El trasfondo emocional en la gestión de la diversidad: una revisión crítica

AutorEncarnación La Spina
Páginas271-297

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Introducción

En las llamadas sociedades abiertas o democracias plurales se advierte cada vez más una diversidad especialmente incómoda o molesta proyectada por la inmigración que procede desde el sur y la parte oriental del Mediterráneo así como de países con fuerte tradición islámica. Esta inmigración asociada a la imagen amenazante del Islam aglutina un cúmulo de estereotipos y emociones encontradas que pueden tener o están teniendo una incidencia directa en la construcción o eventual consolidación de las políticas de reconocimiento de la diversidad. En particular, tales estereotipos y emociones son precedidos por los efectos de la llamada “globalización de la rabia” y por “el peligro” constante a una temida transformación de nuestras sociedades en una especie de “torre de Babel” incontrolable1. Un descontrol percibido como amenazante y por el que se hacen inevitables ciertas manifestaciones de fuerte recelo hacia las comunidades musulmanas básicamente por ser consideradas, ante casos de conflicto, como la principal fuente de reproducción o de perpetuación de patrones y prácticas culturales antagónicas de aquellas propias de la sociedad de acogida.

Esta percepción de descontrol se asocia directamente con la presencia estable y creciente de musulmanes asentados en Europa, entre 15 y 20 millones, un número que se duplicará probablemente para el año 2025, dada la incidencia directa de la mal llamada crisis de los refugiados, los ataques terroristas y la situación de permanente conflicto en dichos países de origen2.

Una presencia que en España desde el 2015 ha experimentado un incremen-

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to de un 1,6% hasta alcanzar los 1.887.906 millones, 29.497 más que en 2014. Aunque en cifras, realmente esta mayor presencia en un 8,4% respecto al año anterior, corresponde a los musulmanes nacionales, ya que la cifra de musulmanes extranjeros ha descendido de un 2,7%. Por tanto, la diversidad no es solo el resultado del asentamiento de colectivos migrantes procedentes de países musulmanes sino que puede llegar a ser más compleja manifestán-dose con más fuerza en la segunda y tercera generación de “inmigrantes” asentados3.

Ante esta realidad palpable, los inmigrantes musulmanes son rápidamente y en ocasiones incluso arbitrariamente destinatarios de un fuerte menosprecio a través de los medios de comunicación, los discursos políticos e incluso respecto a ciertas construcciones teóricas sobre la diversidad4. Algunos de los últimos informes de la Plataforma ciudadana contra la Islamofobia (2015-2016) y el reciente European Islamophobia Report (2015) hacen un balance negativo dados los difíciles parámetros de convivencia existentes en las actuales sociedades europeas para permitir su integración social5. En concreto,

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el sobredimensionamiento de algunos conflictos recientes como el uso del velo o el burkini alarman sobre el latente repunte de incidentes islamófobos e incluso sobre su impacto negativo en la cotidianidad e integración de las comunidades musulmanas nacionales y extranjeras que habitan en las sociedades europeas6.

Esta imagen cargada de estereotipos y emociones negativas especial-mente dirigidas hacia el Islam se construye desde una gradación y diferenciación cultural preestablecida en base al binomio de significación inmigrante-autóctono, que a su vez es matizado por medio de ciertas distinciones entre la “inmigración” peligrosa no deseada y aquella preferente cuyas procedencias u orígenes se presumen no exponentes de una amenaza para la cohesión social pese a no tener base empírica alguna para tal afirmación. Este nexo asociativo en la mayoría de ocasiones resulta en exceso forzado y ha promovido fórmulas de una mayor empatía o rechazo hacia unas procedencias migratorias frente a otras, tomando como argumentos válidos presuntas similitudes o afinidades culturales y religiosas con respecto a la sociedad de recepción o el grupo dominante.

