Trabajo social y emigración. Gestión de proyectos de intervención social con inmigrantes

AutorMaría José Aguilar Idáñez
Cargo del AutorCatedrática de Trabajo Social y Servicios Sociales. UCLM
Páginas187-227

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1. Trabajo social e inmigración Algunas precisiones y reflexiones

Antes de adentrarnos en el tema que nos ocupa, considero conveniente realizar algunas precisiones conceptuales que puedan aclarar nuestro campo de refiexión sobre la gestión de proyectos de intervención social, a los profesionales de otras disciplinas.

Podemos definir operativamente la intervención social como un tipo de actividad que: se realiza de manera formal y organizada (por lo que se diferencia del apoyo social u otras iniciativas comunitarias informales); responde a las necesidades sociales (no está guiada, por tanto, por la demanda solvente); tiene como propósito la autonomía e integración de las personas en su entorno; y, tiene una legitimación pública (es responsabilidad pública su regulación y sostenimiento) (Fantova, 2005).

Los servicios sociales, por su parte, constituyen un sistema público de protección social que tiene como objetivo la prevención y el tratamiento de las causas que generan situaciones de marginación y desigualdad social, con sus correlatos de diversas situaciones de exclusión, apuntando al horizonte de una sociedad cohesionada, con unos mínimos de bienestar compartidos1.

De acuerdo con este objetivo general, las diferentes leyes autonómicas de servicios sociales establecen una serie de principios o criterios generales de intervención, entre los que podemos destacar por su importancia en el ámbito de la inmigración los de normalización, accesibilidad, participación y universalidad.

Según la definición de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales, la profesión del trabajo social promueve el cambio social, la solución de problemas en las relaciones humanas y el fortalecimiento y la liberación de las personas para incrementar el bienestar, interviniendo en los puntos en los que las personas interactúan con su entorno. El objetivo general del trabajo social es "dar respuesta a situaciones de necesidad y a problemas que nacen en las

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relaciones entre personas y organización social, respetando y promoviendo la autonomía y responsabilidad de los usuarios, mediante la utilización personalizada de los recursos institucionales y sociales, y la promoción de recursos personales, ambientales e institucionales adecuados" (Bianchi, 1994).

De acuerdo con estas consideraciones precedentes, en el ámbito de inter-vención que nos ocupa2, está claro que el objetivo del trabajo social, de los servicios sociales, y de la intervención social en general en el campo de las migraciones, es lograr la integración de las personas inmigrantes.

La integración social de los inmigrantes constituye el objetivo proclamado y el criterio evaluativo de la intervención desde los diferentes sistemas públicos de protección. Además, la integración constituye uno de los tres ejes básicos de las políticas de inmigración, junto con el control de fiujos y la ayuda al desarrollo3. Este papel de principio rector otorgado a la integración se reforzó con la aprobación del Plan de Integración (en 1994), se ha reiterado con el Plan GRECO en 20014, y posiblemente se refuerce con el nuevo Plan de Integración que el actual gobierno está preparando. Por su parte, para el trabajo social, la integración constituye el objetivo, guía y criterio de evaluación de la intervención con respecto a las personas y grupos y colectivos en situación de precariedad y riesgo social. Hoy, buena parte de los colectivos de inmigrantes constituyen uno de esos grupos y ayudar a su integración social uno de los retos actuales del trabajo social (Montagud y Torres, 2002). No obstante lo anterior, debemos ser conscientes de que el dispositivo de apoyo destinado a superar la precariedad y debilidad social es también precario, y el desempeño profesional del trabajo social consiste en buscar soluciones individuales en el marco de una regulación legal restrictiva, que no gusta a los profesionales y entra en contradicción con los propios principios y valores de la profesión y de la intervención social (Vázquez, 2004).

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Además, con frecuencia, los discursos sobre la integración se centran excesivamente en las cuestiones identitarias y culturales. Nuestra sociedad es culturalmente muy heterogénea, y las personas somos muy diferentes unas a otras. Como ya ha sido advertido desde el trabajo social (RTS, 2004), el discurso multicultural puede ser utilizado en ocasiones para crear etiquetas y estigmatizar al otro como inmigrante, minoría cultural o minoría étnica, estableciendo categorías y clasificaciones subjetivas, atribuyendo rasgos inferiores para diferenciar colectivos de una supuesta mayoría de personas autóctonas. La diversidad humana es un hecho constatable, y las comparaciones cotidianas entre unos y otros, quizás un hecho natural. Las nociones de igualdad y desigualdad entre unos y otros, en cambio, ya implican un posicionamiento ético o político de los individuos.

Se invoca la integración de los inmigrantes en la sociedad de acogida basándose en la necesidad de conocimiento cultural mutuo como base de la convivencia. Pero: ¿realmente el diálogo cultural resuelve completamente los problemas actuales de la inmigración? Numerosos autores plantean que el problema principal de la inmigración actual, muy inferior numéricamente a otros períodos, no son las diferencias de lenguaje, ni las mezquitas, los hábitos alimentarios o en el vestir, sino que el principal problema es la segregación social, derivada de la pobreza, el trabajo sin contrato, la falta de papeles legales, las dificultades para encontrar vivienda, el déficit en recur-sos y servicios públicos, etc. Sin menospreciar las diferencias culturales que puedan ser parte de la existencia de un confiicto, el acento en las diferencias culturales en sí, a menudo hace menos explícitas estas bases de estigmatización del "otro".

¿Se pueden exigir unos deberes como ciudadano y una integración social plena a quien no tiene los derechos básicos reconocidos? La integración social pasa por una integración política plena y unos mínimos niveles de integración socio-económica. Por lo tanto, la premisa fundamental para la integración social del inmigrante se basa en su reconocimiento como ciudadano, con derechos y deberes, más que en su identidad.

Como tan acertadamente ha señalado en numerosos trabajos Javier de Lucas5, los fiujos migratorios tienen un carácter radicalmente político. Se trata

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de un fenómeno global, complejo y plural que debemos tomar ya en serio como una de las cuestiones políticas clave, que exige paciencia y visión a medio y largo plazo, siendo el reconocimiento de derechos una condición previa y necesaria (aunque no suficiente) para que haya una política y una realidad social de integración (Lucas, 2004).

Evitando definiciones normativas de integración, y atendiendo a algunos de sus principales ámbitos de implementación y gestión, considero necesario realizar algunas refiexiones "telegráficas" que entiendo deben orientar la práctica profesional e institucional, a saber:

a. Contextos de origen: no es posible entender ni las migraciones ni al inmigrante teniendo en cuenta sólo su vida aquí. Hay que tener en cuenta su origen y su estrecha vinculación con él. Los inmigrantes son personas entre mundos geopolíticos diversos, habitantes entre varias sociedades y culturas. Concebir la integración como adaptación mutua y construcción compartida entre la población autóctona y la población extranjera implica -entre otras cosas- conocer e intentar comprender las realidades y contextos sociales, económicos y culturales de los países de origen de la población inmigrante que llega a nuestro país. Desde el punto de vista macroestructural, las migraciones son una consecuencia de la desigual distribución de la riqueza y el poder en el mundo. Desde el punto de vista microestructural, no son el hambre y la miseria lo que induce a emigrar, sino la disparidad entre lo que tienen en el país de origen y lo que esperan obtener fuera. La revolución de las comunicaciones, los mensajes recibidos desde el Primer Mundo y la facilidad de los transportes infiuyen decisivamente en la decisión de emigrar. En muchos casos, además de estos factores, situaciones de persecución política también coadyuvan a la decisión.

b. Trabajo y el mercado laboral: el fenómeno migratorio obedece a una lógica fundamentalmente económica y laboral, y supone un proceso de inserción laboral a través del cuál se configura un nuevo componente de la mano de obra. Los trabajadores extranjeros extracomunitarios se ubican preferentemente -y son ubicados- en sectores laborales en los cuáles no compiten con los trabajadores autóctonos. Razón por la cual su inserción laboral supone más una complementación que una sustitución de la mano de obra autóctona. Las claves iniciales de la integración son la inserción

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laboral digna y el estatuto jurídico estable. Por ello, el papel del Estado, y de los empleadores y sindicatos, es fundamental para evitar situaciones de explotación y precarización.

c. Educación: uno de los efectos del fenómeno migratorio es el aumento del número de alumnos de origen...

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