TORENO, CONDE DE: Discursos parlamentarios, estudio preliminar y selección de los discursos de Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, vol. núm. 15 de los clásicos Asturianos del Pensamiento Político, Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 2003

AutorJosé María Vallejo García-Hevia
Páginas797-816

TORENO, CONDE DE: Discursos parlamentarios, estudio preliminar y selección de los discursos de Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, vol. núm. 15 de los Clásicos Asturianos del Pensamiento Político, Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 2003; CCXXIV + 333 pp.

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"Nací en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes había perdido la creencia en Dios, por la misma razón por la que sus mayores la habían tenido -sin saber por qué. Y entonces, como el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes escogió a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a aquel género de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no viendo sólo la multitud de la que son parte, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso, ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca a la Humanidad. Consideré que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo por lo tanto deber ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto a la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una revivificación de los cultos antiguos, donde los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales. Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me quedé, como otros de la orla de las gentes, en aquella distancia de todo a la que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiera pensar, se pararía". (PESSOA, Fernando, Autobiografía sin acontecimientos, en su Libro del desasosiego compuesto por Bernardo Soares, ayudante de tenedor de libros en la ciudad de Lisboa, traducción de Perfecto E. CUADRADO, Barcelona, 2002, núm. 1, pp. 15-18; la cita en la p. 15.)

El Livro do Desassossego no apareció, fragmentariamente, como lo fue escribiendo, e incluso concibiendo, su autor, hasta 1982, perdido -confinado voluntariamente por Pessoa- en un arcón, heredado por unos familiares que no se preocuparon de redimir Page 798 del olvido aquellos papeles en los que su causante había querido velar su espíritu. Y ocultar su cuerpo, su personalidad de epígono de la vida, de su vida íntima, y de la Modernidad. Para ahorrarse el esfuerzo y la incomodidad de vivir, Fernando Pessoa, que nació y murió en Lisboa, entre 1888 y 1935, y cuya existencia transcurrió anónimamente, como un oscuro traductor de cartas para distintas empresas de la capital lisboeta, se inventó diversos personajes imaginarios, sus heterónimos, a los que adscribió sus diferentes obras, de poesía o en prosa, impresas (las menos) o inéditas (muchas): Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Bernardo Soares. Este último, supuesto ayudante de tenedor de libros de contabilidad, autor ficticio del Libro del desasosiego, fue calificado por Pessoa de semi-heterónimo suyo, ya que -aseguraba- "no siendo mía la personalidad, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella". Comenzado a escribir en 1913, y trabajado inacabadamente hasta su muerte, el Libro del desasosiego, místico y descreído, racional y emocional, inagotable, inconmensurable, fue la invención genial de quien sabía que nunca podría organizar y publicar, en prosa, su entero mundo poético, cima y destrucción de todo lo anterior, clásico y moderno. Concebido y elaborado a retazos, con los jirones del pensamiento y de la pluma del vivir diario, en el Libro de Pessoa, como en su obra entera, culmina la Modernidad, literaria e histórica, y se agota. Después de él, de su tiempo y de su mundo de escritor y de hombre, sólo se puede avizorar la Postmodernidad -como su nombre indica, algo todavía informe, carente de apelativo propio-, que estallaría en la segunda mitad del siglo XX.

  1. En la cita que encabeza estas líneas, Fernando Pessoa, cuya juventud daba cuenta, a principios de dicho siglo XX, de la Modernidad victoriosa que se había impuesto en el devenir histórico europeo, sintetiza, política y religiosamente, las razones y las deudas de tal Modernidad, junto con su personal rebeldía. Una Modernidad que, pese a todo, y aun contando con los precedentes decididamente anticlericales y agnósticos de José María Eça de Queirós (1845-1900) y sus novelas naturalistas -El crimen del Padre Amaro, Los Mayas- o crítico-idealistas finiseculares -La correspondencia de Fradique Mendes, La ilustre casa de Ramires, La ciudad y las sierras-, tenía que ser vivida en solitario en el Portugal de principios del Novecientos. Sin embargo, al conocer la vida y la obra, no literaria, sino política, del Conde de Toreno, por ejemplo, en la España de la primera mitad del XIX, se comprende más fácilmente por qué la Modernidad no fue posible -o sólo débil y problemáticamente posible en el mejor de los casos- en el otro gran Estado-nación, por territorio y población, que se estaba conformando en la Península Ibérica.

