El 11 de septiembre, la soberanía y la invasión del «espacio civilizado»

AutorWayne Morrison
Páginas15-39

Page 15

El World Trade Center fue el ojo de la aguja a través del cual fluyó el capital global, el asiento de un imperio. Sin embargo, por anónimas que pudieran parecer, las Torres Gemelas nunca fueron benignas, nunca fueron más que arquitectura [Sorkin y Zukin 2002a: xi]

Un edificio muy alto absorbe un avión y se colapsa después de 105 desafiantes minutos, habiendo observado a su gemelo correr la misma suerte. Todos lo ven. Una y otra vez. Captura los ojos y los oídos en un asombro conmocionante. Cuando las torres se desploman, el mundo se sacude. Nadie podría aceptar lo que acaba de ver. Tal caída vertical parecía imposible. Y ningún análisis de las mecánicas del colapso, el modo sencillo en que se llevó a cabo, o la misión estratégica de los atacantes, puede tranquilizar la incredulidad. El hecho sigue siendo increíble, sorprendente inclusive para aquellos que lo iniciaron [Wigley 2002: 69]

Con un rango extraordinario de emociones, el mundo observó con descreimiento cómo un poder no-emancipado perforaba a otro poder que se pensaba a sí mismo como invencible [Smith 2002: 99]

Para los estándares de la farándula, el 11 de septiembre tuvo que estar muy cerca del espectáculo más grande sobre la tierra [Harvey 2002: 64]

En términos exclusivamente militares —tal como los define la doctrina estratégica de EE.UU. desde al menos el año 1942—, los ataques fueron ampliamente exitosos [Ward Churchill 2003: 31, n. 92]

Prólogo: las demandas de la sorpresa

Existen muchos tipos de cavernas. La imagen común después del 11 de septiembre fue la de Osama bin Laden habitando una caverna en Afganistán, dirigiendo e influenciando sobre eventos del mundo exterior a través de una combinación de formas de comunicación primitivas y tecnológicamente avanzadas, o simplemente ofreciendo su punto focal ideológico. En respuesta, Estados Unidos utilizó un conjunto de bombas «destructoras de búnkeres» que pretendieron llevar a Osama a una realidad mortal: aquí se requiere leer1acerca de la profundidad y la longitud de las cavernas de Tora Bora. Bin Laden huyó y a partir de mediados de 2005 permaneció, en general, junto a la campaña que él inspiró, bien vivo y conectado, para continuar una extensa insurgencia en Afganistán e Irak. Tora Bora se transformó en un símbolo y una metáfora: revelando recursos y poderes militares contrastantes, incluso también una ineficaz confianza en la alta tecno-

Page 16

logía para alcanzar un resultado que requería una interacción humana mayor. En tanto que la confianza de Estados Unidos en los bombardeos, generalmente en Afganistán (y más tarde en Irak), mostraba diferentes percepciones en cuanto al victimismo, esto también reflejaba confusión con respecto a las tácticas derivadas, en parte al menos, desde la definición de Bin Laden como terrorista y subestimando su política, ensuciando su aspecto, ignorando sus objetivos, rechazando reconocer su apoyo, e interpretando erróneamente sus tácticas. Mientras que para el consumo occidental, Bin Laden fue «etiquetado» con éxito como terrorista a cargo de un grupo extremista que había recibido refugio por parte de un «Estado renegado» que parecía como si pudiese ser fácilmente derrocado y conquistado por todas las afirmaciones de victorias y las conversaciones de la democracia para desarrollar un nuevo orden mundial regido por Estados Unidos y otros gobiernos (en particular el Reino Unido y Australia), los resultados de la «guerra al terror» declarada después del 11 de septiembre de 2001 se veían dudosos a comienzos de 2006, tanto en términos de los objetivos específicos de la campaña, como en sus efectos más amplios sobre las instituciones y las reglamentaciones internacionales, además de los ataques sobre las libertades civiles en los países occidentales.2¿Qué fue Tora Bora?: ¿un acto de guerra, una operación policiaca, un intento de asesinato sobre un político opositor o el intento de desprenderse de un terrorista? ¿Quién tuvo el poder de definir estos sucesos y la realidad qué estaba en juego?

