El trabajo como bien escaso.

AutorManuel Alonso Olea
CargoCatedrático de Derecho del Trabajo. Emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Académico de Número de las Reales Academias de Legislación y Jurisprudencia y de Ciencias Morales y Políticas.
Páginas17-31

El trabajo como bien escaso * MANUELALONSO OLEA ** C uando mi colega el Prof. Fernando Suárez me invitó a estar con ustedes y a pronunciar esta conferencia o en- tretener esta charla, pensé mucho cuál po- dría ser tema adecuado. El primero que se ofrece naturalmente en esta circunstancia a un jurista de oficio, es un tema jurídico; pero quizá nos ocurra a quie- nes dentro del oficio de juristas tenemos la concreta especialidad de tratar de enseñar Derecho que, llegados los meses de junio o ju- lio, al final de un largo curso académico, sen- timos la necesidad de disiparnos hacia otros temas que sirvan de alivio transitorio a los de explicación íntegra, lo que siempre ha sido mi caso, del programa de la asignatura. Tanto más sentimos esta necesidad si el pro- grama es uno de los de contenido ingente, casi monstruoso, característico de lo que como Dere- cho del Trabajo hay que explicar en un curso or- dinario en nuestras Facultades de Derecho de plan clásico, como lo es la mía, la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Ma- drid: Derecho individual del trabajo, relación directa entre trabajador y empresario, una de las más complejas del mundo jurídico actual; Derecho colectivo del trabajo, comprendiendo la exposición del sistema de organizaciones de empresarios y de trabajadores, y las de éstos in- ternas y externas a la empresa ---sindicatos y comisiones del personal--- y la contemplación laboral de ésta, de la empresa, así como sus re- laciones mutuas de composición a través de convenios colectivos, y de pugna a través de conflictos colectivos, desde la elección de repre- sentante de personal en empresas de menos de cincuenta trabajadores hasta los efectos sobre la relación de trabajo de la participación activa en una huelga ilegal; Derecho procesal del tra- bajo, con todo un sistema u orden jurisdiccional a su servicio, una ley procesal propia y una in- gente masa jurisprudencial de desarrollo. Y, si aun esto fuera poco, Derecho de la seguridad social en la que la imponente masa de recursos económicos que se destina a su sostenimiento, guarda correspondencia con la masa normativa imponente dedicada a su regulación. Decía, pues, que acabada la exposición de un programa con este abrumador contenido, con la exposición en la última lección de las prestaciones asistenciales del extinguido Fon- do Nacional de Asistencia Social, restan po- cos ánimos al expositor para volver sobre su exposición seleccionando alguno de los temas ya expuestos. Cabría, es claro, la profundiza- ción sobre alguno de ellos en concreto, pero esto es más bien propio de un seminario jurí- dico y por lo mismo es impropio del tipo de reunión que hoy me trae ante ustedes. Así es que, dejando a un lado lo que estricta- mente me otorga mi calificación profesional, lo 17 * Dedicado monográficamente el presente número de la Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales al tema de «Derecho y Empleo», ningún estudio podría introducir en tal materia con mayor autoridad que este clásico ensayo del Maestro Alonso Olea, que constituye el texto íntegro de la conferencia que pronunció el día 15 de julio de 1982 en el Círculo de Empresarios. ** Catedrático de Derecho del Trabajo. Emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Académico de Número de las Reales Academias de Legislación y Juris- prudencia y de Ciencias Morales y Políticas. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 que puedo y debo saber hacer por razón de mi oficio, como dijera Suárez ---otro Suárez aho- ra, Francisco---, he optado por reflexionar ante ustedes y con ustedes sobre uno de los grandes temas sociales de nuestra era, lo que en el fondo es también, si bien se mira, un tema jurídico, habida cuenta de que lo jurídico es una vertien- te integrante de la realidad social, de «lo que pasa en la calle», como en boca del profesor de retórica pusiera Antonio Machado, el tipo de conductas allende las de simple moral y las de urbanidad simple que la sociedad reputa como necesarias y que por ello exige, como dice el maestro Guasp. Quizás ello, dicho sea de paso, si no siempre justifica, al menos sirve para expli- car la ubicuidad del jurista o del abogado do- quiera se plantean problemas sociales. Supongo que esta introducción larga por demás es suficiente, probablemente es inclu- so excesiva, para que me tengan ustedes aho- ra aquí hablando sobre el tema de El trabajo como bien escaso; como es ya tiempo de inten- tar penetrar en él. En nuestra experiencia histórica, en la de ustedes y en la mía, hasta quizá hace apenas unos años, experiencia además que hemos compartido con las generaciones que nos han precedido desde hace siglo y medio o dos si- glos, en España y en general en el Occidente europeo, en el tiempo histórico, si son menes- ter fechas y episodios concretos, transcurrido desde que se instalaran las primeras máqui- nas eficientes de vapor patentadas por Watt para mover husos y telares, desde, por decirlo de una vez, la explosión histórica de la Revo- lución industrial, desde entonces, hasta épo- ca recientisima, cuando hemos hablado de los tiempos de trabajo siempre lo hemos hecho con el subconsciente puesto en la necesidad de su reducción. La cuestión de la jornada de trabajo, con apellidos cualesquiera ---«normal»---, «má- xima», «legal»--- ha sido una forma sincopada de expresar la conveniencia o necesidad de la reducción de los tiempos de trabajo. La idea matriz era la de que se trabajaba demasiado; la de que se forzaba al hombre a estar ocupado, en lo que Aristóteles hubiera llamado el «negocio», demasiadas horas; la de que ---dejando a un lado la carga ideológica o politica, razonable o demagógica, de su for- mulación--- la duración del trabajo oprimía y quitaba tiempo necesario para la cultura y el esparcimiento del trabajador, cuando no, al invadir el tiempo de descanso, aliada como lo estaba la invasión con condiciones insalubres e inseguras de trabajo, acortaba o arriesgaba su vida misma. Si dirigimos ahora, en los días en que nos encontramos, y no mucho antes, insisto, la mirada hacia estos mismos problemas, en primer lugar constataremos su similitud su- perficial externa: se sigue hablando de que las horas de trabajo anuales, semanales o diarias, deben ser reducidas progresivamente, dismi- nuyendo las jornadas diarias, aumentando la- longitud de los fines de semana o ampliando los períodos de vacaciones. Pero una contemplación que, por lo demás, no necesita ser profunda en exceso, pero sí que penetre algo bajo la superficie, revela un giro radical en las motivaciones de fondo, por expresarme de algún modo, de la insistencia sobre la reducción de los tiempos de trabajo. Probablemente ya no se piensa que, en ge- neral, cada uno ---sobre todo si trabaja por cuenta ajena y no lo hace precisamente en trabajos directivos o puramente intelectua- les, puesto que en éstos los tiempos de trabajo siguen creciendo, aparte de que en ellos y lo mismo en el trabajo por cuenta propia, no hay fronteras tan claras entre tiempo de trabajo y tiempo de esparcimiento, entre ocio y nego- cio--- ya no se piensa, digo, que cada uno, con las salvedades hechas, trabaje excesivamen- te, menos aún que lo haga durante tiempos abrumadores, no viéndose entonces que en virtud de esta causa antigua, operante a lo largo del período a que me he referido, haya una necesidad social estricta de nuevas re- ducciones; lo que por otro lado debiera ser ob- vio al contemplar cómo las jornadas máximas se han reducido, digamos en lo que va de si- 18 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 glo, las doce o diez diarias, seis días a la se- mana, esto es, setenta o setenta y dos duran- te ésta, a las cuarenta o cuarenta y dos semanales actuales ---y ya aprovecho para decir que la semana ha sustituido al día en la fijación de las jornadas legales y normales--- que pueden darse hoy como medias; por no hablar del aumento de las vacaciones (simbó- licamente desde los siete días del artículo 35 de la Ley de Contrato de Trabajo de 1944 a los 23 días del Estatuto de los Trabajadores de 1980), o de las reducciones ulteriores de unas y ampliaciones de las otras a través de las normas sectoriales de las ordenanzas la- borales y de los convenios colectivos. Formulémonos, pues, la pregunta que lo hasta aquí tan brevemente expuesto exige: ¿por qué, situado ya en límites reconocida- mente razonables, se sigue pidiendo, y aun con insistencia acrecentada, la reducción del tiempo de trabajo? Anticipando ideas, la respuesta hay que trasladarla desde cada persona o trabajador aislado, a la colectividad de personas o traba- jadores y hacerla en contemplación del hecho de que unos tienen trabajo al que dedicar su tiempo y otros carecen de él. Dicho escueta- mente y con claridad, sin perjuicio de lo que seguiré exponiendo, creo que no se trata de que cada uno deba tener menos trabajo y de que por consiguiente todos trabajen menos, sino de que unos trabajen menos para que el trabajo que así liberan pueda ser apropiado por otros; dicho de otra forma, de lo que se trata no es tanto de operar sobre el tiempo to- tal de trabajo disminuyéndolo, como de man- tener, y aun de aumentar, el tiempo total distribuyéndolo. La constatación de que efectivamente éste es el enfoque actual sería de gran sencillez ante la abundancia de testimonios; no voy a hacerla aquí, entre otras cosas por no ser mo- roso en exceso, aparte de por tenerla hecha en otros lugares. En lo que sí quisiera dete- nerme es en la naturaleza y en el carácter de los hechos que se constatan y en los proble- mas duros y esenciales que de ellos derivan. Resumidos en su formulación, estos pro- blemas se reducen al que presta su rúbrica a estas palabras que estoy pronunciando: El trabajo y su escasez, o El trabajo como bien económico escaso, quedando así justificado el título de esta conferencia. En efecto, la crisis económica actual, la si- tuación crítica por la que atraviesan las rela- ciones sociales industriales y económicas de los países desarrollados, entre otras cosas, es una crisis de escasez o falta de trabajo en re- lación con las personas dispuestas a trabajar y con el sistema de necesidades que satisface el aparato productivo actual al que pretenden incorporarse. La mutación desde un trabajo cuya reduc- ción se pedía por su carácter abrumador y ex- cesivo, a un trabajo reducido y soportable, pero del cual sigue aún pidiéndose su reduc- ción, ahora por la necesidad o el deseo de su reparto, ha sido relativamente súbita, porque no ha sido claramente aparente la evolución origen de la mutante, supuesto que estos si- miles biológicos sean utilizables en este con- texto. Suponiendo que lo sean, o que se me per- mita su uso metafórico, varios factores u ór- denes genéticos han convergido en el tiempo para producir la mutante, son a saber: En primer lugar, la aparición y desarrollo de tipos de tecnología caracterizados por el número de personas comparativamente redu- cido para su aplicación y manejo prácticos. Respecto de la gran Revolución industrial, ya se percataron sus testigos de que uno de sus caracteres esenciales era el de que «una sola máquina efectuaba el trabajo de miles de hombres», como dijera Owen. Pero también se percataron los contemporáneos de la evo- lución sucesiva del sistema industrial abierta a finales del XVIII y principios del XIX, de que a plazo medio y largo las máquinas gene- 19 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 raban más empleos que extinguían, al ali- mentar producciones y consumos crecientes e inconcebibles en el premaquinismo. En el ejemplo típico ---por la violencia de las reac- ciones contra su implantación, en toda Euro- pa, desde Manchester a Barcelona; típico también porque fue la industria punta de la Revolución industrial--- en el ejemplo típico, digo, representado por la industria textil, pa- rece hoy de evidencia absoluta que la indus- tria textil mecanizada generó a la larga muchos más empleos que los que hubiera po- dido generar, si esto hubiera sido siquiera pensable, una prolongación en el tiempo de la industria textil manual; porque aquella per- mitió lo que al alcance de ésta no estaba, a sa- ber, la generalización del, llamémoslo vestir bien o adecuadamente, vestir a poblaciones desnudas o mal vestidas, lo que exigió pro- ducciones ingentes y dedicación de personal a las mismas que compensó, por decirlo de al- gún modo, su reducción por aumento de pro- ductividad. Pero respecto de la tecnología moderna, simbolizada por el computador y sus deriva- dos, nadie está seguro de que, tras la reduc- ción inmediata drástica de las necesidades de mano de obra, vaya a la larga a generarse una ampliación de éstas. Los indicios, y las opiniones autorizadas, más bien son los con- trarios, o mantienen el parecer contrario. El primer factor en consecuencia es éste: se produce cada vez más con menos personas; y las cosas estando como están, rebus sic stantibus, si me permiten ustedes el uso aquí de esta expresión jurídica tan útil, no se ve que esta tendencia vaya a invertirse. En segundo término, y quizás este elemento sea el decisivo, una satisfacción generalizada en los países industrializados