Surgimiento de la profesión de la abogacía en Roma

AutorModesto Barcia Lago
Cargo del AutorDoctor en Derecho, Licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas
Páginas183-266

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Si la aventura histórica de un pueblo pudiese condensarse en un tipo representativo, así como el filósofo sería la expresión del genio griego, el jurista lo sería de Roma388. Sin menoscabo de matices refrenadores del entusiasmo de los romanistas por la singularidad del Derecho Romano, que más atrás quedaron apuntados destacando la necesaria condición nomikós de los rhétores forenses, podemos asumir el juicio de LATORRE:

La gran innovación de Roma fue la aparición de un grupo de ciudadanos especializados en estudiar y ayudar a resolver los problemas que planteaban aquellas necesidades sociales. Ellos fueron los juristas. El jurista como figura importante de la comunidad y como persona seriamente dedicada al es-tudio del Derecho aparece por primera vez en Roma, y es de advertir que su existencia no es indispensable para que una sociedad funcione. No los hubo en un pueblo de tan alta civilización como fue la Grecia antigua. Los filósofos griegos meditaron sobre los grandes temas de la justicia y el Derecho y sus ideas son todavía hoy la base de nuestras reflexiones sobre esas cuestiones. Tuvieron también grandes oradores, incluso forenses, y de Grecia deriva la retórica posterior, en-tre ella la romana. Pero no se ocuparon sistemáticamente del Page 184 estudio del Derecho para analizar sus problemas concretos. no tuvieron juristas"389.

Como señala BARTOL, Cicerón, no se recata en sostener la superioridad de la cultura griega: Doctrina graeca nos et omni litterarum genere superabat390 y hasta de reconocer la contribución de Solón a la labor de los decenviros391 -lo cual daría origen a una constante latina que afirma el patronazgo solónico de algunas de las normas tabularias392-; pero, sin perjuicio de tales reconocimientos, aunque tal vez no en contradicción con ellos, el arpinate afirma con contun-dencia que fuera del ius romanum apenas existe Derecho, pues el Derecho griego está en desorden y es muy escaso:

Incredibile est enim, quam sit omne ius civile praeter hoc nostrum inconditum ac paene ridiculum; de quo multa soleo in sermonibus cotidianis dicere, cum hominum nostrorum prudentiam ceteris omnibus et maxime Graecis antepono393.

Y sin embargo, según la leyenda, a Grecia fueron los romanos a aprender, entre otras cosas, Derecho. El ejemplo de las reformas de Solón iluminó la crisis social entre los patricios y plebeyos, que trataría de solventarse con una codificación legislativa de los viejos mores que la plebe entendía volublemente aplicados por los patricios; una embajada romana buscaría en la Hélade las lecciones de una concordia entre estamentos y, al modo de los tesmotetes, dio ocasión, en el entorno del año 450 a.c. a los decenviri legibus scribundis, presididos por el pontifex maximus Apio Claudio, para codificar en doce tablas el ius quiritium del que arranca la aventura histórica del ius romanum, "con el doble objetivo de otorgar seguridad y estabilidad al tráfico jurídico y limitar la arbitrariedad de la Page 185 nobilitas", explica MAS, resumiendo que "su importancia reside en que existieran y fueran públicas"394. El proceso codificador que Gre-cia había vivido en el siglo VII sirvió de modelo al que dos siglos después llevaría a Roma la Ley de las XII Tablas, que Cicerón consideraba legum fontis et capita395, ese carmen necessarium que, sin embargo, como el gran orador se lamentaba, en su época iam nemo scit396, nadie sabía ya, porque el ius pontificum no se estudiaba y la elocuencia consistía in clamore et in verborum cursu positam397, en griterío y parloteo. BARTOL apunta con agudeza una sustancial diferencia entre las codificaciones griegas y la Ley de las XII Tablas, pues, "mientras las leyes griegas son un catálogo de normas, la ley romana es el origen de un sistema jurídico basado en el proceso"398, circunstancia que, sin duda, reviste singular importancia para explicar el fenómeno excepcional de la aparición de los iurisprudentes.

El modelo timocrático griego se proyectó en el nuevo orden de la monarquía etrusca conviviendo con el antiguo orden gentilicio de la nobleza patricia, que finalmente lograría en el 509 a.c. instaurar una República oligárquica; pero -también como ocurriera en la Hélade- no pudo impedir el aumento paulatino de la influencia política de la plebe, concretado en el surgimiento de diversas magistraturas, la más relevante de las cuales sería la de Tribuno de la plebe ya en el Page 186 año 494 a.c., los comicios, la accesibilidad del consulado a los plebeyos y la creación del edilato plebeyo por las leges liciniae Sextae, del 367 a.c. que daría lugar al traspaso de la iurisdictio de los cónsules a la nueva figura del pretor, que habría de desdoblarse en praetor urbanus y praetor peregrinus cuando la expansión de Roma hubo de hacer frente a los problemas jurídicos planteados por la afluencia de pueblos foráneos. Así, aun sin olvidar la precisión hecha acerca de la divergente concepción política que animaba a la urbs respecto de la que animara la etapa clásica en la Hélade, la vieja sophía de aquélla aportará al vigor juvenil de la nueva potencia mediterránea la dimensión universalista que transformará una República de agricultoressoldados en centro del mundo.

