«¿Que por qué me voy al Norte?

AutorElizabeth Zamora
Páginas197-211

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Morir en la frontera

[...] allí supe que, aunque en ningún lugar de ninguna ciudad de ninguna mierda de país fuera a haber nunca una calle que llevara el nombre de Miralles seguiría de algún modo viviendo y seguirían viviendo también, siempre que yo hablase de ellos, los hermanos García Segués - Joan y Lela- y Miguel Cardos y Gabi Baldrich y Pipo Canal y el Gordo Odena y Santi Brugada y Jordi Gudayol, seguirían viviendo aunque llevaran muchos años muertos, muertos, muertos.1Su nombre era Víctor Nicolás Sánchez y nació en Oaxaca. Tenía 30 años cuando un 21 de enero de 1995 pereció ahogado en el río Tijuana. Es el primero que se conoce de una lista que, para 2010, sobrepasa las 5.600 personas -la mayoría mexicanos- que han muerto en su intento de cruzar hacia Estados Unidos de Norteamérica. Para detener este flujo humano, el 1 de octubre de 1994 se inicia en Estados Unidos la Operación Gatekeeper, comenzó con la creación de bardas iluminadas y monitoreadas las 24 horas del día, en las zonas más transitadas de la frontera. La construcción de muros, la militarización y los presupuestos millonarios dirigidos a resguardar la frontera, lejos de detener el paso de migrantes, los ha desplazado hacia lugares extremadamente peligrosos. Lo revela cada año el aumento de la cifra de muertos.

Varias han sido las maneras de morir. Ahogados al no poder vencer las aguas del río Bravo de insolación y de sed al no soportar las altas temperaturas del desierto; asesina-

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dos con armas de fuego disparadas algunas veces por los guardias fronterizos; o víctimas de los asaltantes de caminos. Recientemente la opinión pública internacional ha conocido la presencia de un nuevo actor: el narcotráfico. Carteles de la droga como el de los Zetas, se dedican a secuestrar migrantes para extorsionarlos. Sus niveles de crueldad se reflejaron cuando el domingo 22 de agosto de 2010 asesinaron en Tamaulipas, al norte de México, a 72 migrantes, en su mayoría centroamericanos. La causa: no tener dinero para obtener su liberación y haberse negado a trabajar para ellos.

Algunas historias

La Ruta del Diablo está en el desierto de Yuma

La Ruta del Diablo

está considerada como uno de los lugares más peligrosos de los 3.326 kilómetros de frontera que comparten México y Estados Unidos. Eran veintiséis cuando salieron de Veracruz. Catorce murieron deshidratados en el desierto. Doce lograron sobrevivir. Intentaban llegar a Arizona, irse a Chicago o quizá a Florida, pero la ferocidad del desierto pudo más. Al segundo día de viaje ya no tenían agua. Consumieron cactus y tomaron de su propia orina. Después de cinco días de caminar por un lugar que alcanza los 48 grados de temperatura, y una arena que asciende hasta los 65 grados, el 23 de mayo de 2001 los encontró la patrulla fronteriza. En Sonoíta, localidad limítrofe ubicada en el estado fronterizo de Sonora, uno de los polleros les dijo que caminarían dos días por el desierto y que para minimizar los estragos del calor, lo harían de noche. Cada uno llevaría la cantidad de agua requerida para su propio consumo. Sin embargo, para evitar «la migra» cambiaron de ruta.

El patrullero David Phagan hacía su recorrido habitual cuando encontró a cuatro personas moribundas tiradas en la arena. Luego localizaron a los demás. Al lado de uno de los cadáveres observó un billete de 60 dólares roto en pedacitos. Entre los sobrevivientes estaba el pollero Jesús López Ramos, de 20 años, quien fue condenado a 16 años de cárcel por traficar con personas.

No me regreses a México, soy un buen trabajador y ya sufrí mucho

, le dijo uno de los migrantes a Manuel Jiménez, capellán del hospital del condado de Yuma. Los contrataron en fábricas empacadoras de carnes en Phoenix y Chicago. En México, Faustina busca la manera de cancelar los 20.000 pesos que su marido Reyno Bartola, uno de los fallecidos, pidió prestado para irse al norte.

Me gustaría conocer donde él se acabó, aunque me imagino que así como se acabaron ha de ser un lugar muy feo. Me hubiera de dar gusto poner una cruz ahí, para recoger su espíritu, y que su espíritu no se quede allá. Aunque creo que ya está por aquí porque lo sueño a cada rato [Faustina en Turati].2La periodista Susan Carrol, reportera del Arizona Republic, realizó un recuento de un año de muertes en Arizona. Describió la forma en que muchos terminan sus horas en el desierto: «La sangre se mete en los pulmones. La piel expuesta arde y las glándulas de sudor se cierran. El corazón tiene pequeñas hemorragias. Cuando la temperatura del cuerpo llega a los 107 grados Fahrenheit, el cerebro se cocina y comienza el delirio... Algunos migrantes comienzan a arañar el suelo, tratando de cavar un lugar más fresco para morir. Otros se arrastran por la arena, como si nadaran o si fueran serpientes. A

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veces terminan suicidándose».3Así lo hizo en Yuma el primero en morir del grupo que salió de Veracruz, un joven que, en medio del delirio, abrazó su cuerpo a uno de los cactus gigantes que abundan en aquel desierto.

El tráiler del terror

El martes 13 de mayo de 2003 fue uno de los días más calurosos del sur de Texas. Hacinados, sin alimentos y sin agua, escondidos en la caja de un tráiler que fue abandonado por sus conductores, intentaban pasar de Harlingen hasta Houston. En la madrugada del 14 de mayo alguien bajó la palanca de una puerta que sólo podía abrirse desde fuera. Diecisiete personas habían muerto. Dos lo harían después. Fueron 54 los sobrevivientes. Esto suma un total de 73 inmigrantes. Aunque según narra el periodista Jorge Ramos en su libro Morir en el intento, quizá iban unos cien. Algunos habrían escapado tras abrirse las puertas. Dieciséis mexicanos, un salvadoreño, un hondureño y un dominicano fallecieron asfixiados. Entre los supervivientes, se contaban treinta y dos mexicanos, catorce hondureños, siete salvadoreños y un nicaragüense.

Según declaraciones de sus familiares, José Antonio Villaseñor se llevó a su hijo de cinco años de ciudad Netzahualcoyotl en el estado de México hacia Estados Unidos con la idea de «darle una mejor educación». Marco Antonio murió en el tráiler abrazado a su padre, quien tampoco logró sobrevivir.

John y Jane vuelven a casa tras la ruta del cempasúchil. Los John y los Jane Doe’s

Para que por lo menos puedan ser referidos a través de la palabra, les han puesto nombres. John Doe para los varones y Jane Doe para las mujeres. No han sido reclamados, o no han podido ser localizados por sus familiares. Están enterrados en fosas comunes en la zona para indigentes del cementerio Terrace Park localizado en Holtville, California. «A simple vista es un cementerio normal; al entrar se aprecian un césped bien cuidado y tumbas cubiertas de flores; pero en la parte trasera del lugar, al cruzar una cerca de matorrales, el paisaje se vuelve desolador. El pasto verde se convierte en tierra árida y en el suelo hay esparcidos pequeños bloques de arcilla con la leyenda "John o Jane Doe"».4De ellos no se sabe mucho. Sólo dónde fueron localizados, y a veces, su género y edad aproximada.

Claudia Smith, directora de California Rural, grupo activista que desde el año 2000, recorre los cementerios en busca de los John y Jane Doe’s, relata que en sus tumbas colocaron algunas cruces blancas con el letrero: «no olvidado» y flores de cempasúchil.5En una ocasión las cruces fueron destruidas y arrojadas en las afueras del cementerio. Enrique Morones, fundador del grupo humanitario Ángeles de la Frontera, culpa a los grupos extremistas. «Hay mucha gente que no nos quiere aquí, ni siquiera muertos», dice.6Conmemorar el día de muertos es una de las tradiciones de mayor raigambre en México. Por ejemplo en Ocotepec, en el estado de Morelos, el 2 de noviembre algunos

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deudos levantan altares en la parte central de aquellas casas donde ha habido un difunto ese año. El cuerpo se reproduce a tamaño natural. Es elaborado a base de pan dulce, o «pan de muerto», y vestido con un bonito traje. Se representa la figura del que se fue. Una calavera de azúcar que lleva escrito su nombre hace las veces de rostro. En el altar reposan sus bebidas y platos favoritos. Algunos colocan fotografías grandes. Desde la calle una hilera de la flor amarilla cempasúchil dibuja un camino para que a su llegada no pierda la ruta, encuentre su hogar, beba y coma. Para ello, colocan su nombre en la entrada. Letreros como «Alberto, bienvenido a casa», harán más cálido el recibimiento. En un clima de abundancia, la familia prepara tamales y bebidas para repartir entre los visitantes. Algunos adquieren deudas para ofrecer comida a los muchos, conocidos y extraños, que van esa noche a compartir el recibimiento. Quizá esta tradición realice el milagro...y los John y Jame Doe’s, vuelvan a casa provistos de su nombre real; completo. Y siguiendo el camino del cempasúchil, saboreen tamales y tomen toda el agua que tanto les faltó en la travesía.

Muros que se levantan... muros que se cruzan

Si unos sacan por Laredo / por Mexicali entran diez / si otros sacan por Tijuana / por Nogales entran seis / Ahí no’ mas saquen la cuenta / cuantos entramos al mes.7En «Playas de Tijuana» una valla que corta el mar cerca de está el primer hito. Se lee: «Punto inicial de límite entre México y Estados Unidos». Allí se inicia un cercado que se desplaza a lo largo de la frontera. Entre mar, desierto, zonas pobladas, despobladas, marca el aquí y el allá. En Tijuana grupos de pacifistas, de artistas e intelectuales, entre otros, se han encargado de transmitir a través de las imágenes una de las...

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