Transexualidad y Transgénero: una perspectiva bioética

AutorPatrícia Soley-Beltran
CargoDoctora. Profesora Asociada, Universitat Pompeu Fabra. Colaboradora docente, Universitat Oberta de Catalunya
Páginas21-39

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Introducción

La transexualidad, el transgénero y otras migraciones de género como prácticas y categorías médicas han estado atravesadas por cuestiones de bioética desde sus mismos inicios. El impulso que movió a un sector de la clase médica a acuñar la distinción sexo/género como parte de los protocolos de tratamiento y etiología de la denominada disforia de género fue considerada por este mismo sector como una acción inspirada por una ética humanista, pues su fin era aliviar el sufrimiento de los pacientes que declaraban sentir un doloroso desacuerdo entre su identidad - masculina o femenina -y su morfología física. Desde sus inicios como categoría psicológica, la distinción sexo/género ha tenido un largo recorrido al ser adoptada por la segunda ola del movimiento feminista como categoría sociológica con el fin de articular la lucha en contra de la noción de la biología como destino y causa “natural” de la división del trabajo y roles sociales.1

Es precisamente desde los desarrollos posteriores a las corrientes feministas de segunda ola y el activismo de género, junto con otras corrientes provenientes de la historia y la sociología del conocimiento científico, que se ha criticado tanto a la dicotomía naturaleza/cultura que subyace la definición del transexualidad como patología y práctica médica, como a la producción de “la verdad” del género que actúa como reguladora y generadora de parámetros de normalización social. Categorías como “transexualismo”, “transvestismo”, “transgénero” operan como categorías productivas, en el sentido Foucauldiano del término, alrededor de la cuales se gestionan los significados de género y sexualidad. Esta función reguladora, quizá no prevista en el construccionismo extremo y de intenciones liberales de algunos de los responsables de la definición del transexualismo como categoría médica, actúa no sólo mediante la enunciación de las patologías “de género”, sino también a través de los marcos legal y terapéutico que se han desarrollado en torno a ellas.

En este artículo presentaré datos sociológicos que muestran la circularidad de los procesos de identificación y diagnóstico de la migración de género; a continuación, reflexionaré sobre las paradojas que rodean a los movimientos por la despatologización. Para finalizar, avanzaré algunas reflexiones acerca del binarismo sexo/género hegemónico que caracteriza el actual marco de regulación y el posible desarrollo de un nuevo marco social más inclusivo y respetuoso con la diversidad de género. Mi objetivo general es proveer de herramientas de análisis para mejorar la comprensión de los diferentes marcos discursivos que se entrecruzan en la constitución del género normativo como aquello que se da por sabido y lo que se considera como desordenado o patológico. Mi punto de partida teórico es una lectura sociológica de la teoría performativa del género de Judith Butler (1990, 2006), que es a su vez heredera de las consideraciones de Michel Foucault (1976,

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1988) acerca de las categorías identitarias. Consideraré al cuerpo sexuado (o el “sexo” entrecomillado en términos de Butler) como un artefacto - fruto de una interacción constitutiva entre categorías sociales definidas colectivamente y una entidad física inaprensible fuera de estas categorías - pero que se vive y se experimenta como un ente ‘natural’. Desde esta perspectiva, me aproximo a las prácticas e identidades trans2como ejemplos de las idealizadas normas de género que rigen la vida de todos los hombres y mujeres. Las personas migrantes de género ocupan un espacio fronterizo situado en los márgenes de lo que los discursos hegemónicos definen como la normalidad, y es precisamente en este espacio liminal donde podemos observar la construcción de las propias normas.

El marco social

A continuación presentaré algunos aspectos relativos al marco social de la transexualidad explorados en un estudio empírico de colectivos trans3en el Reino Unido y España como informantes de los procesos de adaptación a las normas de género de todos los miembros de la sociedad. El análisis de sus testimonios no sólo aportó datos acerca del conocimiento popular hegemónico sobre el género y la incidencia de categorías médicas en su definición, sino que también puso de relieve la compleja red de inteligibilidad que opera en la definición socio-cultural de la “posición sexual”, sus variaciones culturales y su alto grado de autoreferencialidad. El estudio cualitativo consistió en doce entrevistas en profundidad realizadas a personas transexuales de Escocia y Cataluña, así como entrevistas con María Lluisa Fernàndez, abogada española especializada en la defensa de casos de transexualidad; algunas entrevistas complementarias se llevaron a cabo entre 1997 y 2006 con Natàlia Parés y Norma Mejía del Col·lectiu de Transsexuals de Catalunya.4Haré referencia también a la comparación conjunta de resultados entre mi estudio y el estudio de Coll-Planas et al (2009)

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llevado a cabo en Cataluña entre 2007-2008, con población joven gay, lesbiana y trans, con el fin de mostrar la evolución de la última década en España (Soley-Beltran y Coll-Planas 2011).

