La recepción de Savigny en España: un episodio en la historia de la circulación de las ideas

AutorLuis M. Lloredo Alix
CargoUniversidad Carlos III de Madrid
Páginas227-265

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1. Problemas de la historia de la circulación de las ideas

La circulación de las ideas es un fenómeno complejo. Al nacer en contextos históricos concretos, impulsadas por factores políticos, sociales y culturales específicos, los conceptos y las teorías suelen experimentar transformaciones cuando se trasladan a realidades distintas. A veces, el resultado de estas mutaciones suscita la perplejidad del estudioso, ya que las interpretaciones que se dan en estos procesos de adaptación incurren con frecuencia en modificaciones incomprensibles para quienes tienen una visión estática y dogmática del pensamiento. Así ocurrió, por ejemplo, con la introducción de Jhering en España, que fue leído desde la perspectiva del iusnaturalismo krausista y, por tanto, fue forzado hasta encajarlo en un molde que no le correspondía en absoluto1. Y así ocurrió también, por citar sólo otro caso, con la traslación de la teología católica a América Latina, donde en muchas ocasiones se ha empleado como estrategia de emancipación frente a los poderes establecidos, y no como ideología al servicio del statu quo2. Cualquier fenómeno de sincretismo, tanto en religión como en filosofía o en otras ramas de la cultura, suele dar

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como fruto este tipo de productos mestizos, reacios a la categorización en esquemas predeterminados.

Ahora bien, pese al inicial estupor que nos puedan producir estas metamorfosis, es difícil que las cosas sean de otro modo, ya que las ideas no se deben a un abstracto universo teórico, sino a las circunstancias siempre perentorias de la praxis. En este sentido, casi siempre es imprescindible que la importación de autores, escuelas o teorías se haga de forma cabal, retomando aquello que realmente es pertinente en el nuevo contexto, desechando lo que no tiene relevancia y leyendo las ideas en clave actual, es decir, proyectándolas sobre las nuevas situaciones a las que habrán de servir. De hecho, así es como siempre ha discurrido la historia del pensamiento. Como gráficamente decía Emilio Lledó, los textos tienen la endiablada e inevitable propiedad de "rodar por la historia"3, emancipándose de sus autores y adoptando formas proteicas, que les permiten adquirir una u otra identidad en función de los lugares, las épocas y las perspectivas desde las que se reciben. De otra forma, sería imposible seguir "dialogando" con textos procedentes de épocas tan lejanas a la nuestra como la de los clásicos grecolatinos, por poner un ejemplo evidente.

Desde este punto de vista, la tarea del historiador de las ideas se convierte en un ejercicio complicado, semejante a una persecución en una sala de espejos, en la que las interpretaciones se superponen unas a otras y en la que, por consiguiente, resulta difícil identificar dónde está el original y dónde el reflejo, qué es lo auténticamente propio de un autor y cuáles son las adherencias que se le han ido incrustando con el paso del tiempo. No en vano, decía Nietzsche que "todos los conceptos en los que se condensa semióticamente una evolución completa, se resisten a la definición; sólo es definible lo que no tiene historia"4. De manera que, al enfrentarnos con ideas o nociones que hayan experimentado el transcurrir del tiempo, contrayéndose y dilatándose en función de las diferentes coyunturas históricas, sólo podemos intentar trazar su genealogía conceptual, indagando las motivaciones de los cambios y conformándonos con una presentación diacrónica de sus evoluciones. O sea, abandonando la pretensión de hallar significados prístinos, puros o absolutos de las cosas,

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y renunciando a enarbolar el estandarte de la "auténtica" o la "verdadera" interpretación5.

Así pues, al historiador del pensamiento le compete la delicada tarea de examinar las razones de la adaptación y reconfiguración de las teorías al trasplantarse a nuevas latitudes. En muchas ocasiones, puede surgir la tentación de tachar los procesos de importación como espurios, torpes o desenfocados, pero creo que más bien conviene adoptar una actitud atenta y cautelosa. De lo que se trata es de analizar los contextos de recepción desde su misma idiosincrasia, tratando de identificar los debates políticos, sociales e intelectuales en los que las nuevas ideas se vayan a adaptar. Esta metodología parte de la base de que las teorías nunca marchan solas, sino que forman un tándem con la realidad en la que crecen, estableciendo una ligazón inmediata con las condiciones políticas, económicas y sociales respectivas6. Por eso, antes que delinear un itinerario de teorías o de conceptos que se suceden unos a otros de forma inmanente, como si fueran actos de pensamiento dependientes de sí mismos, creo que la historia de la circulación de las ideas debe comprometerse con una visión social y moderadamente materialista de la historia. Sólo así pueden captarse los matices que adquieren las ideas al viajar a situaciones distintas de aquéllas en las que surgieron y sólo así la historia puede ser algo más que una crónica erudita del pretérito.

