Thomas Hobbes, sobre la condición natural del hombre y los fundamentos de la obligación política

AutorGregorio Saravia
Páginas217-245

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1. Introducción

El pensamiento político de Thomas Hobbes (1588-1679) ha sido unánimemente reconocido, desde la filosofía del derecho y la filosofía de la política, como una de las fuentes principales de la concepción moderna de la soberanía estatal. Su método filosófico, basado en criterios racionalistas, ha sido apreciado por su carácter innovador respecto de la tradición antigua1y, en particular, de la aristotélico-tomista. A su vez, la lectura del Leviatán a lo largo de los tres últimos siglos y medio no ha dejado a nadie impasible, dividiendo las aguas entre convencidos seguidores2y acérrimos detractores3. Durante el siglo XX, sus obras llegaron a ser reconocidas como clásicas al multiplicar exponencialmente la intensidad de su influencia y entrar en diá-logo con asuntos propios de la era contemporánea4.

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El estudio de la naturaleza humana, ámbito destacado entre las preocupaciones del filósofo inglés, funciona no sólo como antesala sino como indispensable preámbulo a su teoría política, jurídica y moral. Partiendo de premisas mecanicistas y empleando los principios del más rígido materialismo, el autor intentará fundar un nuevo tipo de legitimidad política que no se asienta en lo divino ni en lo histórico, sino en criterios científicos5. De la mala condición natural en la que viven los hombres a la construcción de ese artificio político que es el Estado, Hobbes expone los argumentos racionales que justificarían la obligación política. El objetivo de este trabajo será exponer de forma sucinta las bases de su teoría política, prestando particular atención a su concepción de la naturaleza humana y a la aplicación de la misma en las relaciones de mando y obediencia que dan forma y sentido a la estructura de la sociedad política.

2. El nacimiento de la filosofía civil: una forma particular de razonar sobre los asuntos políticos

La teoría política de Hobbes suele presentarse como el resultado de un planteamiento racional que tiene como punto de partida a la condición natural de la humanidad expresada mediante una hipótesis: sin Estado, se desata la guerra de cada hombre contra cada hombre, y como punto de llegada la generación de un Estado como único medio idóneo para garantizar la paz y la seguridad. Entre ambos puntos, el autor expone de forma magistral una serie de argumentos conducentes a demostrar el vínculo de necesidad que une a la hipótesis con la tesis. Siguiendo el modelo epistemológico dicotómico, el estado de naturaleza hobbesiano es la situación humana extrema en la cual todos pueden dar muerte a todos de forma imprevisible y sorpresiva, mientras que en el estado civil estatal todos los individuos viven en tranquilidad, seguridad y orden. De esta forma, en el estado de naturaleza reina el bellum omnium contra omnes o, en el mejor de los casos, una atmósfera de violencia latente en la que se ha declarado la voluntad de confrontación. Mientras que en el estado civil predomina la paz y por ello puede florecer lo que antes se encontraba vedado: el trabajo, el cultivo de la tierra, la navegación, la construcción de viviendas, los conocimientos, las artes, las letras y el cómputo del tiempo.

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Buena parte de las razones que expone Hobbes para sostener su particular hipótesis de partida encuentran su fundamento en lo que podría denominarse la mecánica de las pasiones. Una suerte de transposición de la concepción cartesiana del hombre como mecanismo dotado de un alma al ámbito de las relaciones de los hombres entre sí y de las formas de poder que instauran en el marco de una sociedad política.

René Descartes (1596-1650) había dedicado su obra El tratado del hombre a la cuestión antropológica a partir de la unión de dos elementos diametralmente distintos: cuerpo y alma. El funcionamiento del cuerpo humano puede ser explicado mediante las mismas leyes que rigen a la materia y al movimiento. De hecho, todo el universo puede ser comprendido en término puramente mecánicos.

El descubrimiento del funcionamiento que tiene la Naturaleza le es provisto al hombre de ciencia por el conocimiento de las leyes del movimiento. El mundo fenoménico debe ser explorado empíricamente para descifrar lo que a los hombres se les presenta como meras apariencias. La ciencia se sirve de la observación para intentar superar la antinomia entre la realidad y la apariencia. La perspectiva que se asume es que la diversidad de comportamientos que los hombres presentan ante el observador, al igual que la diversidad de hechos que ofrece la Naturaleza, tienen sentido desde un patrón mecanicista. De ahí que para Hobbes, al igual que para Descartes y otros científicos relevantes de la época, todo lo que ocurre en la Naturaleza responde a una matriz mecánica que permitiría la deducción de las leyes fundamentales que gobiernan la materia. En virtud de ello, todos los cuerpos animados o inanimados, incluidos los hombres, son máquinas regidas por las mismas leyes. Se extiende una concepción diná-mica de la realidad que incluye a la definición de la vida humana misma como expresión del movimiento y hasta los cánones estéticos se transforman para privilegiar la belleza del cambio en vez de la armonía de lo inmutable.

Uno de los motivos por los cuales el método científico desarrollado por Descartes tuvo gran aceptación es que se consideraba que era el que había permitido un gran avance de las ciencias físicas a partir de las investigaciones de Galileo Galilei (1564-1642). Para la física moderna, la ley de la inercia será fundamental. El contenido de la misma puede sintetizarse en la afirmación de que un cuerpo abandonado a sí mismo permanece en un estado de reposo o movimiento hasta que no se encuentre sometido a la acción de una fuerza externa y en este sentido, un cuerpo permanecerá en estado de reposo eternamente a menos que sea puesto en movimiento, como así también un cuerpo en

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movimiento se mantendrá de esa manera hasta que una fuerza exterior se lo impida. Que la formulación de este principio pueda en la actualidad parecer una obviedad, no debería conducir la reflexión hacia un olvido del carácter revolucionario que tuvo en su época. En efecto, los tremendos esfuerzos que se volcaron en su formulación implicaron, a su vez, la construcción de un marco teórico que hizo posible el descubrimiento mismo. De ahí que el principio de inercia presuponga el aislamiento de un cuerpo de todo su entorno físico, una concepción del espacio como algo infinitamente homogéneo que puede ser comprendido desde la geometría y una comprensión de los estados de movimiento y de reposo que es equiparable al status ontológico del ser6.

Así es como el método mecanicista se nutría del respaldo de los procesos deductivos, que se utilizaban en la disciplina de la geometría, y lograba reunir los ideales lógicos de análisis, simplicidad y claridad evidente por sí misma. Tres elementos que ya Descartes había incluido en la que puede ser considerada como la obra-síntesis de la filosofía mecanicista: el Discurso del Método. En la segunda parte –intitulada “Las reglas del método”– el filósofo francés expone cuatro principios que se deben seguir rigurosamente para la obtención de verdadero conocimiento, aquel que no acepta ninguna teoría o idea que no esté demostrada.

El segundo de dichos principios establece que los fenómenos deben dividirse en cuantas partes fuera posible, mientras que el tercero ordena dicha división del fenómeno partiendo de los objetos más simples y accesibles para el observador, para ir ascendiendo de forma gradual hasta el conocimiento de los elementos más complejos7.

El filósofo francés estaba interesado en obtener un conocimiento que fuera claro y distinto y que permitiese al hombre de ciencia resolver todos los problemas en sus elementos más simples. Nunca se debe admitir algo como verdadero hasta no haber avanzado mediante pasos prefijados y seguros.

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Lo real se presenta como un agregado de partículas en movimiento y toda diferencia cualitativa puede ser reducida, en definitiva, a su aspecto cuantitativo. El universo es un orden determinista que está sujeto a la causalidad y su estudio se halla determinado por leyes que se pueden formular matemáticamente. De esta manera, Descartes establece un proceso para el incremento del conocimiento científico que no es otra cosa que el método que él ya había aplicado en la geometría analítica.

Inmerso en esta corriente de avances en las investigaciones científicas y de mejoras en sus respectivas metodologías, Hobbes, un hombre curioso e inquieto, entrará en contacto de forma personal tanto con Galileo como con Descartes. Admirando al primero y rivalizando con el segundo, buscará fundar a comienzos de la década de 1640 una filosofía social de vanguardia8.

Una ciencia civil capaz de sentar los principios que permitan alcanzar un orden social y estatal correcto desde el punto de vista racional9. Empleando el método mecanicista, en reemplazo de la tradicional filosofía escolástica, Hobbes indagará no sólo la realidad circundante sino también el interior de la naturaleza humana. A partir del estudio y análisis de ella, se pueden establecer los fundamentos del poder político y el Derecho.

La idea del hombre que, imitando a Dios, es capaz de crear mediante el uso de su intelecto es uno de los principales temas de la obra de Hobbes. La lenta pero progresiva eliminación de categorías filosóficas pertenecientes a la teleología griega o al pensamiento cristiano medieval, supuso colocar al hombre como nueva autoridad en el campo del saber y al cosmos como ma-

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teria inteligible sin misterio ni cualidades ocultas. Se trata de un proceso que...

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