La otra cara del poder. Virtud y legitimidad en el humanismo político

AutorGuido Cappelli
Cargo del AutorUniversidad Carlos III de Madrid
Páginas97-120

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Hay un lugar del Antiguo Testamento en el que el profeta Samuel, guía político de Israel, relata que al pueblo que pedía que se le diese un rey respondió el Señor:

11Este será el derecho del rey que hubiere de reinar sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y pondrálos en sus carros, y en su gente de á caballo, para que corran delante de su carro:12Y se elegirá capitanes de mil, y capitanes de cincuenta: pondrálos asimismo á que aren sus campos, y sieguen sus mieses, y á que hagan sus armas de guerra, y los pertrechos de sus carros:13Tomará también vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras, y amasadoras.14Asimismo tomará vuestras tierras, vuestras viñas, y vuestros buenos olivares, y los dará á sus siervos.15El diezmará vuestras simientes y vuestras viñas, para dar á sus eunucos y á sus siervos.16El tomará vuestros siervos, y vuestras siervas, y vuestros buenos mancebos, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras.17Diezmará también vuestro rebaño, y seréis sus siervos.18Y clamaréis aquel día á causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os oirá en aquel día1.

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Samuel había descrito el código de la tiranía más que el de la monarquía

2.

Desde entonces, o quizá incluso desde antes, la imagen del poder egoísta y perverso ha tenido una andadura tal que se ha convertido en un "universal" con una fortuna enorme en el pensamiento occidental, cual contrapunto constante del vértigo del poder, admonición perenne que, como la espada de Damocles, penderá sobre la cabeza del gobernante para recordarle sus deberes.

Propia y terminológicamente, «tirano» y «tiranía» son patrimonio originario del pensamiento griego. Dejando a un lado ahora los albores, cuando las nociones de rey y de tirano se sobreponen todavía y, de todas formas, no han adquirido la polaridad moral que les dará significado en el pensamiento occi-dental, es con Platón que los términos negativos de mal gobierno, entendido como tiranía, empiezan a delinearse en torno a algunos núcleos conceptuales que irán conformando una herencia clásica, donde los elementos platónicos quedan absorbidos por un fiujo de tradición que pasa por Aristóteles y Jenofonte, llega a Cicerón y de ahí se trasmite a la Edad Media, hasta Juan de Salisbury, Tomás de Aquino y Bartolo da Sassoferrato3.

En cuanto "universal" político, el concepto de tirano, que conserva un conjunto de propiedades bastante constante, acaba significando, por así decirlo, todo y nada, pues, desvinculado del contexto más amplio de las doctrinas generales del poder, y en particular de la comunidad y del Estado, se agota en una amonestación moral genérica. No obstante, si lo vinculamos a la historia de la formación del concepto de legitimidad y de Estado impersonal, en los términos en que lo define la doctrina política humanística en su contexto histórico, ese mismo concepto asume un papel central en el esclarecimiento de un complejo "pacto" entre el gobierno y el cuerpo social, pacto que funciona como necesario contrapeso al poder absolutus y como una medida de legitimidad que pasa a

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ocupar el lugar de otras justificaciones "externas" que eran las que tradicionalmente sostenían dicha legitimidad: instancias jurídicas, como el derecho a gobernar por descendencia hereditaria, y religiosas, como la derivación del poder soberano de la voluntad divina. Este proceso tuvo lugar en la etapa final de la Edad Media, y esta es la razón por la que el análisis del sentido de la tiranía adquiere un valor teórico muy especial en lo que respecta al período inicial que comprende la baja Edad Media y la época humanística.

Entre Bartolo da Sassoferrato -cuyo De tyranno, de gran infiuencia a lo largo de más de dos siglos, plantea el problema a partir de la famosa distinción ex defectu tituli/ex parte exercitii (De tyranno, qq. VI y VIII)4- y el humanismo político, se consuma la marginalización no sólo de la filosofía escolástica, sino también, y sobre todo, de la autoridad bíblica y, a la vez, del rigor jurídico, con la exclusión del defectus tituli que favorece el desplazamiento del discurso hacia el plano político-moral, acentuando la relevancia de la presencia de una mayor o menor virtus y, de forma paralela, sustrayendo la legitimidad de la adquisición del poder a la sanción divina5.

De tal manera que, si somos capaces de transliterar el discurso "literario-moral" de la tradición y verterlo en los términos de un discurso teórico-político dirigido a crear una idea de poder como consenso con el cuerpo social y como representación del mismo, entonces restituiremos un eslabón crucial en la historia de las doctrinas políticas, superando definitivamente una vulgata historiográfica reduccionista que sólo ha sabido ver en la especulación humanista la dimensión retórica y "encomiástica", negándole su espesor teórico, de gran interés para las grandes teorías de los siglos sucesivos, sólo porque dicha historiografía no ha sabido descubrir su coherencia interna y su poder prescriptivo, donde la noción de tiranía es un aspecto central.

