Raoul Vaneigem, la subjetividad según Spinoza

AutorCésar de Vicente Hernando
Páginas114-129

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De entre todos lo discursos críticos que confluyeron en el mayo del 68, el inicio del siglo XXI para Toni Negri, sólo ha quedado uno en pie, uno que, al menos, no haya tenido que desdecirse, juzgarse o asimilarse a las propuestas ideológicas del Estado del bienestar. Uno fundado en la lucha por la vida (entendida como creación, multiplicidad y variedad de pasiones) y no por la confrontación entre presupuestos políticos programáticos cerrados sobre ejes que no abandonaron nunca, como enseñó Althusser, su problemática, fuera ésta economicista o humanista, como el trabajo, la rentabilidad, la calidad de vida y la productividad. Uno que, al menos, ha tenido la suficiente continuidad, desde la Internacional Situacionista, como para presentarse aún en los ochenta y noventa, en la forma de la Encyclopédie des Nuisances,1con suficientes potencialidades críticas como para producir preguntas que ni la ideología del posmodernismo en los ochenta, ni la del neocapitalismo en los noventa han podido responder, y manteniendo un terreno filosófico y político liberado donde sólo habían quedado las ruinas de los grandes sistemas sociales. Una parte de ese discurso crítico, heredero directo de la práctica subversiva de la Internacional Situacionista, entrelazado con la heterodoxa lectura del psicoanálisis de Groddeck,2está formulado y desarrollado en los libros que el belga Raoul Vaneigem viene escribiendo y publicando desde el famoso Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de 1967.

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Vaneigem entró en la IS en 1960 por mediación de Henri Lefebvre (Bourseiller: 129). Desde el primer momento desarrolló una intensa labor en la organización, formando parte del Consejo Central, del comité de redacción de la revista o dirigiendo el único número que apareció de la sección alemana de la IS, Der Deutsche Gedanke. Fue, igualmente, responsable de artículos importantes como «Banalidades de base» (IS, n.º 7 y 8) o «Aviso a los civilizados con respecto a la autogestión generalizada» (IS, n.º 12) y de octavillas y panfletos como «declaración sobre el proceso contra la Internacional Situacionista en Alemania». En el «Comunicado de la IS sobre Vaneigem», firmado por Debord y Sanguinetti, se reconoce que «ocupa en la historia de la IS un lugar importante e indudable», se habla de sus posiciones extremas y la gran aportación que hizo a la organización. En 1970, en la carta de dimisión a la que se responde con el comunicado anteriormente citado, Vaneigem dice: «Camaradas, la tendencia que se ha constituido el 11 de noviembre de 1970 en la sección francesa tiene el mérito de ser la última abstracción que puede ser formulada en, por y en nombre de la IS. Si es verdad que el grupo nunca ha sido más que la suma de las capacidades y las debilidades, muy desigualmente repartidas, de sus miembros, ya no hay, en el momento que nos preocupa, aparente comunidad, ni siquiera tendencia, que haga olvidar que cada uno sólo responde por sí mismo. ¿Cómo ha podido trasformarse lo que había de apasionante por la conciencia de un proyecto común en el malestar de estar juntos? Es lo que establecerán los historiadores. No siento ni la vocación de historiador ni la de pensador, jubilado o no, para convertirme en un antiguo combatiente. Más allá del cómodo análisis de la poca penetración de la teoría situacionista en el medio obrero y de la poca penetración obrera en el medio situacionista, no sería más que un pretexto para la falsa buena conciencia de nuestro fracaso». Y continúa estableciendo los términos de su renuncia: «Pero sin duda, para finalmente ser concreto -porque no hay respuesta concreta fuera de la prueba que cada uno tendrá que dar de lo que es realmente- debo hablar más bien de mi fracaso. Por lo que respecta al pasado, siempre he prestado, muy a la ligera, a la mayoría de los camaradas o ex camaradas de la IS al menos toda la capacidad y honestidad que me reconozco, ilusionándome así a la vez con los otros y conmigo. Mido bastante lo que una actitud así ha podido, contradictoriamente, suscitar en la Internacional, de maniobras tácticas más o menos hábiles y siempre odiosas; y crear al mismo tiempo condiciones de ideología. Dicho esto, la historia individual de los camaradas, la mía y la historia colectiva tendrá en cuenta mis errores y mis opciones correctas (preciso sin embargo que escupiré a la jeta de cualquiera, presente o por venir, que me descubra intenciones secretas, sean cuales sean, y con esta buena fe crítica que tan a menudo hemos visto desplegarse a posteriori). Por el momento, me basta constatar mi carencia en haber hecho progresar un movimiento que siempre he tenido por la condición de mi radicalidad. Sería desarmar la candidez como querer todavía salvar un grupo para salvarme cuando no he sabido hacer de él nada de lo que verdaderamente quería que fuera. Prefiero entonces retomar la apuesta que mi adhesión a la IS había diferido: perderme absolutamente o rehacer absolutamente mi propia coherencia, y rehacerla sólo para rehacerla con el mayor número». Y concluye su carta: «Pero antes de dejar a la revolución el cuidado de reconocer a los suyos, pido desde hoy que se apliquen para conmigo las exigencias que he formulado a los grupos autónomos: no retomaré contacto con los camaradas que lo deseen y que desearé ver de nuevo, sino en el logro efectivo de una agitación revolucionaria que mi gusto del placer radical hubiera podido emprender.

