Respuesta del homenajeado

AutorFrancisco López Menudo
Páginas703-706

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Podéis comprender perfectamente que en este momento me encuentre algo abrumado por el obsequio que acabáis de regalarme y por las muchas cosas que podría decir en este momento y que sin embargo no caben en el limitado tiempo del que dispongo.

Antes que nada quiero decir que no me coge de sorpresa lo que el profesor Alfonso Pérez Moreno acaba de decir sobre mí, subrayando públicamente mis perfiles más personales -lo cual me produce verdadero pudor- con ese verbo fácil y encendido que todos conocemos. Y digo que no me coge de sorpresa este su discurso laudatorio sui generis porque ya lo ha hecho muchas veces, invariablemente, a lo largo de toda una vida en común, lo que habla por sí solo sobre el tipo de relación que nos une. Sin ir más lejos, lo hizo espontáneamente en Madrid, durante la celebración del X Congreso, último en el que fui presidente, y lo acaba de hacer ahora con premeditación. Pero lo esencial es que, impulsivamente o no, cualquiera de las dos fórmulas es buena para expresar el afecto, porque lo importante del cariño no es tanto sentirlo sino decirlo, confesarlo coram populo si se tercia, y si quien lo dice es el maestro, ello multiplica el valor de las palabras hasta el infinito.

Estoy en este momento como cercado por una serie de sentimientos diversos, donde se mezclan la alegría, la gratitud, la responsabilidad y un cierto asombro, porque uno mismo pierde perspectiva para captar la razón de ser merecedor de un regalo. Os lo digo de corazón, debéis creerme; pasados ya un par de años desde que dejé la presidencia no tengo la consciencia de haber hecho nada especial; solo recuerdo que traté de superar como pude la carga que me tocó en suerte y que no siempre el resultado fue tan redondo como hubiera querido.

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Pero es necesario liberarse de estas pugnas internas de nuestro yo, de estos enredos del espíritu. Y por ello, tan vano es caer en la trampa de la jactancia como lo contrario, esto es, autoflagelarse y aburrir a los demás con declaraciones de modestia a las que nadie echará cuenta, a excepción, quizá, de quienes han creído que te lo mereces, a los que, por pura cortesía, no hay que molestar con melindrerías. Por tanto, actuar como lo han hecho y concentrar las energías en dar humildemente las gracias.

En primer lugar, gratitud a la Providencia, considerando cómo el azar, el destino o quien manda sobre la vida y sobre las cosas nos apunta con su dedo tanto para lo bueno como para lo malo. Es simple de...

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