Desarrollo, sostenibilidad y ayuda: conceptos y temas en debate

AutorJoan Prats i Catalá
Cargo del AutorCoordinador. Director del Institut Internacional de Governabilitat de Catalunya
Páginas297-458

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1. Paradigmas del desarrollo

El desarrollo como constnicción social: génesis de la idea de desarrollo

Joan Prats (Mano de 2001)

Tenemos que embarcamos en un programa nuevo y audaz para que nuestros avances cientzycos y nuestro progreso industrial estén a disposición de la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas. Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones próximas a la misel-in. . . Por primera vez en su histopia la humanidad posee el conocimiento y la capacidad su$kientespara aliviar el mfiimiento de esta gente. . . nuestros imponderables recursos de conocimiento técnico crecen constantemente y son inextinguibles.. . El viejo imperialismo no cabe en nuestros planes.. . Una mayor producción es la clave para la prosperidad y la paz. Y la clave para una mayor producción es una aplicación más amplia y vigorosa del conocimiento técnico y cientzjcico naodemo.

Presidente Harry Tmman, Discurso Inaugural de las Naciones Unidas, 1949

La idea de desarrollo fue una de las claves para la reconstrucción del orden inter-nacional tras la Segunda Guerra Mundial. Su filiación intelectual es clara. El "desarrollo", entendido como progresión natural hacia un mismo estado final, tiene su raíz en el concepto cristiano de providencia, es decir, en el continuo movimiento superador hacia la perfección universal que es el don ofertado por Dios al mundo. En el siglo XVIII los filósofos de la Ilustración europea secularizaron la idea de providencia transformándola en "progreso". Cien años más tarde el progreso se transformaría en "modernidad" (entendiendo por tal una combinación de liberalismo, capitalismo, industrialismo, cultura basada en la ciencia y Estado-nación), presentada como fórmula de progreso de valor universal. El marco

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intelectual en el que se apoyaría la idea y la práctica del desarrollo ya estaba listo, pues, a comienzos del siglo XX.1

La matriz intelectual del desarrollo se encuentra en el conjunto de ideas y creencias articuladas en torno al llamado "racionalismo constructivista" (basado no sólo en la Ilustración, sino también en las concepciones de autores como Bacon, Descartes, Hobbes y Newton), el cual se opone a otra tradición intelectual también occidental representada por el llamado "racionalismo evolutivo o crítico". La contraposición entre ambos tipos de racionalismo es fundamental para iluminar el debate actual sobre el desarrollo y se encuentra espléndidamente formulada en las obras de Hayek y de Popper.2

El racionalismo constructivista considera que las construcciones sociales sólo son racionales en la medida en que responden a un diseño intelectual previo, asimismo racional. El racionalista constructivista se considerará desvinculado de la historia, como pudiendo "hacer tabla rasa del pasado". Se considerará desvinculado de la naturaleza, negando cualesquiera límites puestos por la misma a las realizaciones humanas. Se afirmará en una fe ciega en el conocimiento cientifico y técnico como racionalidad suprema, libre de constricciones éticas y morales, unido al desconocimiento y hasta menosprecio de la tradición, la diversidad cultural, los sentimientos y las emociones.

El racionalismo constructivista desde el que se metaforiza el desarrollo visionaba las sociedades como "organizaciones maquinales" cuyo comportamiento podía ser previsto y calculado mediante el diseño, la planificación y la ordenación y gestión cientifica. Las técnicas de la consmicción, la planificación y la administración o gestión de las organizaciones se concebían como racionales y universales. El tool kit de los expertos en desarrollo podía adquirise en las mejores universidades occidentales y aplicarse sin apenas consideración a las diversidades culturales e institucionales históricamente producidas de las que los planificadores del primer o del segundo mundo podían hacer "tabla rasa".

Tras la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt, Churchill y los demás constructores del nuevo orden internacional eran muy conscientes de que la primera globalización registrada a finales del siglo se saldó en un gran fracaso (representado por la Primera Guerra Mundial, la crisis de los treinta, el fascismo y la Segunda Guerra Mundial) y que este fracaso se produjo principalmente por falta de sensibilidad e ideas ante las enormes desigualdades generadas por la propia globalización.

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Eran conscientes de que el nuevo orden internacional sólo era viable bajo formas de cooperación internacional mucho más articuladas y capaces de tomar en cuenta el factor social. Por eso en la Carta Atlántica por ellos firmada en 1941 ya se comprometían a luchar por asegurar "para todos los países y personas estándares laborales mejorados, adelanto económico y seguridad social7', así como "libertad frente al temor y la necesidad.3 La cooperación económica internacional del inmediato futuro ya no podría figurarse sólo por el juego del libre comercio entre naciones desiguales que mirarían sólo por sus exclusivos intereses.

Se recuperó parte del viejo idealismo wilsoniano y se dio nuevo ímpetu a un movimiento de cooperación internacional de una extensión e intensidad sin precedente. Nunca había sido tan fuerte y generalizada la idea de que los pueblos pueden beneficiarse mutuamente de una cooperación internacional bien institucionalizada. En 1943 se creó la FAO. En este mismo año un grupo de economistas norteamericanos con algunos exiliados de Europa del este formalizaron las primeras teorías sobre las economías "subdesarrolladas". Sus planteamientos estaban muy influidos por la práctica del planeamiento en tiempo de guerra y por la defensa del inter-vencionismo estatal de Keynes y de la Fabian Society entonces muy influyente. La base de racionalismo constructivista de las nuevas teorías era evidente y el potencial por ellas reconocido al cambio planificado era ferviente. Algunos incluso propusieron la creación de un "banco internacional de inversiones" para financiar los servicios de utilidades públicas globales y la transferencia de industrias y conocimientos. Todas estas corrientes confluyeron en la Conferencia de Bretton

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Woods de 1944 y en la de San Francisco de un año más tarde. Había nacido la nueva cooperación internacional en cuyo contexto se generaría la idea de desarrollo4.

El racionalismo universalista e instrumental prevalente, tan valorado para tiempos de guerra, impulsó la aceptación acrítica del valor universal de la planificación y en general de la intervención del Estado (casi concebido como ente universal de razón) a la que se consideraba capaz de superar las imperfecciones e incompletudes del mercado. El éxito del Plan Marsahll reforzó todavía más estas creencias, a pesar de tratarse de una experiencia única, en absoluto universalizable y que tampoco se intentó de hecho replicar después en ninguna otra parte.5

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A fines de los cuarenta "la planificación para el desarrollo" ya era la disciplina que fundamentaba "científicamente" el nuevo emprendimiento universal del "desarrollo". La disciplina, que llenó de facultades y escuelas a todos los países del Tercer Mundo y a América Latina más que a ninguna otra región, contenía la quintaesencia del racionalismo constructivista: una combinación de política econó-mica keynesiana, dirigismo soviético y management o administración científica norteamericana. El desarrollo se convertia así en un tema principalmente técnico que podía y debía abstraerse del contexto político, institucional y cultural. Se daba por supuesto que con la aplicación a la economía de las ciencias y las técnicas disponibles se aceleraría el crecimiento sin tener que pasar por los largos tiempos de construcción institucional y sin necesidad de lograr el equilibrio entre mercado y poderes públicos sobre los que se había basado el desarrollo del mundo industrializada.6

La hegemonía intelectual del racionalismo constructivista era tal, que pocos se atrevían a desafiarla. No es extraño que fueran precisamente académicos centroeuropeos los que alertaran de que sobre esos mismos pilares intelectuales se había edificado el fascismo y el comunismo soviético. Tampoco se reparó en que había sido la idea de racionalidad instrumental vinculada a la creencia en un patrón de progreso universal la que había justificado la colonización contemporánea, es decir, la cara oscura del ideario de la Ilustración. Sólo desde un modelo universal e instrumental de progreso podían despreciarse y desconocerse las instituciones y culturas "indígenas" o "nativas" como incapaces de desarrollo endógeno y necesitadas de nuestro aporte "civilizador". Igual que sucedería después con el fascismo y el comunismo, la alegación de unas leyes históricas conducentes de la barbarie a la civilización había servido antes para justificar las atrocidades morales del colonialismo. Con él no había hecho sino comenzar la larga historia de colusión entre las potencias imperiales y las élites indígenas que algunos ven perpetuadas

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en la postcolonización a través, entre otras formas, de la práctica vigente de la ayuda al desarrollo que, por lo mismo, no les merece otra calificación que la de neocolonialismo.7

Hay que diferenciar nítidamente la idea de desarrollo de la idea de la ayuda al desarrollo. La segunda no es sino uno de los aspectos de la primera. En efecto, nunca se ha pretendido que el desarrollo sea un efecto exclusivamente de la ayuda al desarrollo, a veces mal llamada cooperación para el desarrollo. Siempre se ha sabido que el desarrollo depende fundamentalmente de un esfuerzo endógeno acompañado de un entorno externo favorable y que a ambas cosas puede contribuir enormemente la cooperación internacional comercial, industrial, tecnológica, financiera, educativa, cultural, militar y otra...

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