El resquicio argumental del voto obligatorio

AutorAra Pinilla, Ignacio
CargoUniversidad La Laguna
Páginas235-253

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I Introducción

Suscita una inevitable perplejidad la simultánea presencia de sistemas electorales que imponen el voto obligatorio junto a otros que no lo hacen. El asunto cobra una especial dimensión por lo que supone el voto obligatorio de restricción de la libertad del individuo, compelido a participar aun en contra de su voluntad en el proceso en cuestión. De ahí la necesidad de analizar su posible justificación dilucidando el carácter proporcionado o no de su institucionalización frente al hipotético mal (la abstención) que se pretende evitar. Procederemos por ello a considerar a la abstención en el marco general que ofrece el fenómeno de la exclusión del proceso electoral, identificando la relación que media entre las diversas formas de exclusión y el modo en que de hecho encara el problema el voto obligatorio. Examinaremos a continuación la doble faz que al respecto ofrece la adopción de la perspectiva social, comúnmente esgrimida como razón justificativa del voto obligatorio. La consideración crítica de las opciones que representan la identificación del voto obligatorio como medio para la realización de un fin superior, la justificación paternalista y la justificación en clave de garantía de la libertad nos permitirá finalmente ofrecer una respuesta argumentada a la cuestión planteada.

II El voto obligatorio como instrumento de ocultación

La crisis de la democracia representativa se hace en buena medida patente como crisis de participación. Es paradójico que un sistema generalmente aceptado por la legitimidad que transfiere a las decisio-

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nes colectivas que resultan de su puesta en práctica suscite, sin embargo, tan poco entusiasmo a la hora de involucrar a los representados en la participación activa en el procedimiento encaminado a la formación directa o indirecta (a través de la designación de sus representantes) de las mismas. El déficit de participación no puede en cualquier caso dejar de repercutir en el cuestionamiento de la legitimidad de la decisión, al romperse el hilo conductor que la hace de alguna manera expresión de los llamados a regirse por ella. De ahí el empeño en alentar la mayor participación en los distintos procesos electivos.

Entre los diferentes instrumentos persuasivos utilizados al respecto cobra un significado especial, por lo que tiene de manifiesta constricción de la voluntad de quien ve compulsivamente eliminada la opción por la pasividad electoral, el voto obligatorio. Los recelos que pudiera suscitar semejante apremio no impiden la constatación de su presencia en muchos sistemas políticos, que lo incorporan como una peculiar seña de identidad de su régimen electoral. La justificación de su institucionalización debiera en todo caso superar la doble criba que supone la consideración de la abstención como un mal en sí mismo, un atentado a un bien (individual o social) relevante que debiera el derecho proteger, y el entendimiento del voto obligatorio como una respuesta proporcionada, adecuada a la entidad del daño que se pretende evitar. La limitación de la libertad inherente al voto obligatorio resultaría a todas luces impertinente si no fuera enderezada a la evitación de un daño o arrojara un saldo negativo la relación coste-beneficio que con ella se instaura.

La primera cuestión nos sumerge en el problema general de la exclusión. Al fin y al cabo la abstención no es más que una forma (se supone que voluntariamente asumida) de exclusión del proceso electoral. No es, sin embargo, la única. La más lacerante, por la confesión de parte que conlleva, es, desde luego, la exclusión oficial de la posibilidad de intervenir como elector y elegible en el proceso que conduce a la formación de la decisión colectiva. Es ciertamente una exclusión que no afecta de manera directa a los intereses del abstencionista, que dispone en principio de la posibilidad de intervenir en el proceso, aun cuando pudiera proyectar efectos indirectos no desdeñables sobre los «no afectados». Comparece junto a ella la exclusión de la posibilidad real de ostentar los cargos representativos que, en cualquier caso, contribuye al individuo a decidir mediante el ejercicio del derecho al voto. También la exclusión de la posibilidad de expresar con plena libertad su opinión, tanto fuera como en el interior del proceso demo-crático representativo. Finalmente, la exclusión de la posibilidad real de formar libremente la voluntad que expresa el voto en una sociedad que afina los instrumentos para asegurar la operatividad de los diferentes condicionamientos que jalonan el proceso de la configuración de las reglas que la rigen.