    Y es que, en efecto, el tiempo y el mundo del VII Conde de Toreno, José María Queipo de Llano y Ruiz de Saravia, el brillante liberal asturiano nacido en Oviedo el 26 de noviembre de 1786, y muerto en París, en el exilio obviamente, el 16 de septiembre de 1843, dan cuentan, no sólo del fin de un mundo político, social y económico históricos, el del Antiguo Régimen, sino también del fracaso de la Modernidad -o de su lento, tardío e incompleto parto- en España. Y, a la par, de las causas de dicho fracaso, encarnadas en y padecidas por quien llegó a ser Presidente del Consejo de Ministros en 1835, pero, también, por quien tuvo que permanecer durante más de veinte años de su vida (entre 1813-1820, 1823-1832, 1836-1837 y 1840-1843) exiliado, en París y en Londres. Desde el reinado de Fernando VII, en los albores del siglo XIX, comenzó la trágica escisión de las dos Españas, prolongada hasta el último cuarto del XX: la moderna, muchas veces en el exterior, y periférica, expatriada; y la tradicional, inmóvil en el interior, detentadora de unas supuestas esencias de la patria, ajenas y opuestas a las corrientes modernas del pensamiento político, social, económico y, también por supuesto, religioso. Hubo esfuerzos personales, cierto es, desde esas dos visiones políticas de España Page 799 -sin entrar, ahora, en cuál radicaron los más valiosos y numerosos-, para tender puentes entre ambas concepciones, que de la letra impresa y los discursos muchas veces desembocaron en las armas, y en luchas cruelmente fratricidas. Y uno de los más interesantes, y ejemplares, de dichos esfuerzos de aproximación y moderación, política y constitucional, fue el que protagonizó el Conde de Toreno. Hasta el punto de que cabe preguntarse, tan válida como poco originalmente, desde luego, si otra España -otra historia moderna de España en el Ochocientos y en el Novecientos- habría sido posible con más Condes de Toreno, de nuestro séptimo conde, en la vida pública y en el poder político de la primera mitad del XIX. Y es que, aunque Toreno nació en 1786 y Pessoa en 1888, con un siglo cumplido de distancia entre ambos, y el uno fue notorio político e historiador, y el otro recoleto poeta y ensayista, fácilmente se puede comprobar que la modernidad es más cuestión de talante y de aptitud, y actitud, que deuda resignada para con el momento histórico en el que a uno le ha tocado vivir. Quizá porque, como Pessoa apunta, hay hombres que están dispuestos a situarse -con sacrificios adicionales, e implícitos- al margen de aquello a lo que pertenecen, no viendo sólo la multitud de la que son parte.

  2. Lo que antecede viene a propósito, creo yo, de la edición selecta de Discursos parlamentarios del Conde de Toreno que ha llevado a cabo, con la gracia añadida de un muy esclarecedor, documentado y meditado Estudio preliminar, Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo. Una edición que constituye, lamentablemente para el lector, por su calidad y utilidad, la última y decimoquinta de la benemérita colección de Clásicos Asturianos del Pensamiento Político, publicada por iniciativa continuada, al margen, felizmente, de los vaivenes y banderías políticas, de la Junta General del Principado de Asturias, entre los años 1993 y 2003, es decir, entre su Tercera y su Quinta Legislatura 1. La tesis principal Page 800 del extenso -más de doscientas páginas- Estudio introductorio del editor, encarnada a su vez en nuestro liberal asturiano, y que justifica, si no el acierto, sí tal vez la oportunidad de las anteriores reflexiones, es la de la moderación del liberalismo español entre 1814 y 1834. Para Joaquín Varela, cuyas continuadas investigaciones y numerosas monografías sobre la historia constitucional decimonónica le confieren evidente, y contrastada, autoridad en la materia, la relevancia de Toreno en el constitucionalismo histórico español residiría, en este sentido, en haber representado de forma paradigmática el cambio que tuvo lugar en gran parte de los liberales españoles, entre el inicio y el final del reinado de Fernando VII, en virtud del cual fueron abandonadas "buena parte de las premisas que habían servido de sustento a la Constitución de 1812, enraizadas en la filosofía política de la Revolución francesa, y (que) se sustituyeron por otras más conservadoras, tomadas en préstamo del constitucionalismo europeo post-napoleónico, decididamente anglófilo" (p. XV). Un ejemplo de ello sería lo relativo al derecho de sufragio y a la forma de representación política: mientras que el liberalismo doceañista había defendido la primacía de unas Cortes unicamerales, elegidas por un amplio cuerpo electoral, en cambio, a partir de 1834, la mayor parte de los liberales españoles abogaron por el robustecimiento del poder regio, la articulación de una segunda Cámara legislativa al estilo de la...

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