De la información responsable a la conciencia colectiva

AutorVictoriano Gallego Arce
Páginas287-330

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I Tratamiento informativo de la violencia extrema

Pretendemos, desde una perspectiva jurídica, realizar un análisis de las posibles in?uencias y consecuencias que pudiera producir la información sobre los con?ictos bélicos. En de?nitiva aspiramos a contemplar, desde la azotea del Derecho, la denominada “información de la guerra”; sin perder de vista el papel que puede llegar a jugar su empleo por el adversario, es decir, sin desatender la conocida como “guerra de la información”. Una temática próxima e incluso coincidente en determinados aspectos con el tratamiento que debe otorgarse al fenómeno terrorista. Hoy con más razón, porque el terrorismo y la denominada asimetría de los con?ictos, se diferencian en muy poco. O, si se quiere, porque los conceptos de seguridad y defensa tienden a confundirse o, al menos, se desvanecen sus diferencias, porque, como señala el documento que recoge la Estrategia Española de Seguridad, los límites entre la seguridad interior y la seguridad exterior se han difuminado.

Ya hemos esbozado que la información sobre las guerras, adecuadamente transmitida, debe permitir la salvaguarda de los intereses nacionales y generales, debe evitar, ante todo, que esa información produzca efectos dañosos, teniendo siempre presente, como referencia indubitada, el valor de una comunicación responsable. Esa idea de responsabilidad nos lleva, irremediablemente, a pensar de nuevo en los límites a la información520, tal y como ya se ha expresado.

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Si se ha profundizado en otros temas igualmente sensibles como son el tratamiento informativo de la violencia de género o de los suicidios entre otros, no es descabellado, por tanto, que, desde distintos ámbitos académicos, se formulen teorías para implementar unos criterios que conduzcan al más propicio tratamiento informativo de los acontecimientos más antiguos y que más víctimas han causado a lo largo de la historia de la Humanidad. Pues además del tratamiento clásico de la guerra, limitado al estudio de la propaganda y del control de los medios durante el con?icto, puede ser acertado plantear que también la información, en ciertos casos, pueda ser medio de resolución de un con?icto. Aunque este último supuesto resulte onírico, utópico, poco noticiable o poco rentable para la empresa informativa.

Si un avión de pasajeros –que es símbolo del progreso, del desarrollo tecnológico y del nivel de bienestar alcanzado por la humanidad– puede emplearse como arma de destrucción de cientos de seres humanos y detonante de una actuación conjunta de los Estados contra el terrorismo, no debería sorprendernos que todo ese elenco de reconocimientos, de garantías y del pleno ejercicio de los derechos y libertades, que son también símbolo de la denominada “sociedad occidental”, pueda llegar a transformarse en el vehículo utilizado, precisamente, para despojarnos de todos nuestros derechos.

Una paradoja rocambolesca, a bote pronto, que percibimos cuando un buen día nos encontramos desnudos ante una pantalla de un escáner para acreditar, asegurar y garantizar que sólo queremos viajar y que no somos una amenaza para el resto de los pasajeros; o cuando nos vemos obligados a facilitar todos los datos de nuestro viaje en una sociedad en la que se reconoce y garantiza la libertad de circulación. Desde el año 2001 se pondera con mayor grado la protección de la seguridad frente a otras garantías, lo que ha provocado no pocas controversias y debates sobre el sacri?cio de la libertad en aras de la seguridad.

Pudiera parecer que estamos perdiendo el norte, pero es sólo una apariencia. No porque creamos que estas medidas descritas son injusti?cadas –que

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sin duda presuponemos son las mejores a las que hoy puede recurrir el Estado para garantizar la seguridad de todos nosotros– cuyo ?n no es otro que evitar la amenaza terrorista y, por consiguiente, salvar vidas humanas, sino porque ya no podemos llevar a cabo una defensa a ultranza de nuestras libertades si no queremos acabar minando, precisamente, la libertad.

Lejos de toda controversia, la seguridad es el elemento constitutivo de la libertad a pesar de que nunca hubo tantos límites para nuestra autonomía personal como los que, en estos momentos, existen y existirán en los estados contemporáneos521. Estos límites los establece el Estado para garantizar, precisamente y por encima de todo, la seguridad. Por eso nosotros hablamos también de límites, porque un derecho ilimitado se convertiría en un derecho hipergarantizado, desbordante y expansionista que ocasionaría, sin ninguna duda, la ablación de otros derechos o libertades522.

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En las situaciones violentas, en los con?ictos armados, con?uyen poderosísimas razones que conforman y fundamentan una presentación de las noticias, una exposición de la violencia, una consideración informativa –en suma– distinta al resto de las noticias. Porque en la narración de esas noticias subyace, además de la violencia física y explícita, una “violencia cultural”, una violencia no expresada y una deshumanización del adversario que en nada bene?cia a la consecución de la paz.

Estos episodios son la expresión de la destrucción de seres humanos y de bienes materiales. De ahí que el ciudadano no permanezca pasivo e indiferente ante el con?icto armado, porque una sociedad en guerra o bajo la amenaza terrorista es una sociedad en la que todos sus miembros están –directa o indirectamente– implicados en ella, sus bienes –sean de la categoría que sean– resultan claramente afectados y su tranquilidad simplemente amenazada. La suerte de la guerra se proyectará sobre el futuro de todo cuanto hemos dicho, por eso la sociedad y sus miembros necesitan que el Estado les preste y les garantice seguridad. Por el contrario, la continuidad o no de la guerra dependerá, a su vez, de la voluntad libre de los ciudadanos.

Al adversario le interesa conocer y aprovechar todos los detalles que el contrario difunde sobre el con?icto. Además, le interesa lograr en la opinión pública opuesta un alto nivel de desaprobación del con?icto con la lógica ?nalidad de deslegitimar a sus gobernantes, la desmoralización de la población y, en consecuencia, el abandono de la confrontación.

Al tiempo que, desde la autoridad propia, se va a desplegar todo tipo de esfuerzos y actividades tendentes a lograr que ninguna información sensible caiga en manos del adversario empeñando todo su esfuerzo en mantener constante el apoyo masivo de la sociedad a la que pertenece. Con lo que ya podemos deducir que va a resultar difícil conciliar estos planeamientos de base con los pací?cos vientos de la libertad de información y expresión.

Estas circunstancias expuestas han servido de apoyo para el desenvolvimiento de la información y de la actividad informativa a lo largo de los tiem-

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pos523. Siempre han existido con?ictos y las manipulaciones o tergiversaciones de la noticia han acompañado la historia de la humanidad. ¿Qué ha cambiado hoy para que hablemos de esto? ¿Qué hay que modi?car –si algo debe modi?carse– este tratamiento informativo de la violencia?

La complejidad del mundo actual conduce a que la seguridad y la defensa –ya compleja por sí misma– ha de converger con la garantía de los derechos y libertades fundamentales de los seres humanos. Esto genera, a nuestro parecer, que los riesgos y vulnerabilidades para la seguridad pueden gestarse, en determinados casos, porque, quienes provocan y generan los con?ictos, emplean las garantías de los derechos y libertades reconocidos en nuestro ordenamiento como vía para la impunidad de sus acciones. Asistimos en estos momentos a una importantísima transformación de la comunicación, pero también asistimos a una evolución importante –ya expuesta– del concepto de seguridad y a una metamorfosis de la tipología de con?ictos. Por eso, si los esquemas de referencia que hemos empleado hasta hoy han cambiado, será lógico y prudente plantearse si nuestros recursos jurídico-doctrinales siguen siendo válidos.

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