del sistema de necesidades que los hombres hemos inventa- do hasta ahora. Hasta tal punto es esto cierto, que en más de una ocasión se dice que es inútil, o hay que meditar mucho, el que se proporcionen estí- mulos a la inversión, ante la presencia de cuantiosas inversiones ya hechas, ociosas por falta de posibilidad de colocación de lo que producirían si operaran a rendimiento nor- mal o pleno. La impresión que en el profano, en general, causa la economía de Occidente es que ésta no se invierta poco, sino de que hay una gran incertidumbre sobre en qué invertir. Cuando menos, lo que el común de las gen- tes ---a cuyo número pertenezco--- ve, son mercados sobresaturados, especialmente los de bienes cuya vida uti1 y normal para sus consumidores o usuarios se prolonga durante varios años, cuando aquéllos no se dejan lle- var por la irracionalidad del cambio continuo de su equipamiento personal y doméstico por productos sustancialmente iguales, salvo me- joras técnicas minúsculas, a los que desecha. Saltar del transporte a pie o en caballería al transporte en ferrocarril o en automóvil y aun, si se quiere, de éstos al transporte en avión, implica la aparición de una necesidad nueva de medios de transporte a satisfacer y, consiguientemente, digamos, para el indivi- duo la necesidad de proveerse, por ejemplo, de un automóvil, o para la nación de una flota aérea; cambiar de automóvil o de aviones con periodicidad distinta y más rápida de la vida normal del uno u otros, no es satisfacer nin- guna nueva necesidad, sino atender a un ca- pricho individual o social, o acomodarse a una norma emocional, que no racional, de emulación de los consumos del vecino, sea éste el de la casa de al lado, sea el de la na- ción de al lado. No sé si los ejemplos anteriores son sufi- cientemente significativos respecto de la idea general que quiero expresar, que es ésta: la Revolución industrial inventó un nuevo siste- ma de necesidades y por eso fue una evolu- ción radical; como milenios antes el Neolítico había inventado a su vez otro sistema de nece- sidades, y por eso fue también una verdadera revolución, de ahí la comparación insistente entre ambas por los historiadores de las civi- lizaciones y las culturas, y aun la afirmación temática de que aquéllas han sido las dos ver- 20 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 daderas y únicas grandes revoluciones de los modos materiales de vivir del hombre en nuestro planeta. Inventado el sistema de necesidades, transcurren decenios o siglos para su satis- facción, períodos de desarrollo económico y actividad productiva intensos; seguidos de períodos mucho más dilatados, habrá que de- cir por desgracia, de necesidades satisfechas y de estancamiento hasta la invención de un sistema de necesidades nuevo. La tesis es, pues, que el sistema de necesi- dades inventado por la Revolución industrial ha quedado ya satisfecho, y que los perfeccio- namientos técnicos sucesivos menores no satis- facen nada nuevo o satisfacen poco, suscitan la glotonería y tras ésta el hastío; como suscita- ron una y otro, aunque de otro tipo, el estan- camiento y la satisfacción de las necesidades pre-industriales. Se me dirá inmediatamente que no es cier- to que todas las necesidades actuales estén satisfechas en todas las regiones del mundo, lo que por supuesto es verdad. Volveré sobre esto. No voy a volver, en cambio, sobre una obje- ción posible a este segundo factor, que quizá podría formularse diciendo que todo esto no ha podido ocurrir de un día para otro, o que la historia próxima o muy próxima ---las dos dé- cadas comprendidas entre 1950 y 1970, por ejemplo--- muestra períodos de desarrollo in- tenso, o de satisfacción intensa de necesida- des insatisfechas, y que esta situación no se compagina con el esquema que estoy descri- biendo. La respuesta a la objeción es que ta- les necesidades no eran nuevas y que la necesidad del desarrollo aparente para su sa- tisfacción, surgió de las destrucciones masi- vas del aparato productivo consecuencia de la guerra, como inmediatamente antes el equi- pamiento para ésta había reactivado ficticia- mente la actividad económica. La objeción se destruye así sin más que re- flexionar sobre la irracionalidad de los com- portamientos que tiene como premisa. Ver la solución en la guerra en las postrimerías del siglo XX y, por tanto, en la necesidad primero de construir, para destruir después y para des- pués reconstruir lo destruido ---aun dejando a un lado los tipos terroríficos de destrucción hoy posibles, con lo que la solución carece incluso de realismo--- o razonar históricamente que las epidemias de peste en el siglo XIV, y las más suaves sucesivas, solventaron durante largo tiempo los problemas demográficos europeos, pensar de este modo, digo, es creer que la so- lución pasa por la catástrofe previa; si la gue- rra y la peste al fin han de solventar todo, según la frase implacable de Tomas Hobbes, ¿para qué pensar y por qué afanarse? Sólo que la razón humana pide soluciones racionales; del mismo tipo de las que Tomas Hóbbes quiso buscar, dicho sea de paso; y és- tas piden la paz con la que, dijo el padre Ma- riana, significamos todos los bienes, como con la guerra significamos todos los males. En tercer y último lugar ---y más bien por no hacer inacabable esta lista de causas, pues alguna otra podría traerse a colación--- ese oscuro motor de la historia que es la demo- grafía sigue actuando, ahora como siempre, y en los países desarrollados industrialmente haciéndolo ahora de forma especial, distinta desde luego al incremento numérico de la po- blación. La Revolución industrial llegó en su día a la biología, a la farmacología y a la medici- na, generando tanto descensos perpendicula- res de la mortalidad infantil como aumentos asimismo espectaculares en la duración pro- media de la vida humana, con lo que la pobla- ción envejecida y anciana, con posibilidades decrecientes de ocupación a medida que crece el envejecimiento, es un porcentaje cada vez mayor. Passim, éste es el problema esencial ac- tual de la seguridad social, aquí traducido como incremento espectacular y continuado del costo de las pensiones de vejez ---cada vez 21 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 más ancianos por más tiempo--- combinado en la generación que nos ha tocado vivir con una disminución importante de la población activa ocupada, escaseando así los recursos para el mantenimiento de la ancianidad inac- tiva, recursos que han de dedicarse también, en medida importante, a atender los costos de sostenimiento, a nivel de subsistencia cuando menos, de los activos parados forzo- sos. Pero de estos temas me he ocupado en otros lugares y no quisiera insistir sobre ellos aquí, ni insistiré, pues. Si el efecto de reducción de las posibilida- des de trabajo por el avance tecnológico, fac- tor primero, es patente y claro; si el de la satisfacción de las necesidades y consiguiente saturación de los mercados, factor segundo, deviene igualmente obvio en cuanto se dirija sobre el problema una mirada que penetre un poco bajo su superficie, y evidente es también su efecto primario concurrente de reducción por esta vía de las oportunidades de empleo, esto es, de escasez de trabajo disponible; y si el problema se agudiza o el adicional de las capas marginales de población, señalada- mente de los ancianos, personas en la tercera edad, como hoy se dice, factor tercero, se per- cibe en toda su gravedad el problema que, reiterándolo, sirve de título a esta conferen- cia, El trabajo como bien escaso. Expuesta como ha quedado la situación crítica en cuanto al empleo, tal y como acerta- da o erróneamente la percibe quien os habla, no se puede hurtar el riesgo, por enorme que sea éste, que lo es, de mirar hacia adelante para tratar de ver o entrever las soluciones posibles, o imaginables al menos, y discurrir sobre ellas. Es claro que no estoy en posesión del atre- vimiento, menos aún de las luces, necesario para pensar cuál pueda ser un futuro sistema de necesidades del hombre que desencadene un nuevo y potente desarrollo económico y so- cial. El pensamiento utópico es siempre peli- groso, pero si carece además de bases lógicas sobre las que discurrir, deja incluso de ser utopía para convertirse en incoherencia. Pensar en un mundo ilógico es incoherente, y carecemos incluso de estructuras mentales adecuadas para ello, como señaló Sartre; qui- zá no se trate exactamente de esto, pero sí de que desde mi plano modesto soy incapaz de asomarme a un mundo lógico de necesidades enteramente nuevas. Me limitaré, por lo tanto, en este respecto a una reflexión baladí, a fuerza de ser obvia: si los hombres han pisado la Luna, e ingenios por ellos construidos se han posado en Venus y Marte, e ingenios por ellos lanzados nos han transmitido fotografías de Júpiter y Sa- turno, parece indudable que esto anuncia una nueva era en la vida del hombre y con ella un sistema nuevo de necesidades para nuevos modos de vivir. Sangra por ello el co- razón cuando se oye de decisiones de recorta- miento de programas espaciales, mucho más cuando se sospecha que parte de ellos se dedi- can a investigaciones prebélicas, para iniciar una vez más el proceso de inversiones para la destrucción, con la duda de si esta vez la re- construcción será posible. Pero nada más diré a este respecto, con todo y con ser el respecto éste el verdadera- mente esencial. Posiblemente sea éste el lugar más apro- piado para retomar el tema sobre el que dije hace un rato, que iba a volver, esto es, el de la insatisfacción actual en amplias regiones del mundo del sistema también actual de necesi- dades. Que los índices de desarrollo son distintos en las distintas zonas del globo es hecho noto- rio y, por tanto, no necesitado de prueba; que la tecnología actual está en condiciones de elevar las regiones subdesarrolladas al grado medio de desarrollo de las industrializadas es hecho tan notorio como el anterior; que existen en éstas recursos ociosos, el trabajo humano incluido entre ellos, de dedicación posible a esta fina- lidad, parece también evidente, como lo es en consecuencia que las producciones dirigidas 22 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 hacia las regiones subdesarrolladas encon- trarían en éstas un ámbito muy amplio de po- sibilidades no agotadas de uso y consumo. Imagino que las dificultades para caminar en este sentido, esto es, para internacionali- zar o globalizar el sistema productivo, son bá- sicamente las dos siguientes: En primer lugar, que el tirón inicial hacia este tipo de satisfacción universal del actual sistema de necesidades puede producir esca- seces ---de todo menos de trabajo, parece, di- cho sea de paso--- en los países desarrollados suministradores, ante la falta de medios de pago o de intercambio de los en vías de desa- rrollo suministrados. Se me ocurre que hay que considerar que esta situación sería tran- sitoria, y que como tal debe ser aceptada, aparte de que pueda haber problemas en la depreciación intencionada de los bienes que los países subdesarrollados puedan ofrecer para el trueque. La depreciación histórica de los combustibles líquidos, de la que sólo se ha tomado conciencia con su apreciación súbita y coactivamente impuesta por los producto- res, es ejemplo bien significativo; como lo es que el ataque a la multinacional como instru- mento técnico de facilitación de intercambios, cuando no está condicionado ideológicamen- te, o de otra forma más cruda, sólo es reflejo de una actitud anacrónica y arcaizante, ca- rente de comprensión de los problemas actua- les. En segundo término, la inseguridad en cuanto al pago, no hablemos en cuanto al ren- dimiento de lo invertido, si de inversión se trata, en país que sin estructuras administra- tivas firmes de autocontrol no se controla po- líticamente. Y, probablemente y sobre todo, el riesgo de que la intranquilidad característica de muchos de estos países desemboque en la guerra abierta. La paz universal y perpetua que Kant quería y predicaba, o una razonable aproximación a ella, es así condición indis- pensable para la internacionalización gene- ral de los intercambios en la forma en que tan brevemente ha quedado expuesta. Que de nuevo este ingrediente para la so- lución sea utópico, más utópico aún que el re- lativo al nuevo sistema de necesidades, se admite sin más. No es, sin embargo, incohe- rente, está dentro de la capacidad humana el conseguirla y, desde luego, está dentro de la ca- pacidad humana el no montar los intercambios con los países en vías de desarrollo en parte im- portante sobre bienes no de producción sino de destrucción para la reconstrucción penosa des- pués, si acaso, de lo destruido; pero de esto ya se ha hablado en términos generales. No pasa de ser una constatación la de que, en los países desarrollados, una parte cada vez más cuantiosa de las demandas tiene por objeto aquellos tipos de bienes no tangibles y muy difícilmente cuantificables a los que lla- mamos servicios. «Más de la mitad de la de- manda privada ---se ha dicho--- se dirigirá [en la década comprendida entre 1981 y 1990] ha- cia el sector terciario», ofreciéndosenos en consecuencia como una de las imágenes gene- rales del futuro económico y social la de «una sociedad postindustrial orientada» hacia los servicios. Por otro lado, lo formidable del rendimien- to de las actividades de producción de bienes, creciente sin descanso con la aplicación de nuevas tecnologías, y su tendencia paralela a reducir constantemente los períodos de trabajo, como se ha razonado ya abundantemente, a la vez pide y genera una demanda creciente de bienes y, sobre todo, de servicios, de entrete- nimiento y esparcimiento en los países indus- trializados, donde estos fenómenos se dan. A menor tiempo de trabajo mayor tiempo de ocio, y necesidad creciente de dedicar éste a alguna forma de actividad para el común de las gentes para las que la actitud meramente contemplativa ---entre otras cosas porque ésta exige dotes especiales y preparación pre- via--- es muy difícil de asumir, durante largas horas al menos. Puede que las manos invisibles de las que como rectoras del acontecer económico habla- ba Adam Smith, estén ya operando sobre es- 23 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 tos presupuestos, encaminando las inversio- nes hacia los servicios en general y, dentro de ellos, hacia los de ocupación del tiempo cre- ciente de ocio en particular. De donde se saca que no se puede contemplar con una sonrisa indulgente, menos aún con actitud de menos- precio, el destino de recursos hacia este tipo de acitividades que, por lo demás, son fuentes generadoras de importancia suma de traba- jos y, por consiguiente, de creación de puestos para su satisfacción. Decenas de millones de personas movién- dose en vacaciones ---o durante los fines de semana; o durante los «puentes» ocasionales que acompañan y amplían éstos--- fuera de sus hogares y demandando servicios distintos de los habituales y en contextos también dis- tintos de los habituales, exteriorizan necesi- dades cuya satisfacción se pide cada vez con más amplitud, que es preciso satisfacer, y que bueno es satisfacer aunque sólo fuera por la creación de los puestos de trabajo nuevos que su satisfacción exige. Por no hablar de ocasio- nes universales de festividad o diversión ma- sivas, de las que el «Mundial 82» es ejemplo excelente y próximo para nosotros ---y para muchos otros, si son aproximadamente cier- tas, y no hay motivo para creer que no lo sean, las horas de escucha y visión del públi- co que se nos ofrecen--- multirrepetido en otros tiempos y lugares. Si se quiere levantar el punto de mira y evi- tar toda tentación de condescendencia ---un gravísimo pecado éste, en Economía como en todo ámbito de relaciones sociales---, piénsese en las necesidades crecientes de bienes y ser- vicios culturales que piden personas cada vez con más tiempo libre; y que si no se satisfacen de este modo, ya se encargará la criminalidad organizada de fomentar modos patológicos de satisfacción, desde el juego ilícito a la droga; quizás incluso, por algún defecto básico de comprensión, del que la permisividad social es fruto, estén ya consumiendo estos servicios asociales o claramente antisociales recursos económicos ingentes. Las manos aquí están sucias y son bien visibles. Es cierto que los servicios han sido siem- pre el refugio característico del subempleo o paro larvado, ocupando a más personas de las necesarias. Pero la producción de servicios puede ser racionalizada también, como lo es la producción de bienes y, en definitiva, conclu- yendo con ello esta parte, que se recomienden las inversiones encaminadas hacia los servicios no equivale sino a poner de manifiesto la auto- rrecomendación que, a sí propias, se vienen ha- ciendo las economías nacionales industriales avanzadas desde hace ya bastantes años. En Europa, en concreto, desde que concluyó el período postbélico de reconstrucción. Decía hace un momento que con lo ante- rior concluía esta parte, llamémosla general, de la exposición; me corrijo a mi mismo inme- diatamente para hacer algunas consideracio- nes adicionales. La primera sería que la distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, tan clara en determinados supuestos ---típicamente en los del trabajador manual que trabaja por cuenta ajena, bajo un contrato de trabajo, fuera de su domicilio, en un tajo o en un ta- ller--- deja de serlo en otros, y en alguno de ellos se difumina casi por completo hasta el punto de no poderse decir con exactitud ante actividad dada si ésta implica la prestación de un trabajo productivo o el entretenimiento del ocio. No tengo ninguna certeza sobre cuál sea su propia reflexión acerca de la naturale- za del tiempo que tan benévolamente están invirtiendo ustedes ahora y aquí en escuchar- me; dudo mucho que piensen ni sientan que se están divirtiendo, pero tampoco me es fácil creer que ustedes crean que están ahora tra- bajando, en el sentido usual de la expresión. Mi caso, por dar las dos vertientes de nuestra circunstancia común, sería la del profesor de humanidades o ciencias sociales, que ha de leer como parte de su trabajo y que además descansa y se entretiene leyendo o cree que lo hace. Si se llega a la conclusión de que el ocio exige un tipo de actividad completamente distinto 24 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 del normal de trabajo y en ambiente por com- pleto distinto del normal, podría resultar que, paradójicamente, el tiempo de ocio de las profesiones no manuales no sólo no ha au- mentado, sino que ha tendido a disminuir; ta- les son las exigencias actuales de formación y conocimiento generales y especializadas, en continuo cambio, que se exigen del trabajador intelectual. Si el trabajador intelectual es, además de ello, un directivo u ocupa cargo de esta natu- raleza, lo borroso de la distinción entre su trabajo y su ocio aumenta, por lo mismo que la preocupación por la dirección es perma- nente en el directivo como permanente y con- tinuada es la reflexión sobre sus tareas y sus problemas. Sin necesidad de ser heredero de una ética de trabajo sin reposo ni descanso, son las compulsiones propias de su puesto las que le llevan a la que en términos académicos se calificaría de dedicación plena y exclusiva. Alguien, en todo caso, ha de tener la aptitud y a alguien ha de corresponder en una socie- dad la tarea de la producción sin cesar de bie- nes y de servicios, de los que la subsistencia de la propia sociedad depende; lo que, passim justifica sus recompensas sociales. La segunda consistiría en decir que existen formas sumamente satisfactorias de inversión del ocio por parte de quien puede disfrutar de él; las actividades ociosas expanden la persona- lidad, pueden más y más humanizar al hombre y, por consiguiente, la desviación de recursos hacia su satisfacción cumple con la finalidad general de alcanzar grados determinados de bienestar que, en fin de cuentas, es uno de los objetivos que deben proponerse los hombres vi- viendo en sociedad. La última parte de esta exposición va a de- dicarse a temas en parte más concretos, en parte más próximos a la realidad de cada día, todos ellos relacionados con medidas que, ais- ladas o combinadas, pueden adoptarse, y, en medida varia, están siendo adoptadas en nuestro país y fuera de él, para afrontar la si- tuación crítica actual de escasez de puestos de trabajo. Es un poco el «haremos... lo que se- pamos» con que el Gobernador de Toledo mani- festó su perplejidad cuando se le pidió que practicara la insólita diligencia de prueba que narra el inmortal romance de José Zorrilla. Son, quizá, los que se van a exponer, los peque- ños, más bien los parciales remedios, al lado de los grandes o más bien generales. Sobre el primero que viene a la mente, el de ulteriores reducciones de la jornada de trabajo, no quiero insistir especialmente, por cuanto de hecho se están produciendo. No ya la historia legislativa general de la jornada máxima a la que ya me referí lo demuestra así, sino también la reducción paulatina del número anual normal de horas de trabajo efectivo que puede apreciarse estudiando las normas sectoriales, señaladamente los conve- nios colectivos, del último decenio, por no re- montarnos más lejos. Este es el lugar, por cierto, para señalar cómo la expresión jornada ha desnaturaliza- do su etimología a través de su uso. Jornada no tanto alude ya, o no sólo alude ya, al número de horas que se trabajan o al trabajo prestado durante un día, que es lo que originariamente quiso significar, como al de las horas que se tra- bajan durante la semana ---ésta es la unidad de tiempo hoy más relevante para conjugar traba- jo y descanso--- y aun al de las que se trabajan durante el año. Lo que tiene su importancia porque permite una flexibilización y acomodo mucho mavor de los tiempos de trabajo que la que consentía el sistema más antiguo de fija- ción rígido de una jornada diaria. De hecho, en general, hoy nueve horas diarias, y aún más en determinadas actividades, están den- tro de la «jornada» ordinaria o normal, siem- pre que no se excedan los límites semanales o anuales, lo que permite tipos de distribución de tiempos antes impensables o muy difíciles al confeccionar los calendarios (que además de calendarios suelen ser horarios, dicho sea de paso) anuales las empresas. Pero, decía, esta reducción del tiempo de trabajo se está produciendo, y a bastante ve- 25 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 locidad, a través de las normas sectoriales; una reducción general imperativa, sin tener en cuenta o tratando de uniformar éstas, se- ría hoy perturbadora y probablemente inne- cesaria. Puede, en cambio, pensarse en un aumento general del tiempo de vacaciones anual, si éste no implica el cierre de la planta o establecimiento durante la vacación, por- que ello permite la apertura de puestos tem- porales de trabajo para suplir a los que se hallan en turno de vacaciones mientras éstas duran, fórmula de trabajo temporal muy aceptable para paliar algunas vertientes del desempleo juvenil, sobre el que deben concen- trarse los esfuerzos; repárese que en España los jóvenes ----entre dieciséis y veinticuatro años--- son más de la mitad de los parados (el 57,5 por 100 exactamente en 1979); más de la cuarta parte de los jóvenes está parada (el 25,2 por 100 exactamente en 1979). La reducción de los tiempos de trabajo, si ha de cumplir con la finalidad que ahora se propone para ella de generar nuevos puestos, frente a la tradicional de evitar el agotamien- to del trabajador, no debe tener como conse- cuencia ----como no debe tenerla el aumento de las vacaciones, según se dijo, pero aquí en grado mucho mayor aún--- la inactividad del establecimiento o planta sino, por el contra- rio, su funcionamiento continuado, lo que im- plica la utilización cada vez más intensa del sistema de turnos de trabajo. Imagino que seguirá siendo verdad la fra- se que oí hace ya mucho tiempo de que no hay máquina ni instalación, ni en general inver- sión, que resulte cara si se la puede hacer funcionar días tras día las veinticuatro horas del día hasta su completo desgaste o amorti- zación. Los turnos de trabajo son, mirando el pro- blema desde el personal, el sistema más ade- cuado para cumplir con esta finalidad. No el sistema de doble turno conocido de antiguo, ni aun el de tres existente en algunas fábri- cas. Se puede pensar en un cuarto turno de trabajo, acomodando los horarios diarios y ju- gando con la elasticidad que consienten las jornadas semanales y anuales, a diferencia de las diarias, y la posibilidad de traslado de unos a otros días de los domingos y feria- dos. Es claro que dar entrada a un tercero o cuarto turno, implica la admisión de personal nuevo y adicional y puede, por ello, tropezar con las reticencias generales acerca de la am- pliación de plantillas, que se agudizan en épocas de crisis. Para, en parte, contrarres- tarlas, no parece que haya otro sistema sino el de la flexibilizacion del empleo y de la du- ración de los contratos de trabajo, combinado con un sistema adecuado de prestaciones de paro forzoso. Los que nos ocupamos de estos temas des- de su perspectiva jurídica, venimos señalan- do desde hace tiempo la presencia, junto a normas «estructurales» centradas sobre la es- tabilidad y permanencia en el puesto de tra- bajo que se tiene, de normas «coyunturales» centradas sobre la facilitación de la adquisi- ción del puesto de trabajo que no se tiene. Hoy parece finalidad social dominante y, so- bre todo, más urgente, en vista de lo que tan sumariamente se ha dejado dicho, crear nue- vas posibilidades de trabajo que mantener in- definidamente los trabajos que se tienen; de ahí que la coyuntura tienda a convertirse en estructura. Influye decisivamente sobre ello la concentración del paro sobre los que por prime- ra vez pretenden obtener un empleo, señalada- mente sobre los jóvenes; por dar alguna referencia reciente: «el estado persistente de depresión económica en que vivimos tanto en los países industrializados como en los en de- sarrollo, tiene efectos cada vez más negativos para la situación de millones de jóvenes que se encuentran indefensos, sin empleo, sin in- gresos, sin protección social...»; «el desempleo es el más crítico de los problemas sociales y económicos de la juventud»; «las dificultades de empleo de los jóvenes continúan agravándose en todo el mundo ...