Es un conocido fenómeno la existencia de un ‘Archivo Transexual Obligatorio’5que recoge información acerca de la disforia de género mediante la cual las personas transexuales se familiarizan con la etiología prevalente con el fin de “presentarse a si mismos en los modos que creen mejorarán sus posibilidades de éxito. Los transexuales viven dentro de su propia subcultura… y comparten información acerca de qué estrategias son las que obtiene más éxito con los diagnosticadores médicos y psicológicos, los guardianes de las puertas a la ayuda médica” (Risman 1982: 320).6El estudio confirma y expande sobre este punto, pues las personas transexuales entrevistadas, particularmente las británicas, citaban esmerada y rutinariamente las características descritas en las directrices de Fisk para reconocer al “verdadero transexual”: “1) una sensación experimentada durante toda la vida de ser un miembro del ‘otro sexo’; 2) una actividad temprana y persistente de transvestirse, junto con un intenso énfasis sobre la falta total de sentimientos eróticos asociados con este acto; 3) desdén o repugnancia hacia el comportamiento homosexual” (Billings & Urban 1982: 270). La identificación y citación de los estándares médicos se dio por cada uno de estos tres puntos:

Identidad: mente/cuerpo

Las personas transexuales experimentan una discontinuidad entre las partes corporales, las identidades y los placeres sexuales que creen deberían asociarse con ellos. Los sentimientos de alienación producidos por esta disonancia entre partes corporales y significados de género a menudo se expresan con un tópico que pone en juego nociones dicotómicas mente y cuerpo: “la mente es mujer diciéndote que eso está mal. Así que debido a que tu mente te dice que está mal, tú asocias que aquello (sus genitales masculinos) no debería estar allí y que deberías tener algo diferente. Así que sí, te ves como si estuvieras en el cuerpo equivocado” (Gwen). El tópico “una mente femenina/masculina atrapada en un cuerpo de hombre/mujer” encapsula la noción médica de la identidad de género como algo que reside en el ‘núcleo’ interior de la persona, es decir, el género como una esencia ‘verdadera’ e inmutable que viene dada por la naturaleza, que reside ‘dentro’ del cerebro o la mente: “(mi) mente siempre ha sido hombre” (Mike, conversación personal) que corresponde a la noción de ‘identidad nuclear de género’ de Stoller. Al buscar la integridad subjetiva, las personas transexuales y transgénero exponen la dicotomía interior/exterior como un mecanismo

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discursivo: se describe el cuerpo como un “envoltorio” (Pamela) “externo” (María) “ajeno a mi psique interior” (Carol, énfasis añadido).

Al tratar de su deseo de cambiar de sexo los transexuales insisten en que es una cuestión de identidad no una búsqueda de placer ‘sexual’: “para mi, el aspecto sexual realmente no entra. De hecho es tu presentación pública, cómo te sientes contigo misma” (Carol). La operación de reasignación de género se percibe como la única solución posible: “durante muchos años he intentado encontrar un equilibrio de alguna forma en mi vida pero, de nuevo, no ha funcionado [...] La única cosa que me queda por hacer es hacer que mi parte física esté de acuerdo con el yo interior” (Brenda). La coherencia normativa cuerpo-género va ligada a la obediencia a una apariencia prescrita para cada género con el fin de evitar dudas en la atribución de los “genitales culturales”, es decir, las apariencias observables, como la ropa o la postura (Kessler y MacKenna 1978). El escrutinio público de la actuación de género se evalúa en relación a los estándares de identidad de cada cultura poniendo así de relieve sus categorías normativas y los efectos de su reiteración. Se perciben la existencia de dos cajas “la azul y la rosa” (Carol), por lo tanto: “no se puede vivir nunca es con la ambigüedad. Eso es algo que es intolerable. Sólo porque la sociedad no te lo permite ¿no?” (Gabriel). En efecto los entrevistados sentían que sólo podían pertenecer a una categoría: “si es una cuestión de escoger bandos, ¡entonces voy a escoger el bando de la mujer! ¡Quiero estar en ese bando!” (Brenda).7Estas declaraciones parecen corroborar las conclusiones de Ross et al. (1981) sobre la influencia de factores sociales, tales como la rigidez en relación a los roles sexuales, la igualdad sexual y el comportamiento homosexual, en el número de transexuales que se presentan como pacientes.

Trans-vestirse

Los entrevistados británicos citaban con regularidad episodios de transvestismo desde la niñez: “yo me he...

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