En este artículo se adoptará dicha metodología para analizar las peculiaridades que adquirió el pensamiento de Friedrich Carl von Savigny al trasladarse a la cultura jurídica y política española. Veremos que, en muchas ocasiones, el perfil de Savigny no coincide con el dominante en el paradigma germánico, o que coincide con éste de manera parcial. Para entender el porqué y el cómo de las lecturas que se hicieron de su obra en España, será menester comprender la situación por la que atravesaba el país a mediados del siglo XIX, fecha en la que se introdujo por primera vez su pensamiento. Una vez que hayamos trazado este bosquejo -tanto desde el punto de vista general como desde el jurídico- podremos examinar de qué diversas formas se asumió entre nosotros el legado de Savigny.

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2. Un rápido panorama de la españa decimonónica
2.1. El problema de los Sonderwege

Desde hace ya varias décadas, se maneja en Alemania la retórica del Sonderweg ("camino especial"), según la cual el área germánica habría tenido un recorrido histórico singular respecto al de las demás naciones euro-peas. De acuerdo con esta corriente historiográfica, dicho Sonderweg diferenciaría a Alemania de la deriva potencialmente democrática que se inició en el resto del continente tras las revoluciones liberales del siglo XIX y, en última instancia, sería responsable de que aquélla terminara culminando en el nazismo. Se trata de una idea que, a mi juicio, merece ser revisada en profundidad, ya que todas las naciones europeas han atravesado sendas tortuosas en la construcción de la democracia, los derechos humanos y las instituciones que hoy caracterizan a la modernidad occidental7. Cada una con sus particularidades, sus tropiezos y sus logros, ha diseñado una forma peculiar de interiorizar los principios de la modernidad ilustrada; una modernidad que, por otra parte, no sólo incorporaba principios de emancipación en sus formulaciones teóricas, sino que también propiciaría el autoritarismo, el colonialismo o el expolio de la naturaleza desde su misma constitución. En definitiva, ni Occidente es una realidad tangible y efectiva, ni existe un camino unívoco y "normal" hacia la democracia8. Más bien, podría decirse que Occidente es un ideal político al que tender y hacia el que existen numerosas vías posibles.

Así las cosas, me parece más razonable adoptar una perspectiva historiográfica que se haga cargo de los múltiples Sonderwege que han existido en la formación de la Europa contemporánea. De hecho, no hay más que echar un rápido vistazo a las diversas historias patrias para darnos cuenta de que en todas las naciones del continente existen discursos que pretenden subrayar la "singularidad" o la "particularidad" de su historia. Los ingleses, siempre celosos de su insularidad, reivindican características especiales de su cultura: empirismo frente a racionalismo, common law frente a civil law, monarquía constitucional frente a república, etc. Los españoles también han insistido siempre en la idea de la singularidad: ya apoyándose en el factor diferencial

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de la influencia árabe9, ya en el retraso cultural e industrial respecto al resto de Europa, la historiografía de nuestro país ha tendido a dar esta imagen de España como nación especial. Y qué decir de Rusia, siempre varada ante el dilema de su identidad asiática o europea: marcada por el influjo de la dominación mongola, por su pasado bizantino o por sus sempiternas aspiraciones paneslavistas, se ha formado también en contraste con Europa, preocupada por constituirse en una vía alternativa a los modelos político-culturales del continente10. Si nos paramos a analizar éstos y otros ejemplos que podrían añadirse, quizá sea más prudente quedarnos con la conclusión de que todas las naciones son un mosaico de culturas e identidades, a la vez distintas y similares a sus vecinas, que han producido numerosos Sonderwege hacia la modernidad.

Con esta perspectiva en mente, de lo que se trata es de identificar los rasgos que nos permiten trazar el Sonderweg español y ponerlo en relación con la obra de Savigny. Veremos así qué características deben tenerse en cuenta para entender la importación del jurista alemán. En particular, intentará trazarse un bosquejo de la situación...

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