La España visigoda

LOS GERMANOS

I. El Rhin y el Danubio separan a la Germania, en su conjunto, de la Galia, la Recia y la Panonia; el recíproco temor o los montes la separan de la Sarmacia y de la Dacia. Por las demás partes la rodea el Océano, que forma grandes penínsulas y abarca inmensas extensiones de islas. Reciente es el descubrimiento de algunas de sus razas y reyes, que la guerra ha franqueado. El Rhin, que nace en un pico inaccesible y escarpado de los Alpes Réticos, se desvía suavemente hacia Occidente y va a desembocar en el Mar del Norte. El Danubio tiene su nacimiento en la cima, no muy elevada ni abrupta, del monte Abnoba; recorre diversos pueblos, hasta desaguar en el Ponto por seis bocas; en la séptima se sume en unas lagunas.

II. Me inclino a creer que los propios germanos son autóctonos y que no están mezclados con otras razas, inmigradas o acogidas en el país, pues antiguamente las emigraciones colectivas no se realizaban por tierra, sino por mar, y son muy pocas las naves que desde el mundo que nosotros habitamos se atrevan a surcar el Océano inmenso y, por decirlo así, hostil. Todavía más: aún prescindiendo del peligro del mar espantoso y desconocido, ¿quién sería capaz de abandonar Asia, África o Italia para ir a Germania, país de naturaleza salvaje, de áspero clima ingrato de habitar y de ver, salvo para sus propios hijos?.

En antiguas rapsodias, única forma que entre ellos adopta la tradición y la historia, cantan a un dios Tuistón, nacido de la tierra. Atribuyen a éste un hijo, llamado Manno, origen de la raza, y a Manno otros tres, fundadores de pueblos, de cuyos nombres se denominan ingevones los más cercanos al Océano; hermiones los de las regiones centrales, e istevones los demás. Algunos, con la libertad que da lo remoto de los hechos, aseguran que los hijos del dios son más, y más numerosas las denominaciones: marsos, gambrivios, suebos, vandilios que éstos son los nombres auténticos y antiguos y que el de Germania es moderno y añadido en época reciente, pues los primeros que pasaron el Rhin y expulsaron a los galos, y que ahora se llaman tungros, fueron llamados germanos; así este nombre, que no era el de la nación, sino el de una tribu, fue prevaleciendo poco a poco, hasta que todos fueron designados con este nombre artificial de germanos. La denominación se originó del nombre del vencedor, por el temor que éste inspiraba; después, ellos mismos se la aplicaron.

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VII. Para elegir los reyes se atienen a la nobleza, y al valor para designar a los caudillos. El poder de los reyes no es ilimitado ni arbitrario. Los capitanes ejercen el mando más con su ejemplo que con su autoridad, merced a la admiración que suscitan si son decididos, si se dejan ver, si marchan delante de la tropa. Por otra parte, no se permite, salvo a los sacerdotes, castigar con pena capital, privar de libertad, ni siquiera azotar, y aún a éstos no como sanción penal ni como ejecución de órdenes del jefe, sino como decreto de la divinidad, a quien creen presente entre los combatientes. Llevan a las batallas imágenes e insignias que sacan de los bosques. Escuadrones y pelotones no se agrupan al azar, sino por razón de familia y parentesco, y éste es el principal estímulo de su valor. Tienen cerca los seres más queridos, y pueden oír las lamentaciones de las mujeres y el llanto de los niños. Estos son, para ellos, sus más fieles testigos y sus mejores panegiristas. Acuden con sus heridas a sus madres y esposas; ellas no se espantan de contarlas y examinarlas, y abastecen y alientan a los que combaten

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XI. Sobre los asuntos de menor importancia deciden los jefes; sobre los más graves, el pueblo entero, aunque con la condición de que estas materias, que son de competencia de la plebe, deben ser previamente tratadas por los príncipes. Salvo caso repentino o imprevisto se reúnen en asamblea en días determinados, que coinciden con el novilunio o con el plenilunio, pues creen que éstos son los momentos de mejor augurio para dar comienzo a sus empresas. No cuentan los días, como nosotros, sino las noches; fijan las fechas y establecen los términos de modo tal que parece que es la noche la que precede al día. Existe entre ellos un vicio, consecuencia de su libertad, que es no acudir todos al mismo tiempo, ni cuando se les convoca; con este retraso, la asamblea tarda dos o tres días en reunirse. Cuando el pueblo quiere se congregan, provistos de sus armas. Los sacerdotes, que entonces tienen poder coercitivo, imponen silencio. Después cada rey o príncipe, según aconseja su edad, nobleza, gloria militar o elocuencia, deja oír su voz, más bien con autoridad para convencer que con poder para obligar. si no gusta lo que dicen, protestan a gritos; si agrada, dan golpes con las frámeas, pues la manera más honrosa de asentir es manifestar la aprobación con las armas.

XII. Ante la asamblea pueden promoverse acusaciones y sustanciarse juicios de delitos capitales. La pena varía según la infracción. A los traidores y desertores los cuelgan de los árboles; los cobardes, los malos guerreros y los que cometieron deshonestidades nefandas son sumergidos en una laguna cenagosa y tapados con zarzos. La variedad del suplicio responde a la idea de que los crímenes deben ser castigados con publicidad, y en cambio ciertos actos vergonzosos deben ocultarse. Las faltas más leves se sancionan en proporción a su importancia con una multa, consistente en cierta cantidad de caballos o cabezas de ganado. Una parte de esta multa es para el rey o para el pueblo; otra, para el reclamante o para sus parientes. En las mismas asambleas se eligen ciertos magnates que administran justicia por los cantones y las aldeas; a cada uno le asisten con su consejo y autoridad cien hombres del pueblo.

XIII. No emprenden negocio alguno público ni privado sin estar armados. Mas no es costumbre que nadie tome las armas, sino cuando el Estado le ha declarado capaz de llevarlas. Entonces, en la misma asamblea, bien alguno de los jefes, bien el padre o los parientes, arman al joven con el escudo y la frámea. Esto equivale entre ellos a la toga viril, y es el más alto honor de su juventud; hasta este momento se consideran como parte de la familia; en adelante como parte del Estado.

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XVIII. No obstante, el matrimonio se respeta con rigor, y esto es lo más laudable de sus costumbres, pues son casi los únicos bárbaros que se limitan a una sola mujer, salvo muy pocos, que, no por sensualidad, sino por su condición de nobles, son solicitados para unirse con varias. No es la mujer quien ofrece la dote al marido, sino éste a la mujer; los padres y parientes intervienen en el acto y dan su beneplácito a los bienes dotales, que no consisten en...

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