Urbanismo inteligente del suelo urbano

AutorCesáreo Gil de Pareja Otón
Páginas251-331

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1. ¿Qué es una Smart City?

No existe paz conceptual que permita una definición científica de la ciudad inteligente. Se trata de una idea novedosa que está en fase de maduración, lo que nos obliga a acudir a los ensayos y opiniones que gozan de cierta autoridad entre los promotores intelectuales de esta corriente de pensamiento urbanístico. Una de las patologías de esta adolescencia científica son las interpretaciones parciales del fenómeno por cada una de las ramas del conocimiento que se acercan a él. Así por ejemplo, para una entidad de telecomunicaciones, la Smart City es una idea propia de la tecnología de la comunicación1:

Disponer de una Smart City ayuda a la gestión automática y eficiente de las infraestructuras y servicios urbanos, lo que redunda en la reducción del gasto público, la mejora de la calidad de los servicios prestados, la mejora de la información a los ciudadanos y la mejora en la toma de decisiones. Además, la propia plataforma Smart City constituye en sí una vía para la innovación, favoreciendo la incubación de nuevos negocios e ideas.

El Observatorio Tecnológico de energía hace lo propio, acercando el concepto a la utilización racional de los recursos energéticos:2

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«La iniciativa europea de «Smart City» se centra en la problemática de sostenibilidad de las ciudades actuales y, más específicamente, de los sistemas energéticos (European Commission, 2010a). En este caso, una Smart City se define implícitamente como una ciudad que mejora la calidad de vida y la economía local, avanzando hacia un futuro bajo en emisiones de CO2. Las inversiones en eficiencia energética y en energías renovables locales, junto a la reducción en el consumo de energía fósil y de emisiones de CO2, constituyen herramientas que ayudan a alcanzar la sostenibilidad y mejorar la calidad de vida en una ciudad.»

Sin embargo, cuando el autor del concepto parte de un análisis limpio del fenómeno, desaparecen las visiones sesgadas y aparece un enfoque transdisciplinar de la ciudad inteligente, como el que recoge el Libro Blanco de las Smart Cities3:

El proyecto, concibe la ciudad inteligente o «Smart City» como el de una ciudad que integra, de una forma inteligente, la economía, la gente, la movilidad, el medio ambiente, y el Gobierno; e identifica factores para cada uno de esos bloques, de tal suerte que, mediante la puntuación de cada uno de ellos, se puede establecer un ranking de ciudades europeas.»

Esta definición abarca diferentes facetas de la realidad urbana –economía, gente, movilidad, medio ambiente–, en una lista que parece más enunciativa que cerrada y que deja constancia que la «inteligencia» depende de la combinación de enfoques científicos heterogéneos en el diseño de la ciudad4.

Este mismo planteamiento holístico que parte de la multidisciplinariedad para llegar a un único resultado parece estar en la Comunicación de la Comisión Europea denominada «Europa 2020: Una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador». El Consejo Europeo interpreta esta estrategia en el sentido apuntado, centrándose en los recursos, el crecimiento urbano, el empleo y el cambio climático, siempre sobre la base de un modelo social que diseñe ciudades para el hombre y que camine hacia la erradicación de la pobreza.5

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Entendemos que el urbanismo moderno está cayendo en la cuenta de que la ciudad no es una cuestión de diseño correcto, ni de creatividad constructiva, sino un entorno creado para que el hombre se desarrolle personal y profesionalmente y, para alcanzar ese fin, no hay que olvidar ninguno de los factores concurrentes, cualquier que sea la ciencia a la que pertenezcan. Esta apertura de miras exige una renuncia a la lucha incruenta que se produce en el urbanismo español por el acaparamiento de competencias. Todas las mentes necesarias deberían intervenir en el proyecto, y los líderes de todos los grupos de profesionales que participan en su redacción deberían firmar el documento. Hasta que no se supere el retraso evolutivo que asocia el proyecto complejo a una sola firma, no se curará este desolador escenario que nos desprestigia ante el resto de primer mundo.6

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La desconcertante madeja de interpretaciones y opiniones sobre el concepto de las Smart Cities que envuelve el foro puede reconducirse a