[inscritas]... por doquier en un contexto económico generalmente depri- mido» (Memoria del Director General a la 68ª 26 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 Conferencia Internacional de Trabajo, Gine- bra, junio, 1982, págs. 2, 7 y 43). Pero todas estas cuestiones habrían de ser el tema de otra charla o conferencia, no de ésta que ya va resultando larga en exceso. Me limito pues, con la breve referencia sistemáti- ca que queda hecha, a dejar apuntada una cuestión que podria formularse así: en épocas de trabajo escaso, como las actuales lo son, la coexistencia de cuadros fijos con cuadros mó- viles o eventuales de personal y la ampliación para éstos de las posibilidades de trabajo temporal o por tiempo no indefinido, parecen necesarias; desgraciadamente necesarias, si se quiere hablar así, o mal menor frente al mayor actual de que los puestos de trabajo no se creen. Quizá por ello, en una norma bien reciente, de apenas hace unos días, la contra- tación temporal se concibe y regula como me- dida de fomento del empleo. Lo que ocurre es que, aislar este tipo con- creto de reflexión o esta clase específica de decisiones presentándolas como soluciones únicas, constituye el profundo error implícito en una visión parcial de un problema general; uno y otras deben colocarse en el contexto amplio que ha querido presidir mi exposición hasta ahora, y coordinarse con reflexión y de- cisiones de otro tipo, a su vez también parcia- les, en las que a partir de ahora entro. Modalidad especial de la reducción del tiempo de trabajo es la prohibición o limita- ción del trabajo en horas extraordinarias, tema al que, no obstante ser conocido y discu- tido de antiguo, hay también que aproximar- se con las precauciones propias de toda reflexión sobre cuestiones sociales. Por lo pronto habría que dejar a un lado y fuera de consideración las horas verdadera- mente extraordinarias, por expresarme de al- gún modo; esto es, las que el Estatuto de los Trabajadores ---siguiendo por lo demás una larga tradición legislativa--- prevé, «para pre- venir o reparar siniestros u otros daños ex- traordinarios y urgentes»; a las que cabría añadir las que respondan a un aumento mo- mentáneo y ocasional de trabajo o a una ur- gencia verdaderamente imprevista de éste. Su necesidad es tan evidente que no merece la pena que sea discutida. Y, de otro lado, habría que comenzar di- ciendo también que con seguridad las horas extraordinarias no se reducen recargando los salarios por el trabajo realizado durante las mismas. Es más, puede darse hoy como gene- ralizado el parecer de que el mayor salario que normalmente se obtiene por las horas ex- traordinarias ---compensación, por lo demás, del mayor esfuerzo que en ellas se invierte--- incentivan éstas, en el sentido de que genera presiones fortísimas por parte de los trabaja- dores para su establecimiento, especialmente allí donde los salarios son bajos o están ero- sionados por la inflación; aunque la mera apetencia de los bienes que el mercado ofrece por sí sola es ya causa de incentivación. En cuanto a lo primero, lo que procedería en consecuencia sería limitar las horas ex- traordinarias a las que, contempladas desde el trabajo que durante ellas se ejecuta, efecti- vamente lo fueran, eliminando por consi- guiente aquellas horas extraordinarias que de tales tienen sólo el nombre, en el sentido de que corresponden bien a actividad ordina- ria habitual, bien a actividad anormal aun- que fácilmente previsible y de hecho prevista, la estacional por ejemplo. Las prácticas ex- tendidas tácitamente, y en más de un conve- nio colectivo explícitamente, muestran la presencia de las paradójicamente llamadas «horas extraordinarias habituales», que en lo único que consisten en realidad es en un alar- gamiento con mayor salario de las jornadas normales, alargamiento no debido a trabajo anormal o extraordinario. En cuanto a lo segundo, esto es, en cuanto a la forma de limitar las horas extraordina- rias, como quiera que una prohibición drásti- ca ---aparte de suscitar hondos y complejos problemas jurídicos de muy alto nivel y de di- fícil solución--- sería probablemente contra- 27 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 producente, dejarla de tener en cuenta los ca- sos en que las horas extras son verdaderamen- te necesarias y forzaría, quizás, a un sistema pesado y poco práctico de inspección; en vista de todo esto, digo, la vía por la que ya se va avanzando es la de encarecerlas, pero no a tra- vés de aumentos salariales, sino de cargas adi- cionales, fiscales o de seguridad social, que se hagan pesar sobre los salarios que se hayan pagado sobre las mismas; es una vía acepta- ble, parece que eficaz, y sobre la que se podría seguir insistiendo, reforzándola incluso. Sobre todo, sin embargo, lo que hace falta es la convicción de los perjuicios comunitarios que, para la posibilidad de creación de em- pleos adicionales, derivan de la admisión de las horas extraordinarias, tanto más agudos cuanto más laxo se es al respecto. Convicción que podría ser ayudada por un método técnico en virtud del cual resultara de costes iguales o similares, o superiores, utilizar el trabajo ex- traordinario de un trabajador ya empleado, que utilizar el ordinario de un trabajador nuevo al que se emplee a tal efecto. La cuestión de los contratos de trabajo por tiempo determinado o no indefinidos, incide también sobre estos problemas, no como solución alternativa, sino conjuntamente utilizada con la del crecimien- to indirecto de las horas extra. Por supuesto, una nueva e importante vertiente para abordar mediante reparto la escasez de trabajos, es la contemplación y corrección de los fenómenos de pluriempleo. Quizás éstos no sean importantes respecto de los trabajos manuales, los de tajo, fábrica, obra o taller, no sabria decirlo con exactitud, aunque la chapuza, hablando en términos vul- gares, o el sector no estructurado de las econo- mías urbanas, si se prefiere la terminología culta, no parece que tenga ninguna tendencia a desaparecer. En cambio, es impresión generalizada la de que sí son importantes estos fenómenos en las tareas subalternas, administrativas y téc- nicas, empujando hacia el pluriempleo la cir- cunstancia posible de algún abuso formal en cuanto a la forma de retribuir estos tipos de trabajo, especialmente en cuanto a las cuotas de seguridad social que deberían girarse so- bre las mismas. Aquí también, la prohibición radical de que una persona se pluriemplee, esto es, de que convierta en trabajo todas sus horas y todos sus días, quiero decir que dedique a trabajos remu- nerados al servicio de más de un empresario tiempos en exceso de los normales, atentaría a su esfera de libertad y probablemente sería inviable; no tanto si el pluriempleo es en sí mismo abusivo, esto es, si alguno de los tra- bajos supuestos está encubriendo tiempo de ocio, o se están solapando dos o más trabajos y en realidad no ejecutando ninguno o alguno de ellos. Salvo en estos últimos infrecuentes casos, se trataría, como respecto de las horas extraordi- narias, de desincentivar el pluriempleo, bonifi- cando los trabajos a tiempo parcial de quienes no disfruten de otro empleo y recargando, en cambio, los costes de quienes estén ya en po- sesión de él. El trabajo a tiempo parcial debe situarse precisamente dentro de este contexto, porque si se autoriza o protege sin restricciones se corre el riesgo de, precisamente, incentivar el pluriempleo, finalidad contraria a la perse- guida o a la que debiera perseguirse. Repárese últimamente, en cuanto al punto que ahora estoy considerando, en que, con- centradas donde lo están las situaciones de pluriempleo, según lo recién expuesto, una adecuada regulación de éste serviría para pa- liar el desempleo allí donde éste es más gra- ve, según he dejado dicho, esto es, entre los jóvenes que por primera vez acceden al mer- cado de trabajo. En suma, si no podemos hacer lo que no sabemos, hemos de hacer al menos lo que sabemos; y desde luego dejar de hacer lo que sabemos que es contrario a lo que nos proponemos. 