De 'Rey soldado' a 'pacificador'. Representaciones simbólicas de Alfonso XII de Borbón

AutorRafael Fernández Sirvent
Páginas47-75

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"Es indispensable que sean guerreros los reyes, y lleven por sí mismos, en ocasiones dadas, que son frecuentes, al combate a sus tropas, porque así se concentra el mando con inmensas ventajas para el buen éxito de las campañas, y se destruyen las rivalidades de los generales (...)

El pueblo desea siempre ver en su jefe supremo un campeón ilustre, un héroe, y nunca un pusilánime, por mucho que sea su saber: así es [al] decir [de] Saavedra Fajardo, quien amargamente deplora la guerra, en ocasión que se refiere a este aserto, y recordando al Sabio Alfonso X de Castilla, «que los reyes muy científicos ganan reputación con los extraños y la pierden con sus vasallos»."

Antonio Sánchez Osorio, La profesión militar, 1865.1

I Introducción

Los fragmentos seleccionados en la cita que encabeza este artículo ofrecen solo algunas de las cuantiosas argumentaciones recogidas en el capítulo "Necesidad de que los reyes sean militares", que forma parte de un voluminoso libro escrito por quien fuera el instructor militar del príncipe de Asturias (futuro Alfonso XII), antes de los acontecimientos revolucionarios de 1868 y del consiguiente exilio de la familia Borbón española.

Desde época constitucional, las Fuerzas Armadas se hallan subordinadas legalmente al mando supremo del jefe del Estado. Así consta, en efecto, en las diversas Constituciones españolas decimonónicas, desde las de 1808 y 1812 hasta la de 1869 y -de forma más explícita, como se verá- la de 1876. En el siglo XIX español, sin embargo, la puesta en práctica de esta prerrogativa se hizo difícil en no pocas ocasiones debido, entre otras cosas, a los constantes cambios de gobierno inducidos no por el "poder moderador" del jefe del Estado o por el resultado de unas elecciones legislativas, sino por el poder efectivo de ciertas jerarquías castrenses, quienes a golpe de pronunciamiento orientaron la vida pública española.

Las siglas utilizadas en este artículo son: AGP (Archivo General de Palacio. Palacio de Oriente. Madrid); ARAH (Archivo de la Real Academia de la Historia. Madrid); BN (Biblioteca Nacional de España. Madrid)

Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto de investigación titulado "La Corona en la España del siglo XIX. Representaciones, legitimidad y búsqueda de una identidad colectiva" (referencia: HAR2008-04389/HIST), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España, apoyado con fondos Feder.

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Alfonso de Borbón y Borbón tuvo presente desde su infancia el papel de cabeza militar que correspondía a la figura regia, como jefe del Estado. El director de su instrucción militar, el mariscal de campo Antonio Sánchez Osorio, así se lo enseñó. Alfonso de Borbón, como la amplia mayoría de príncipes europeos, vistió desde niño el uniforme militar2y alcanzó diversos grados en el Ejército. Pero esta circunstancia nada tiene de original y apenas posee peso alguno en la idea o caracterización de "rey soldado" que más tarde, poco antes y durante su reinado, se forjaría y popularizaría del joven Alfonso XII. Esa imagen de infante con atuendo militar tuvo que ser notablemente reforzada conforme se aproximaba su mayoría de edad y a la vez se ampliaban las posibilidades de restaurar con éxito la monarquía (borbónica) en España. A esa conciencia aprendida del papel que un rey había de desempeñar en el marco de un sistema político constitucional se sumó la especial coyuntura del momento idóneo para que Alfonso accediera al trono español (tras la malograda monarquía de Amadeo I de Saboya y durante la inestable Primera República española3), cuando el príncipe, en plena adolescencia y en el exilio, se hallaba en su etapa de formación.

Por todo ello se hizo necesario crear una caracterización vigorosa del futuro jefe del Estado, que enmascarara aquellos rasgos y circunstancias que dejasen entrever una imagen débil de su persona y, por extensión, de la secular institución que pretendía encarnar. Había llegado el momento propicio de reelaborar ante la opinión pública una nítida simbiosis entre dos instituciones tradicionalmente muy vinculadas: la Corona y el Ejército. La imagen de un monarca con una buena instrucción militar, con capacidad de mando, resultaba, pues, clave y beneficiosa para acceder y, sobre todo, para consolidarse en el trono de España y desde él hacer prevalecer su voz de primer caudillo por encima de la del conjunto de los generales del Ejército. En resumidas cuentas, y al modo de ver de las más destacadas autoridades de los sectores sociales próximos al alfonsismo, se hacía necesario proyectar la imagen de un "rey consensuado" que simbolizara la autoridad, el orden y la unidad y con el que "todos" o, al menos, una significativa mayoría de los españoles se sintieran identificados4. De todo esto se encargaron Antonio

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Cánovas del Castillo (director de la causa alfonsina desde 1873) y otros monárquicos afines a este movimiento político-propagandístico, utilizando para tal fin todo tipo de espacios y de medios de comunicación (prensa, iconografía y centros de sociabilidad, fundamentalmente). Los círculos alfonsinos se encargaron de delinear una caracterización un tanto idealizada, a la par que verosímil, del príncipe de Asturias, dotándola de argumentos legitimadores que justificaran ante la sociedad su acceso al trono como soberano constitucional.