La retórica helenística en Roma

Graecia capta ferum victorem cepit399. La fórmula horaciana resume el impacto helenístico en la pletórica República romana que, dueña de la bota italiana, construía un mundo sobre las cenizas de Cartago, la potencia rival en la ribera sur del Mediterráneo. Cierto que Horacio escribía sus epístolas en la época en que el Principado de Octavio Augusto encubría con la apariencia del respeto formal a las viejas instituciones republicanas el proyecto imperial de Julio César, truncado el día fatal de los idus de marzo del 44 a.c., y en su afortunada condensación poética pasaba por alto las resistencias que, dos centurias antes, oponían a la seducción helena y al lujo inmoderado propiciado por la afluencia de riquezas que la expansión por el Mediterráneo drenaba hacia Roma, los sectores partidarios de mantener la pureza de las costumbres tradicionales romanas, de los que el viejo Catón el Censor (234-149 a.c.) habría sido el más conspicuo representante, aunque, eso sí, por lo demás, delenda est Carthago400. Incluso un siglo después de la época de Horacio, un poeta satírico como Juvenal, a quien tres epigramas de su amigo Marcial lo presen-Page 187tan como orador elocuente y tal vez sugieren que se había dedicado a la Abogacía401, expresaba en su sátira su desprecio por las ínfulas helenas: omnia novit graeculus esuriens402. Pues no debe olvidarse que la admiración suscitada por el encuentro con el helenismo de los rudos campesinos convertidos en victoriosos soldados republicanos tenía unos beneficiarios bien concretos en las clases de los poten-tiores, que se nutrían de los homines novi, carentes de antepasados nobles, como era el caso del propio Cicerón, bien consciente de ello en el "De Officiis" que dedica a su hijo Marco:

Pero sucede con frecuencia que muchos, sin seguir el ejemplo de sus padres, se proponen alcanzar una meta propia; éstos son en su mayor parte los que, nacidos en una cuna humilde, aspiran a grandes cosas 403

Esa condición era un valor social muy útil en el momento de la República que su hermano menor Quinto Tulio Cicerón, en su "Commentariolum Petitionis", no descuidaba aconsejar lo tuviese en cuenta el orador con ocasión de su candidatura al consulado, que alcanzaría con notable éxito:

Considera qué ciudad es ésta, a qué aspiras, quien eres. Casi a diario, cuando desciendas al foro, debes reflexionar sobre ésto: "soy un homo novus, aspiro al consulado, ésta es Roma". Compensarás la condición de homo novus con tu fama de orador, cualidad que siempre ha gozado de la más alta estima: aquél a quien se juzga digno de ser abogado de los excónsules no puede ser considerado indigno de acceder al consulado404.

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El sagaz "asesor electoral" se daba cuenta de que aquella condición, si aparentemente constituía una dificultad, en realidad era una ventaja porque los novi abarcaban una gran amplitud de relaciones con estamentos sociales inferiores, que decidían con su voto y podrían ser movilizados en su favor:

Todos los publicanos, casi la totalidad del orden ecuestre, muchos municipios que te son incondicionales, muchos ciu-dadanos de cualquier estamento social a los que has defen- dido, algunos colegas, por no hablar de buen número de jo-vencitos unidos a ti en el estudio de la elocuencia, y el apoyo diario y constante de tus numerosos amigos405.

Pero, por otra parte, ello no le enajenaba el potencial apoyo del estamento de la nobilitas en el que aspiraba a ingresar y cuya simpatía debería esforzarse por cultivar para sus fines de medro personal:

Al parecer, también puede ayudar mucho a un homo novus la simpatía de los nobles y, sobre todo, la de los excónsules; conviene que aquellas personas a cuya categoría y posición social deseas acceder te consideren digno de tal posición y de tal categoría: Debes formularles atentamente tus peticiones y hacerles saber y persuadirles de que nosotros siempre hemos compartido las opiniones políticas de la aristocracia y de que pocas veces hemos buscado el favor popular; y que si pare-ce que hemos empleado un tipo de lenguaje en cierto modo populista, lo hemos hecho con la intención de atraer a Gneo Pompeyo, para tener, en un hombre tan poderoso como él, un amigo, o, al menos, no un adversario...

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