1. Fenomenologías de larga trayectoria

Pero para ello es necesario examinar desde ya los núcleos ideológicos centrales del concepto en su desarrollo histórico, para poder después definir el sentido

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que adquirió en la parábola del humanismo político, que aquí consideraremos como un corpus teóricamente significativo que se extiende en el arco de todo un siglo, entre Petrarca y Erasmo, al margen de las imprecisiones relativas a la cronología interna o a la procedencia; por este medio se demuestra una vez más su autonomía teórica y su aportación al nacimiento de la idea de Estado moderno basado en presupuestos racionales, legales y exclusivamente humanos. El humanismo político, pues, actualiza y recompone los datos de la tradición principalmente en torno a dos características fundamentales de la tiranía, orientadas a poner de manifiesto, estratégicamente y por la vía del contraste, el deber de superior imparcialidad impersonal del hombre político. Se trata del interés privado y del uso desproporcionado de la fuerza, que dan origen a una constelación de elementos doctrinalmente negativos que, en su conjunto, marcan el límite más allá del cual, y por encima de cualquier otro género de justificación, el poder se vuelve ilegítimo y el delicado equilibrio entre la superioridad del príncipe a la ley y la obediencia a sus dictados se quiebra irremediablemente.

«Proprium commodum». El interés privado

Cuando en las buenas añadas hay abundante cosecha, tampoco entonces el tirano se regocija con sus súbditos; pues en efecto piensa que cuanto más pobres sean, más sometidos le estarán

: así se expresa Jenofonte en el Hierón, yendo en paralelo con la otra gran tradición, la tradición bíblica que ha constituido nuestro punto de partida6. También Platón había sostenido en la República (VIII, 567a) que el tirano busca la guerra «para que, empobreciéndose al tener que pagar los impuestos, el pueblo se vea obligado a pensar en las necesidades cotidianas», pasaje que resuena en la Política aristotélica (1313b)7.

La ilicitud del sui commodum, del interés privado, ya había sido sancionada por Cicerón en un texto clave del humanismo político, el De officiis, donde, en III, 23, devuelve al bien público su lugar como norma natural:

Y además esto [‘que no incrementemos nuestra propia sustancia, nuestras riquezas y nuestro poderío con los despojos de los demás’] queda establecido igualmente no sólo por la naturaleza, es decir el

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derecho de gentes, sino también por las leyes de los pueblos, que en las comunidades conforman la república, que no es lícito causar daño a otro para beneficiarse a sí mismo. [...]. Quien quiera obedecerla (y la obedecerán todos los que desean vivir conforme a la naturaleza) nunca cometerá el error de apetecer para sí lo ajeno ni de apropiarse de lo que ha robado a otro8.

Y después de Juan de Salisbury, a partir del cual vuelve a arrancar la teoría clásica, Tomás de Aquino había sostenido que el tirano es aquel que quiere disponer ilimitadamente de los bienes de sus súbditos, y que el interés privado es la principal forma de injusticia: «El régimen tiránico no es justo, porque no está ordenado hacia el bien común, sino hacia el bien privado del regidor»9.

En términos generales, la caracterización del tirano como entregado al interés privado en lugar de al bonum commune tiene su origen en la coincidencia de la tradición clásica con la medieval, filosófica y jurídica10.

Con estas bases, también para el humanismo político el tirano es fundamentalmente aquel que «domina no como [si fuese] la razón sino como hombre y tiende a su propio provecho, pero no a la utilidad de los que encabeza», por decirlo en la formulación madura de Francesco Patrizi11, que volveremos a encontrar, en positivo, al final de estas páginas. Pero, sin lugar a dudas, en los orígenes de la reactivación humanística está Francesco Petrarca, el cual compendia el proprium commodum en el vicio de la avaritia, que de esta forma trasciende, por decirlo así, su dimensión exclusivamente moral para investir la

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esfera de la economía, de la repartición justa o, en términos modernos, de una suerte de "justicia social":

La avaricia no hace más que crecer y estar despierta. Los que quieren, pues, mandar sobre los pueblos, deben en primer lugar evitar este vicio. Nada hace al tirano tan odioso, ni tan indigno de su lugar preeminente (presidentia) y de su dominio [...] Los hombres rechazan someterse a aquél que está sometido a la avaricia y que tenga sobre el cuerpo ajeno el poder que no tiene sobre su propio dinero [...]12Petrarca es seguido por Salutati, que en una misiva pública define la tiranía "económica" en los términos de una avaritia que genera iniuria, injusticia:

Los bienes y las ganancias de la república quedan a disposición del arbitrio de...

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