Son formas de exclusión que afectan en mayor o menor medida a un buen número de los individuos sobre los que proyecta su radio de

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acción la decisión colectiva que revela el proceso democrático representativo y que guardan una cierta relación entre sí, retroalimentándose de alguna manera. Así, la exclusión oficial del no reconocido como miembro de pleno derecho del grupo social no constituye precisamente el mayor acicate para la participación en el proceso de quien, aun no experimentando en carne propia este tipo de exclusión, lo considera de antemano deslegitimado por discriminatorio, tanto más cuando, por la razón que sea (comunidad de origen, experiencias de segregación en otros planos vividas en primera persona, etc.), experimenta una relación de proximidad con los damnificados.

La incidencia sobre la abstención que desarrolla la exclusión de la posibilidad real de ostentar cargos representativos resulta aun más evidente. Sin entrar en las razones que alientan este tipo de exclusión, no puede en absoluto extrañar que quienes experimentan una discriminación semejante manifiesten una cierta tendencia a quedarse fuera de un juego que les reserva una posición decididamente subalterna. Cabe, desde luego, que no tenga plena conciencia el interesado de los motivos (de pertenencia cultural, de clase, etnia, etc.) que en su caso deter-minen la ruptura de la ecuación elector-elegible, consustancial al funcionamiento del sistema democrático. Pero la incompleta racionalización de la situación en la que se ve inmerso no excluye el desgranado de sus efectos. Más bien al contrario, el apocamiento que suscita la constancia de un destino asumido como inevitable se verá con toda probabilidad reflejado en la inhibición del sujeto ante un fenómeno al que sólo se le permite acceder por la puerta de servicio.

Tampoco cabe esperar ningún entusiasmo con respecto a la participación política por parte de quien está acostumbrado a sufrir la pertinaz acción de la mordaza social en la cotidiana expresión de su voluntad, no ya sólo por el efecto narcotizante que conlleva el hábito de la represión, sino sobre todo por la falta de credibilidad que le pueda suscitar un sistema emplazado sobre esa misma limitación. La muy distinta necesidad que experimentan los individuos de hacerse oír para reivindicar el ajuste de las situaciones de preterición en que pudieran encontrarse determinará la intensidad de una secuela que resulta en cualquier caso complicado eludir.

Los condicionamientos que operan a lo largo del proceso de configuración de la voluntad pueden, desde luego (ésa es precisamente su función más evidente), acomodar la existencia del individuo en la pacífica aceptación de las reglas del sistema, enervando, llegado el caso, la activa participación en el proceso democrático representativo. Una participación que resultaría siempre dirigida en el sentido que marcan los propios condicionamientos. La posible estridencia de las soluciones inducidas por ellos, con la consiguiente dificultad de asimilación por parte de quienes no están dispuestos a sucumbir fácilmente a sus efectos, alimentará, no obstante, un sentimiento reactivo que encontrará en la abstención un cauce natural de expresión.

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Vistas así las cosas, el juicio a emitir acerca del fenómeno de la abstención no podría desvincularse de la consideración de los diferentes tipos de exclusión que experimenta el individuo en relación con el proceso democrático representativo. No se trata de buscar una relación de causa a efecto en un fenómeno complejo en el que coinciden circunstancias de muy diversa índole. Pero no se puede soslayar el hecho cierto de que la exclusión «voluntaria» que representa la abstención viene en alguna medida inducida por otras exclusiones que no resultan precisamente accidentales. La lógica de la exclusión segrega como resultado, expresión inmediata de la desordenada acción de sus diferentes modalidades, un cierto apartamiento del individuo del sistema, que difícilmente podría contrarrestarse con otras medidas que no pasen por la reasunción del papel protagonista que debiera corresponderle en la estructuración del marco regulativo en el que habrá de discurrir su existencia.

La relación entre la situación general de exclusión y su producto destilado no obedece en cualquier caso a un molde único, porque cada individuo percibe de manera distinta la situación de déficit democrático a que se enfrenta. Pero no cabe duda de que aquélla opera como telón de fondo de un escenario que no necesariamente debe interpretarse en clave de rechazo de la democracia, sino, más bien, como interiorización de la insatisfactoria realización de las exigencias que impone el propio concepto material de democracia.

En estas circunstancias la imposición de la obligación de participar como votante (capitidisminuido por la desordenada acción de las diferentes modalidades de exclusión) bien pudiera ser entendida como la obligación de contribuir a proporcionar una apariencia de dignidad a un sistema en evidente inarmonía con los reclamos inherentes al principio democrático. Esto...

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