Sentido y alcance de la educación

AutorF. Javier Blázquez-Ruiz
Páginas45-60

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2.1. El valor de la educación

Realmente no es fácil educar, en tiempos de cambio o en época de crisis tan acuciante como la presente, tanto en el ámbito familiar como en la escuela. Aunque probablemente cada generación se enfrenta en cada momento a los múltiples problemas que le ha tocado vivir y los percibe con intensidad similar.

Antes, por ejemplo, no existía ni estaba extendido socialmente el consumo de drogas, pero como es bien sabido, las dificultades y necesidades económicas para resolver los imprevisibles problemas diarios se multiplicaban por doquier.

Además las familias eran más numerosas y no siempre disponían fácilmente de los recursos necesarios para poder vivir con cierto desahogo. Y es que cada periodo histórico se presenta de forma diferente y es asumido de modo distinto, tanto en el plano económico, como político, social o cultural.

Sin embargo, cabe precisar que tanto entonces como ahora la convivencia demanda la presencia de principios, valores y actividades que no cambian básicamente. Educar, por ejemplo, sigue consistiendo en el proceso de enseñar, formar y corregir con cierto grado de determinación. Ese proceso, en términos generales, se mantiene inalterable.

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En caso contrario, si cerramos los ojos y no intervenimos nos arriesgamos a que suceda, metafóricamente, como acontece con las plantas y árboles, que cuando son jóvenes, si no son guiados y podados en el momento oportuno, después surgen dificultades para darles forma, y no siempre va a ser posible reconducirlos adecuadamente.

En ese proceso de formación, los pensadores y educadores clásicos, insistían una y otra vez, en la vertiente práctica, en el ejercicio, porque las destrezas y el desarrollo de las aptitudes como precisaba Aristóteles en su célebre Ética a Nicómaco, “no las aprendemos sino practicándolas y así uno se hace arquitecto, construyendo; se hace músico, componiendo música. De igual modo se hace uno justo, practicando la justicia; sabio, cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor”12. En otras palabras la virtud no se predica sino que se practica.

Frente a esos principios y pautas de comportamiento, tan básicos como trascendentes en el proceso de forjar el carácter y la personalidad, caben lógicamente propuestas distintas. De hecho, durante los últimos años hemos asistido a una determinada tendencia que prefería aplicar desde los primeros años la tolerancia en la formación de los jóvenes, desde una interpretación de la libertad menos restrictiva, más laxa y permisiva, menos exigente. Propuesta que como es fácil de constatar ha contado con numerosos adeptos, de forma plausible y legítima, podríamos añadir, en muy diversos contextos.

A este respecto, cabe afirmar que efectivamente la autonomía y el ejercicio de la libertad son necesarias e indispensables para un adecuado crecimiento y madurez. De hecho, cuanto mayor grado de independencia adquiera el joven paulatina y progresivamente, tanto mejor. Pues de esa forma evitará carecer de criterio a la hora de tomar decisiones; cuestión tan importante a veces para no dejarse influir o arrastrar por los demás.

Sin embargo, entre los problemas que padece el ámbito de la educación desde hace tiempo, tanto desde la vertiente familiar como

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en algunos centros educativos, cabe destacar una cierta confusión a la hora de establecer límites claros y precisos respecto a diversos principios, pautas de conducta y comportamientos. Ya sea referidos a la relación entre tolerancia y permisividad, entre libertad y respeto, o a la hora de decidir entre consentir o corregir. Tema sin duda de gran complejidad y trascendencia.

A este respecto conviene recordar que autores como V. Camps advertía explícitamente que toda educación se inicia y comienza necesariamente por la heteronomía (es decir los padres y profesores intervienen continuamente).

Pero si aspira a ser realmente buena educación, ese proceso ha de concluir fomentando la consecución de la autonomía. Porque el objetivo final es lograr que el joven sea capaz de pensar y actuar por sí mismo, libremente, de forma responsable. Y ésta es sin duda la clave.

Entre tanto y hasta entonces, la responsabilidad recae en los padres fundamentalmente, así como en los maestros y profesores. Unos y otros han de ejercer plenamente su competencia, de forma complementaria, sin menoscabo ni interferencias. De otro modo, cabe el riesgo de que se inicie un viaje complicado, afectado de cierta ambigüedad, en el que el propio lenguaje comienza a pervertirse, a adulterarse, alterando el proceso de formación.

Entonces irrumpen cada vez más palabras y actitudes como: negociación, pacto o cesión, que a veces pueden resultar útiles, para resolver determinadas situaciones, pero en otras muchas ocasiones acaban por condicionar y debilitar el ejercicio de la necesaria autoridad.

No cabe duda que la educación es tan necesaria como valiosa por sus efectos, tanto en el plano individual como familiar y social. Pero precisamente por ser tan relevante, requiere desde el principio del máximo esfuerzo, compromiso y responsabilidad. Por parte de todos y sin dimisión alguna. Siendo conscientes de que como advertía el filósofo Epicteto “sólo las personas que han recibido educación son realmente libres”.

En última instancia, cabe precisar que el proceso de la educación es, sin lugar a dudas, exigente, riguroso, costoso. También po-

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dríamos decir que resulta caro, por el esfuerzo y notables recursos que precisa. No obstante, si prefieren, como diría Sócrates con cierto grado de ironía: podemos probar con la ignorancia, que resulta obviamente más barata…

2.2. Educación y valores morales

En los tiempos de cambio y de crisis que venimos comentando, advertimos con frecuencia que carecemos de guías o brújulas a la hora de tomar decisiones: ya sea por falta de claridad de ideas y de criterio, o por déficit de principios y valores morales. En cualquier caso, es fácil constatar continuas faltas de transparencia, de honestidad y de responsabilidad en las actitudes y comportamientos, en los más diversos ámbitos, no sólo económicos y políticos.

De ahí que si habláramos en términos de inversión, p robablemente, la apuesta decidida por la formación en ética podría llegar a convertirse en el mejor negocio posible en época de crisis como la presente, pues la relación entre coste y beneficio, inversión y resultados, tanto a medio como a largo plazo es incuestionable.

Sin embargo, paradójicamente, el actual Proyecto de reforma de la nueva Ley de Educación tiene previsto reducir considerablemente algunas de las materias que inciden en esa formación. De hecho, pretende suprimir la obligatoriedad de la asignatura Historia de la Filosofía, y prescindir también de Etica y Educación para la Ciudadanía.

Esta propuesta no deja de ser sorprendente pues arremete y choca frontalmente con la tesis que el propio Anteproyecto de la LOMCE proclama desde el preámbulo: “El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio”.

De hecho, si aspiramos a formar jóvenes que puedan comportarse como personas y ciudadanos, capaces de responder a los desafíos de la sociedad actual, tecnificada, competitiva y globalizada, hemos de ser conscientes de que además del conocimiento técnico, han de disponer también de un bagaje conceptual, que les permita hacer frente a las múltiples dificultades que han de encontrar en su camino.

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En realidad, el proceso de educar consiste fundamentalmente en enseñar a los...

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