La democracia en Europa. Una nota sobre la Societas Erasmiana de Ralf Dahrendorf

AutorAntonio Lastra
Páginas445-453

Few discoveries are more irritating than those which expose the pedigree of ideas

LORD ACTON

Page 445

En 1878, lord Acton escribió una larga reseña de Democracy in Europe: A History, de Thomas Erskine May, publicado el año anterior. Sir Erskine May no era un historiador profesional, sino Clerk y bibliotecario de la Cámara de los Comunes -de la que lord Acton había sido miembro entre 1859 y 1865-, y era conocido, sobre todo, por haber compilado en 1844 el Parliamentary Practice, como solía abreviarse su A Practical Treatise on the Law, Privileges, Proceedings and Usage of Parliament, que, casi inmediatamente después de su aparición, se consideró parte integrante de la Constitución inglesa, es decir, del inmenso cuerpo vinculante de precedentes que resumían la experiencia política inglesa, y por extensión británica, y que ejercería durante la segunda mitad del siglo XIX una influencia considerable en los incipientes sistemas parlamentarios, tanto en Europa como en América. (La última edición, con modificaciones que incluyen el desmantelamiento del Imperio y la descolonización, así como la reforma de la Cámara de los Lores, pero que no Page 446 afectan, en lo esencial, al espíritu de la constitución no escrita de la Commonwealth of Nations, es de 2004.) Lord Acton reconocía en su reseña que sir Erskine May "escribía para todos aquéllos que se situaban entre las amplias líneas de nuestra constitución", y era precisamente su posición como empleado de la Cámara de los Comunes, "en el centro de los asuntos públicos [...], en la más ilustre de las asambleas en la cima de su poder", lo que le había dado a Sir Erskine May la preparación necesaria para mostrar al mundo "el mecanismo del gobierno popular".

Para el historiador de la libertad que lord Acton habría querido ser, la historia de la democracia era un desafío, y entre las líneas de su exposición, no menos amplias que las de la Constitución en la que se amparaba, asomaba un texto implícito que convertía la historia de sir Erskine May, hasta cierto punto, en un sutil pretexto ideológico. De hecho, buena parte de las referencias y autoridades que lord Acton aduciría en éste y en otros escritos (John C. Calhoun, Édouard Laboulaye, Giuseppe Ferrari), héroes de democracia o de la libertad como Rienzi, Étienne Marcel, Jakob van Artevelde o Pasquale di Paoli, y documentos como la Constitución francesa del Año III (1795) o la de los Estados Confederados de América de 1861 (que lord Acton juzgaría como "los intentos más admirables de hacer frente a los males de la democracia con los antídotos que la propia democracia proporciona", en contraste con la revolución suiza de 1874), o los consejos que daría durante años al primer ministro Gladstone, han caído hoy en el olvido, un olvido que amenazaría también al único de los grandes autores del siglo XIX que no aparece citado en estas páginas, ni en ninguna otra de lord Acton, y sin el cual la historia de la democracia europea podría parecernos incompleta si tuviéramos que reescribirla en la actualidad. Es difícil leer el inicio de la reseña de lord Acton sin pensar en el "cambio revolucionario" como en un revenant o un eco:

"Apenas treinta años -escribió lord Acton- separan la Europa de Guizot y Metternich de estos días de sufragio universal en Francia y en la Alemania unida, en los que un insurgente condenado de 1848 es el ministro constitucional de Austria; en los que gobiernan Italia, de los Alpes al Adriático, los amigos de Mazzini, y estadistas que se encogieron ante las temeridades de Peel han doblado el censo electoral de Inglaterra. Si el filósofo que proclamó la ley de que el progreso democrático es constante e incontenible hubiera llegado a la vejez, se habría sorprendido del cumplimiento de su profecía."1 Page 447

"El filósofo" (o profeta) era, naturalmente, Tocqueville -Democracy in Europe era, obviamente, una réplica a De la démocratie en Amérique, escrita con el propósito de corregir la abstracción y la resignación del autor francés2-, pero "la Europa de Guizot y Metternich" era la misma que había visto pasar el fantasma del comunismo, y la omisión de Marx en la argumentación de quien legaría a la historia de la libertad una interpretación del liberalismo político que aún hoy sigue siendo coherente adquiere un sentido imprevisto tras la caída del Muro de Berlín y de lo que Ralf Dahrendorf -sir Ralf Dahrendorf, barón de Clare Market en Westminster y miembro de la Cámara de los Lores, en una secuencia genealógica tal vez menos extraña de lo que podría parecer a simple vista- ha llamado der Wiederbeginn der Geschichte o, en la versión inglesa del término, the new beginning of history, el recomienzo de la historia, una historia de la libertad inseparable, como veremos, de la historia de la democracia. La tarea pendiente, según Dahrendorf, consistiría en llevar la democracia y el imperio de la ley desde un mundo libre a un mundo, dentro y fuera de las fronteras europeas, en busca de libertad.3

Lord Acton había definido la libertad como "la seguridad de que cualquier hombre obtendrá protección al hacer lo que considere su deber contra la influencia de la autoridad y las mayorías, la costumbre y la opinión", y su interpretación de la democracia, en la que la soberanía popular era indisociable del poder absoluto, encajaba a duras penas en una historia de la libertad en la que no resultaba fácil adivinar la trayectoria principal ni evitar las desviaciones. Mucho más evidente era el antagonismo -la sociología del conflicto, en los términos de Dahrendorf- entre la libertad y la democracia, y menos en el calado de los acontecimientos que en la periferia política de un mundo que para el historiador siempre había sido global4 era donde podía llevarse a cabo un estudio comparativo de la democracia: en la historia sagrada del "pueblo elegido", por ejemplo, o en segundas lecturas de los filósofos clásicos -de Sócrates a los estoicos-, en los procedimientos de las asambleas provinciales romanas, en las favorables (e inesperadas) consecuencias que tuvo para las ciudades medievales la lucha entre el Imperio y el Papado o en la lenta (e inadvertida) revolución de las colonias americanas entre 1660 y 1789. Historiador de la libertad más por motivos existenciales que académicos - como católico no había podido estudiar en las universidades inglesas y su Page 448 ascendencia y educación alemanas serían determinantes en la formación de sus opiniones-, para quien la acción política del cristianismo era la cuestión más compleja a la que debía enfrentarse, la promulgación del dogma de la infalibilidad papal en el primer Concilio Vaticano supondría para lord Acton un golpe del que no se repondría nunca, y en una nota manuscrita inédita reconocería que había malgastado su vida, una confesión que condiciona la lectura de su obra y matiza la influencia que ha ejercido tanto en las versiones más conservadoras del liberalismo como en quienes han visto en el poder y en la resistencia al poder, más que en ninguna otra de las facetas de la política, el único elemento con el que habría que contar.5 "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente" es la máxima más célebre de lord Acton, para quien servía, sin poner demasiado énfasis sobre ello, sólo como pauta para comprender el curso ordinario de las cosas. En...

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