La tecnología y las economías 'estrella'

AutorDimitris Kyriakou
CargoIPTS

Para quienes estén familiarizados con el trabajo del IPTS, y con su revista The IPTS Report, es bien sabido que la interacción entre tecnología, empleo y competitividad es uno de los pilares básicos en los que se apoya, según estableció la Comisión. En este contexto, los factores económicos juegan un papel clave en el análisis prospectivo (véanse los artículos sobre tecnología y productividad y sobre crecimiento, en este número).

Mucho se ha dicho y se ha escrito y mucha atención se ha prestado a los dos tipos de análisis prospectivos de la incertidumbre generada por el progreso tecnológico. El primero es la posibilidad de que la tecnología convierta en obsoletos unos conocimientos determinados o haga que no estén tan bien pagados como antes. Aunque la realidad histórica contradice los temores de un desempleo masivo debido a la tecnología, sería difícil ignorar el miedo a situaciones concretas en que pueden verse afectados los salarios, aun cuando no se pierdan los puestos de trabajo.

El segundo se refiere a la globalización y al temor de que no sean las máquinas per se, sino los competidores de otras partes del mundo los que perjudiquen los empleos o los ingresos, con la ayuda de una tecnología que supera las distancias. La reducción de los costes (y de los plazos) asociados a la distancia permite que aparezca la competencia en actividades que, hasta ahora, han estado relativamente a cubierto de ella.

Sin embargo, se ha escrito menos y se ha prestado menos atención a un tema relacionado que puede tener consecuencias mucho más generales: la aparición de las llamadas economías 'estrella'. Con este término, un tanto críptico, se indica simplemente la aparición de economías en las que, con la ayuda de la liberalización y del progreso tecnológico, un pequeño grupo de actores 'estrella', de profesionales que, o bien son muy buenos en su profesión o bien saben auto-promocionarse muy bien, o ambas cosas a la vez, se aseguran una gran parte de la clientela.

Hay multitud de ejemplos: los más evidentes proceden del mundo del espectáculo (de aquí el término 'estrella'). En las últimas décadas, el nivel de salarios de los actores e intérpretes se ha visto enormemente afectado. Gracias a la tecnología, la audiencia está adquiriendo dimensiones casi mundiales y, por ello, los más conocidos pueden percibir salarios astronómicos. Al mismo tiempo, la demanda ha caído para la gran mayoría de sus colegas y también sus salarios (especialmente en comparación con los más famosos).

Lo que ha venido sucediendo durante décadas en el mundo del espectáculo, gracias a los medios de comunicación de masas, podría ahora suceder también en otras áreas de la actividad económica. La idea de un cirujano que realice o supervise operaciones a distancia (ampliando así su clientela) ya no es ciencia ficción, y esto se aplica también a los educadores, a los ingenieros de diseño, a los arquitectos, a los escritores, etc., dentro de un mismo grupo lingüístico o incluso, para algunas profesiones, fuera de él.

Ello puede tener consecuencias claramente positivas ya que, al eliminar el obstáculo de la distancia, aumentan las posibilidades de elección del consumidor, que puede tratar con un amplio abanico de posibles proveedores. Pero también puede tener otras consecuencias, que no están tan claras.

Primero, es probable que se ensanchen las distancias en la distribución de la renta: dentro de una misma profesión, las tarifas (y, por tanto, los ingresos) pueden variar mucho, a menudo para el mismo tipo de servicio. Segundo, aunque menos claro pero no menos preocupante, se puede distraer la atención y los recursos hacia actividades de promoción y marketing. Esto es muy probable en actividades en las que los compradores difícilmente pueden determinar la calidad del servicio o producto antes de adquirirlo. Así ocurre cuando se dan asimetrías en la información, es decir, el vendedor o alguien con formación similar, está en mejor posición para saber más sobre el producto que el comprador ordinario.

Si la tarifa que puede exigir un profesional puede variar mucho, dependiendo del número de personas que tienen en alta estima sus servicios, entonces puede merecer la pena dedicar tiempo y recursos a la promoción y al marketing. Por ejemplo, la mayor parte de las operaciones quirúrgicas pueden ser realizadas igualmente bien y con los resultados deseados, por la mayoría de los cirujanos acreditados; sin embargo, unos pocos 'muy conocidos' exigirán tarifas muy elevadas, incluso para operaciones habituales que la mayoría de sus colegas realizarían igual de bien.

Esta carrera por la promoción y el marketing, por parte de quienes ofrecen servicios, puede tener dos consecuencias problemáticas: primero, distraerán recursos (por ejemplo, tiempo) de las actividades que realmente pueden mejorar la calidad del servicio, pero que pueden exigir más y ofrecer resultados más lentos y menos espectaculares (por ejemplo, estudio, investigación). Segundo, a medida que aumente el número de quienes hacen estos cálculos y siguen esta estrategia, aumentará la demanda de servicios de intermediarios (promotores, publicistas, etc.), haciendo que estos empleos sean muy lucrativos y atraigan a jóvenes con talento (desviándolos de las actividades 'productivas'). Podemos alcanzar un equilibrio en el que la calidad se estanque, los ingresos de quienes ofrecen servicios no cambien apreciablemente, ya que los esfuerzos de los intermediarios que participan en las batallas por la promoción se contrarrestan, y los únicos verdaderos beneficiarios serán los propios intermediarios (cuyos servicios se harán imprescindibles, aunque sólo sea por razones defensivas, es decir, para contrarrestar el efecto de los competidores que los utilizan).

Mientras que la primera consecuencia es de naturaleza distributiva, la última afecta no solamente a la distribución de la renta/bienestar, sino también a los niveles generales de renta/bienestar alcanzados.

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