¿ Por qué la televisión incumple su misión de servicio público?. La desatención de las personas mayores desde los medios

AutorAlfonso García Gutiérrez
CargoSudirector del programa -Saber Vivir- de RTVE.

Introducción

Jamás un medio de comunicación ha sido tan denostado, tan severamente acusado como fuente de los más dispares males. La televisión se ha convertido en el enemigo número uno de la sociedad civilizada y saludable.

Es un enemigo muy poderoso (sólo en España genera directamente un negocio anual que supera los 3.000 millones de euros), y quizá por ello, apenas trascienden las acusaciones que se lanzan contra él, pese al rigor científico con que se argumentan.

¿Un foco de enfermedades?

Múltiples son las razones esgrimidas para condenar el consumo televisivo. La última piedra acaba de arrojarla (abril de 2004) el doctor Dimitri Chistakis, en nombre de la Academia de Pediatría de Estados Unidos, quien solicita -restringir por completo- la ?tele' a todos los niños de corta edad, dado que parece provocar la aparición del síndrome de hiperactividad y déficit de atención, con graves consecuencias para el desarrollo intelectual durante la infancia. @1 Antes sonaron otras muchas voces críticas contra el influjo de la pequeña pantalla en el organismo de los miembros más menudos del hogar, haciéndole responsable de la malnutrición y la obesidad (los niños -teleadictos- toman más dulces y refrescos @2, y en cambio comen menos frutas, verduras y legumbres @3 -motivo por el cual hasta los ?teleñecos' de la popular serie infantil -Barrio Sésamo- protagonizarán una campaña, la próxima temporada 2004-2005, para que los niños tomen más vegetales y menos bollería-) @4 , atribuyendo a la televisión también el aumento de los niveles de glucosa y colesterol -malo- en sangre @5, la falta de sueño y el fracaso escolar que le acompaña ineludiblemente, la incomunicación social con los padres, la insensibilidad social, la promoción de conductas violentas gratuitas, y al cabo una suerte de corrupción moral, caracterizada por la difusión de personajes y comportamientos que ensalzan la vulgaridad obscena y el chismorreo banal como norma de vida.

Tan rápida y notoria es la expansión de este modelo de -telebasura-, que cinco obispos han suscrito durante el presente mes un documento (-Riqueza, riesgo y responsabilidad de los medios de comunicación-) @6 en reclamación urgente de la -pronta creación- de un Consejo Audiovisual, por parte del nuevo Gabinete en La Moncloa, que preserve -unos mínimos de calidad ética y estética en los medios-, poniendo fin a una programación -especialmente dolorosa e injusta- que atenta de una manera continuada -contra la salud moral y cultural de los usuarios-.

Ante unos efectos que parecen tan horrorosamente dañinos, la actitud de las autoridades se limita a una implícita permisión. Se consiente la televisión como se consiente el tabaco y las bebidas de alta graduación alcohólica, conscientes de que su consumo puede perjudicar la salud (posición de los científicos), aunque en ningún momento se prevea su erradicación total por sólidos intereses económicos (posición de Hacienda). La actitud del Administrador ante la televisión está sujeta a un hecho fundamental, pues - continuando con el símil del tabaco- tal es la dependencia física y emocional que la sociedad de hoy siente hacia la pequeña pantalla, que ninguna voz sensata se plantea una vida sin ella. La televisión es el aire y el agua en el planeta de la información que todos habitamos. La necesitamos porque viene a llenar un vacío que sólo este electrodoméstico es capaz de colmar en la inmensa mayoría de los domicilios. Una idea que interpreta magistralmente Jim Davies en la tira cómica que encabeza este artículo.

La televisión educativa

Nos plazca o no, la televisión constituye el modelo de realidad por antonomasia para millones de ciudadanos, que no conocen otra vía de conocimiento para acceder al mundo. No es cierto que la -telerrealidad- se haya puesto de moda por el éxito circunstancial de ciertas series de televisión. La realidad EXISTE porque aparece en televisión.

-Lo he visto en televisión-, dice la gente para dar crédito a unos hechos cuya imagen les parece cierta y verosímil.

Porque este medio, desde que nació efectivamente para nosotros hace 48 años, se ha convertido en el principal EDUCADOR de las familias españolas, literalmente conductora y criadora (del latín educere : criar; y ducere : conducir) de cuatro generaciones, que a través de la televisión han -mamado- una particular manera de pensar y sentir, un ambiente de vivir, un aprendizaje del gusto, un modelo de conciencia ante lo público y lo privado. De ahí que carezca de sentido, en término estricto, debatir sobre si la televisión debe cumplir o no una tarea educativa.

La televisión educa per sé , es su función primaria, como el horno asa o el frigorífico congela. La mera exposición a su pantalla da forma a nuestro pensamiento, en el pleno sentido de la expresión.

Qué es el servicio público

Tan evidente resulta esta función -conductora- de la masa social, que sucesivas leyes se han esforzado en subrayar el carácter de -servicio público esencial- que corresponde a toda emisión radiotelevisiva, indistintamente de la titularidad que ostente la cadena. Se le impone, pues, a la televisión (a TODAS las cadenas de televisión, de naturaleza pública o privada, mediante la oportuna concesión administrativa) una especial RESPONSABILIDAD, garantizando -un servicio de calidad- en la emisión pública de programas para -satisfacer el interés de los ciudadanos- (preámbulo de la Ley 10/1988, de Televisión Privada), como vehículo básico de -información y participación política-, que contribuya a -la formación de una opinión pública libre y a la extensión de la cultura-, y como -medio capital para contribuir a que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas, con especial atención a la...

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