La seguridad de la seguridad jurídica

AutorRicardo Dip
Páginas47-78
CAPÍTULO 1
LA SEGURIDAD DE LA SEGURIDAD
JURÍDICA
LA SEGURIDAD EN GENERAL
El temor y el miedo 1 humanos son fenómenos universales de aversión
al mal 2: Ubi es?… Vocem tuam in paradiso et timui…
Desde un mero y repentino susto, emoción que resulta de una fuerte
impresión súbita ante la perspectiva de males inminentes, hasta los gra-
dos más intensos, como el de pavor o pánico 3, el temor es una constante
en la historia de los hombres.
El objeto del temor no es el mal futuro, simpliciter, sino el mal in-
minente, porque, son palabras de ARISTÓTELES, «lo que está muy lejos
1 Se distinguen, en efecto, el miedo y el temor; así lo enseña M. ZALBA, el miedo es
«trepidatio animis propter malum […] instans vel futurum», mientras que «timore, stricte
sumpto, […] est motus partis sensitivæ, non spiritualis, cum immutatione organica propter
malum sensibile, futurum, arduum» (Theologiæ moralis compendium, tomo I, Madrid, Bi-
blioteca de Autores Cristianos, 1958, pp. 77-78). Con todo, no se distinguirán aquí, por
la falta de relieve casual de sus especificaciones, dado que ciertamente ambos constituyen
movimientos delante de un prenuncio de mal.
2 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I-II, q. 6, a. 7, ad 1um.
3 En relación con los grados psicológicos del miedo, cfr. I. FRÖBES, Tratado de Psico-
logía empírica y experimental, tomo II, traducción de J. A. MENCHACA, Madrid, Razón y
Fe, 1950, pp. 301 y ss.
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no se teme, pues todos saben que morirán, pero, no estando próxima la
muerte, no se preocupan» 4.
Aunque no sea propiamente un movimiento natural 5, porque no es
pasión innata 6, el temor, en cierto sentido, puede decirse natural, en la
medida en que impele a alejar males que amenazan la integridad de la
naturaleza (el temor de la muerte, de las enfermedades, de las mutilacio-
nes 7). Corresponde, así, en parte, al impulso de conservación personal:
«Los peligros de muerte no sólo son contrarios al apetito animal, sino
también a la naturaleza» 8. Las ideas de la muerte y del temor de la muer-
te son, en cierto sentido, naturales a la humanidad 9: la cercanía de la
muerte, en efecto, atrae intensamente la vocación humana de infinitud,
y la muerte próxima es, por eso, motivo natural de temor: temor, con
todo, que puede nutrirse de la ansiedad de bien eterno, como, para los
cristianos, se tornó gráfica en la célebre sentencia de SAN AGUSTÍN: «…
inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te» 10.
La idea de pervivencia humana, quodammodo, después de la muerte
de todo hombre, es una nota frecuente en varias religiones: desde perio-
dos prehistóricos se sabe, por ejemplo, que se sepultaban los muertos
con pertrechos y hasta alimentos, para facilitarles la misteriosa existencia
venidera 11.
4 ARISTÓTELES, Retórica, traducción de A. TOVAR, Madrid, Centro de Estudios Cons-
titucionales, 1990, Bkk. 1382a.
5 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I-II, q. 41.
6 A diferencia de lo que ocurre con otras pasiones, que son naturales (en el sentido de
que son innatas), así, p. ej., el amor, que es inclinación a obtener un bien y evitar un mal,
es tendencia natural del apetito concupiscible (ibid., a. 3).
7 Cfr. M. UBEDA PURKISS y F. SORIA, en la introducción a la q. 41 de la I-II de la Suma
teológica de SANTO TOMÁS DE AQUINO, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1954.
8 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I-II, q. 44, a. 1, ad 3um.
9 La concepción cristiana de la muerte, dice R. AMERIO, «está marcada pro dos ideas:
la muerte es un acto del hombre; la muerte es un momento decisivo de todo el destino hu-
mano» (Iota Unum, cit., p. 563); «[…]la muerte parece contraria a la naturaleza y repugna
al espíritu» (ibid., p. 564).
