La promoción de la responsabilidad social de las empresas, un reto de la sociedad civil. 7ª Ponencia

AutorJosep Miralles Massanés, S.J
Cargo del AutorProfesor del Departamento de Ciencias Sociales de Esade (URL). Presidente de la Fundación Intermón
Páginas117-141

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I Introducción

"No escatimaremos esfuerzos para liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de pobreza extrema a la que en la actualidad están sometidos más de 1000 millones de seres humanos.

Estamos empeñados en hacer realidad para todos ellos el derecho al desarrollo y a poner a toda la especie humana al abrigo de la necesidad" (Declaración del Milenio, n. 11)2De esta manera, ciertamente solemne, los presidentes y los primeros minis-tros de prácticamente todo el mundo formulaban su compromiso con los Objetivos de Milenio, orientados a sacar a la mayoría de la humanidad de la situación de "pobreza abyecta" en la que se encuentra.

Un compromiso de esta índole, no es sólo un compromiso jurídico que afectaría solamente a los mandatarios políticos que lo han firmado. Por tratarse de un objetivo que afecta a la dignidad de seres humanos, tal objetivo es también ético y por lo tanto nadie puede desentenderse de él, en la medida en que pueda decirse que con sus acciones u omisiones provoca de una u otra manera estas "condiciones abyectas y deshumanizadoras de pobreza". Por esto, razonablemente, un Seminario que quiere reflexionar sobre los Objetivos del Milenio no puede limitarse a la reflexión sobre los actores políticos que los han de poner por obra. Los Objetivos del Milenio son necesariamente responsabilidad de todos los actores que influencian a las sociedades. Y de una manera especial, son también responsabilidad de las empresas.

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El impacto de las empresas en el desarrollo de los pueblos es cada vez más reconocido, pero puede ser ambivalente. Así, una ONG de desarrollo como Intermón Oxfam afirma en su página web:

En los últimos años, la actuación del Sector Privado ha ido adquiriendo una relevancia cada vez mayor en cuanto a sus repercusiones sobre el desarrollo de los países más pobres. Así, la Inversión Extranjera Directa es en la actualidad la principal fuente de financiación de los Países en Desarrollo, experimentando un aumento vertiginoso cada año, que contrasta con el descenso de la Cooperación Internacional

Las zonas y sectores de concentración de estas inversiones, la actuación de las empresas inversoras en distintos ámbitos (fiscal, social, medioambiental, etc.), la distribución de la riqueza generada... todos ellos son factores que tendrán una relevancia fundamental a la hora de determinar si esta actividad tiene una repercusión positiva en la promoción del desarrollo del país o, por el contrario, no supone sino un agravamiento de las desigualdades, beneficiando a unos pocos, mientras la mayoría permanece sistemáticamente al margen.

3En efecto, el papel del mundo económico, y más concretamente de las empresas, en el desarrollo es innegable. En sus manos se hallan las decisiones de inversión y por lo tanto de creación de riqueza. También pasan por sus manos la distribución de las rentas a través de los salarios. No olvidemos que la renta es un elemento decisivo del Índice de Desarrollo Humano (IDH) definido por el PNUD. Pero como dice Intermón Oxfam en la cita anterior, las empresas pueden ser también agentes de subdesarrollo cuando, aprovechando la falta de libertades y de derechos de asociación y reunión en muchos países en vías de desarrollo, abusan de los trabajadores, especialmente de los niños y las mujeres, imponién-doles salarios insuficientes o condiciones inhumanas de trabajo. Tal vez lo más grave no sea el hecho en si, sino la actitud de la empresa que se aviene a trabajar bajo dictaduras, se aprovecha de la falta de libertades existente y legitima este proceder diciendo: «mi misión es conseguir beneficios para los accionistas, ni las libertades ni el desarrollo son mi problema».

Antes de avanzar en esta dirección, quisiéramos introducir dos reflexiones. En primer lugar, que el reto de la pobreza y la desigualdad en el mundo no es el único desafío al que las empresas se enfrentan. Insertadas en los procesos de globalización, las empresas están construyendo, consciente o inconscientemente,

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junto con los gobiernos y las sociedades civiles, unas sociedades muy distintas de las de finales del siglo XX. Múltiples sociólogos han definido las nuevas sociedades que estamos construyendo como «sociedad red» y «sociedad del conocimiento»4, «sociedad de innovación»5, «sociedad del riesgo»6, «conflicto de civilizaciones»7, «sociedad desigual»8.

