Reminiscencias en levedad

AutorCarmelo Lisón Tolosana
Páginas27-36

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La vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter

DILTHEY

No es mi intención, en modo alguno, traer a estas líneas, escritas en voz baja, ni el más leve tono de apología; mi personal peregrinaje antropológico es el de un nómada que durante años ha viajado, leído, escuchado y reproducido un cosmorama disciplinar en ebullición. Estas páginas que escribo en respuesta y agradecimiento a la invitación de J.A. González Alcantud, amigo de antaño, no son una ego-historia sino el resultado de una experiencia colectiva síntesis de circunstancias, contexto y coyuntura, un esfuerzo por no perder el tren en movimiento, una colaboración con amigos y autores y una proyección de la etnografía recogida en mis años de trabajo campero. Ensayo de recordación pero de un pasado que es plástico y débil y que conlleva, por tanto, licencias de imaginación. Esto es todo.

I

La lectura, en mi primer año universitario,1de la Antropología de Kant2me llevó a la Historia de la Etnología de R.H. Lowie,3y esta amena introducción me hizo admirar los viajes etnográficos de A. Bastian por diferentes pueblos y culturas y sus visiones cosmogónicas, apreciar el concepto de pattern de E. Hahn, el historicismo de F. Ratzel y los difusionistas alemanes, lo que me hizo pensar que si quería, como era mi intención, estudiar Etnología tenía que llamar a la puerta de alguna universidad alemana. Pero en la festera Munich -donde estudié alemán, frecuenté la Ópera y el Nymphenburg para escuchar a Wagner y Mozart por un marco4además de visitar Dachau-, aprendí que para hacerlo debía ir a Inglaterra. Con una maleta y un diccionario de inglés fui a Londres a principios del verano de 1957; compré en Foyles el 4 de octubre un libro titulado Social Anthropology5de un tal E.E. Evans-Pritchard que no conocía y me puse a leerlo poniendo la palabra en español encima de la inglesa. Como en Munich, la tarjeta de estudiante me abrió las puertas del National Film Theater al que era asiduo para reforzar mi inglés que estudiaba tres horas diarias en un centro de la Oxford Str.

Daryll C. Forde, que dirigía el Departamento de Antropología en el University College, me recibió con tanta amabilidad como sorpresa: ¿cómo iba a estudiar An-

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tropología sin saber inglés? Le entregué una carta de presentación y mi currículum zaragozano, al mismo tiempo que intentaba hacerle llegar, en francés, mi deseo de iniciarme en Antropología algo imposible en la universidad española. Mi ingenua sinceridad y total desconocimiento del modo de acceso a la universidad inglesa le sorprendieron por segunda vez y me admitió como occasional student; me asignó como tutora a una joven profesora llamada Mary Douglas, conocida hoy por todos los estudiantes de Antropología y por muchos humanistas. El primero me inició en la ecología cultural como base fundamental en todo estudio de cualquier grupo humano, lección que asimilé y sigo practicando en su modo de vinculación mutua y reversible en cuanto el medio influencia al grupo y éste a aquél. Leí con interés y fruición Habitat, Economy and Sciety,6obra que todavía guardo y releo. La segunda me llevó por los fascinantes y misteriosos caminos del ritual y del simbolismo que me condujeron al maravilloso universo cultural. Todo un descubrimiento. Además me incitó a pasar a Oxford donde J. Peristiany enseñaba Antropología del mediterráneo; escribió a E.E. Evans-Pritchard recomendándome y en octubre de 1958 y con mi Certificado del University College, comencé como alumno del Institute of Social Antrhopology en Oxford. Mi emotivo agradecimiento a los dos.

Creo que la aparición y consolidación de la Antropología social fue una de las grandes creaciones intelectuales del siglo pasado y la inauguración, en Oxford, del the way of culture, uno de los logros humanistas permanentes. Algo tan intrínsecamente valioso como la reflexión crítica sobre la vida del espíritu objetivado en etnografía personal-mente recogida, la omnipresencia del significado, de la emoción y de la creencia, del rito y del mito, de la simbolización, de las representaciones culturales y de la lingüisticidad de todo lo humano, pertenecen al ámbito de nuestra tradicional investigación. El Institute en Keble Rd. era la punta de lanza y la vanguardia de este pensamiento en mi momento de ávido estudiante oxoniense. Mi paso por esta universidad marcó mis esfuerzos intelectuales posteriores; recuerdo con nostalgia los seminarios de los viernes y las figuras de célebres profesores en varios ámbitos disciplinares diferentes (arte y literatura especialmente) a quienes escuché en escapadas del Institute, los libros pioneros que leí, el cine y teatro que gocé, las bibliotecas fáciles, espaciosas y recoletas que frecuenté y las enormes librerías que veía como supermercados del espíritu. Viniendo al final de la década de los cincuenta de una universidad española Oxford me pareció en mi juventud como el situs del espíritu.