10 SAN AGUSTÍN, Confesiones, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1946, cap. I,
núm. 1, p. 324. Se lee en otro pasaje agustiniano: «La paciencia, que sólo es necesaria
donde sea preciso soportar males, no será eterna; pero sí será eterno el término al que se
llega gracias a la paciencia. Tal vez se diga, en el mismo sentido, que el temor casto (timor
castus) permanecerá por todos los siglos, vale decir, permanecerá la meta a la que el temor
conduce» (De civitate Dei, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1958, XIV-9-6).
11 Cfr., a título meramente ilustrativo, A. BOUYSSONIE, «A religião dos tempos pré-
históricos», en J. HUBY (coord.), Christus. História das Religiões, traducción de A. PINTO
DE CARVALHO, vol. I, São Paulo, Saraiva, 1956, pp. 69 y ss.
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LA SEGURIDAD DE LA SEGURIDAD JURÍDICA 49
La consagrada obra de FUSTEL DE COULANGESLa cité antique 12
comienza, precisamente, con la referencia a las creencias de los griegos y
los romanos sobre el alma y la muerte. Estos entendían que la muerte era
un simple cambio de vida, no una descomposición del ser. No creían, sin
embargo, en la metempsícosis, ni en la morada celeste —salvo en el caso
de los grandes hombres y benefactores de la humanidad. La muerte, para
griegos y romanos, no consistía en la separación del alma y del cuerpo.
Los ritos nos muestran claramente cómo, cuando se inhumaba un cuerpo
en el túmulo, se creía que, al mismo tiempo, se sepultaba allí algo con
vida. En estos ritos, era costumbre llamar tres veces al alma del muerto y
decir «que la tierra te sea leve»: sibi tibi terra levis. Se creía que el muerto
continuaría viviendo bajo la tierra. De ahí que su entierro se realizara con
objetos, alimentos, vino, caballos, esclavos y hasta con mujeres (Polixena,
por ejemplo, fue enterrada con el cuerpo de Aquiles). De la necesidad de
sepultura deja constancia SUETONIO (refiriéndose al cuerpo de CALÍGU-
LA) o resulta evidente cuando varios generales atenienses, héroes de una
batalla naval, son condenados a muerte por no haber tenido el cuidado
de recuperar los cuerpos de sus muertos a fin de darles entierro.
La privación de sepultura es incluso motivo de sufrimiento y pena:
así lo menciona SÓFOCLES, en Antígona, y HOMERO, en la Ilíada. En esta
última, Héctor pide a su vencedor que no lo prive de sepultura.
Si el temor constituye un movimiento común a los hombres, son
también universales sus opuestos: la audacia y la seguridad. Con todo,
mientras la audacia es lo contrario del temor, la seguridad es su oposición
privativa: «securitas opponitur timori sicut privatio» 13.
La palabra «seguridad» proviene del nominativo latino securitas y
del adjetivo securus, con predominante acepción subjetiva: tranquili-
dad de espíritu, sosiego, paz, reposo, descanso, negligencia, descuido;
es de PLINIO la expresión «securitas itinerum», viaje seguro, sin peli-
gros; securus es el que no teme: secura metus, libre de miedo (SÉNE-
CA), securi pro salute, seguros de la salvación (TÁCITO) 14. O también
12 N. D. FUSTEL DE COULANGES, A Cidade Antiga, traducción de F. DE AGUIAR, Lis-
boa, Livraria Clássica Editora, 1971.
13 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I-II, q. 45, a. 1, ad 3um.
14 En lo sustancial, los autores le atribuyen el mismo sentido: cfr. F. RODRIGUES DOS
SANTOS SARAIVA, Dicionário Latino-Português, Rio de Janeiro y Belo Horizonte, Garnier,
1993, pp. 1077-1078; R. FONTINHA, Dicionário Etimológico da Língua Portuguesa, Porto,
Domingos Barreira, s.d., p. 1613; A. NASCENTES, Dicionário Etimológico da Língua Portu-
guesa, Rio de Janeiro, Acadêmica/Francisco Alves/Liv. São José/Livros de Portugal, 1955,
p. 463; F. TORRINHA, Dicionário Latino Português, Porto, Porto Editora/Fluminense/Li-
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