La Unión Europea ante el espejo: éxitos pasados no garantizan éxitos futuros

AutorJosé Martín y Pérez de Nanclares
Páginas95-111

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I Aspectos generales: el delicado momento presente de la unión

La celebración del 60 cumpleaños de la firma de los tratados constitutivos de las entonces Comunidad Económica Europea (CEE) y Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA), hechos en Roma el 25 de marzo de 1957, es una ocasión perfecta para hacer balance de los resultados obtenidos durante las seis décadas transcurridas y,

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por supuesto, para poner la vista en los desafíos que plantea el futuro inmediato, que no son precisamente menores. Parece, pues, pertinente calibrar el pasado de la Unión constatando los exitosos frutos obtenidos, pero detectando también los posibles errores en que se haya podido incurrir, para intentar aprender de ellos y, dentro de lo posible, enmendar el rumbo.

No puede realizarse, sin embargo, este balance sin tener presente el delicado contexto en que nos encontramos actualmente. Ciertamente, no descubrimos nada al afirmar que el proceso de integración europea atraviesa en estos momentos por una importante crisis. Y no es una crisis más como aquellas otras por las que ha atravesado la Unión durante sus seis décadas de vida. Probablemente no sea exagerado decir que es la crisis más profunda de la UE. No en vano, ha habido autores que, con cierta elocuencia provocativa, han hablado de ‘las siete plagas’ de la UE para describir el momento crítico en que nos encontramos. Lo cierto es que, con la retórica que se desee, la crisis bancaria y del euro, el colapso de economías como la griega, la crisis de los refugiados y los movimientos migratorios en masa, el terrorismo internacional, la inacabable guerra de Siria, el auge del populismo xenófobo y antieuropeo y, sobre todo, el Brexit han hecho mella profunda en el propio proceso de integración europea. Por todo ello, parece claro que por primera vez desde 1957 ha estado seriamente en juego la propia existencia de la Unión. Tampoco sería justo ignorar, como recientemente dijo el presidente de la Comisión con ocasión del debate sobre el estado de la Unión en septiembre de 2017, que ahora soplan mejores vientos para la Unión.

Por otro lado, no cabe tampoco mirar hacia otro lado al constatar con enorme tristeza cómo algunos Estados miembros ponen en solfa valores y principios esenciales de la Unión y, más aún, de la propia cultura jurídica y política de nuestro continente. Los valores y principios recogidos en los artículos 2 y 4 TUE son (y deben seguir siendo) la irrenunciable seña de identidad de todos los Estados que formen parte (y quieran seguir formando parte) de la UE. Sin ello el proceso de integración perdería su esencia irrenunciable. Precisamente, la defensa cerrada de la dignidad humana, la democracia, el Estado de Derecho o la protección de los derechos humanos ha sido el espejo en el que se han querido mirar durante las seis décadas pasadas aquellos Estados que se veían privados de tales principios por dictaduras de dispar naturaleza, como lamentablemente fue el caso de España durante mucho tiempo. El sueño europeo ha ido siempre ligado al doble anhelo de desprenderse de las cadenas que impedían alcanzar esos valores y principios, así como de disfrutar del llamado ‘estado de bienestar’, que siempre ha generado la pertenencia a la Unión. Si ese doble anhelo desaparece o simplemente se diluye en exceso, la Unión, antes o después, terminará perdiendo su sentido para buena parte de la ciudadanía; y sin apoyo de la ciudadanía no hay proyecto europeo que se sostenga. Va, pues, en beneficio de la pervivencia del proceso de integración incentivar el debate serio y sosegado para buscar fórmulas que nos permitan aprovechar esos nuevos vientos favorables.

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De ahí que más que nunca, quienes, como Eurobasque –a la sazón cofundador del Movimiento Europeo Internacional en el Congreso de La Haya de 1948–, hacemos una apuesta comprometida a favor del proceso de integración europea desde un prisma eminentemente federal, hayamos de movilizarnos en defensa del mismo. Nada mejor para ello que participar en un curso de verano como el organizado por Eurobasque en el Palacio de Miramar (13 de julio de 2017), del que trae causa esta publicación, para analizar, discutir y elucubrar la manera de contribuir de manera realista al avance del proceso de integración. Y conviene hacerlo, tomando palabras pronunciadas por el propio Presidente de Eurobasque durante el mencionado curso, a modo de ‘utopía realista’, y, como igualmente afirmó en su momento con gran atino Francisco Javier de Landaburu, “sin perder su alma”. Esos dos elementos son buena brújula para guiar la nave de la Unión por las convulsas aguas que le está tocando surcar. Para ello, como ya hemos anunciado, trataremos en primer lugar de realizar una análisis crítico de los sesenta años de proceso de integración (II) y, a partir de ello, estar en situación de poder responder someramente a la pregunta clave de ¿y ahora qué? (III).

II Una mirada crítica de la unión ante el espejo de sus sesenta años de historia: lecciones a extraer y errores a enmendar

Para que la mirada de la Unión ante el espejo de sus sesenta años de historia sea realmente efectiva ha de hacerse, en primer lugar, de manera crítica. Sin duda, en el balance final las luces se imponen claramente a las sombras, pero sin analizar con franqueza los errores cometidos difícilmente se podrá aprender de ellos y enmendar el rumbo, dentro de lo materialmente posible. En segundo lugar, para que la mirada no resulte miope es más que conveniente despojarse de aproximación estrictamente jurídica. Sin duda, el Derecho ha sido el motor de la integración europea. Pero la mirada ha de dirigirse a un horizonte mucho más amplio que el de meramente jurídico (3). Ha de abarcar, en nuestra opinión, también otra media docena de facetas, a saber, la histórica
(1), la política (2), la económica (4), la internacional (5), la cultural (6) e incluso la propiamente conceptual (7).

1. Perspectiva histórica: mantenimiento de la paz en territorio europeo

No cabe duda, en nuestra opinión, que el principal activo del proceso de integración ha sido el haber logrado traer paz duradera a un territorio resquebrajado por dos guerras mundiales y en el que durante su historia moderna y contemporánea raramente ha existido una generación que no haya conocido la guerra en primera persona. La

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firma del Tratado de la CECA sirvió para, poniendo en común las producciones (de carbón y acero) necesarias para la producción de armamento, rubricar formalmente la reconciliación franco-alemana, desterrando los fallos garrafales que se habían cometido con el Tratado de Versalles pocos años antes. A partir de ahí, la firma de los Tratados de Roma en 1957 y la puesta en marcha de la CEE y la CEEA lograron inocular el antídoto contra la guerra en Estados que hasta la víspera habían sido contendientes perennes en el campo de batalla. Quienes comparten mercado, quienes deciden conjuntamente en instituciones comunes, quienes construyen intereses entrelazados, quienes logran bienestar común, quienes estudian juntos, quienes forman parejas entre sí… no recurren a las armas para resolver sus conflictos. Es este un éxito palmario del que todos debemos congratularnos. La UE ha servido para encauzar los conflictos, que son inherentes a cualquier comunidad (más si es tan heterogénea y diversa como la UE), por medios diferentes a la fuerza bruta.

Bien es cierto, no obstante, que, como nos recordaba el autor de La paz eterna (Das ewige Frieden), ésta en realidad sólo existe en los cementerios. Por muy inimaginable que nos parezca ahora la posibilidad de una guerra en territorio de la Unión, que ciertamente lo es, no es algo que debiéramos dar por sobreentendido. De hecho, no estoy nada seguro de que hayamos sido capaces de transmitir a las generaciones más jóvenes el valor capital de este logro. Es comprensible que, para quien no ha conocido más que períodos prolongados de paz, dé ésta por sobreentendida. Pero sería un grave error pensar así. La historia nos muestra a las claras la fragilidad de la paz. Como bien nos ilustraría un somero repaso histórico al contexto previo a la I Guerra Mundial, una situación de paz puede cambiar rápidamente y, con las (desgraciadas) circunstancias precisas, un detonante aparentemente menor puede generar enfrentamientos que pocos años antes se consideraban impensables.

Por otro lado, tampoco podemos ponernos una venda en los ojos y olvidar que en el patio de nuestra propia casa, en los Balcanes, fuimos incapaces de evitar el horror. Quienes durante años fueron conciudadanos y vecinos fueron capaces de cometer tropelías atroces a las que el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia les ha puesto nombre propio (y condena).

Y, en tercer lugar, tampoco debemos olvidar que el terrorismo yihadista ha puesto su punto de mira en los Estados occidentales, atacando pilares básicos de nuestra sociedad y buscando probablemente una guerra difusa de...

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