; Minois, 1987). La historia
tiene algo que enseñarnos sobre la vulnerabilidad.
La vulnerabilidad en el mundo primitivo está prácticamente ausente. Se re-
fleja una vejez idílica y una autoridad indiscutible. En las sociedades primiti-
vas, el anciano es la máxima autoridad política, social y cultural. Los ancianos
están revestidos de un carácter sagrado: su longevidad es recompensa de los
dioses y es venerada por todos. En sociedades donde la media de edad está
sobre los veinticinco años, los ancianos son vistos como intermediarios con
el más allá. Con los modos de vida sedentarios aumenta la esperanza de vida.
El anciano representa en estas sociedades más estables los valores de justicia,
educación y sabiduría. Sólo en unos pocos textos y autores se reconoce que no
trabaja, que puede ser una carga y un símbolo de decrepitud. Ya Ptah-Hotep,
visir del faraón Tzezi, sobre el año 2450 a.C. escribe:
¡Qué penoso es el fin de un viejo! Se va debilitando cada día; su vista dismi-
nuye, sus oídos se vuelven sordos; su fuerza declina; su corazón ya no descansa;
su boca se vuelve silenciosa y no habla. Sus facultades intelectuales disminuyen
y le resulta imposible acordarse hoy de lo que sucedió ayer. Todos sus huesos es-
tán doloridos. Las ocupaciones a las que se abandonaba hace mucho con placer,
sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto desaparece. La vejez es la
peor de las desgracias que pueda afligir a un hombre
La vulnerabilidad en el mundo clásico es reconocida pues se toma concien-
cia de la ambigüedad de la vejez. En el mundo griego, los dioses son símbolo
de salud y salvación y no aman la enfermedad. La enfermedad y la ancianidad
son propias de los seres humanos. La juventud es el verdadero valor de los hu-
manos. En la época heroica, los ancianos son venerados por sus heroicidades
más que por su vejez. Algunos, sólo algunos, tienen prestigio y son consulta-
dos por su pasado glorioso. Los demás viejos mendigaban o trabajaban. Los
trágicos griegos subrayan la virtud de la sabiduría y el anciano como maes-
tro y educador. Los poetas y comediantes griegos afirman más lo decrépito,
la fealdad, el sufrimiento, lo grotesco y banal de la vida humana. Edipo señala
la vejez como la última maldición a que nos condenan los dioses: “Todo aquel
que quiere prolongar su vida me parece un insensato; pues los días, a medida
que se multiplican, no hacen otra cosa que acercarnos a la pesadumbre. Los
filósofos muestran la clara ambigüedad de esta edad de la vida. Para Platón,
en la ancianidad se pierden los placeres corporales pero crece el goce espíritu.
Lo que limita no es tener años sino perder la prudencia. La vejez tiene sentido
cuando es exponente de la virtud, de culmen de vida, plenitud, madurez. Por
eso, Platón valora en Leyes y La República a los legisladores y gobernantes ma-
yores. Pero el filósofo es consciente que los más ancianos, como los niños, al
no tener plenitud del logos-razón, pierden esa plenitud y deben concentrarse

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