Por ello, no es posible obviar y es importante asumir el peso de deter-minados factores subjetivos como las emociones a la hora de “ordenar” la compleja realidad social y las relaciones entre las personas que coexisten en contextos de mayor diversidad sociocultural que son en particular escenario de estas políticas. A tal propósito, esta propuesta pretende dar un paso más tomando como punto de partida tales factores subjetivos asociados a la gestión de la diversidad para así observar sus interacciones y lógicas internas. Básicamente porque bajo mi punto de vista a falta de razones que traten de legitimar el auge de estas manifestaciones islamofóbicas y de racismo urge explorar el alcance y las limitaciones de las emociones. Y ello precisamente porque no siendo inmunes las emociones a la crítica racional no se puede

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ignorar la razonabilidad de los juicios verdaderos o falsos que las mismas contienen para defender el éxito o el fracaso de tales políticas de gestión de la diversidad. Así, por ejemplo, es posible cuestionarse si ¿emociones como la repugnancia, el miedo, la empatía pueden influir en la formulación de ciertas políticas o no, e incluso en la aplicación del derecho?7 O bien determinar si ¿el creador de la norma jurídica y el contenido de ésta dependen de las emociones políticas y sociales? Y en caso afirmativo si tienen mayor incidencia las emociones hostiles de menosprecio o aquellas proactivas tendentes al reconocimiento o incluso al contrario si es posible identificar donde suelen ser más recurrentes o encuentran mayor acomodo unas y otras haciendo referencia especial a cada uno de los modelos de gestión de la diversidad más predominantes.

1. Entre emociones, estereotipos y prejuicios: una aproximación (de)limitada

La convivencia en nuestras sociedades promueve emociones que tienen que ver en buena parte con la percepción propia de los conciudadanos como habitantes que comparten un mismo espacio público. Durante las últimas décadas, el análisis de las emociones concretas ha adquirido una gran trascendencia filosófico-normativa8 que ha sido estudiada por la sociología de las emociones en lo que se conoce como la aproximación cultural normativa y, también como recuerda Nussbaum ha suscitado interés por defensores de la libertad religiosa: John Locke y Roger Williams que se han centrado en el estudio de ciertas actitudes con las que las personas deben aproximarse a unas o bien a otras9. Básicamente porque las emociones se canalizan hacia ciertos principios o compromisos claves como la inclusión o la igualdad o bien como contrapartida porque permiten reforzar divisiones, jerarquías y formas diversas de desatención. De hecho, la misma autora señala que cuando los individuos quieren expresar emociones, pero no pueden, buscan ma-

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neras o estrategias para manejarlas y ver cómo influyen en la propia disposición y en la de otros para responder ante lo desconocido10.

Una aportación importante a su estudio son los trabajos de referencia de Martha Nussbaum, entre otros, Paisajes del pensamiento cuya tesis básica define las emociones como “evaluaciones o juicios de valor, los cuales atribuyen a las cosas y a las personas que están fuera del control de esa persona una gran importancia para el individuo y su proyecto de vida”11. Por tanto, las emociones son y pueden constituir un factor determinante de cualquier política o marco normativo en general y, en particular, de aquellas centradas en la gestión de la diversidad, al no surgir, ni existir o ser expresadas de forma inócua respecto al “otro”. Son fenómenos socialmente construidos dentro de contextos cultural y socialmente definidos por lo que su control u orientación es motivo de interés y también de preocupación para promover la convivencia.

En sociedades plurales precisamente la convivencia con personas distintas favorece la creación de diferentes categorías sociales clasificadas en base a categorías salientes como, por ejemplo, el sexo, la raza, la edad o la etnia con el propósito de intentar comprenderlas mejor y facilitar dicha interacción. Como corolario de la interacción interpersonal, la categorización se activa, especialmente cuando las informaciones sobre los “otros” son escasas, interesadamente limitadas o simplemente se desconocen. De este modo, una vez que se categoriza a alguien, parece inevitable que un conjunto de normas, valores y emociones se active12, aunque no por ello se reducen los peligros de fijar ciertas categorías, ya que pueden distorsionar la percepción y crear sesgos entre endogrupos y exogrupos dada la necesidad de mantener la identidad social en presencia de grupos percibidos como competidores o que amenazan el status social13.

Por consiguiente, tales estereotipos que generalmente son descriptivos adquieren especial relevancia y pueden llegar a ser también prescriptivos, es

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decir, referirse a un conjunto de características que ciertas personas “deberían tener”. De ahí que, en principio, los estereotipos como formas de categorización no son ni negativos ni positivos en sí mismos, lo que no significa en absoluto que sean neutrales aunque puedan ser preferentemente prejuicios o fobotipos en función del grupo social al que van o son dirigidos14.

Si bien, los estereotipos suelen o pueden tener una base empírica simple, es la exageración y la generalización indiscriminada hacia el conjunto de ciertos miembros de una comunidad lo que los...

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