La solidaridad y sus paradojas

AutorManuel Salguero Salguero
CargoUniversidad de Granada
Páginas119-146

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1. Introducción

Si en el ser humano tienen cabida inclinaciones hacia la destrucción y opresión de los semejantes, también y en igual medida tiene asiento, como reconoce Rousseau, una repugnancia innata a ver sufrir a quienes son como él y una espontánea tendencia que empuja a compadecerse del que sufre y a prestarle ayuda. A partir de esa emoción originaria de solidaridad, que remite a la experiencia de la humana fragilidad y de la mutua vulnerabilidad, se llegará al principio humanitario que incita a remediar los sufrimientos existentes, imponiéndose a las tendencias destructivas y a las presiones del interés personal.

A pesar de la deshumanización, injusticia y clamorosa desigualdad que caracteriza a nuestro mundo globalizado, se deja ver -frente al pesimismo hobbesiano o el interés egoísta de Mandeville- un brote de esperanza y un espacio para el compromiso humanitario en su dimensión cosmopolita. No comporta novedad la constatación del hecho de que siempre ha habido modos de vida individual y colectiva caracterizados por el altruismo en beneficio de los demás. Este rasgo es, precisamente, el que ha propiciado que en la historia de la humanidad puedan descubrirse luces entre tanta barbarie colectiva. La novedad de estas últimas décadas -una novedad que puede calificarse de histórica- consiste en que la acción solidaria se ha canalizado en estructuras socialmente organizadas.

La proliferación de organizaciones no gubernamentales -el denominado tercer sector-1se está produciendo en todas las regiones del planeta y tiene lugar en un contexto general de retraimiento de la acción estatal en la prestación de servicios, debido a la crisis del estado de bienestar. La acción voluntaria como realidad cultural de nuestro tiempo está vinculada a las transformaciones que ha experimentado la idea de solidaridad. Podría decirse que la función que desempeñó la benevolencia o el humanismo filantrópico en los siglos XVIII y XIX, sobre todo en Francia y en Inglaterra, es la que desempeña hoy la solidaridad cuando este concepto -una vez delimitado en su alcance- se hace referir al despliegue de ese sector asociativo, no lucrativo o del voluntariado.

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La solidaridad se ha convertido en el horizonte axiológico de la humanidad en el final de milenio anterior y en el inicio del nuevo. Sin embargo, es preciso preguntarse si esta solidaridad está sometida a una inflación retórica y a un proceso entrópico de devaluación en la práctica.

El examen crítico de la noción de una solidaridad vinculada a la lógica del mercado constituye uno de los puntos básicos de este trabajo. ¿Puede justificarse un acercamiento a la exigencia de esta lógica o bien hay que considerar como un contrasentido vincular solidaridad y mercado? Desde un punto de vista crítico, se hace necesaria una sabiduría práctica de la acción humanitaria que sea capaz de afrontar los conflictos y dilemas éticos que se suscitan. Frente a la idea de una solidaridad pasiva, que no transforma la realidad sino que perpetúa la situación de los empobrecidos y excluidos, proponemos una solidaridad abierta que apela al compromiso y propugna, desde la empatía y desde la indignación por la injusticia, una nueva humanitas, el vínculo social que es hoy tan necesario. Esta solidaridad abierta apunta hacia una actividad emancipatoria frente a las determinaciones naturales y sociales. El centro de gravedad de la acción solidaria habrán de ser los otros en tanto que sujetos iguales en dignidad y protagonistas activos de esos procesos de emancipación. La solidaridad ha de discurrir por los parámetros de un proyecto heredero de la ilustración, reivindicado ahora en toda su radicalidad y que consiste en transformar el bienestar en términos de justicia. El impulsar este proyecto de una ciudadanía solidaria y cosmopolita es una exigencia de justicia y será la mejor garantía de la efectiva realización de los derechos humanos, por mirar al otro en su plena dignidad como persona y porque sus derechos son considerados como el reverso de nuestra responsabilidad.