28 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 Por tocar lo que ya quisiera que fuera una última cuestión: El tiempo de trabajo global de una persona es el resultado de multiplicar su trabajo anual, al que ya me he referido abundante- mente, por el número de años de su vida acti- va. Estos años de vida activa, y con ellos el tiempo global de trabajo, han aumentado ver- tiginosamente para cada persona y para la totalidad de la población, debido al gran au- mento de la duración media de la vida huma- na; de forma que en un país industrializado, el problema del «envejecimiento de la pobla- ción» va sustituyendo paulatinamente al del crecimiento demográfico en la base como pro- blema demográfico grave, como bien están notando hoy los sistemas de seguridad social, por cuanto aquel envejecimiento tiene como uno de sus efectos múltiples el coste creciente abrumador de las pensiones de vejez. Pensio- nada la ancianidad jubilada, como no puede por menos de serlo en nuestros tiempos de di- solución familiar, si los jubilados son cada vez más y cada vez viven más años como jubila- dos, el efecto casi automático de esta doble circunstancia es el aumento de sus costes de sostenimiento para la comunidad, cuyo ingre- diente básico son las pensiones de jubilación (otros aparte, señaladamente el de los servi- cios sanitarios, de los que el anciano es eleva- dísimo consumidor). Y, sin embargo, el problema de creación de nuevos puestos de trabajo es tan acuciante que, pese a lo anterior, cada vez se ensayan más y más sistemas de jubilación anticipada respecto de la edad normal que, en el mundo laboral del sector privado, está alrededor de los sesenta y cinco años. También este ingrediente de solución del problema de escasez de puestos de trabajo es aceptable, pese a que aisladamente no tenga frutos espectaculares y a que en los progra- mas de reconversión las plazas dejadas por los anticipadamente jubilados tiendan más a ser amortizadas que a ser cubiertas por per- sonal de nuevo ingreso. Concluyo ya. Lo anterior, por muy espectacular que haya podido parecer quizá su presentación primera, y por muy nimias, quizá también, que hayan podido parecer las pretendidas medidas de la segunda parte, ni describen en su plenitud aquélla ni agotan éstas. Sólo se ha pretendido hacer un bosquejo a la vez teó- rico y práctico, como no podía por menos de ser, sobre El trabajo, como bien escaso. Otros muchos problemas habrían de haber sido abordados: el mismo recién apuntado de la seguridad social y sus costos y su impacto sobre el empleo; el de la incorporporación ma- siva, de las mujeres al trabajo externo, inclui- do desde luego el trabajo intelectual externo; el del contenimiento de la inflación desmesu- rada, visto que ésta deriva la inversión, si es que en alguna medida la sostiene, hacia la es- peculación no productiva y profundamente antisocial; el de la tranquilidad política y so- cial que genere una psicología de confianza para crear las bases de una inversión a largo plazo, de la que surjan nuevos puestos de tra- bajo. En alguna medida porque he tratado de algunos de ellos en otros lugares, en medida mucho más amplia por mi incompetencia para reflexionar seriamente sobre los más y, sobre todo, por no seguir abusando de su pa- ciencia y benevolencia, voy a concluir aquí. Haciéndolo con una nota de optimismo, a la vez porque hay que ser providencialista en la contemplación de los fenómenos históricos, porque de otra forma éstos carecen por completo de sentido, y porque hay que con- fiar en el genio humano para la solución de los problemas humanos. Con una famosa frase de Hegel, «cuando la historia lo nece- sita, la técnica comparece»; o, mejor aún, con una frase de hoy, esperanzada y proféti- ca: «me niego a creer que la humanidad contemporánea, capaz de realizar tan pro- digiosas hazañas científicas y técnicas, sea incapaz, a través de un esfuerzo creador ins- pirado por la naturaleza misma del trabajo 29 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 humano y por la solidaridad que une a los seres, de encontrar soluciones justas y efi- caces al problema esencialmente humano que es el del empleo» (Alocución de Su San- tidad Juan Pablo II a la 68ª Conferencia In- ternacional del Trabajo, Ginebra, 15 de junio de 1982; Actas provisionales de la 20ª Sesión, pág. 21/6). He dicho. Muchas gracias. 30 ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33 RESUMEN Este clásico estudio aborda el problema de la reducción del tiempo de trabajo no desde el punto de vista tradicional ---la jornada laboral debe reducirse porque se trabaja dema- siado--- sino desde una nueva óptica, la de que al no haber trabajo para todos el tra- bajo existente debe ser repartido. El autor enlaza una serie de sugerentes reflexiones socioeconómicas y jurídicas, expresadas desde su perspectiva de jurista eminente, pero también, como él mismo dice, desde la de un «humanista o profesional de ciencias sociales». Desde ese plural observatorio, se detectan los factores que vienen determinando ---cuando el ensayo fue escrito y también hoy, veinte años después--- la escasez del trabajo: el desarro- llo de las nuevas tecnologías que provoca que se produzca cada vez más con menos personas, la saturación de los mercados en los países desarrollados, el envejecimiento de la pobla- ción... Al mismo tiempo se proponen fórmulas sociales y jurídicas para el reparto del trabajo y nuevas vías de creación de empleo ---trabajos a favor de los países subdesarrollados, acti- vidades en las industrias de ocio, etc.--- que coinciden con lo que bastantes años más tarde se ha venido a conocer como nuevos yacimientos de empleo. 31 MANUEL ALONSO OLEA REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 33

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR