La tolerancia cero o el Broken Windows Policing

AutorFrancesc Guillén Lasierra
Páginas182-193

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Bertaccini (2011) plantea esta estrategia como un modelo de reforma de la policía. Tanto él como Medina (2011) la califican como policía del orden, que también se corresponde perfectamente con el discurso legitimador de esta estrategia. Se trata de las políticas policiales puestas en marcha por la Policía de Nueva York en los primeros años de mandato del alcalde republicano rudolph Giuliani, que comenzó el año 1994, bajo la inspiración y dirección de William Bratton como jefe de policía (carrer, 2009). como diversos autores han explicado de manera suficiente (Guillén 2000a; 2009a; 2012; Kelling y coles, 1996; Medina 2011; Newburn 2007), Bratton recoge los planteamientos de la teoría de las ventanas rotas y define una estrategia policial en consecuencia.

George Kelling, entonces un joven criminólogo que había participado en el trabajo de campo del experimento de Newark (vid. capítulo segundo), escribió, conjuntamente con Wilson, unos años después, concretamente en el mes de marzo del año 1982, un artículo que tendría una importancia nuclear en la criminología mundial y que condicionaría las políticas de seguridad en las décadas siguientes (Guillén, 2012). Se trata del artículo, publicado en la revista The Atlantic Monthly, titulado Broken Windows: The Police and Neighbourhood Safety 85>. Fue el artículo que introdujo la que se vendría a denominar la teoría de las ventanas rotas. Los autores establecían un vínculo entre el desorden en los espacios públicos y la delincuencia, que incluía recomendaciones sobre cuál tenía que ser la intervención policial para mejorar la seguridad de los barrios y reducir los índices de delincuencia.

Resumiendo mucho, porque la teoría es de sobras conocida y no es el objetivo de este trabajo profundizar en ella, según estos autores, el desorden en los espacios públicos, que podía venir generado tanto por la degradación física de los mismos (suciedad, vehículos abandonados, orines, grafitis o ventanas rotas

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que no se reparan) como por la presencia de comportamientos desordenados (vagabundos, prostitutas, borrachos, limpiacristales en los semáforos, mendigos en la entrada del metro), provocaba una espiral que, tras sucesivas fases, acababa conduciendo a un aumento notorio de la delincuencia (cazorla, 2009). una aparición de desorden externo en los espacios públicos comporta una sensación de estar en un territorio sin control social en el que todo puede suceder, donde si algo va mal nadie va a reaccionar porque hay síntomas de dejadez, de poca cohesión social. Esto provoca que los vecinos disminuyan su presencia en los espacios públicos por sentirse incómodos, inseguros. a medida que estos vecinos, cívicos y amantes del orden, abandonan los espacios públicos, aquellos menos cívicos y con intenciones menos sociales se sienten más cómodos y acuden en mayor número, con lo que el desorden externo se visualiza más, cosa que a su vez inhibe todavía más a los honrados vecinos que habían empezado a disminuir su uso de estos espacios, circunstancia que atrae aún en mayor medida a los sujetos poco recomendables. Bien, la espiral acaba convirtiendo aquellos lugares, en principio sólo desordenados, en verdaderos nidos de delincuencia, incluso de gran delincuencia. Los autores reflexionan sobre cuál ha de ser el papel de la policía en todo este proceso. Su respuesta es clara: atacar frontalmente las originarias conductas desordenadas que alejan a los ciudadanos honrados de los espacios públicos. a la hora de determinar cuáles son esas conductas no dudan en afirmar que aquellas que cada vecindario considere. Es decir, la policía ha de partir de los valores predominantes en cada espacio o barrio y defenderlos de conductas que los vulneren, porque no todas las conductas originan las mismas reacciones en todos los lugares. Si la policía afronta los primeros signos de desorden, la espiral se detendrá, los espacios continuaran siendo atrayentes y la delincuencia permanecerá al margen. Esto significa que la policía ha de perseguir de la manera más estricta posible cualquier pequeña infracción (de los valores mayoritarios) para evidenciar que las conductas asociales tienen probabilidades muy altas de recibir el correspondiente castigo. aunque nunca se ha demostrado esta relación causal inexorable entre desorden y delito, o mejor dicho se ha demostrado que sólo existe en delitos muy concretos y aún de manera dudosa, la idea hizo fortuna y tuvo una gran influencia en la criminología durante algunos (bastantes) años (Guillén, 2012).

algunos años más tarde, en 1994, tras una campaña electoral en la que el candidato elegido como nuevo alcalde de Nueva York, el citado Giuliani, había utilizado los altos niveles de delincuencia como argumento descalificador de su oponente y anterior alcalde, David Dinkins (aunque la delincuencia llevaba dos años de descenso en el momento en que las elecciones tuvieron lugar, como señalan Newburn, 2007 y Medina, 2011), Bratton, jefe de la Policía de Boston (y

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anterior jefe del Departamento de la Policía de Tráfico de Nueva York) es nombrado jefe de la policía de la ciudad. Bratton recoge la teoría de las ventanas rotas de Wilson y Kelling y la aplica a las estrategias policiales de la ciudad. Los puntos centrales de su política fueron:

· La identificación de los lugares desordenados, aquellos que presentaban mayor número de incidencias de seguridad (delitos e infracciones).

· La aplicación estricta e implacable de la ley (con tolerancia cero) en los lugares identificados como desordenados, de manera focalizada. Esto significa utilizar cualquier resquicio legal para parar, identificar y detener a cualquier persona sospechosa de poder cometer o haber cometido cualquier ilícito por pequeño que fuera. En el resto de espacios públicos, la policía sigue aplicando la normativa con los criterios de siempre, es decir, no se ven afectados por esta nueva estrategia policial.

· La creación de un sistema de estadística policial que permitía obtener prácticamente en tiempo real los datos sobre la delincuencia en todos los distritos de la ciudad referenciados geográficamente. Se trataba del ya mundialmente conocido COMPSTAT que facilitaba un conocimiento muy ajustado de la realidad delincuencial de la ciudad y que permitía gestionar los recursos en consecuencia (Moore 2011; Silverman, 1999; 2002).

· El establecimiento de criterios claros de responsabilidad en función de los resultados para los mandos de la policía, que recibían, en consecuencia, más autonomía y poder de decisión del que tenían anteriormente. Se establecían objetivos públicos en relación a la reducción del delito,. indicando qué delitos e infracciones y en qué medida tenían que reducirse en los diversos distritos. Los responsables de cada uno de los 71 precintos de la ciudad tenían que responder por el estado de la delincuencia en su territorio, valorando constantemente la situación y articulando nuevas estrategias y tácticas para mejorar la situación. a estos efectos se organizaban reuniones públicas (con presencia de...

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