Nunca falté a las lectures de E-P cuya personalidad plural me impresionó desde mi primer encuentro. En la clase pasaba con facilidad de la gravitas autorial del profesor que conoce a fondo la materia que explica -al entrar cerraba la puerta y a nadie se le permitía entrar después o hablar en clase- al humor inesperado y desbordante. Pero lo que aprecié en su enseñanza y obras fue la disección y coherencia de los datos etnográficos, su captación del sentido del pasado -no apreciada por todos sus colegas británicos, lo que me sorprendió-; yo era licenciado en Historia- y su visión semánticohermenéutica de la disciplina. Pero donde realmente pude apreciar las plurales facetas de la personalidad de Evans-Pitchard at its best fue cuando para evitar visitas inoportunas me llevaba al pub o a un self-service -mi primera experiencia de estos extraños comedores-; me maravillaba ver al distinguido profesor con su bandeja delante de mí explicándome los platos para que yo pudiera elegir. Conversé con él por última vez en el restaurante del Hilton de Atenas al que me invitó para zafarse de invitaciones o conversaciones no deseadas; lástima no poder recordar verbatim su evaluación más que iróni-

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Trance en El Corpiño, Galicia. Foto C. Lisón

ca de alguna de las lumimarias inglesas del momento. Lo recuerdo con unción y pietas, como virtuoso de la Antropología.7El impacto, aunque de otro orden, de mi supervisor Godfrey Linehardt, no fue menor.8Sus tutorías eran irregulares en tiempo y algo anárquicas, libres en cuanto a tema que yo casi siempre elegía, en lugares heterogéneos (University Parks, pubs, jugando a un billar que yo no entendía), interrumpidas con comentarios críticos que poco tenían que ver con mi pobre ensayo que aniquilaba sonriendo, pero tutorías siempre fascinantes, independientes de canon y atrevidas, con penetraciones certeras, propias de su extraña agilidad mental. Simbolismo, ritual y creencias eran mis temas favoritos que, en afinidad con los suyos, hacían vibrar su imaginación que abría horizontes sin fronteras. Me hizo leer -y descubrir- a Rilke y a Santayana, oír ciertas obras de Bach que me regaló y volver a Verlaine, Rimbaud y Baudelaire (curiosamente y en paralelo Evans-Pritchard me hizo repensar a santa Teresa y a Juan de la Cruz). Su causticidad sobre algunos de sus colegas es bien conocida; su ironía sobre la comedia de la vida humana, su convicción de la cualidad antropológica de la literatura y su visión instaura-dora del simbolismo son fértiles vistas panorámicas que todavía aprecio. Impresiones desde la distancia y recuerdos desde la lejanía pero que realzan el saber pensar de scholars que marcaron con su impronta personal la disciplina. Aprecié la simbiosis de analiticidad y rigor sintético inferencial y la lingïisticidad de la cultura que enseñaba Rodney Needham, pero me sentía alejado de la problemática del parentesco y también de la etnografía india que enseñaba David F. Pocock. No de la humanidad y de su lucidez en la enseñanza de J. Beattie.

Evans-Pritchard me hizo scholar de Exeter College y miembro de la Asociation of Social Anthropologists of the UK and the Commonwealth, John Campbell Visiting Fe-

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llow de St. Antony’s College y A. Cohen Honorary Fellow del Royal Anthropological Institute. La Universidad de Oxford9es mi alma mater. A todos los que me ayudaron, adiestraron y me revelaron arcana sabiduría, a los que me hicieron lo que académicamente soy, mi mejor agradecimiento.

Pero no terminan aquí ni mi deuda intelectual ni mi personal agradecimiento. Las decenas de Encuentros en la Casa de Velázquez, cenáculo inicial de la Antropología cultural antes de que se institucionalizara en la universidad, me obliga a reconocer la magnífica hospitalidad y cooperación de sus sucesivos directores y el doble patrocinio de nuestro mecenas José M. Cortell que también nos acompañó en Jaca. La treintena de reuniones informales en el Parador de Sigüenza, en Toledo, Zaragoza y especialmente en Jaca, las muchas en el incomparable Centro de Investigaciones Etnológicas Ángel Ganivet bajo el seguro pilotaje de J.A. González Alcantud, en la Escuela de Antropología social en el incomparable marco de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander bajo los rectores E. Lluch y J.L. García Delgado, creación puramente universitaria en la que activamente cooperaron A. Rivas y E. Gómez Pellón en la organización del trabajo de campo de los estudiantes, y en la actualidad los muy agradables Symposia organizados con finura y eficacia por Petra M. Pérez Alonso-Geta en Valencia han sido otros tantos cenáculos en los que he intentado absorber lo que en cada uno de ellos se destilaba gota a gota por amigos y excelentes antropólogos de indudable calidad científica como Ricardo Sanmartín...

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