'Un viejo sinvergu?enza llamado Don Epifanio'

AutorJaime Contreras
Páginas47-60

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CAPÍTULO 3.
“UN VIEJO SINVERGÜENZA LLAMADO DON EPIFANIO”

Así de preciso y contundente es el mensaje; y éste se encuentra contenido, de forma muy didáctica, en el relato titulado “Un viejo sinvergüenza llamado Don Epifanio”. Se trata de una crónica que Arenas escribió en septiembre de 1980, dieciséis años después de los sucesos de la aventura marquetaliana. Conviene indicar este dato para poder contextualizar, de manera más precisa, el relato de Arenas que, sobre todo, debe ser entendido por su finalidad propagandística y doctrinaria. En 1980 las FARC se aprestaban como grupo armado a poner en práctica lo que, quizás, merezca denominarse como su “segunda refundación”. Dos años antes, en enero de 1978, en la Sexta Conferencia, que el grupo subversivo realizó en la región de El Duda, éste decidió, atraído por el impacto que la economía del narcotráfico estaba produciendo en ciertas zonas relativamente próximas a “sus estados”, salir de ellos, que en realidad eran cómodos lugares de refugio donde practicaban la extorsión y el “boloteo”( impuesto revolucionario) y hacerse presente en los mismos, donde “exigió” participar de la nueva riqueza que el tráfico de drogas estaba generando63.

Durante esos años atrás, las FARC habían olvidado o quizás mejor, habían “invernado” el proyecto nacional subversivo que Marulanda anunció, tan orgulloso, a propósito de los acontecimientos de Marquetalia. Contribuyeron a ello varias circunstancias que demostraban la bisoñez político-militar del grupo. Marulanda y su Estado Mayor Central llegaron a ser conscientes que el proceso revolucionario que dirigían, más allá de la mera propaganda acerca del desprestigiado sistema gobernante, carecía de una organización combativa precisa. A pesar de todas las declaraciones que se habían hecho respecto de la operatividad de las guerrillas móviles, la verdad es que éstas fueron desarboladas cuando, en 1967, contra toda lógica y por decisión de Ciro Trujillo, se concentraron en el Quindío con la finalidad de iniciar un movimiento expansivo en otro

63D. Pecaut. “Una lucha armada al servicio del Statu Quo social y político”. En Contribución al entendimiento del conflicto armado, op. cit., p. 630.

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sector del país. Y ocurrió que, lejos de operar según la táctica guevarista de “morder y huir para volver a morder”, Ciro Trujillo, el segundo al mando, convocó a todos los destacamentos, a excepción del que comandaba Marulanda, a concentrarse en esta zona, sin saber “por qué ni para qué”64, a juicio de Arenas; y…pasó lo inevitable: el ejército colombiano, más disciplinado y mucho mejor preparado, detectó los destacamentos guerrilleros y se lanzó inmisericorde sobre ellos. Cada comandante se replegó como pudo con sus hombres, sin protección suficiente en medio de la desorganización y el caos. “Se perdieron muchos hombres y el 70% de las armas”, escribió el mismo Marulanda, que confesó, abiertamente, las razones de tal fracaso: “No teníamos idea clara –reconoció– de lo que es un frente de guerrillas; no hacíamos bien la distribución de la fuerza en áreas determinadas o por departamentos”65.

Ciro Trujillo, en opinión, de Arenas, era “(…) un buen cuadro y un hombre valiente y audaz, pero no tenía ideas precisas de cómo habían de operar las guerrillas móviles”66; y sufrió el descalabro más duro que las FARC tuvieron en esta época, y cuya gravedad puede compararse con los fracasos militares de la primera década de los años 2000. ¿Qué había ocurrido, en realidad? La respuesta era sencilla: los propios jefes guerrilleros, Ciro Trujillo a la cabeza, no tenía idea clara de la naturaleza táctica de las guerrillas móviles. Por el contrario, los mandos militares sí lo supieron y, en consecuencia, las FARC no tuvieron otra salida, entonces, que practicar la guerra ofensiva de la emboscada, el asalto, los golpes de mano y el sabotaje. Ello ocurrió en 1967. Desde entonces las FARC trataron de reorganizarse en sus “cuarteles de invierno” ajenos, en gran medida al profundo cambió acelerado que, por entonces, estaba teniendo la sociedad colombiana entre los 60 y los 70. Parece verdad, no obstante, que la dirección trató de elaborar nuevos planes y que, incluso se diseñó una estrategia de crecimiento, pero enseguida fueron conscientes de las dificultades que tenían para crecer en aquella coyuntura.

Desde principios de la década de 1970 y, sobre todo, desde el inicio de la legislatura del Presidente López Michelsen (1974-1978), la sociedad colombiana experimentó una fase de fuerte crecimiento económico, sobre todo en lo relativo a la producción de café; como consecuencia de tal proceso expansivo, era obvio que se percibía una mejora objetiva en los niveles de vida de la población del país, que, en opinión del mismo Estado Mayor de las FARC, había rebajado el ánimo revolucionario de las masas y, por consiguiente éstos no eran buenos tiempos revolucionarios; ocurría, según los diagnósticos de los cerebros de la organización, que las masas, “enajenadas por el delirio consumista”, como así referían sus líderes, no entendían bien la propuestas “transformadoras” que los movimientos de la insurgencia colombiana proponían.

