El reto de la educación y formación cívica

AutorRafael Rodríguez Prieto
Páginas161-182
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CAPÍTULO 5.
EL RETO DE LA EDUCACIÓN Y FORMACIÓN
CÍVICA
En marzo de 2019, recibimos espantados la noticia de
una masacre en una mezquita neozelandesa. Brenton Tarrant
retransmitió el asesinato de 50 personas a través de Facebook
Live. Siete meses después un neonazi hizo lo mismo en una
sinagoga alemana. Da la sensación de que en los tiempos de
Internet no es suficiente con perpetrar una matanza: hay que
grabarla y difundirla con el fin de horrorizar al mayor número
de personas. Un par de meses después un adolescente consul-
tó a sus seguidores de Instagram si debía o no suicidarse. La
respuesta fue positiva y el adolescente se lanzó desde el tejado
de una casa.
La distorsión que se produce de la realidad llega al punto
de ver a gente que, en vez de pasarlo bien en un concierto, se
dedica a grabarlo con su móvil o a conductores aparentemente
normales que ven un accidente de tráfico y lo graban. En este
último caso, el pasado mayo, un policía alemán de tráfico dio
una lección a los morbosos conductores, recriminándoles su
actitud y retándoles a grabar a la persona que yacía fallecida
sobre el asfalto. Algo malo está sucediendo cuando estas noti-
cias se producen.
Para bien o para mal, la Red es un espejo del mundo no
cibernético. Una continuidad entre espacios, más que dos
planetas separados. Acusar a Internet de potenciar el mal se
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asemeja demasiado al utopismo cibernético que encontró en
la Red la solución a todos los problemas del mundo. En cual-
quier caso, aunque ambas esferas de la misma realidad estén
conectadas poseen características intrínsecas que las hacen
singulares. Mientras el ciberespacio crece sin límites, el tiempo
mental es limitado. Nuestra exposición a la información no
puede superar ciertas fronteras. Un estímulo ininterrumpido
y frenético reduce la curiosidad e incrementa la agresividad
y el miedo (Berardi, 2018, 204). Analizar extensión de uno y
otro espacio, así como sus dinámicas propias, sus límites y sus
posibilidades son los medios para incrementar las ventajas y
disminuir los riesgos. Y es que Internet nos ofrece ganancias,
pero también enormes pérdidas.
Periódicamente, salen estudios que nos alertan sobre nues-
tra frecuente relación con las pantallas y, peor todavía, las con-
secuencias que pueden tener en nuestros hijos. En uno de los
últimos, se señalaba que cada minuto, nuestro cerebro recibe
multitud de impactos lo que hace que nos concentramos menos
en una sola tarea, lo que implica que disminuyan la atención,
la memoria a corto plazo y la concentración. La influencia
de las pantallas hace a los lectores perder una cierta “pacien-
cia cognitiva”, imprescindible en la lectura reposada y en la
comprensión de cuestiones de mayor entidad y profundidad
(Wolf, 2018). La fiebre por la multitarea de los primeros años
de este siglo, no fue más que un espejismo; una forma de no
entender la tecnología, pero sobre todo de no comprendernos
a nosotros mismos. El ser humano tiene un potencial extraor-
dinario, lo que le ha hecho capaz de transformar la naturale-
za, pero también tiene sus límites de acuerdo al entorno que
le circunda. Navegar en un desierto es tan complicado como
pensar que una computadora con acceso a la Red potenciara,
en todo caso, nuestras capacidades. Lo mismo sucede con la
educación. No existen datos fiables de que la presencia masiva
de pantallas e instrumentos electrónicos en el aula mejore la

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