Tiranía, justicia y felicidad en Aristóteles

AutorFrancisco L. Lisi
Cargo del AutorUniversidad Carlos III de Madrid
Páginas79-96

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1. Tiranía y democracia hoy: algunas reflexiones

La concepción más difundida de la tiranía en la actualidad, es decir la que convive con la generalidad y se encuentra en no pocos politólogos, ve la tiranía como la síntesis de todas las deformaciones políticas. Se la identifica así con el despotismo, la dictadura, el autoritarismo y, cómo no, sobre todo con el totalitarismo. En general se la concibe como un sistema que cercena la libertad y tiene como característica principal la coacción. Es así que hay tiranía del tiempo, de la opinión pública, de las necesidades económicas, de los hombres, de las mujeres y hasta de los hijos. La tiranía se ha convertido en el concepto que resume en sí todos los sistemas que coartan la libertad y sumen a los integrantes de la sociedad en una esclavitud, cuya característica principal es la falta de justicia y libertad.

Algo similar sucede con la noción de democracia. Actualmente la palabra democracia no designa el gobierno del demos, es decir el ejercicio del poder por los sectores económicamente más bajos de la población, tal como sucedía en la Atenas clásica, donde surgió el concepto. En primer lugar, el demos de democracia representa a la totalidad de la población de un país y no a un sector solamente. En segundo, el sistema que consideramos democrático en la actualidad se caracteriza más bien por un equilibrio de poderes más o menos exitoso, algo que se ha identificado con lo que los antiguos denominaban "constitución mixta"1, aunque esta identificación tampoco es muy correcta, ya que para los antiguos la constitución mixta implicaba básicamente la mezcla de diferentes sistemas políticos: monarquía, aristocracia y democracia y no el sistema basado

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en la independencia y el control mutuo de tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. En la actualidad, el término democracia designa de manera equívoca más bien el estado de derecho, es decir el sistema político en el cual el sistema legal vigente garantiza las libertades y derechos de los individuos no sólo de manera formal, sino también efectivamente. En otras palabras, lo que actualmente se llama democracia se caracteriza por el imperio de la ley que es el principio supremo al que deben someterse todos los integrantes de la comunidad. Cabría, lógicamente, preguntarse hasta qué punto nuestras democracias son realmente democráticas en este sentido, pero esto no es el tema de esta exposición. Lo que me interesa subrayar es que nuestro concepto de democracia no tiene una relación directa con el concepto clásico, y es por ello que podemos denominar democracia al sistema imperante en España, aunque este país es formalmente una monarquía, o podemos decir que Egipto no es un país democrático, aunque formalmente tiene un sistema que conoce la división y, teóricamente, la independencia de los poderes.

El estado de derecho o democracia ha llegado a ser identificado con la idea de libertad y, a pesar de las posibles críticas, con la idea de justicia. Si habláramos del "totalitarismo de la democracia" probablemente parecería que se trata de un oxímoro, ya que una democracia sin libertades individuales es prácticamente inconcebible. Esto abriría la puerta a otro debate que no sería menos fructífero que el de la tiranía que nos reúne hoy aquí. Sin embargo, quisiera señalar, a manera de apostilla, que, a pesar de todo, la cultura de masas que invade de manera más profunda cada vez todos los ámbitos de la vida, tiene aspectos totalitarios -en especial la necesidad de ser "políticamente correcto"- que amenazan la libertad y la postura crítica de una manera si cabe aún más radical que todos los totalitarismos conocidos hasta el momento. No obstante, hasta hace unos años, cualquiera habría pensado que una "democracia totalitaria" o "tiránica" es imposible y que para instaurar una tiranía, aunque fuera popular, es necesario un cambio de régimen.

Esa situación está cambiando aceleradamente. En una época en la que se gobierna cada vez más según las encuestas de opinión, el sistema que nos hemos impuesto comienza a mostrar ciertas características que lo asemejan a lo que fue el imperio del demos en la Grecia clásica. Esto también da lugar a una interrelación entre los que ejercen el poder y la opinión pública, en la que aquéllos intentan infiuir en ésta creando opinión y, a su vez, son determinados por ella y se convierten en sus seguidores más que en sus orientadores, algo que Platón critica a los sofistas en el Gorgias.

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No obstante, en la actualidad la democracia se ha convertido en el opuesto de la tiranía. La una es vista como el sistema que garantiza la libertad, la justicia, el imperio de la ley. La otra aparece como la forma de gobierno que esclaviza una nación, la despoja de sus derechos y gobierna con arbitrariedad, infringiendo la ley. Si uno estudia la monumental obra de Helmut Berve, Die Tyrannis bei den Griechen2, verá que en los orígenes la situación no era tan clara, al menos a juzgar por la frecuencia de tiranía en el mundo griego como abundantemente documentan los dos densos volúmenes de Berve. Nuestra noción de democracia y de su relación con la justicia y, en última instancia, la felicidad -que es lo que hace que la consideremos el mejor sistema político- proviene de los dos pensadores más importantes del mundo clásico, Platón y Aristóteles. Como ya he expresado y es para cualquier conocedor del tema obvio, lo que nosotros llamamos democracia no es el sistema al que los antiguos daban ese nombre. Nuestra democracia, en primer lugar, es representativa, una característica que es más bien propia de los sistemas oligárquicos griegos, ya que su democracia era directa. Platón fue el primero que unió la tiranía a la noción de esclavitud, de ruptura de la justicia y de infracción a la ley. Para el pensador ateniense, la tiranía era la consecuencia directa de la exacerbación de la democracia, cuya característica principal era la libertad desenfrenada y anárquica. La anarquía en la que necesariamente debía caer el sistema democrático daba origen al tirano, un político oportunista que se encaramaba en el poder y esclavizaba a aquellos que en su deseo incontenible de libertad no querían verse sometidos ni siquiera a la ley imperante. Fue también Platón quien unió la figura del tirano a la injusticia y, además, a la infelicidad. En el filósofo, por el contrario, Platón unió la idea de la sabiduría, la justicia, el respeto a la ley y la felicidad. En ese sentido, Aristóteles es un continuador de Platón, pero éste será el tema de mi exposición posterior.

Ahora quiero subrayar, especialmente, que es en estos dos pensadores donde encontramos los temas nucleares relacionados con la figura del tirano y la tiranía como sistema arbitrario y despótico y que la relación entre democracia y tiranía era muy diversa tal como la planteaban los filósofos clásicos de lo que sucede en el lenguaje político actual. La teoría política clásica ofrece muchos puntos importantes de refiexión para quienes estén interesados en evitar los errores políticos que tan caro han costado a la humanidad en el último siglo. Ya se ha señalado, a mi entender con acierto, que las instituciones políticas en la Antigüedad se caracterizaron por una amplia variedad que se asemeja más a la situación actual que todas las formas transcurridas entre la Antigüedad y el

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siglo XVIII3, es por ello que las críticas a la tiranía y a la democracia realizadas desde una perspectiva que no debiera ser necesariamente políticamente correcta pueden ser muy fructíferas en el momento de comprender la situación actual y el llamado "choque de culturas".

2. Justicia, felicidad y tiranía en el pensamiento clásico

Es innecesario subrayar la importancia que han tenido la noción de justicia y su contrario en el desarrollo del pensamiento político griego. Aquí quiero referirme principalmente a la doctrina aristotélica como culminación de una corriente, la socrático-platónica, que surge como respuesta a la crisis de los valores tradicionales de la sociedad. No podemos seguir con precisión cuál era el contexto real de la discusión por el estado fragmentario de las fuentes. No obstante, lo que poseemos nos permite esbozar un cuadro que probablemente se acercará bastante a la realidad.

Algunos de los maestros de retórica y filósofos que se conocen con el nombre de "sofistas", un conglomerado de personalidades con ideas y doctrinas muy diferentes que suelen agruparse de manera inapropiada, habían puesto en cuestión el conjunto de creencias tradicionales que daban fundamento a la organización social. Si nos atenemos a los testimonios de los poetas o, más explícitamente, a los de los historiadores, se había extendido un profundo relativismo acerca del valor de las normas vigentes, de la noción misma de justicia, y había surgido una convicción que identificaba el ejercicio del poder absoluto con la felicidad más auténtica.

Una de las obras capitales de Platón, su diálogo conocido como la República, tiene como problema central la refutación de esa ideología. En el grandioso fresco pintado por el filósofo ateniense, la figura del tirano representa el grado máximo de injusticia, infracción a la ley e infelicidad. Su opuesto, el filósofo, es la encarnación de la norma, la justicia y la felicidad. La oposición y la vinculación de nociones en cada una de las figuras han determinado el decurso del pensamiento ético y político hasta el presente. No es posible especificar aquí todos los aspectos de un tema de extraordinaria complejidad y en el que es difícil atender a todos los matices. Uno de los problemas, para poner sólo un ejemplo, es la proximidad entre la...

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