Bioética y Racionalidad. El personalismo al servicio de la ampliación del horizonte de la razón en la fundamentación bioética

AutorRodrigo Guerra López
CargoCentro de investigación social avanzada (CISAV)
Páginas39-48

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1. Introducción

El personalismo es un amplio movimiento filosófico, cultural y militante que busca reivindicar la centralidad de la persona humana como sujeto digno, comunional y llamado a una vocación trascendente. Desde sus fuentes próximas con figuras como Emmanuel Mounier, Jacques Maritain, Max Scheler, Edith Stein, Dietrich von Hildebrand, Maurice Nedoncelle, Karol Wojtyla, Jean Marie Domenach, Josef Seifert, Carlos Díaz, y Juan Manuel Burgos, o incursionando en sus orígenes remotos con una larga tradición que pasa por Platón, San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Pascal, Kierkegaard, Rosmini y tantos otros, ha contribuido a desafiar la racionalidad autoreferencial en sus diversas modalidades de realización histórica1.

El personalismo en la actualidad no se puede entender sin sus controversias, sin sus momentos luminosos y sin las voces que en ciertos momentos le declaraban difunto. Todo el itinerario que ha recorrido es parte ya de su peculiar identidad como movimiento.

A diferencia de las escuelas filosóficas particulares, un movimiento como el personalista, no se encuentra asociado a un conjunto de fórmulas que más o menos expresan un canon de ortodoxia filosófica sino principal-mente a una dirección que si bien posee un importante momento especulativo no tiene como principal objetivo la mera discusión intelectual sino el compromiso activo, solidario y permanente con las personas, en especial con las más débiles.

Existen diversos espacios y ambientes en los que el personalismo ha infiuido más allá de los debates puramente intelectuales. No sin cierta tristeza, un mexicano como el que aquí escribe, mira que en Europa son poco conocidos los lugares en los que el personalismo ha impactado más allá de las fronteras "continentales". En América Latina, por ejemplo, una parte importante de la inspiración que ha animado a los partidos demócrata cristianos y a diversas luchas por la liberación, la justicia y la democracia no pueden entenderse sin el aporte sustantivo de pensadores personalistas. Baste mencionar, para el caso latinoamericano, el peso decisivo que han tenido figuras como Jacques Maritain y Karol Wojtyla-Juan Pablo II en distintas coyunturas y el modo cómo sus propuestas filosófico-culturales han sido asimiladas en ambientes partidistas, empresariales, en innumerables organizaciones de la sociedad civil, en la pastoral de la Iglesia, etcétera.

Sin embargo, uno de los espacios y ambientes en los que el personalismo más ampliamente ha proyectado su potencia especulativa y práctica se encuentra en la bioética. El nacimiento de la bioética personalista corre a la par del modo cómo el pensamiento de Karol Wojtyla-Juan Pablo II fue asimilado al interior de la Iglesia católica.

En efecto, el peculiar perfil filosófico que Karol Wojtyla cultivó a lo largo de los años y que le permitió realizar una lectura crítica de Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant y Scheler -entre otros- enriqueció providencialmente el Magisterio eclesial y permitió generar una suerte de nueva síntesis del pensamiento moral que trascendió de una manera sumamente afortunada en el ámbito de la bioética. En este proceso, la figura de Mons. Elio Sgreccia, de sus discípulos y de los múltiples grupos y asociaciones de bioética generadas gracias a su impulso e inspiración a través del mundo, no podrán jamás olvidarse al momento de pensar en el nacimiento de la bioética personalista.

La bioética personalista es en la actualidad una de las corrientes de fundamentación y práctica bioética más importantes del mundo y ofrece una lucha cultural a favor de la dignidad de la vida humana en los escenarios más diversos, muchas veces fuertemente marcados por grupos y escuelas de bioética cuyo modelo de racionalidad se encuentra aún atrapado en los límites y contradicciones de la crisis moderno-ilustrada y de las diversas reacciones postmodernas.

