Tres Ministros y un Rey: Cuatro italianos en el gobierno de España

AutorJosé Antonio Escudero
Páginas411-430

    El texto corresponde a la versión española de la Lectio Doctoralis del autor, con ocasión de serle otorgado el Doctorado honoris causa por la Universidad de Messina el 7 de diciembre de 2005.


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Excelentísimo señor Rector, dignísimas autoridades, distinguidos e ilustres colegas, miembros de la comunidad universitaria, señoras y señores

Sean estas primeras palabras para expresar mi profunda gratitud al excelentísimo señor Rector y a la corporación académica por el honor que me dispensan al acogerme hoy en su claustro. Gratitud especial a la «Facoltà di Scienze Politiche» y al «Senato Accademico dell'Università degli Studi di Messina», que tuvieron a bien formular y acoger respectivamente la propuesta de concesión de esta prestigiosa «Laurea Honoris Causa in Scienze Politiche». Y gratitud, en fin, más que especial, a mi querido y admirado colega el profesor Andrea Romano, Director del «Dipartimento di Storia e Comparazione degli Ordinamenti Giuridici e Politici», a cuya generosa amistad debo el honor de estar hoy entre ustedes. Honor, es la verdad, que se me dispensa de forma bien gratuita, merced a la magnánima iniciativa del profesor Romano, tan reconocido y respetado entre los historiadores del Derecho español. A ese honor yo sólo podré corresponder con muy modestas obras, pero a buen seguro que con perdurable agradecimiento. La gratitud es, señor Rector, la justicia del corazón. Y yo quisiera decir que si el exceso de vuestra generosidad ha dejado en un segundo plano a la estricta justicia, me toca a mí recuperarla para mantener siempre vivo lo que bien en justicia os debo: reconocimiento hoy, mañana y siempre. Como dijo el clásico, Santissimum est meminisse cui te debeas. Es un deber sagrado no olvidarnos de quienes nos favorecieron.

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Acabamos de escuchar la laudatio académica hecha por un compañero y amigo, lo que explica la generosidad de sus palabras, que tanto agradezco, y la largueza del elogio. Hay sin embargo en esas palabras un pequeño rescoldo de verdad, que tiene que ver con mi dedicación, sencilla pero ilusionada, a la historia de la Administración y de las instituciones políticas, y que me aconseja escoger algo de ella como tema de la disertación académica de hoy. Porque es el caso de que en el horizonte de mi investigación, vertida preferentemente a las formas de gobierno en España del rey con sus Consejos, Secretarios y Ministros, se ha cruzado más de una vez un mágico cometa: el de Italia y los italianos. No es frecuente, ciertamente, que en los tiempos modernos, desde el Renacimiento para acá, un país europeo haya tenido un rey traído expresamente de otro país. Y tampoco lo es que en el aparato de gobierno del Estado haya habido ministros procedentes de ese país distinto. Pues eso precisamente aconteció en España cuando en el siglo XIX, tras la primera gran quiebra de la dinastía borbónica, vinimos a pediros y llevarnos un monarca de la Casa de Saboya. Y eso había sucedido antes, en la centuria anterior, cuando con el rey Felipe V alcanzó en mi país el rango de ministro principal un abate parmesano llamado Julio Alberoni, o cuando con el rey Carlos III fueron nombrados ministros el siciliano Squilace y el genovés Grimaldi. Es éste, creo yo, con independencia de las peripecias personales de unos y otros, un fenómeno institucional de alto rango, que bien merece ser recordado y analizado aquí, como muestra además del agradecimiento a la hospitalidad que vuestro gran país me brinda. Por ello he bautizado esta intervención con el título de una sencilla suma aritmética: Tres ministros y un rey: cuatro italianos en el gobierno de España.

I Introducción: los extranjeros en el gobierno de la españa del antiguo régimen

En los inicios del Estado moderno, la presencia de extranjeros en el gobierno de España se vio propiciada porque Carlos V, el heredero de la Corona y nieto de los Reyes Católicos, vino joven desde Flandes a Castilla, acompañado por asesores flamencos que ocuparon distintos puestos de gobierno. Baste recordar al señor de Chièvres, vinculado a la persona de don Carlos en calidad de Gobernador, al canciller Sauvage, y sobre todo al canciller Gattinara, piamontés de nacimiento, quien diseña la política imperial y ordena una Administración Central supra castellana y de corte europeo, con una pieza principal, el Consejo de Estado, de la que será secretario otro flamenco, Juan Lalemand o Alemán1.

