Los treinta años milagrosos de la Unión

AutorXavier Vidal-Folch
Páginas217-222
LOS TREINTA AÑOS MILAGROSOS DE LA UNIÓN
Xavier
VIDAL-FOLCH
Periodista
Mirada desde la lupa cotidiana, nuestra Unión Europea —UE, la única Europa
realmente existente—, aquella entidad superior en la que España se fusionó hace
treinta años, frecuentemente se nos aparece como un desastre. Y los europeos,
como otro de igual calibre. Hoy cuesta lo indecible encauzar el desplome griego,
que al fin y al cabo apenas alcanza un 2 por 100 de la economía comunitaria, y
ya llevamos cinco años. O nos peleamos por unas mínimas cuotas de acogida
de náufragos fugitivos del hambre y la violencia, mientras vocifera la xenofobia.
Ignoramos cómo aplacar la guerra de Siria o el violento caos de Libia. Arrastra-
mos los pies en los momentos más dramáticos de Oriente Próximo. Tendemos a
achantarnos ante las potencias energéticamente contaminantes. ¿Qué más?
Esta percepción debe mucho a la mediación periodística, con su consabido
sesgo dramático. Y otro tanto a las dificultades del decision making comunitario
y la multiplicidad de procedimientos que incluye. Pero entre ambas causas no
se agota la realidad de una Europa que se nos presenta, cuanto más necesaria y
urgente, más limitada e insuficiente. Sobre todo en relación con las expectativas
más bien maximalistas de todos quienes se alinean con el federalismo, el euro-
peísmo o el simple clamor por una mayor integración como expediente para
afrontar retos que cada vez son más globales e inasibles desde unidades de poder
de menor dimensión y alcance. Entre quienes las sustentan, destaca la amplísi-
ma corriente central de la política y la ciudadanía españolas.
Y sin embargo, contemplada desde el catalejo de la historia, la Unión Eu-
ropea (UE) luce un aspecto muy diferente.
Los años de posguerra, de 1945 a la primera crisis del petróleo, se conocen
como «los treinta gloriosos». La recuperación, el crecimiento económico y el
empleo desembocaron en un «Estado del bienestar» que asentó un «modelo so-
cial europeo» y limó como nunca las desigualdades, todo ello en una escena en
que la guerra era fría y distante, si se olvidaba la brutal fractura del continente.

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