2. Registros históricos de la noción de solidaridad

La "solidaridad" es una expresión propia de nuestro tiempo que se vincula a la idea del estado social de derecho, aunque tenga antecedentes mucho más lejanos. Uno de estos antecedentes es la amistad ("philía") que es una nueva forma de entenderse y asociarse los hombres más allá de los vínculos de la sangre, de la familia, de la tribu o de las convenciones de la sociedad. Como dice Emilio Lledó2, el sentimiento de amistad inunda los poemas

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homéricos, irrumpe en la lírica y en el teatro y se discute y analiza en los diálogos de Platón3. Aristóteles dedica los Libros VIII y IX de la Ética a Nicómaco a la amistad y comienza diciendo que ésta es lo más necesario para la vida y que no hay mayor satisfacción que hacer el bien a los amigos. La amistad, como forma del reencuentro con el otro, supone reconocer una semejanza y actúa como un impulso natural que conduce a la justicia, pues nadie desea un mal a quien considera como semejante o igual a sí mismo. De ahí que la amistad sea uno de los mayores bienes. La relación de amistad es propia del ser que tiene logos y se caracteriza, si es verdadera amistad, porque desaparece la antítesis entre egoísmo y altruismo, al coincidir el propio bienestar con el bienestar del amigo. La amistad es, por tanto, experiencia de alteridad, concordia y socialidad natural.

La amistad como valor ético se transformó con el cristianismo en una relación de caridad y amor fraterno4. El cristianismo introdujo la transformación del ser humano por la gracia divina que se recapitula en la experiencia vital de la fraternidad universal5. La caridad cristiana reconoce la igualdad de todos los seres ante Dios y de ahí nace el precepto del amor mutuo. Además, la caridad se configuró también como principio de carácter ecuménico y San Agustín apelaba a la necesidad de unos vínculos por los que los hombres se mantengan unidos de modo que la ciudad terrena sea un reflejo de la ciudad celeste6. Este vínculo es Dios y ningún Estado quedará preservado sin establecer una conexión con la fe y sin la concordia y el amor de unos y otros por razón de mismo Dios. Una vida buena y honesta requiere el amor a Dios y el amor al prójimo. Para Santo Tomás de Aquino la caridad es un aspecto de la piedad, aquel que se refiere a las obras de misericordia hechas a nuestros prójimos. La piedad forma parte de la justicia legal, como la honra y servicio a la patria que mira al bien común. La piedad es también la muestra de amor que damos a los padres7.

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Otro de los antecedentes de la solidaridad es la idea de fraternidad, cuyo precedente más claro se encuentra en los estoicos. Así, dice Cicerón en su tratado Sobre las leyes que "la naturaleza nos ha hecho justos para apoyarnos mutuamente y unirnos a todos en una asociación"8. También en De oficiis queda bien reflejada esta idea de fraternidad en su dimensión social9, como de igual manera ocurre en Séneca10. El estoicismo, con su idea del homo ho-mini sacra res influyó en el iusnaturalismo racionalista de autores como Hugo Grocio11, Richard Cumberland, Samuel Pufendorf, John Locke12, Adam Smith y J.J. Rousseau, que se desmarcaban del pesimismo antropocéntrico del homo homini lupus. El término "fraternidad" fue el que los ilustrados franceses solían utilizar en lugar del término "benevolencia" que era más preferentemente usado por los representantes de la ilustración británica. El elemento diferenciador se encuentra en la apreciación de que el término "fraternidad" tiene adherencias de carácter religioso, que irán desapareciendo con el avance en el proceso de secularización. Por eso, el utilizar el término "benevolencia", más bien que el de "fraternidad" indica el aseguramiento de un pensamiento ilustrado secularizado. A su vez, estos dos términos se asociaban también semánticamente a la noción de filantropía a la que se refiere Kant en La metafísica de las costumbres13. La auténtica benevolencia -la que ha de concebirse como acción sometida al imperativo del deber- equivale a la filantropía y consiste en el deber de hacer el bien a otros hombres en la medida de nuestras facultades. El imperativo moral de la benevolencia filantrópica se puede formular así: "Haz el bien a tu prójimo y esta benefi-

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cencia provocará en ti el amor a los hombres (como hábito de la inclinación a la beneficencia)"14. Pero como advierte Victoria Camps, la fraternidad no figura junto a la igualdad y la libertad en el frontispicio de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Y no es casual que los tres derechos principales fueran igualdad, libertad y propiedad, "valores nacidos de la desconfianza y poco compatibles con una supuesta hermandad universal"15. Mien-tras que triunfó la revolución de la libertad (una libertad individualista), la revolución de la fraternidad o de la benevolencia contra los excesos de ese individualismo no llegó a triunfar.

Uno de los antecedentes históricos más cercanos a la noción de solidaridad -como ha quedado ya sugerido- es la virtud social y política de la benevolencia, desarrollada en los siglos XVII y XVIII16como un ingrediente específico de aquella modernidad. La benevolencia recibió un inicial impulso con Richard Cumberland17y consiste en el deber de promover el bien común de todos los agentes racionales, buscando la coincidencia entre ese bien común y el particular o privado18. La benevolencia se configura en la modernidad ilustrada como una cosmología y como una antropología alternativas al escepticismo y al pesimismo...

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