Este artículo trata de generar nueva luz sobre cómo estos hombres y medios creadores de opinión lograron diseñar, irradiar y, en buena medida, arraigar en el imaginario colectivo de los españoles una idea afable y legitimadora del monarca Alfonso XII, el "rey soldado" del siglo XIX (su hijo Alfonso XIII lo será del siglo XX)5que en muy poco tiempo logró convertirse -o consiguieron convertirle- en "el Pacificador" de la monarquía española.

II Soldado antes que rey: la prefiguración del "rey soldado"

Al entender de Antonio Cánovas del Castillo, uno de los objetivos preferentes para fortalecer la imagen pública de un adolescente príncipe de Asturias era conseguir permutar ante la opinión pública el perfil de infante colegial por otro de hombre madurado precozmente en el exilio, con capacidad de mando y preparado para dirigir el Ejército y la Armada y, en especial, dotado de una autoridad suficiente como para controlar y mantener bajo su subordinación al generalato, con el objeto de poder cerrar así una etapa de la historia de España marcada por un número considerable de pronunciamientos militares partidistas. En este sentido, Cánovas decía en una de las cartas que remitió a Isabel II a principios de 1874:

"Don Alfonso no tiene ya tiempo de ser niño. Es absolutamente indispensable que fije su atención en los asuntos políticos (...) Hay que tratarle como hombre y que el país entienda que tiene en él [a] un hombre, y los militares que tendrán en él [a] su jefe y que servirán en él a la patria, no a caudillos"6.

Para componer esa nueva imagen, más madura, del príncipe heredero Alfonso era perentorio dotarle de una intensa formación en una prestigiosa institución militar. Esa fue la tarea que ocupó por un tiempo a Cánovas y a otros alfonsinos hasta que, tras un dilatado viaje por Inglaterra, Bélgica y Alemania7, dieron con la academia militar europea más idónea para el príncipe, según las circunstancias diplomáticas internacionales: la Royal Military

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Academy of Sandhurst. Alfonso apenas pudo permanecer en Sandhurst dos meses, hasta que fue proclamado rey de España mediante el pronunciamiento efectuado por el general Arsenio Martínez Campos en Sagunto, pero fueron unas semanas que aprovechó para conocer de cerca los fundamentos básicos del sistema político inglés, que siempre tanto le interesó8y que, además, fue tomado por su valedor político Cánovas como el modelo de referencia a imitar en el caso español9.

Antonio Cánovas ejerció sobre el príncipe de Asturias un fluido magisterio epistolar. En una de esas numerosas cartas, el experimentado político e historiador aconsejó vivamente a Alfonso que intentara abandonar ante la opinión pública la etapa de colegial para ofrecer una nueva imagen, con un mayor sesgo militar, más acorde con las vicisitudes del momento. Este escrito privado de Cánovas pone de manifiesto de forma palmaria la maniobra táctica que los círculos alfonsinos emprendieron durante los meses que precedieron a la restauración de la monarquía alfonsina:

"(...) Si V. M. no fuese ya como es todo un hombre; si no estuviese cual está ya próximo a dejar el título de colegial; si no fuese como indudablemente será digno de sus valientes antepasados; si no tuviera, cual debe en lo sucesivo tener, muy especial afición a las armas, al arte y ejercicio militar, con harto fundamento podría temerse que los miserables intereses del militarismo se sobrepusieran al fin y al cabo a los de V. M. y a los del país. Pero la nación comienza a comprender, y es indispensable que [lo] sepa lo antes posible, que no tiene por qué fiar su seguridad y reposo a los caudillos, que entre nosotros [regían] las cosas de América, contando con la firmeza y el valor y el saber de su propio y legítimo soberano. Los leales partidarios de V. M. procuramos aumentar y difundir por todas partes esta justa confianza. V. M. y el tiempo harán lo demás 10 (...).

Atendiendo a las particularidades de la historia española decimonónica, resulta bastante razonable que Antonio Cánovas del Castillo procurara establecer de forma inteligente una estratégica exaltación de la figura del

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príncipe Borbón como...

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