La tolerancia en la vida cotidiana: el arte de saber respetar. (recensión)

AutorPedro Extremo Casado
Páginas199-201

LA TOLERANCIA EN LA VIDA

COTIDIANA: EL ARTE DE SABER

RESPETAR

AMALIA GÓMEZ GÓMEZ

Ediciones Martínez Roca

2001

De cuando en cuando es necesario que nos

recuerden la importancia y valor de cada minuto

de nuestras vidas. En muchas ocasiones

es conveniente que nos hagan sentir con intensidad

nuestra condición de seres humanos.

Siempre debemos recibir con satisfacción

las reflexiones de quienes, como la

autora del libro, desean dar un sentido profundo,

desde el respeto mutuo, a las cotidianas

relaciones con nuestros semejantes.

En numerosas ocasiones, especialmente

ligadas a grandes catástrofes o a acontecimientos

trágicos 'inundaciones, huracanes,

agresiones motivadas por racismo o xenofobia,

etc.', conceptos tan grandilocuentes como

solidaridad y tolerancia cobran especial

significado. Sin embargo, con demasiada frecuencia

olvidamos que las diversas manifestaciones

que se esconden tras dicha expresión

podemos llevarlas a cabo en nuestra

vida cotidiana.

El libro «La tolerancia en la vida cotidiana:

el arte de saber respetar», nos pone ante

nuestros ojos que es posible practicar la tolerancia

en nuestro quehacer diario, ya sea en

el entorno familiar, ya sea en nuestras relaciones

de vecindad o de trabajo, ya sea en

nuestros numerosos contactos sociales con

personas que precisan un especial respeto

(mayores, discapacitados, inmigrantes, etc.).

Amalia Gómez desarrolla el tema central

del ejercicio de la tolerancia a lo largo de los

diversos apartados en que se divide el libro.

Tras unas consideraciones de carácter general,

que le permiten reflexionar sobre la tolerancia

como valor fundamental que debemos

aprender desde niños, para luego convivir

con él a lo largo de toda nuestra vida, la autora

dedica capítulos específicos al ejercicio

de esa tolerancia en la familia, en las relaciones

intergeneracionales y de género, en relación

con el fenómeno de la inmigración, en el

respeto a las personas discapacitadas, etc.

Desde su experiencia como Secretaria General

de Asuntos Sociales, Amalia Gómez va

salpicando de recuerdos y anécdotas ilustrativas,

vividas en el ejercicio de dicha responsabilidad

política, sus pensamientos y reflexiones.

El libro finaliza con unas «breves sugerencias

para ser tolerante», por tratarse en palabras

de la autora, de «orientaciones elementales,

a modo de recetas, que poseen la

ventaja de no tener fecha de caducidad»: la

paciencia como camino hacia la tolerancia;

poner el apasionamiento al servicio de las

causas y no contra las personas; la rutina del

asentimiento conduce a la indiferencia; la

palabra como puente y no como arma arrojadiza;

la prepotencia como enemiga de la tolerancia

y, finalmente, la tolerancia en el hogar,

pues somos muchos los que nos

esforzamos en ser o en parecer tolerantes en

la vida civil, y en casa no intentamos ni lo

uno ni lo otro.

A mi juicio, dos ideas básicas conforman el

núcleo central sobre el que giran los diversos

capítulos del libro: la primera, que la tolerancia

es algo más que urbanidad, no es sólo

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Recensiones

permisividad o cesión de posiciones para evitar

discrepancias; la segunda, la posibilidad

y, por añadidura, necesidad de practicar la

tolerancia en el día a día, es decir, vivir la tolerancia

con una actitud permanente e intrínseca

a nuestra condición humana. Ambas

ideas quedarían englobadas en una

reflexión general que da sentido a dichas

ideas principales: la tolerancia como valor y

como instrumento para facilitar la convivencia

y la comunicación en todos los niveles de

la vida.

Como dice Pilar Cernuda en el prólogo del

libro, «sobre la tolerancia hay mucha demagogia.

Se confunde permanentemente con la

aceptación de los hechos diferenciales, incluso

se confunde con la aceptación de los defectos

ajenos». Es precisamente esa idea que podemos

llamar pasiva de la tolerancia, la que

se rechaza expresamente en el libro. En efecto,

como pone de manifiesto Amalia Gómez,

en ocasiones se empieza a detectar un fenómeno

social preocupante y es el rechazo de la

discrepancia en sí. Es como si se rehuyera la

posibilidad de contrastar opiniones, zanjando

las cuestiones desde posiciones irreductibles,

sin darle oportunidad a los razonamientos

.

'En qué consistiría una idea «activa» de la

tolerancia? En palabras de la propia autora,

discrepar desde la tolerancia es discutir y

mantener posiciones, pero sin el rechazo de

las opiniones contrarias. Hay que evitar que

una divergencia se convierta en un enfrentamiento

que puede deteriorar la convivencia

entre personas, ya sean familiares o compañeros

de escuela o trabajo

.

No tendría sentido hablar de tolerancia o

respeto si ello no fuera referido a circunstancias

o relaciones de confrontación o conflicto.

Se tolera o respeta aquello que no se comparte

o de lo que se discrepa, y siempre desde el

eje de la propia visión del hecho o cuestión.

En todos los casos hay que salvar siempre lo

que nos hace humanos: no tirar las palabras

por la borda de la intransigencia, no romper

la discrepancia con una raya en el tiempo y

no buscar en la descalificación el sustituto de

las razones o argumentos.

Como he indicado anteriormente, estas

ideas se ven reforzadas a lo largo del libro

con ejemplos de los múltiples ámbitos, privados

y sociales, en los que podemos poner en

práctica la tolerancia activa: en el seno de la

familia; en la escuela; en la comunidad de vecinos;

en el lugar de trabajo; en el trato diario.

El aprendizaje de la tolerancia es un ejercicio

continuado de asumir la posibilidad de

discrepar. Pero, sobre todo, hay que hacerlo

tratando de comprender las razones que llevan

a nuestro interlocutor a posiciones distintas

y distantes de las propias' La tolerancia

tiene precisamente su razón de ser en

relación con la discrepancia y como ejercicio

de libertad

, apostilla Amalia Gómez.

La segunda idea que está presente a lo

largo de los diversos capítulos del libro es la

necesidad de aprender a ser tolerantes y de

ejercitar permanentemente esa tolerancia.

Ello requiere, sin lugar a dudas, que la tolerancia

sea asumida y vivida desde nuestra

infancia como un valor irrenunciable y un

principio rector de toda nuestra existencia.

Se trata de una tolerancia mucho más cotidiana,

sin grandilocuencias, una tolerancia

de letras minúsculas, pero tan profundamente

arraigada que brotará por sí misma en todo

momento y no sólo en circunstancias excepcionales.

Cada persona, sea cual sea su edad y situación,

tiene que aportar a la causa de la tolerancia

la cuota diaria de su disponibilidad'

Con demasiada frecuencia se observa

que el ejercicio de la tolerancia es más una

cuestión de opiniones y gestos que de actitudes.

Es más, se percibe una excesiva preocupación

por la formalidad de la tolerancia en

relación con lo opinable. Tal vez estemos ante

una sociedad de grandes gestos y no de valores

íntimamente asumidos.

RECENSIONES

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En España hemos conocido cómo, cuando

se producen catástrofes naturales o hechos

de especial gravedad, todo el mundo se vuelca

en prestar su ayuda y colaboración; ahora

bien, tras pasar ese efecto de inmediatez,

terminamos olvidándonos del problema que

generó esa eclosión tan unánime de solidaridad.

Este es un rasgo muy propio del cáracter

español, que vive la solidaridad de una

forma muy profunda ante tales acontecimientos,

pero por cortos períodos de tiempo.

Por ello es tan importante la educación en

valores de tolerancia y solidaridad, enseñados

ya desde la escuela e interiorizados como

compromiso personal y social que podemos y

debemos ejercitar constantemente.

Educar para la tolerancia. Esta es la clave

para afrontar con optimismo el futuro. La escuela

- a través de su contexto como comunidad

abierta y tolerante- y particularmente a

través de sus maestros y profesores, debe ser

un espacio relevante y trascendental para la

formación de esas actitudes de tolerancia y

de esos valores de igualdad y solidaridad,

fundamentos en última instancia de toda sociedad

democrática, y de máxima importancia

en el mundo del futuro, cada vez más interdependiente,

pluricultural y sin fronteras.

Es muy importante que la solidaridad sea

una actividad habitual en la vida diaria, porque

esto será un indicio claro de que el mundo

empieza a cambiar para mejor, no volviendo

la espalda a los que la propia sociedad

se la vuelve. Un campo con enorme futuro en

nuestro país para desarrollar esa solidaridad

es el voluntariado, pues, como señala Amalia

Gómez, «no se nace voluntario pero, menos

los que se autoexcluyen, todo el mundo puede

llegar a serlo' Cada ser humano aporta lo

mejor de sí mismo, incluso hace aflorar cualidades

que no sospechaba tener y que, a partir

de detectarlas, aplica a su propia vida

.

Por su permanente y desgraciada actualidad

y gravedad, especial mención merecen

los capítulos dedicados a la violencia contra

las mujeres y a la inmigración, máxime viniendo

de una persona que dedicó una buena

parte de su actividad política al desarrollo de

medidas y actuaciones encaminadas a erradicar

de nuestra sociedad actitudes tan contrarias

a los derechos fundamentales como la

violencia de género o las agresiones por motivos

de racismo o xenofobia.

Muy duras, y necesarias a mi entender,

son las reflexiones que la autora dedica a la

violencia sobre las mujeres, destacando que

la violencia, como expresión de la peor forma

de intolerancia, se ha instalado en la cultura

de muchos hombres que siguen considerando

a la mujer como objeto de su propiedad' La

intolerancia más atroz subyace en estos tratos

vejatorios que algunos hombres infligen a

las mujeres, y ante estas situaciones la sociedad

no puede mirar para otro lado

.

Por lo que se refiere a la inmigración, tras

recordar que en los últimos veinte años Europa

se ha convertido en el destino preferente

de muchas personas, atraídas por la estabilidad

económica, las posibilidades de empleo

fácil, el acceso a prestaciones sociales inexistentes

en sus países de origen y la garantía

de los derechos humanos que supone el Estado

de Derecho de los países de la Unión Europea,

Amalia Gómez nos recuerda que los inmigrantes

son personas que merecen todo

nuestro respeto, porque los derechos humanos

se derivan de la propia condición humana

y no de la nacionalidad de los individuos.

PEDRO EXTREMO CASADO

RECENSIONES

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