Las empresas son a la vez actores activos y pasivos de estas grandes transformaciones sociales: en parte las provocan, en parte las sufren y en el esfuerzo por adaptarse a ellas contribuyen a la misma transformación social de la que se sienten prisioneras. Por esto las empresas deben preguntarse, ineludiblemente, qué modelo de sociedad están ayudando a construir y si quieren colaborar a esta tarea. O si más bien desearían colaborar a la edificación de otro tipo de sociedad (y de país) muy diferente del que ahora está en marcha.

A lo largo de esta ponencia sostendremos que el esfuerzo de adaptación de las empresas a los mercados globales se encuentra inevitablemente con cuestiones de índole social y ética porque dichas transformaciones afectan a las personas: la globalización tiene ganadores y perdedores y los «perdedores» frecuentemente no son respetados en sus derechos y en su dignidad. Pero hay que decir también que este no es el único reto al que las empresas se enfrentan. Las empresas no se enfrentan a un reto ético sobreañadido a la gestión tradicional, sino a unos desafíos éticos transversales a las grandes transformaciones que de todos modos tienen que acometer. Esto complica evidentemente su tarea pero también hace más fácil acometerla: no se trata de escoger entre la estabilidad y el cambio sino entre distintos tipos de cambio empresarial.

En segundo lugar, quisiéramos detenernos en el texto inicialmente citado de la Declaración del Milenio. Se habla allí de las «condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema». La formulación es enérgica y pone ante los ojos la magnitud del reto ético planteado, reto que se refuerza al hacer alusión al derecho al desarrollo. Sin embargo puede llevar a engaño. Puede inducir a una minusvaloración de las víctimas de la pobreza. Puede hacer pensar que la pobreza hace «abyecto» al que la sufre9. Es cierto que la pobreza puede dañar la

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calidad humana de la personas porque en la lucha desesperada por la vida, hombres y mujeres pueden endurecerse y acabar construyendo una sociedad violenta y despiadada. Pero sería lógico preguntarse quién es realmente abyecto en el sentido de «despreciable» y «vil»: si las poblaciones que sufren el azote de la pobreza o las que siendo ricas, causan y/o consienten dicha pobreza. Y también debería recordarse que en las situaciones más extremas de pobreza se manifiestan con frecuencia una calidad humana extraordinaria en forma de solidaridad y sentido comunitario.

II ¿Son las empresas las responsables del desarrollo y del subdesarrollo? ¿Es la responsabilidad social de las empresas (RSE) la solución?

El Pacto del Milenio distribuye responsabilidades entre distintos actores: los siete primeros objetivos son competencia de los gobiernos nacionales de los países más empobrecidos o en vías de desarrollo. El octavo objetivo es claramente responsabilidad de los países desarrollados: «Crear una asociación para el desarrollo, con objetivos en materia de asistencia, comercio y alivio de la deuda». Esta asociación para el desarrollo no es sólo competencia de los Estados sino también de la Sociedad Civil, y de las empresas10Por esto la respuesta a las preguntas iniciales de este apartado no es sencilla. No se puede decir sin más que las empresas son «las» causantes del desarrollo o del subdesarrollo. Porque las empresas no son las únicas responsables del desarrollo o subdesarrollo: hay que hablar siempre de corresponsabilidad compartida con los gobiernos y con la sociedad civil.

Sin embargo, este co-protagonismo empresarial contrasta con la experiencia vivida por muchos directivos y empresarios. Con frecuencia sienten que sus empresas son pequeñas e impotentes frente a un mercado mundial donde la competencia puede sorprenderlas en cualquier momento. Por esto, en muchos casos, la responsabilidad empresarial parece diluirse bajo la presión de la competencia que, según algunos no deja ningún margen a la libertad empresarial.

Sin negar todo esto, hay que afirmar con energía que la empresa no está determinada en sus decisiones ni por el mercado ni por el Estado11, que las empresas

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usan continuamente de su libertad para posicionarse en el mercado desde todas las otras dimensiones de la empresa (identidad y valores, innovación, producto, política de RRHH, política de empresa, etc.). Y que al posicionarse empresarialmente lo hacen también respecto a los Derechos Humanos y a los valores éticos. Por tanto, las empresas son también responsables de sus decisiones, y de las consecuencias que estas tienen para las sociedades en las que operan.

Por otra parte, no es tampoco obvio que la RSE sea «la» solución a los problemas del desarrollo y del subdesarrollo. Para responder a esta cuestión habría que plantearse qué se entiende por RSE y si ésta puede influir eficazmente en la dirección de los cambios sociales...

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