La sexualidad

AutorMaría Dolores Vila-Coro
Páginas49-130

"El amor que solo se alimenta de sexo, siempre está hambriento".

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1. La cultura posmoderna

Las conductas relativas al sexo que siguen hoy día, principalmente, los jóvenes, se comprenden mejor enmarcadas en la postmodernidad por su ascendiente en el pensamiento actual de las sociedades occidentales. Este movimiento ideológico, cuya esencia -recogida por el movimiento New Age- tiene su origen en el mayo parisino del 68, se inició bajo el signo de las "revoluciones culturales". De acuerdo con el profesor de Filosofía Rafael Gambra, del mismo modo que la Revolución Francesa de 1789 consumó la disolución de la estructura institucional cristiana, esta nueva revolución intenta disolver la estructura de las mentes, en sus convicciones básicas y en la noción de verdad objetiva e inmutable. El resultado es que la juventud desarraigada de todo mundo de razón y de fe, hastiada de una sociedad tecnocrática de mero Page 50 "consumo", irrumpe con sus violentas protestas hacia cauces de anarquismo y de nihilismo. Sus ídolos son Marcuse y Gramsci, ideólogo del marxismo que representa una versión del marxismo culturizado. A pesar del fin de la Unión Soviética, estas mentalidades se siguen manteniendo31.

Herbert Marcuse nació en Berlín, en 1898, en el seno de una familia judía. Atraído por las posiciones de izquierda estudió Filosofía en las universidades de Berlín y Friburgo. En esta última conoció a Husserl y a Heidegger, que dirigió su tesis, con la que se doctoró en 1922. Permaneció en Friburgo hasta 1933, año en el que ingresó en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt (más conocido como Escuela de Frankfurt). Ese mismo año los nazis llegaron al poder y clausuraron el Instituto. Marcuse, junto a otros miembros de la Escuela, se trasladó a Estados Unidos. Allí se estableció llegando incluso a adoptar la nacionalidad americana, en 1940, y a trabajar para el gobierno federal. Ejerció la docencia en distintas universidades: Columbia, Harvard, Boston y San Diego. Me interesa señalar que su pensamiento fue una de las fuentes de inspiración de la revuelta estudiantil de 1968, conocida como "mayo francés". Murió en Alemania en 1979. Además de la filosofía de Hegel, Marx, Dilthey y Heidegger, tuvo una importante presencia en la formación de su pensamiento el psicoanálisis de Sigmund Freud. En Eros y civilización (1955) retoma la teoría freudiana según la cual la civilización se apoya sobre la represión permanente de los instintos humanos, reemplazando la satisfacción inmediata de los mismos por una satisfacción diferida. "El metódico sacrificio de la libido, su desviación inexorablemente impuesta, Page 51 hacia actividades y expresiones útiles desde el punto de vista social, son la cultura" dice Marcuse, sintetizando la visión freudiana. Al dejar el "principio de placer" y asumir el "principio de realidad", "el ser humano, que era poco más que una maraña de tendencias animales, se convirtió en un yo organizado".

Una civilización no represiva es una quimera para Freud porque el principio del placer y el de realidad son antagonistas irreconciliables. Marcuse no coincide con el fundador del psicoanálisis en este punto. Desde una visión de la historia inspirada en el materialismo-histórico de Marx, considera que esta oposición no es metafísica, que no se origina en la naturaleza humana, sino que es producto de una organización social histórica determinada. Marcuse considera que el progreso tecnológico ha creado las condiciones para una liberación respecto de la obligación del trabajo, para una ampliación del tiempo libre. La técnica permitirá la liberación de las potencialidades reprimidas que, "así liberadas, crearán nuevas formas de realización y de descubrimiento del mundo, que a su vez otorgarán una nueva forma al reino de la necesidad, a la lucha por la existencia. Así se dan las condiciones para el surgimiento de una sociedad no represiva en la que se viva la felicidad del Eros liberado, la lógica de la satisfacción y no ya la de la represión".

El resultado ha sido la negación de toda verdad y de toda posibilidad de explicar racional y coherentemente la realidad, sobre todo el hombre y por supuesto Dios. Desconfianza completa respecto a las grandes palabras: valores, verdades, compromisos, fidelidad, sentido de la vida, sentido de la Historia... Page 52 La postmodernidad suprime todo valor del ser y de la verdad. Se niega la posibilidad de legitimar o fundar racionalmente una interpretación y un sentido de la vida, una sociedad humana, una moral, etc. Considera un sinsentido pretender alcanzar normas objetivas universales o verdades definitivas32.

Lo cierto es que vivimos en una sociedad en la que importa más el tener que el ser, y desde ese "valor" se cifra el éxito en la vida materializando la idea de felicidad. Se pretende la consecución del deseo inmediato sin medir las consecuencias. Se rechaza la responsabilidad, se elude el compromiso y el esfuerzo: se admira el pelotazo y se impone el hedonismo que sobrevalora el placer. A la sociedad de consumo le interesa el hombre vacío de ideales, acallado su instinto de superación, sin referentes morales, privado de toda idea de trascendencia, apto para satisfacer sus deseos aquí y ahora. Por su parte los medios de comunicación propician el catastrofismo imperante; no hay más que ver, todos los días, las dramáticas escenas de horribles crímenes, de guerras cruentas, asteroides que se aproximan..., con el espectacular realismo que permite la televisión. Los consejos directos son abundantes al recordarnos el peligro de comer un solomillo con el mal de las vacas locas, un tomate transgénico o inhalar el humo del cigarrillo de tus amigos. Todo ello incita la idea de que hay que vivir a tope una existencia precaria y privada de toda trascendencia que puede ser, en cualquier momento, víctima de un cataclismo, hecatombe o desgracia...

Por su parte, las llamadas revistas del corazón, el cine, la televisión, la publicidad..., presentan ciertos modelos de comportamiento Page 53 humano en los ámbitos del arte, la cultura, el espectáculo y la vida social, que van imponiendo, cada vez con más fuerza, la idea de que la sexualidad -restringida al mero aspecto genital- es un asunto exclusivamente privado, que concierne únicamente al uso que el sujeto quiera hacer de él. Este subjetivismo relativista guarda así una conexión directa con una concepción dualista del hombre que le considera como algo distinto de su cuerpo y más allá de él: el hombre es el alma o el espíritu humano que «ocupa» o «habita» un cuerpo. Éste queda, así, reducido a un simple instrumento, un «esclavo» del alma, siempre pura y noble. Por ello, Diona Murphy (Demi Moore), la protagonista de la película Una proposición indecente (Adrian Lyne, 1993), se justifica ante su esposo del adulterio cometido con un argumento muy en boga en nuestros días: «Mi cuerpo -le dice- estaba en sus brazos, pero mi corazón estaba contigo».

Aunque puede resultar inicialmente atractivo como sistema filosófico, y cuenta por ello con una larga trayectoria en la historia del pensamiento -desde el orfismo, pasando por Buda, Platón y los diferentes gnosticismos y hasta llegar a las "nuevas espiritualidades" de corte postmoderno (New Age, por ejemplo)-, el dualismo antropológico, y las derivaciones espiritualistas, subjetivistas y relativistas, a que da lugar, resultan claramente insuficientes desde el análisis riguroso de la realidad humana. Son insuficientes porque no explican, en el fondo, esta realidad, sino que nos hablan de algo que no es el hombre. Pretenden que el ser humano es un espíritu puro mientras que la realidad muestra que el ser humano existe encarnado en un cuerpo concreto, el de cada persona humana. Mi cuerpo es «mío» no como la ropa que visto, sino en un sentido Page 54 mucho más existencial: es mío como yo soy mío. Mi cuerpo manifiesta lo que soy por lo que no puedo disponer de él como algo ajeno a mí, ni puedo rechazarlo sin rechazarme a mí mismo.

De ahí que, frente a las corrientes dualistas, se haya levantado siempre la corriente que -desde Aristóteles y Santo Tomás a nuestros días (Maritain, el socratismo cristiano de Marcel, las escuelas personalistas, etc.)- considera que el ser humano es uno en cuerpo y alma. La unidad sustancial del hombre hace que yo no me identifique con mi cuerpo sólo, como tampoco me identifico sólo con mi alma: soy una realidad con dos elementos indivisibles y en unidad total e indisoluble. Si falla ese compuesto, si falla esta interacción, si hay un momento en que se separan entre sí el cuerpo y el alma, sobreviene la muerte y el ser humano deja de ser lo que era.

Pero el ser humano no es -como falsamente considera el individualismo de nuestro tiempo- un sujeto aislado que agota en sí su propio desarrollo y plenitud. Es siempre un ser social. No puede darse ni explicarse sin relación con otras personas, con sus semejantes33. Y esto se manifiesta, de forma admirable, en la misma constitución física del ser humano, no menos que en su constitución psicológica y espiritual. Por eso, el ser humano es una realidad abierta a los demás, que se realiza en la medida de esa apertura, en el encuentro y en la entrega del propio...

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