La vocación docente

AutorDiego Gracia
CargoFacultad de Medicina Universidad Complutense de Madrid
Páginas809-815

Lección magistral pronunciada en la apertura de los Cursos de Formación para el Profesorado de Enseñanza Secundaria, el 10 de julio de 2006, dentro del marco de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, en la Sede de estos Estudios Superiores.

Page 809

Hace meses me llamaron del Ministerio de Educación y Ciencia para pedirme la organización de un curso de formación del profesorado de Enseñanza Media sobre bioética. Tardé muy poco tiempo en decidirme, a pesar de que había bastantes razones para que mi respuesta fuera negativa. Me decidí porque tengo una profunda admiración hacia todos los tipos y niveles de docentes y porque considero que en nuestra sociedad están mal tratados. Quiero explicarme. Los profesores tenemos una enorme responsabilidad, la de formar las mentes y las personalidades de las jóvenes generaciones, de lo que van a ser esas personas en su vida, y, por tanto, también de lo que va a ser este país. Y mi impresión es que este altísimo cometido, en el que la sociedad se juega buena parte de su futuro, no está debidamente reconocido ni recompensado. Ser profesor es casi heroico. No sólo por el bajo salario y la alta dedicación que el asunto exige, sino también, y quizá principalmente, por la falta de estima social. Vengo diciendo desde hace muchos años que el verdadero Ministerio de Economía, entre nosotros, tendría que ser el Ministerio de Educación. El motivo es muy simple: al proceso económico nosotros no podemos aportar capital financiero, ni tradición industrial, ni tampoco capacidad inventiva o investigadora. Lo único que podemos aportar es mano de obra, capital humano. Y nuestra gran aspiración tiene que ser, por ello, que esa mano de obra sea cualificada, que se halle perfectamente formada. Este país no tiene casi otro capital que su capital humano. Y ese está en manos de los docentes.

Permitidme que hable con una cierta pasión de este oficio, que es el vuestro, pero que también es el mío. Soy hijo de maestros. Tanto mi padre como mi madre fueron maestros nacionales del Plan profesional de Marcelino Domingo. Y yo llevo toda mi vida dedicada a este menester. Suelo decir que me dedico a esto porque creo en ello, porque pienso que ésta es la manera que yo creo eficaz de trabajar por un mundo mejor. Si creyera que las vías eran otras, quizá hubiera intentado ser, por ejemplo, político. Pero no es así. He creído y sigo creyendo que los seres humanos y los países se construyen y se Page 810 destruyen en las aulas. Y que por eso los profesores tenemos una enorme responsabilidad.

Quiero referirme a un tema que cada vez considero más importante. Se trata de un vocablo viejo y casi en desuso, el de vocación. Hoy no puede subsistir en el mundo de la enseñanza más que la persona con una vocación a toda prueba. La vocación no es un propósito, ni un proyecto. Es algo previo a todo eso. Es algo que se nos impone desde dentro de nosotros mismos con fuerza irresistible, de modo que si no lo seguimos frustramos nuestra vida.

Ortega dedicó a este tema páginas muy bellas. Distingue entre lo que uno «es», lo que «debe ser» y lo que «tiene que ser». La vocación es esto último. Ortega lo I+Dentifica también con el término alemán Bestimmung, que significa destino. Pero no el destino externo e impuesto por la propia naturaleza, que a eso lo llama el alemán Schicksal, sino el destino íntimo, eso que «tenemos que llegar a ser» si es que de veras queremos ser sinceros con nosotros mismos. En Pidiendo un Goethe desde dentro, escribe: «La cosa es terrible, pero es innegable; el hombre que tenía que ser ladrón y, por virtuoso esfuerzo de su voluntad, ha conseguido no...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR