Señores del Caguán. Alfonso Cano y su informe de Reforma Agraria. Los secuestros 'espectaculares': 'La Cacica'

AutorJaime Contreras
Páginas373-387

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CAPÍTULO 22.

SEÑORES DEL CAGUÁN. ALFONSO CANO Y SU INFORME DE REFORMA AGRARIA. LOS SECUESTROS “ESPECTACULARES”: “LA CACICA”

Mientras tanto los trabajos de negociación, entre gobierno e insurgencia, tras los acuerdos de los Pozos, parecían ralentizarse en un anodino marasmo de inculpaciones mutuas, todas inoperantes; las audiencias públicas, con amplia representación internacional, no eran más que un desfile de oradores que proponían programas propios del arbitrismo más inocuo, pero los acuerdos fundamentales tales como el cese al fuego o el tema del posible desarme parecían estar tan alejados que proponerlos parecía algo incomprensible. En la Mesa, el diálogo no era más que un monólogo sucesivo en el que, a una petición de una parte seguía la contrarréplica de la otra.

Sin embargo, fuera de las salas de negociación, en la zona de despeje, la actividad de la guerrilla resultaba frenética, y todos sabían, el ejército muy especialmente, que la zona “desmilitarizada” cada vez más se parecía a un fortín lleno de armamentos sofisticados; y no solo eso, también se sabía que allí se habían levantado complejos campos de entrenamiento al que acudían cientos de personas, procedentes de diversas zonas del país, para adiestrarse en la guerra de masas y en la subversión urbana; eran gentes, de toda condición, afiliadas a las Milicias Bolivarianas; otros milicianos, como los mandos del PC3, también asistían a cursos especializados de formación política para futuros mandos en la gestión de las técnicas de una lucha revolucionaria que se entendía, más como guerra subversiva y de agitación que como el desenlace de un enfrentamiento directo con las fuerzas armadas. En este sentido, en el gobierno sabían que la zona despejada era, también, lugar en el que recalaban instructores expertos en técnicas de guerrilla urbana, procedentes de diferentes lugares del mundo donde se desarrollaban movimientos terroristas tales como el IRA, la ETA o el movimiento palestino de HAMAS. Por eso no extrañó demasiado, ni a Pastrana ni a los altos cargos militares, que el 11 de agosto de este 2001, agentes de los servicios de Inteligencia Militar detuvieran ,en el aeropuerto de El Dorado cuando se aprestaban a salir hacia Europa, a tres ciudadanos del Ulster que declararon ser miembros del IRA y que precedían de San Vicente del Caguán, donde habían pasado una larga temporada en tareas

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de instrucción a los guerrilleros de las FARC; la noticia se emitió en todos los canales de televisión y ponía de relieve, por primera vez ante los colombianos, que las FARC formaban parte de una internacional del terror y que la revolución que proponían se incardinaba en un proceso violento de dimensiones globales. No obstante, el hecho, el impacto de la noticia fue limitado; pero para el gobierno lo relevante era confirmar los informes que el ejército venía acumulando: el Caguán se había convertido en un espacio protegido del terrorismo internacional, algo que en la Mesa, Raúl Reyes y sus compañeros de Secretariado, negaban reiteradamente.

Y en medio de esta situación de extremada actividad subversiva y terrorista, ejercida en el exterior de la zona de distensión, las FARC, en el interior de la misma, continuaban su batalla por ganar el combate de la propaganda controlando los espacios de las audiencias públicas; en efecto el 18 de agosto, y en medio de una lógica expectación, Alfonso Cano presentó su ponencia sobre la Reforma Agraria, un documento esperado por todos, por cuanto el tema agrario, como así se había indicado siempre y constantemente, estaba en el origen mismo de las FARC; un asunto estructural y recurrente que, durante mucho tiempo, y bajo los auspicios del Partido Comunista, fue el estandarte de las reivindicaciones de este movimiento insurgente. Conocer cuáles eran las propuestas de Cano en este tema, después de 40 años de reivindicaciones y de violencias extremadas, constituía el atractivo “académico” de aquel día en la “zona liberada”; había, pues, un público expectante y pendiente de saber si, de sus reflexiones, se podrían deducir los hitos principales de un programa económico y social, alternativo al del gobierno, que desde luego asumiese las profundas transformaciones que la sociedad colombiana había sufrido en los últimos cuarenta años; sobre todo desde aquel día, el 20 de julio de 1964, cuando en medio del “fragor de la lucha armada de Marquetalia” aquel pequeño grupo de guerrilleros, comunistas en su mayoría, presentaron su Programa Agrario como un manera revolucionaria de reforzar la alianza de clase obrera y campesina, instrumento adecuado para destruir “…la vieja estructura latifundista de Colombia”. ¿Seguían las FARC aferradas a aquel mítico programa, o, como era de esperar, había en él variaciones significadas dado que el escenario socioeconómico y político de Colombia había mutado profundamente? Desde esta perspectiva, la intervención de Alfonso Cano fue, para muchas personas que le escucharon, un tanto decepcionante. Cierto que, el conferenciante arguyó determinadas reflexiones sobre aspectos de cierta “modernidad”, pero, en el conjunto central de sus reflexiones, apenas se apercibían propuestas concretas y viables que estuvieran encaminadas a resolver los problemas del agro colombiano, naturalmente en orden a incrementar sus posibilidades productivas y a conseguir relaciones sociales de producción más justas443.

Cano comenzó asentando un principio maximalista y retórico: los campesinos colombianos son víctimas históricas del desprecio con que los mira el gobierno nacional. Ello es una constante histórica, una premisa estructural que se remonta, casi al momento fundacional de la independencia en el que “aquella revolución”, no fue capaz de alejarse de la “feudal tradición hispana”; lejos de eso, allí, en aquellos tiempos se cimentó la primera gran disfunción de nuestra historia: la alianza entre el Estado y los poderes terratenientes. Desde entonces, nuestro recorrido histórico, explicaba el

443Ponencia de la comisión temática de Farc-Ep en la Mesa. 18 de agosto de 2001. Marco de la negociación en San Vicente del Caguán.en Esbozo histórico de las Farc-Ep., op. cit., pp. 210-214.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

conferenciante siguiendo, al pie de la letra, las aseveraciones principales de la moderna historiografía marxista, dominante en el acervo académico colombiano, no es otra sino la de una abrumadora desigualdad en el proceso de acumulación de la propiedad de la tierra. A ella han contribuido factores tales como la transformación, desde el inicio, de fuertes grupos oligárquicos en partidos políticos, la fuerte confesionalización del estado que atravesó todo el S.XIX y se ha prolongado casi hasta nuestros días o el profundo conservadurismo, reaccionario casi siempre, que se instaló, desde entonces, en las clases dominantes del país. Todo ello permitió que el proceso de acumulación de tierras, en un país vacío, se realizara de forma irregular, de modo que, “los grandes señores de la tierra fueron, en gran medida, responsables de las políticas violentas444

que formaron parte consustancial de su modelo de acumulación capitalista de riqueza; y aquí el autor parece anticiparse a las afirmaciones que, pocos años después, algunos estudiosos del conflicto han venido formulando445.

No puede extrañar, en consecuencia, que la pugna permanente, casi fratricida, entre los dos grandes partidos, el liberal y el conservador, haya tenido, como telón de fondo, la puja por consolidar mayores latifundios y, con ellos, cerradas circunscripciones electorales de votantes cautivos que eran los aparceros, los peones agrícolas o los pequeños campesinos, unos y otros dependientes de los grandes hacendados que reforzaban su control sobre estas masas agrarias con el apoyo del paternalismo de los párrocos rurales. Tal fue, explica Cano, la situación dominante, en el agro colombiano, durante los casi cincuenta años del S.XX en los que hubo hegemonía conservadora; fueron, éstos, años, dice, de “oscura caverna (…) en la que tristemente se hundió nuestra patria “; décadas que son calificadas con el término ahistórico, del triunfo del “señorío feudal”, lo que perpetuó una profunda involución del país, cuando, por el contrario, argumenta Cano, “en el resto del mundo las economías ascendían en el capitalismo industrial y financiero”.

Pero, ante tal situación de dominación e injusticia estructurales, la resistencia popular apareció, como no podía ser menos, encontró un entorno, relativamente favorable, por los efectos de la crisis de 1929 que, en Colombia provocó, según el conferenciante, “el agotamiento de la hegemonía conservadora”. Llegaron las administraciones liberales, empujadas por las primeras luchas campesinas que coincidieron con los incipientes intereses de una pequeña burguesía liberal, para terminar “por imponer un estado de medidas progresistas”, de corto calado, que, pronto, demostraron servir más para consolidar los vínculos que las nuevas oligarquías liberales habían trenzado con el pujante imperialismo norteamericano que para solucionar el hambre de tierra de las masas campesinas, desposeídas de ella. Y fue entonces, en la administración liberal de López Pumarejo, cuando se produjo el primer intento, “tal vez el único”, de solucionar, algo, las agudas desigualdades; en efecto la conocida Ley 200 de 1936 intentó conseguir la estabilización de los colonos en el seno de la estructura latifundista y, además, se planteó solucionar el problema de la improductividad de enormes

444Ibidem, nota anterior, p. 211.

445Ver Jairo Estrada: “Acumulación capitalista, dominación de clase y rebelión armada”, en Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia. Comisión Histórica del Conflicto y sus víctimas. Bogotá. Febrero 2015,- “La razón estructural del conflicto social armado se halla en la tendencia histórica del proceso de...

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