Por todo ello la guerrilla fariana, desde el desastre del Quindío, había optado por la retirada hacia zonas más seguras, las zonas campesinas que controlaban, convertidas, ahora, en lugares de refugio y seguridad. Es verdad que hubo tímidos intentos de apertura en otras direcciones, como la decisión de abrir el IV Frente en dirección del Magdalena Medio, pero el grupo guerrillero fue, por este tiempo, escasamente operativo; y no fue hasta 1974, con ocasión de la V Conferencia, celebrada en la región de El Pato, cuando Marulanda pudo hacer un cierto balance positivo de los

64Esbozo histórico…, op. cit., p. 32.

65Ibidem: nota anterior.

66Ibidem. Nota anterior, p. 37.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

logros de la guerrilla y declarar que “…por fin nos hemos repuesto del mal que casi nos liquida”. Tal reposición suponía un crecimiento que el líder evaluó en 400 nuevos combatientes, la mayoría de ellos de procedencia campesina, aunque por entonces aparecieron también algunos jóvenes de procedencia urbana y de formación universitaria que se acercaron a la guerrilla seducidos por el fervor revolucionario que se vivía en las universidades de toda América Latina, fascinadas en su mayoría por el triunfo de la revolución cubana. Es preciso indicar que aquellos pocos jóvenes, de “vocación” guerrillera, llegaron a las FARC atraídos por Jacobo Arenas, que ya intuía los cambios que se producían en la sociedad colombiana. Para éste, la fundamental vocación campesina y rural de la insurgencia fariana no excluía la posibilidad de intentar “llevar la guerra a las ciudades”, cosa que, por entonces, era una casi herejía para el Partido Comunista y para la mayoría de los líderes farianos, miembros del Partido casi en su totalidad. El responsable directo, en aquel tiempo mediados de 1970, de esta inicial incursión de la organización insurgente, en ámbitos universitarios, fue Jaime Bateman que trabajaba directamente para Arenas; éste le encargó reclutar a jóvenes estudiantes de las universidades henchidos de fervor revolucionario; y, en efecto, pronto aparecieron estos reclutas en las zonas de selva que dominaban las FARC, las cuales, tanto en sus bases como entre los miembros de su recientemente ampliado Estado Mayor, se mostraron muy críticos con ellos tachándoles de jóvenes utópicos que jugaban a la revolución, como correspondía a las clases burguesas a las que estos jóvenes pertenecían. Con la indiferencia, y con un cierto desdén de toda la organización, Arenas decidió “entretenerlos a ver si le cogen el gusto al monte”. No fue posible: aquellos pocos jóvenes no se adaptaron y no entendieron el modo de ser revolucionario de las FARC recluidas en espacios silvícolas67.

El experimento de Arenas fracasó. Los duros guerrilleros, campesinos de la insurgencia, menospreciaban a aquellos “señoritos” urbanos, cultos e ilustrados, que teorizaban en demasía sobre los fines y los modos de la lucha revolucionaria y que, sin embargo, sus manos blandas eran incapaces de soportar el duro trabajo que suponía abrir con rapidez una trocha en la selva. En consecuencia, unos, como Jaime Bateman, aguantaron durante un tiempo hasta que fueron expulsados poco después; otros, como Carlos Pizarro Leóngomez (véase fotografía nº 4), no aguantaron y optaron por el riesgo de la deserción y, finalmente, hubo también algunos que corrieron peor suerte por la persistencia de su crítica y por su abierta resistencia; éstos fueron víctimas de las FARC como ocurrió con el joven Gerardo, un brillante universitario que “fue decapitado sin que mediara razón alguna68.

Así acabó, con un rotundo fracaso, aquel intento de Arenas de extender también la revolución a las ciudades. Era a mediados de los años de 1970 y los altos mandos de la insurgencia de las FARC prefirieron, en este tiempo, quedarse recluidos en la selva mientras aquellos jóvenes, que desertaban de sus filas, muy pronto serían los protagonistas de una nueva concepción guerrillera más dinámica y más atenta a los cambios que se sucedían en el país. Ellos fueron, pocos años más tarde, los fundadores del M-19 (Moviemiento 19 de Abril). A juicio de algunos de éstos nuevos líderes, las FARC, entonces se demoraban en el tiempo; y ello significaba que esta guerrilla no comprendía,

67Paramilitarismo. Las verdaderas intenciones de los paramilitares. Corporación Observatorio para la paz. Presentación de Otty Patiño. Bogotá 2002., pp. 22-23.

68Ibidem. Nota anterior; pp. 26-28.

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con la suficiente claridad, lo que acontecía en el mundo; en consecuencia, por aquellos años, superados los efectos del desastre de 1967, la guerrilla fariana no constituía una organización de estructura revolucionaria fuerte, ni militar ni...

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