La clase que vendrá. Herramientas biosindicales en la era de la precariedad

AutorNicolás Sguiglia
Páginas255-260

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Preguntas de arranque

La profunda crisis socioeconómica por la que atraviesa la sociedad española no puede ser comprendida si no se incluye como variable determinante la pérdida de poder del movimiento obrero así como la debilidad mostrada por los movimientos sociales para contrarrestar la ofensiva neoliberal. Hoy existe un claro consenso a la hora de reconocer que las transformaciones socioeconómicas sucedidas en España en las últimas tres décadas han producido importantes consecuencias en el mundo del trabajo, en los mecanismos de estabilización social propios del llamado Estado Social y en las instituciones y formas de organización del trabajo vivo.

¿Cuáles son los elementos que nos permiten comprender la paulatina puesta en crisis de la forma sindicato en el nuevo contexto laboral y social marcado por la flexibilidad y la dispersión física y subjetiva del trabajo?, ¿es posible detectar, en tér-minos de tendencia, una nueva composición política del trabajo vivo que comienza a formarse a través de múltiples luchas contra la precarización de la vida?, ¿se están gestando otros canales de participación, organización y auto–representación desde y contra la precarización no necesariamente vinculados a la identidad obrera tradicional y fuera de la forma sindicato?, ¿qué tipo de sedimentación e innovación organizativa ha dejado tras de sí esa oleada de movilizaciones, esa nueva generación de militantes y activistas que atravesaron el mal llamado movimiento antiglobalización?

En torno a estas preguntas se han articulado en los últimos años fecundas discusiones e incipientes experimentaciones políticas en el seno de los movimientos sociales de las cuales intentaré extraer apenas unos apuntes.

La clase movediza

Las clases no son un fenómeno natural ni un simple reflejo de la estratificación del mercado de trabajo. Deben ser pensadas como categorías políticas. Retomando la dimensión más política del marxismo, afirmamos que no hay clases sin lucha de clases. Resulta preciso retomar el concepto de clase como un concepto en devenir,

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un proceso de subjetivación permanente que se da en el interior de las relaciones de producción y que excede, desestabiliza de forma constante los intentos de control y sometimiento que se despliegan por parte del mando capitalista y su agenciamiento con la forma estado.

La paulatina inserción de los sectores obreros en las complejas sociedades de consumo –la proclamada consolidación de las clases medias– y la radical heterogeneización de los sujetos sociales y sus formas de vida dibujó durante décadas un escenario en el que parecía anularse el antagonismo entre capital y trabajo y donde la noción de clase dejaba de ser operativa para interpretar la realidad. Es evidente que no es y no ha sido una tarea fácil comprender, tras la oleada de reformas laborales y de políticas públicas guiadas bajo los paradigmas neoliberales, la silenciosa mutación producida en la composición técnica y política del trabajo. La centralidad del obrero industrial, tanto en las estadísticas como en la presencia pública y el imaginario colectivo, fue dando paso a la aparición de múltiples figuras productivas cuyas vidas se veían de lleno afectadas por una profunda precarización. El devenir precario del trabajo y de la vida atravesaba a la gran mayoría de una fuerza de trabajo atomizada, dispersa y ajena a la tradición organizativa del movimiento obrero. No fue casual que en el seno de distintos movimientos sociales surgidos al calor del ciclo de movilizaciones de 2000–2004 se comiencen a ensayar enunciados y prácticas interpelando a figuras de clase que hasta el momento no habían sido muy tenidas en cuenta por el sindicalismo hegemónico. En este marco de investigación–acción sobre los efectos de la precarización se produjo una relectura de dos aproximaciones provenientes de las llamadas corrientes menores del marxismo europeo.

Por un lado los trabajos de E.P. Thompson1y su insistencia en analizar la noción de clase como un proceso de autoconstitución sostenido en la experiencia, la socialización conjunta, la cultura de clase, la lucha entendida no sólo en términos dialécticos de oposición a la clase capitalista sino también en la capacidad de desarrollar comunidades que intentan en todo momento sustraerse de las relaciones capitalistas de producción, de los dispositivos de subordinación y disciplinamiento, de la violencia sistémica que se ejerce en la transformación del trabajo...

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