La sátira contra los abogados en los clásicos áureos

AutorModesto Barcia Lago
Cargo del AutorDoctor en Derecho, Licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas
Páginas397-415

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En este contexto de reprobación del mundo de la justicia, no sorprende la virulencia del denuesto de nuestros clásicos contra los abogados, partícipes y víctimas, a la vez, de la corrupción forense, a los cuales se caracteriza, como ya vimos con referencia a tiempos anteriores, de embaucadores, codiciosos, melifluos y presuntuosos.

Una anónima "Danza de la Muerte", género que se enmarca en una tradición europea de las "Danzas macabras" muy al uso en los últimos tiempos de la Edad Media, época en la que señoreaba la peste negra y gran mortandad y por ello proclive al examen de conciencia, relata como la temida Señora va convocando a diversos protagonistas típicos de todos los estamentos sociales y mantiene con ellos ácidos diálogos; también llama a un pobre abogado, que en el trance decisivo se pregunta de qué le sirve todo lo aprendido, recelando de ser conducido a un lugar en el que no le valdrán leyes ni escritos forenses:

¿Qué fue hora, mesquino, de cuanto aprendí, de mi saber todo e mi libelar?

Cuando estar pensé, entonces caí, çegóme la muerte, non puedo estudiar. Resçelo he grande de ir al lugar do no valdrá libelo nin fuero; peor es, amigos, que sin lengua muero: Abarcóme la muerte, non puedo fablar.

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Al lamento respondía la muerte con un acta de acusación y sentencia inexorable, llamando seguidamente al canónigo consigo para el fatal e indeseado viaje:

Don falso abogado predicador, que de amas las partes llevastes salario, véngasevos miente cómo sin temor volvistes la foja por otro contrario.

El Chino e el Bartolo, e el Coletario non vos librarán de mi poder mero; aquí pagaredes como buen romero. e vos, canónigo, dexad el breviario823.

Aunque inspira las lúgubres meditaciones de Hamlet sosteniendo la calavera de un letrado (Acto V, escena 1ª), la reflexión compungida del miserable era cosa del pasado cuando la "Babilonia española" había dado ocasión a un notable desarrollo y crecimiento del oficio. En los momentos de una decadencia ya irreversible y sentida, será naturalmente Quevedo, fiero portavoz del despecho popular contra la prepotencia de los letrados, quien se adentre en la caricatura más descarnada y vitriólica, aunque no solamente referida a los abogados y al mundo forense, sino que su proverbial mordacidad alcanzaba las más diversas profesiones, estamentos y personas.

En la "visita de los Chistes" redondeaba el sarcasmo hiriente contra el mundillo ávido y farsante de los letrados, cuya abundancia -¡que no hubiera dicho en nuestros tiempos!- le parecía una verdadera plaga, señalando que "los más son letrados porque tratan con otros más ignorantes que ellos", y sus ínfulas académicas les vendrían "más por los mentecatos con quien tratan que por las universidades, y valiera más a España langosta perpetua que licenciados al quitar"824. Ello perturbaba el buen orden porque, como sostenía el satírico, "en los tiempos pasados, que la justicia estaba más sana, tenía menos doctores, y hala sucedido lo que a los enfermos, que cuan-Page 399tas más justas de doctores se hacen sobre él, más peligro muestra y peor le va, sana menos y gasta más. La justicia, por lo que tiene de verdad, andaba desnuda: ahora anda empapelada como especias"825.

La crítica refiere al lugar común de que la abundancia de estudiantes de Derecho propiciaba el exceso de los pleitos innecesarios con especiosos y sofísticos argumentos, como proclamaba el dicho popular de "abogados en el lugar, donde hay bien, meten mal"826, que parece acoger una cédula bien significativa del resquemor contra los causídicos, que, en 1509, ya fallecida la Reina, el Rey Fernando el Católico dirigía a la Casa de Contratación de Sevilla, prohibiendo el establecimiento de abogados en los territorios de las Américas recién descubiertas:

Así mismo, porque yo he sido informado que a cabsa de aver pasado a las dichas Indias algunos letrados abogados han subçedido en ellas muchos pleitos e diferencias, yo vos mando, que de aquí adelante no deseéis ni consintais pasar a dichas indias nengún letrado abogado sin nuestra licencia y especial mandado.

Aunque la acción civilizadora hispana en los territorios del Nuevo Mundo no pudo dejar de proveer para los nuevos súbditos, desde 1563 considerados oficialmente miserabiles, como señala ELLIOT, "jueces especiales para ver las causas indígenas en los virreinatos de Nueva España y Perú, y se proporcionó asistencia legal a los indios que desearan presentar demandas"827, instituyéndose, pues, una especie de "Abogacía de pobres" al modo peninsular; profesión cuyo sentido en el Nuevo Mundo podría muy bien representar, por su incansable labor defensiva de los indígenas aunque él no hubiese sido propiamente abogado, el primer Obispo de Chiapas, el dominico sevillano Padre Fray Bartolomé de Las Casas, que en 1516 sería nombrado oficialmente Protector de los indios828, si bien, ciertamente, sea más exacta Page 400 su consideración como precedente de lo que modernamente es el ombudsman, o "Defensor del pueblo"; además de que el monumento de la "Legislación de Indias" recoge una ordenación profesional acorde con la que regía en la metrópoli y alentaría en los vastos espacios amerindios el surgimiento de corporaciones profesionales, en sintonía con el conjunto de la Monarquía Hispana en que se integraban, poniendo de manifiesto "el compromiso de la corona por garantizar la justicia para sus poblaciones de súbditos indígenas, un empeño para el que no es fácil encontrar paralelos por su constancia y vigor en la historia de otros imperios coloniales", reconoce ELLIOT829.

La prevención que los Reyes Católicos, en particular la Reina Isabel, especialmente sensible a los desafueros que le denunciaban sus súbditos, sentían contra el estamento profesional y su afán por refrenar "la malicia de calumniosos abogados", como exponían en las Cortes de Toledo de 1483, según vimos, no era excepcional, y si acaso, aún se mantuvo en términos de moderación comparándola con aquella drástica medida de la que igualmente dejamos constancia más atrás, que adoptara el Rey Don Afonso IV de Portugal y ratificara el Rey Don Pedro I, ordenando -desde luego infructuosamente- pera sempre que daquy adiante non haja vogados, creyendo de este modo corregir las demoras y disfunciones de la administración de justicia, atribuidas específicamente a la deslealtad y ánimo codicioso de los abogados; medida -como otras semejantes del Rey Matias de Hungría y hasta parecidos intentos salmantinos por parte de Isabel la Católica- aplaudida por Mateo Luján de Sayavedra en la "Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache", fustigando "la avaricia de abogados y procuradores (que) inmortaliza los pleitos"830; como si los propios abogados fuesen los que dictasen las leyes y gobernasen el desarrollo del procedimiento, en el que otros actores tenían responsabilidad principal.

En este simplismo ingenuo bebe la sátira áurea y concretamente nuestro Quevedo -que tanto debe en su estilo y temas al mordaz Marcial-, tal vez desconcertado por la afición litigante del popula-Page 401cho, que Richard KAGAN ha estudiado para el período de los siglos XVI y XVII831, aunque sus denuestos sarcásticos no son, como quedó dicho, menores para otros oficios. Sin embargo, la descalificación quevediana del sistema judicial es general a partir de la malevolencia contra los letrados en "La visita de los chistes":

¿Quereis ver que tan malos son los letrados? Que si no hubiera letrados, no hubiera porfías; y si no hubiera porfías, no hubiera pleitos; y si no hubiera pleitos, no hubiera procuradores, y si no hubiera procuradores, no hubiera enredos; y si no hubiera enredos, no hubiera delitos; y si no hubiera delitos, no hubiera alguaciles; y si no hubiera alguaciles, no hubiera cárcel; y si no hubiera cárcel, no hubiera jueces; y si no hubiera jueces, no hubiera pasión; y si no hubiera pasión, no hubiera cohecho. Mira la retahíla de infernales sabandijas que se produce de un licenciadito, lo que disimula una barbaza y lo que autoriza una gorra832.

Pero es, precisamente, la exigencia de rectitud moral ante los indudables abusos de la curia, lo que justifica la descalificación general contra los letrados y en particular contra los abogados, a quienes en "La Fortuna con Seso y la Hora de todos" nuestro punzante autor describe burlescamente, refocilándose en la deformación caricaturesca del tipo:

Un letrado bien frondoso de mejillas, de aquellos que, con barba negra y bigotes de luces, traen la boca con sotana y manteo, estaba en una pieza tan atestada de cuerpos tan sin alma como el suyo. Revolvía menos los autores que las partes. Tan preciado de rica librería, siendo idiota, que se puede decir que en los libros no sabe lo que se tiene. Había adquirido fama por lo sonoro de la voz, lo eficaz de los gestos, la inmensa corriente de las palabras en que anegaba a los otros abogados. No cabían en su estudio los litigantes de pies, cada uno con su proceso como en su palo, en aquel peralvillo de las bolsas. El Page 402 salpicaba de leyes a todos. No se oía otra cosa que: -ya estoy al cabo; bien visto lo tengo; su justicia de vuestra merced no es dubitable; ley hay en los propios términos; no es tan claro el día; este no es pleito, es caso juzgado; todo el derecho habla en nuestro favor; no tiene muchos lances; buenos Jueces tenemos; no alega el contrario cosa de provecho; lo actuado está lleno de nulidades; es fuerza que se revoque la sentencia dada, dejese vuesa merced gobernar833.

La invectiva contra los abogados, quienes aplicando la "justicia de Peralvillo, que ahorcado el hombre hacíanle pesquisas del delito"834, sacaban el dinero de las bolsas de sus clientes antes de rendirles servicio de utilidad, alcanza en Quevedo también al arquetipo familiar, retratando sin piedad a la esposa del causídico como "abogada del demonio", digna consorte de quien encarnaba todas las maldades:

Viejecita, arredro vayas, donde sirva, por lo lindo, a San Antón esa cara de tentación...

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