Precisamente a continuación trataremos de exponer una hipótesis a este respecto: el personalismo no sólo

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ofrece un valioso aporte a los interesados en la bioética que les permite contrastarse con otras escuelas y corrientes, sino que por sus características ético-antropológicas puede colaborar a ampliar el horizonte de la razón, es decir, puede ayudar tanto a nivel especulativo como en el ámbito de la cultura, a la deconstrucción de los modos de racionalidad que desde diversas premisas se han desarrollado a lo largo de los últimos siglos y que a pesar de sus diferencias coinciden en poseer un carácter marcadamente postmetafísico.

2. El pensamiento postmetafísico y la bioética

La bioética nació en los momentos en que la racionalidad instrumental moderna había hecho crisis y esta se había visibilizado a través del horror de los campos de exterminio y, en particular, por medio de la experimentación que los nazis efectuaron con seres humanos vivos sin consentimiento informado. Desde este punto de vista, la bioética puede considerarse como uno de esos momentos de generación de pensamiento crítico tras el absurdo de la segunda guerra mundial. La indignación y el dolor hicieron advertir a muchos que la pura lógica de poder no puede ser la que defina la vida y el destino de las personas y de los pueblos. De este modo, la bioética da sus primeros pasos como discurso que reacciona ante graves violaciones a la dignidad humana, es decir, la bioética emerge en la escena precisamente para abrir el horizonte de la razón a las exigencias de aquello que el poder autoritario tiende a negar.

Aún cuando el personalismo aparece en el mundo de la bioética tiempo después, no podemos ignorar que el origen próximo de este saber interdisciplinario poseía un ingrediente personalista de modo tácito en su mismísimo origen. Cuando se logra reconocer, además, que la bioética realmente continúa la larga historia de la ética médica el elemento personalista se advierte claramente como un constitutivo esencial y no como una denominación extrínseca. La práctica de la medicina, de hecho, nació no como un mero saber técnico para resolver problemas en materia de salud sino como un saber humanista, con importantes contenidos antropológicoéticos en su inspiración fundamental, tal y como se advierten en documentos como el juramento hipocrático y en otros textos similares.

Ya en otros estudios hemos intentado mostrar precisamente que la bioética debe ser personalista no por adscripción de escuela sino principalmente por exigencia intrínseca al momento de pretender constituirse como ciencia estricta2. De momento, no nos detendremos más en esta cuestión. Baste mencionar que esto, ya de suyo, muestra el potencial heurístico de las investigaciones con carácter personalista. Mirar al ser humano como persona permite que emerja un conocimiento que de otro modo no surgiría. No es posible comprender los fundamentos éticos de las intervenciones biomédicas o los fundamentos éticos para el cuidado medioambiental sin tomar en consideración como fuente principalísima de conocimiento a la propia persona dotada de razón, de voluntad libre y de dignidad, es decir, de un valor sui géneris que permite juzgar la realidad de un modo humano.

Prescindir de este dato, colocarlo entre paréntesis o tratar de construir fuentes de normatividad para la libertad al margen de las exigencias racionales que se descubren a partir del encuentro con la dignidad del ser humano, podrá ser interesante, podrá adquirir una gran complejidad, pero dejará una evidencia elemental fundante con consecuencias graves para la vida humana personal y social. En particular, cuando este tipo de oscurecimientos suceden, la razón no sólo censura un cierto tipo de datos que no acepta reconocer sino que lentamente se desliza hacia un escepticismo metodológico respecto de los fundamentos de lo real.

Es este "deslizamiento" el que ha permeado primero como pensamiento antimetafísico sectorial -negando el noúmeno, negando la causalidad, negando la dignidad de algunos, etcétera- y luego como profecía de futuro, es decir, como pensamiento que ha de aspirar a superar totalmente y por suerte de una cierta necesi-

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dad histórica, a la metafísica, entendida, como pregunta por el fundamento de lo real en cuanto real. Este es el pensamiento postmetafísico que en la actualidad aparece con muchos rostros y expresiones y que en nuestra opinión posee un significado complejo: por una parte muestra el cansancio del ser humano que ya no desea reconocer la realidad como signo de algo más, es decir, que acota la realidad a su inmediación experiencial, y por otra parte, exhibe en su negación, que la razón misma se empequeñece renunciando a hacer preguntas que busquen la resolutio ad ens, la resolución de los fenómenos a su fundamento en el ser.

No deja de ser sorprendente que la bioética...

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