Si de todas formas la tendencia juzgara su crítica suficiente en sí, debería considerarme como dimisionario, con las consecuencias, que acepto, de no volver a vernos jamás» (Debord, 1972: 129-130. Traducción de Julia Gutiérrez Arconada).3A pesar de lo cual,

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toda su obra posterior hasta nuestros días ha desarrollado uno de los elementos centrales del discurso crítico situacionista: la subjetividad radical, de la que Vaneigem, al contrario que Debord, fue despojando de la dialéctica hegeliana y de la contradicción su construcción discursiva y «leyendo» a Spinoza en otras obras de diversa naturaleza teórica.

El Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones comienza con una declaración de principios: lo que se expone es «una simple contribución, entre otras, a la reedificación del movimiento revolucionario internacional» (Vaneigem, 1988: 9) y concibe el libro como un impulso por «rehacer el mundo», por diluir lo que de vivido haya en el mismo en un movimiento general de los espíritus. Su punto de partida es inequívoco: «La lucha de lo subjetivo y de lo que le corrompe amplía en lo sucesivo los límites de la vieja lucha de clases. La renueva y la agudiza. La toma de partido por la vida es una toma de partido política. No queremos un mundo en el que la garantía de no morir de hambre equivalga al riesgo de morir de aburrimiento. El hombre de la supervivencia es el hombre torturado por los mecanismos del poder jerarquizado, en una combinación de interferencias, en un caos de técnicas opresivas que sólo esperan para ordenarse la paciente programación de los pensadores programados. El hombre de la supervivencia es también el hombre unitario, el hombre del rechazo total. No transcurre un instante sin que cada uno de nosotros no viva contradictoriamente y, en todos los grados de la realidad, padezca el conflicto entre la opresión y la libertad; sin que no sea extrañamente deformado y como apresado al mismo tiempo por dos perspectivas antagónicas: la perspectiva del poder y la perspectiva de la superación (Vaneigem, 1988: 8). En este terreno se juega la lucha por la liberación de la subjetividad. En un libro algo posterior, De la huelga salvaje a la autogestión generalizada (1974), firmado con el pseudónimo de Ratgeb, expondrá abiertamente esta contradicción a través de elementos cotidianos.4Y es que la vida cotidiana se convierte en su obra en la piedra angular de su discurso hasta el extremo de formar una única forma vital constitutiva junto con la subjetividad. Vaneigem declara la naturaleza de su discurso en confrontación con la especulación vacía y de la ultra concreción positivista: «Los moralistas de los siglos XVI y XVII reinan sobre un amasijo de banalidades, pero su cuidado por disimularlo es tan grande que edifican en torno a aquéllas todo un palacio de yeso y especulaciones. Un palacio ideal abriga y aprisiona la experiencia vivida. De ahí surge una fuerza de convicción y de sinceridad que el tono sublime y la ficción del «hombre universal» reaniman, pero con un perpetuo aliento de angustia. El analista se esfuerza por escapar a la esclerosis gradual de la existencia mediante una profundidad esencial; y

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cuanto más se abstrae de sí mismo, expresándose según la imaginación dominante de su siglo (el espejismo feudal en el que se unen indisociablemente Dios, el poder real y el mundo), tanto más su lucidez fotografía el rostro oculto de la vida y tanto más «inventa» la cotidianeidad» Pero, por otra parte, «La filosofía de la Ilustración acelera el descenso hacia lo concreto a medida que lo concreto es de alguna manera llevado al poder con la burguesía revolucionaria. De las ruinas de Dios, el hombre cae a las ruinas de su propia realidad. ¿Qué ha ocurrido? Más a menos esto: diez mil personas están ahí persuadidas de haber visto elevarse la cuerda del fakir, mientras que otros tantos aparatos fotográficos demuestran que no se ha movido ni una sola pulgada. La objetividad científica denuncia la mistificación. De acuerdo, pero ¿qué muestra? Una cuerda enrollada que no tiene el menor interés. Me siento poco inclinado a escoger entre el placer dudoso de ser engañado y el aburrimiento de contemplar una realidad que no me concierne. Una realidad sobre la que no tengo influencia, ¿no equivale a la vieja mentira renovada, el último estadio de la mistificación? Ahora, los analistas están en la calle. La lucidez no es su única arma. ¡Su pensamiento ya no corre el peligro de aprisionarse en la...

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