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un planteamiento sencillo pero cargado de razón; la ciudad es para el hombre y será inteligente un diseño que se haga para tal fin. Para poder hacerlo hay que partir de una visión antropológica del hombre y de la sociedad humana porque, sin saber para quién se diseña, difícilmente se diseñará bien. En este sentido es determinante la aportación de la «antropología urbana», que ha irrumpido entre dos mundos tan cercanos en la realidad y tan separados en la ciencia como la antropología y el urbanismo.7

En las páginas siguientes abordaremos el análisis de un proyecto de ciudad pensado para el hombre, que será por tanto y en primer lugar, «social». Para saber cómo hacerlo tendremos que recordar cómo ha evolucionado la ciudad en los últimos años y detectar los grandes errores cometidos. Después, aportaremos un bloque metodológico de soluciones para abordar con éxito un nuevo modelo de proyecto de ciudad humana. Esas aportaciones las haremos desde un punto de vista concreto y práctico, huyendo de la demagogia y de la retórica utópica que está empapando el foro en esta materia.

@2. Tendencias del suelo urbano contemporáneo

La ciudad no es una urbanización con edificios sobre ella, como se ve en una foto aérea o en un plano. La ciudad que se ve es sólo la expresión espacial o el medio físico en el que se desenvuelve la vida del hombre, sus relaciones humanas y un flujo de intercambios materiales y energía. La forma de vivir y relacionarse los hombres es la causa eficiente de la estructura actual de la ciudad que conocemos. Por este motivo, para comprender la ciudad de hoy y los problemas y retos a los que se enfrenta el urbanismo actual cuando aborda la planificación del territorio, hay que conocer las claves históricas que desembocan en el paradigma de metrópolis del siglo XXI, en la que vivimos cientos de millones de ciudadanos.

Antes de la revolución industrial, las ciudades tenían una ubicación ecosistemática, lo que significa que se abastecían de los recursos naturales irregularmente distribuidos en el espacio que le circundaba y que

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podían cambiar con la estación del año. Por tanto, las ciudades se nutrían y dependían de las posibilidades de su entorno físico (bosque, mar, campo). La vida de la urbe estaba en armonía con las posibilidades del hábitat en el que se encontraban.

Primeramente, el hombre vivió de la recolección de la tierra y de la caza o pesca. Más tarde descubrió y desarrolló la agricultura y la ganadería. Las primeras comunidades tenían una identidad homogénea, en la que sus miembros producían lo que necesitan para un consumo de subsistencia. Esas comunidades fueron atrayendo moradores de zonas más inseguras o menos rentables, y las granjas dispersas se fueron agrupando en aldeas y pueblos y crearon asentamientos, generalmente de régimen sedentario. Es el comienzo de la urbanización, entendida como la agregación masiva y progresiva de personas en un entorno físico definido y por un interés común. Se produce un fenómeno de gravitación, que se da en la sociedad humana como en cualquier otra parte del mundo físico material; es decir, en relación directa a la masa de la ciudad y en relación inversa a la distancia. Cuanto mayor es la ciudad, mayor es su capacidad de atracción externa. La proyección temporal de este efecto ha sido la «megalopolización», o explosión territorial de la ciudad en orbes gigantescos que albergan millones de ciudadanos y crecen exponencialmente por su vis atractiva.

La selección del lugar de ubicación de estos asentamientos se producía por factores propios de las influencias del medio, como la proximidad a los lugares de producción (pescadores junto al mar, agricultores junto a cultivos, leñadores junto al bosque, etc.), la proximidad a fuentes de agua o de combustible, la protección de las inclemencias climáticas, la seguridad, etc.

Tras la revolución industrial, la tecnología rompe esta escala territorial de los sistemas urbanos8. Los transportes permiten la circulación

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de personas y mercancías de un lugar a otro de forma rápida y econó-mica y, en los últimos años, la informática globaliza el mundo de la información; un mundo que, en poco tiempo, se ha hecho pequeño. Los habitantes de las ciudades ya no se alimentan de lo que produce su entorno, ni limitan su consumo o su actividad comercial o industrial por la oferta natural del área o ecosistema en el que se ubican. En el primer mundo de hoy, las mercancías tienen un origen externo y la ciudad se ha convertido en un ente exógeno, que se abastece desde fuera. Los recursos...

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