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La presencia de hombres de Flandes se aseguró en los últimos años del reinado del Emperador con un alto consejero, Nicolás Perrenot, señor de Granvela, y pasó a Felipe II con el hijo de Nicolás, Antonio Perrenot, cardenal Granvela, quien en una primera etapa defendió los intereses del rey de España en el mundo crispado de Flandes, y luego se incorporó a la Corte de Madrid para ocupar el puesto de presidente del Consejo de Italia2 Respecto a la España de Felipe II hay que recordar que los asuntos de Italia gozaron de atención preferente, y que los puestos de gobierno relativos a Italia fueron tenidos como de suma importancia e interés, y, en consecuencia, apetecidos y codiciados por los personajes más influyentes, según fue el caso tanto del Consejo de Italia como de la Secretaría de Italia del Consejo de Estado3, y por supuesto también de los virreinatos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, o del gobierno de Milán. En todo caso, esa importancia de los asuntos italianos no se vio correspondida entonces con la de personajes italianos en el gobierno general de la monarquía española, de la que prácticamente estuvieron ausentes. En la férrea españolización del aparato de gobierno impuesta por Felipe II sólo cabe registrar dos excepciones: la del citado cardenal Granvela y la del influyente portugués Cristobal de Moura, a quien el rey llamaba respetuosamente don Cristobal.

En la España del siglo XVII, descontando el caso del jesuita alemán Juan Everardo Nithard, procedente de una familia del Tirol, y que fue miembro de la Junta de Gobierno y Valido en la minoridad de Carlos II, no existe presencia apreciable de extranjeros. Desaparecidos los Austrias, las cosas cambian con la nueva dinastía borbónica del xviii. Con el primer rey, Felipe V, es patente la influencia francesa que, por lo que nos interesa, se manifiesta en la presencia de dos expertos financieros, Jean Orry y el Obispo de Gironda, como Veedor General e Intendente Universal, en el nuevo aparato de gobierno4. Junto a ellos, un pintoresco personaje holandés converso del calvinismo, el barón de Riperdá, alcanzará extrema notoriedad a modo de Primer Ministro en la segun-Page 414da parte del reinado del primer Borbón5. A su vez, con Fernando VI y Carlos III, el departamento más importante de la Administración Central, el Ministerio de Estado o de Asuntos Exteriores, es monopolizado por Ricardo Wall, un individuo nacido en Nantes de familia irlandesa refugiada en Francia.

Junto a estos personajes de origen no español en la España borbónica del xviii (los franceses, el holandés y el irlandés), tres ilustres italianos, según dijimos, aparecen en las alturas del gobierno: Alberoni con Felipe V, y Esquilace y Grimaldi con Carlos III. Y ya en el xix, traspuesto el umbral del Antiguo Régimen al Estado liberal, vendrá el caso egregio del rey Amadeo. Volvamos pues ahora, situado el marco general de los extranjeros en el gobierno de España, a nuestros personajes italianos. En primer lugar, a los ministros. Luego, como colofón, al rey.

II Los ministros italianos en la españa del XVIII
A) Reinado de Felipe V: Alberoni, superministro de Asuntos Exteriores

Nacido en Fiorenzuola, junto a Piacenza, en 1664, e hijo de un jardinero parmesano, Alberoni pasó algún tiempo en Roma, donde perfeccionó su educación, aprendió francés y trabó relación con el mariscal galo Vendôme, con quien habría de viajar a Francia, los Países Bajos y España. Nombrado por su soberano el duque de Parma agente en Madrid, estrechó lazos en la Corte de Felipe V con la princesa de los Ursinos y la misma reina María Luisa, convirtiéndose en un personaje clave de las fiestas y diversiones palaciegas, a las que hacía traer flores de Mantua y disfraces de Venecia6. Muerta la reina María Luisa, Alberoni gestionó hábilmente el segundo matrimonio del rey con Isabel de Farnesio, hija del príncipe de Parma Eduardo III, produciéndose entonces en la Corte de Felipe V, con la venida de Isabel a España en 1714, la caída de la princesa de los Ursinos y la sustitución del eje dominante francés Ursinos-Orry por el italiano Farnesio-Alberoni. Además en 1715 fue repuesto el cardenal Giudice, un napolitano que había sido nombrado cuatro años atrás Inquisidor General y luego fue apartado7.

Convertido en protegido de su paisana la reina, Alberoni se proyectó en una doble dimensión: la palaciega, a la que ya estaba acostumbrado, y otra nueva y estrictamente política. En cuanto a la primera, habiendo quedado embarazada muy pronto la Farnesio, el abate, experto en cocina, atendía todos sus deseos y caprichos. Como él mismo escribió, «gracias a Dios, la reina sobrelleva muy bien su embarazo, pero continúa sin ganas de comer y se limitaPage 415 a viandas sencillas de nuestro país -es decir, de Italia- que yo tengo el honor de servirle...». Al parecer Alberoni encargaba a Italia buena parte de la comida, el vino, trufas en aceite, frambuesas y marzolini, teniendo que velar por el rápido trámite de las mercancías en la aduana de Alicante para que los alimentos no llegaran...

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