Le signe et le Droit, de Jean-Pierre Gridel.

AutorJosé M. Piñol Aguadé
Páginas533-539

    GRIDEL, JEAN-PIERRE: Le signe et le Droit, Bibliothéque de Droit Privé, París, Libraire G. de Droit et de Jurisprudence, 1979.

Hasta su prologuista, el profesor Carbonnier, parece sentirse inquieto, casi desorientado, ante obra tan original. Las clásicas tintas negras que imprimen nuestras normas pasan a antojársele abismales y tenebrosas, mientras que dibujos, colores, luces y sonidos le abren un horizonte paradisíaco de sueños esplendentes. En este firmamento se siente en danger de poésie, mal terrible para un jurista. Pero al despertar, las estrellas se convierten en petrafictae, y las constelaciones, en uniformes brillantes coronados con solemnes sombreros, un mundo arcaico sin leyes escritas, ni registros territoriales, ni boletines publicitarios. Como si desde el exterior de su iceberg hubiera podido examinar el titánico continente sumergido de festucas y símbolos, ritos y magia, con grafiados increíbles, acaso cavernarios, pero que todo el mundo comprende. Chassan, al que se califica de Magistrado de profesión, historiador por placer y poeta por temperamento, los llama restos deshumanizados, pero reconoce su eficiencia y universalidad.

Page 534El Derecho para su aplicación debe hacerse sensible y ser comprendido. Sin ello no podría ser respetado. La norma y la situación jurídica creada bajo su manto y por ella amparada precisan una publicidad que se realiza ordinariamente por el lenguaje oral y la escritura a su servicio, aunque puede efectivizarse mediante otros procedimientos. Limitados a un mundo de alambradas nos resulta difícil comprender la existencia de otros exteriores. Por ello, desviándonos ligeramente de nuestro autor, procuraremos la superación de las barreras terminológicas con asequibles conceptos generales.

El lenguaje oral, de signos fónicos o fonemas, exterioriza nuestros pensamientos y voluntad, aunque aceptamos otros medios de comunicación, como el constituido por los signos de los sordomudos. Cuando un lenguaje desea fijarse para su transmisión temporal o espacial, se acude a la escritura, y ésta puede representarse en un signo por idea o frase, «estacionamiento autorizado días impares», escritura sintética, que exigiría infinitos signos. En otros casos, el signo equivale a una palabra, y puede ser la reproducción, aproximada o esquematizada, del objeto que designa la palabra, un perro = un perro, y en tal caso tenemos la escritura pictográfica simple; pero lo expresado por la palabra puede ser abstracto o no siéndolo representarse por un signo arbitrario, un perro = la caza, una paloma = paz, lo que nos conduce a la pictográfica ideográfica, estadio muy progresivo respecto a la primera. Gran invención fue la escritura alfabética, en la que los signos equivalen a sonidos bucales, sílabas o letras, que debidamente sistematizados son transformados en sonidos e ideas por el lector destinatario en procedimiento inverso.

Aunque históricamente el orden enunciado de «Ideenschrift», «Wortschrift» y escritura alfabética es el normal, hay que tener en cuenta que jamás un estadio elimina totalmente a los anteriores, de la misma forma que en el campo jurídico la aparición de la hipoteca no significó la extinción de las ventas a retro. Los mismos jeroglíficos egipcios contienen mezcla de ideogramas y fonogramas. Por ello en la escritura conviven elementos de antigüedad muy diversa. Y si subsisten los más remotos es posiblemente por no haberse superado su simplicidad y universalidad. También el lenguaje oral se complementa con infinidad de signos.

Gridel nos remonta al concepto de signo, elemento sensible para cualquiera de nuestros sentidos (vista, oído, olfato .) que facilita información directa, separándolo del indicio que expresando contigüidad lógica lo realiza indirectamente. Nos habla de sus diversas modalidades: el «carácter», que en su día designaba la marca al fuego que se...

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