Nueva York —templo del modernismo— puede haber sido una clase diferente de caverna. Los eventos del 11 de septiembre de 2001 ofrecieron un espectáculo que asombró, quizás no lo debería haber hecho. Durante las últimas décadas del siglo XX, los comentaristas no sólo han estado señalando estos hechos con base en la naturaleza cambiante de la guerra y la seguridad,3sino que también muchos, acudiendo a las retrospectivas, consideran que los servicios de inteligencia estadounidense habían recibido suficientes advertencias como para haber evitado el ataque,4y también las subestimaron, o sus líderes políticos no las habían escuchado (para este último caso, véase Anónimo, 2002 y 2004). Inclusive, la abrumadora respuesta ante los hechos fue el desconcierto. El evento fue rápidamente presentado como un hecho completamente excepcional, una disrupción para el progreso y la estabilidad, una erupción de irracionalidad y maldad. Los sucesos necesitaban ser puestos en contexto para que se pudieran comprender, para que pudieran ser expresados con seguridad; pero existía una confusión de contextos, o más bien el proceso de contextualización de los sucesos se dividió a lo largo del terreno social, político, religioso y nacional.5Un evento transformado en global por las redes de comunicación, con comprensiones locales y frágiles.

Mi punto de vista: el 11 de septiembre de 2001 no fue una excepción a las estrategias gobernantes de la modernidad, en cambio constituyó un hecho que revela paradigmas históricos atrincherados que han refrenado la comprensión, en la medida en que se constituyeron sobre la relación de lo local y lo global, del dolor y su distribución, de etiquetar el «delito» y su causalidad. Tres imágenes pueden ilustrar lo expresado: la primera fue presentada por el teórico político británico Thomas Hobbes en 1651 en el frontispicio de El Leviatán (Figura 1.1), la segunda es la imagen, o por cierto las propias imágenes del 11/9/2001, que se transmitieron en vivo vía Internet y por televisión, además de la extensa aparición en portadas de periódicos, y en revistas (tal como The Economist durante los días 15 a 21 de septiembre de 2001, que simplemente establecía «El día que el mundo cambió»). El hecho de que el paradigma pueda haber cambiado se ve reflejado en otra portada de The Economist del 30 de noviembre de 2002, la cual caricaturiza al mundo como una calavera humana: el terror, decía, ahora es global.

Page 17

[VER PDF ADJUNTO]

FIGURA 1.1. Frontispicio de El Leviatán. De aquí en adelante se nos presenta una visualización de la soberanía y del Estado territorial —concerniente tanto al espacio (civilizado) protegido como a su personificación. Obsérvese que la figura del soberano está compuesta de los cuerpos de todos los sujetos, y la realidad de la limitación corporal, de la vulnerabilidad de todos los seres humanos ante el dolor y la muerte, proporciona un elemento clave en la narrativa de Hobbes que legitima a los hombres que se reúnen y fundan el cuerpo soberano. «Si miramos a un hombre adulto y consideramos la fragilidad de la integridad del cuerpo humano (cuya ruina marca el fin de todo esfuerzo, vigor, y fuerza), y la facilidad con que el hombre débil puede matar al más fuerte, no hay razón alguna para que alguien confíe en sus fuerzas y se considere superior a los otros por naturaleza. Aquellos que pueden hacer las mismas cosas a los otros, son iguales. Y aquellos que pueden cometer el acto supremo —es decir, matar—, son por naturaleza iguales entre sí» (Hobbes De cive, p. 93). Los hombres son concebidos como entes autónomos, relativamente iguales y competitivos, una situación problemática que se debe reconciliar mediante alguna representación de comunidad. La imagen refleja un proceso por el cual la vulnerabilidad que todos los hombres poseen se refunda en términos de fortaleza. Uno escapa al caos irracional de la condición natural por medio de la combinación entre el contrato con y el acuerdo sobre el gobierno, investido por el poder público. Inclusive, ésta es una fortaleza espacial limitada, dentro de la cual trabajan los procesos civilizadores del espacio protegido; afuera se extiende un reino caótico que representa la relación donde la seguridad del espacio protegido (la parte interna del Estado) depende del Estado responsable de que el espacio sea más poderoso que «otros Estados».

Page 18

El paradigma de Hobbes de la modernidad: el espacio civilizado, el espacio territorial

El Leviatán de Hobbes se asocia en gran medida con la descripción de la condición natural de la humanidad como un estado de «guerra»* de todos contra todos, donde la razón tiene escasas posibilidades contra las pasiones violentas del hombre, y la vida de éste es solitaria, pobre, aberrante, brutal y corta. La humanidad es rescatada de su condición por medio del temor. El miedo a la muerte lleva al hombre a actuar racionalmente y a combinar; formando un gobierno fuerte, e incluso totalitario, a través de la aceptación de que el poder yace —o podría hacerlo— en el corazón de toda organización social y que quienquiera que lo posea tiene tanto la capacidad como el derecho de dominar.

Esa lectura completamente simplista y reduccionista oscurece la interpretación radical y compleja que Hobbes ofrece para la condición humana. Sin embargo, es correcta en dos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR