Relación entre género y envejecimiento (recensión)

AutorDulce Giménez López
Páginas170-174

La presencia mayoritaria de las mujeres en el grupo de mayores de 65 años resulta ser un hecho bien conocido, visible y de inusitada vigencia y persistencia en la sociedad actual. En nuestro país hay un millón más de mujeres mayores que de varones, además este desequilibrio entre los sexos se acentúa con la edad, a partir de los 85 años existen dos mujeres por cada varón, y en el futuro seguirán siendo más numerosas que los varones.

Los investigadores en Ciencias Sociales no le han dedicado a este hecho la atención que merece y aunque lo han abordado con cierta frecuencia en su faceta aplicada, apenas si ha sido estudiado desde el punto de vista teórico.

Por este motivo la obra que me propongo reseñar ofrece un interés particularmente novedoso al incidir plenamente en el tratamiento de las relaciones que existen entre envejecimiento y género. Al alejarse de la idea de un envejecimiento homogéneo contribuye a esclarecer la diversidad tan acentuada que este hecho presenta y lo enfoca desde una perspectiva teórica crítica poco frecuentada hasta ahora como es la teoría feminista.

Prácticamente la totalidad de los capítulos que contiene esta obra se gestaron en un simposio sobre género y envejecimiento celebrado en la Universidad de Surrey en julio de 1994. Más tarde, Sara Arber, profesora de sociología en la Universidad de Surrey y Jay Ginn, investigadora en el National Institute for Social Work, coordinaron el volumen que tenemos entre manos reuniendo las aportaciones de especialistas en Sociología, Gerontología, Política Social, Trabajo Social e Historia. Obviamente hablamos de la realidad social británica cuya problemática resulta de máximo interés para nosotros y algunas de las líneas y temas expuestos pueden ser trasladados a nuestro país.

El propósito del trabajo es reunir una serie de teorías e investigaciones que abordan simultáneamente el género y la edad como dimensiones básicas e integradas de la vida social, poniendo de relieve que, al establecer la conexión entre género y envejecimiento, se contribuye a la comprensión de ambos.

Podemos dar cuenta de la estructura de esta obra comentando por una parte los tres primeros capítulos, donde en primer lugar, se plantean las cuestiones teóricas que sustentan este enfoque y en segundo lugar, el modo en que la separación que la sociología habitualmente establece entre género y edad ha obstaculizado la comprensión de las formas en que el proceso y significación social del envejecimiento influye en las mujeres y en los hombres, con las consecuencias que se derivan para unas y para otros.

Los argumentos básicos que vertebran el primer capítulo son los siguientes:

  1. Es inadecuado que la sociología estudie el envejecimiento por el procedimiento de añadir el género como una variable más, tal y como viene siendo habitual en los estudios tradicionales.

  2. Es preciso considerar el género como base fundamental de la organización social, en la definición del status de las mujeres y los hombres al envejecer, de sus relaciones de poder y su bienestar.

  3. Género y edad están estrechamente relacionados en la vida social, de forma tal que es imposible comprender el uno sin considerar la otra.

  4. Los esquemas metodológicos feministas deben aplicarse en la investigación sobre los mayores dando voz a las mujeres y hombres mayores y adoptando sus propios puntos de vista como sujetos y no como objetos de investigación.

Mike Bury, desde el punto de vista de la teoría del envejecimiento, revisa tres importantes áreas, teniendo en cuenta sobre todo sus consecuencias para la comprensión de los aspectos de la vida social marcados por el género. En primer lugar, los enfoques estructurales o de economía política y la dependencia que enfatizan la pobreza como característica de la vejez; a continuación, la teoría de Laslett sobre «la tercera edad» en su búsqueda de actitudes nuevas para sacar partido de esta etapa en términos de creatividad, crecimiento personal y elección. En este sentido el autor enfatiza la necesidad de desarrollar nuevas funciones para las mujeres dado que alcanzan mayor esperanza de vida que los varones y, en consecuencia, tienen más probabilidades de llegar a la «tercera edad» y de permanecer más tiempo en ella.

En tercer lugar, Bury analiza los enfoques centrados en la biografía y el curso vital poniendo de manifiesto que en la actualidad son los más utilizados y señalando la probabilidad de que esta perspectiva constituya el marco dominante. Estos enfoques desarrollan el análisis de los orígenes y consecuencias de la dependencia, la discapacidad y la desigualdad en la vejez y prestan atención especial a la dimensión del género como construcción social. Por ejemplo, la viudedad no sólo tiene sentidos diferentes para hombres y mujeres por ser mucho más corriente entre las primeras, sino porque el modelo de relaciones sociales difiere entre los sexos. La conducta «adecuada a la edad» de mujeres y hombres viudos se ha construido de forma muy diferente en perjuicio de las mujeres.

En el tercer capítulo, Julie Mc Mullin se propone demostrar la necesidad de unas teorías globales sobre las relaciones de género y edad presentando algunas perspectivas de su posible desarrollo y sobre todo extendiéndose en las que se basan en la teoría de la distribución de Acker.

Así pues, para comprender la diversidad que existe en el proceso de envejecimiento es preciso establecer un marco teórico adecuado que integre el género y la edad, distinguiendo los diversos sentidos de ésta, edad cronológica, edad fisiológica y edad social, así como otras fuentes de diferenciación social como la clase social, la etnia o el momento histórico del nacimiento. Todo ello nos lleva a una reconstrucción de los conocimientos sociológicos actuales.

Doris Ingrisch, en el capítulo cuarto, pretende mostrar los conflictos que se dan en las mujeres entre las funciones prescritas por sus roles sexuales y la realidad cotidiana. Para ello sitúa a las mujeres en una posición central y les da voz a través de sus historias vitales. La autora parte de un estudio dirigido por el Ministerio de Asuntos de la Mujer de Austria y por la Sociedad del Envejecimiento y de la Cultura de Viena en el que se llevaron a cabo 30 entrevistas sobre la vida de las mujeres mayores.

En el capítulo quinto, Miriam Bernard et alii demuestran que el género y la edad son dos variables que en el mercado laboral perjudican a las mujeres. Se refieren a la existencia de una barrera o techo de cristal que limita sus posibilidades de ascenso y pone coto a su carrera profesional, atribuyendo este proceso sobre todo a las actitudes de los directivos ante el envejecimiento. Algunas de las conclusiones son reveladoras en este sentido: las mujeres llegaban a tener problemas para el ascenso a una edad inferior que los hombres; se consideraba a las mujeres «mayores antes» que a los hombres y quienes así pensaban eran sobre todo hombres y no mujeres.

El estudio se realizó a escala nacional para examinar la situación de las trabajadoras y trabajadores de edad madura en el contexto de las administraciones locales. Este análisis se complementó con una pequeña muestra de mujeres mayores empleadas en organizaciones públicas y privadas.

Otro efecto importante de la desigualdad a la que se ven sometidas las mujeres mayores empleadas es que la diferencia de salarios entre hombres y mujeres aumenta con la edad. Este hecho acarrea importantes consecuencias: puesto que la mayoría de las pensiones contributivas dependen del salario de los últimos años, así como de los años de servicio, los ingresos de las mujeres son cada vez más bajos. Así ocurre en España donde la diferencia media de salario entre hombres y mujeres mayores de 60 años llega hasta 1.573.500 pesetas en el año 2000.

S. Arber y Jay Ginn, en el capítulo sexto, examinan en primer lugar el carácter que el género da a la jubilación y se centran en la diferencia entre la definición de jubiladas que las mujeres mayores hacen de sí mismas y la que hacen los hombres. A continuación se estudia la medida en que las parejas siguen una de las tres pautas de jubilación: simultánea; sucesión tradicional (en la que el esposo se jubila después que su esposa) y la no tradicional (la mujer se retira después del marido). El capítulo utiliza los datos proporcionados por el General Household Survey y el Retirement and Retirement Plans Survey.

En el capítulo séptimo, Janet Askham indaga sobre otro aspecto poco conocido del envejecimiento: la vida matrimonial de las personas mayores, poniendo de manifiesto una vez más la escasez de investigaciones sobre el matrimonio en la vejez. Los planteamientos más tradicionales se han dirigido al análisis de la satisfacción vital en el matrimonio que la autora considera pasados de moda; en su opinión la línea más vigente la constituyen los estudios sobre la interacción.

En cualquier caso estas investigaciones han puesto de relieve que el hecho de estar casadas resulta beneficioso para las personas mayores, en especial para los hombres, las personas casadas viven más, tienen más satisfacción vital o ánimo, mejor salud mental y física, mayores recursos económicos, más apoyo social y tasas más bajas de ingreso en instituciones. También pese a que los resultados no son concluyentes, parece que la satisfacción en el matrimonio aumenta con la edad, sin embargo esa satisfacción puede disminuir en la edad muy avanzada al incrementarse los problemas de salud de la pareja.

Gail Wilson se centra, en el capítulo ocho, en los cambios en los roles de género en la vejez avanzada, basándose en las experiencias de hombres y mujeres mayores de 75 años, muestra que las mujeres pueden beneficiarse del cambio, aunque la mayoría de ellas están limitadas por la pobreza, la mala salud (suya o de su cónyuge) y las creencias patriarcales.

Son destacables los siguientes resultados: en la vejez avanzada los estereotipos de género ya no se aplicaban a grandes áreas de la vida cotidiana, los antiguos roles habían desaparecido sin ser reemplazados por otros marcados por la sociedad, las divisiones de género se habían debilitado en esta etapa, las mujeres solían manifestar que no les apetecía la compañía de personas de edad, mientras que los hombres decían que no les apetecía estar en compañía de las mujeres de edad. La característica dominante de la mayoría de las relaciones conyugales era la continuidad.

Se apunta la probabilidad de que los valores de las mujeres sean más dominantes que en épocas anteriores, aunque sólo sea porque son más en número.

El matrimonio constituía un medio de control de las mujeres en manos de los hombres, aun en la vejez avanzada, de manera que la longevidad matrimonial no hacía sino reforzar las relaciones de género.

H. Rose y E. Bruce, en el capítulo nueve, seleccionaron una muestra aleatoria de 1000 hombres y 1.000 mujeres mayores de 65 años, extraída del registro de edad y sexo de Nortown, una pequeña ciudad inglesa multicultural. Aquí se producen diferentes experiencias y percepciones marcadas por el género, por ejemplo: la actividad asistencial se considera normal y natural para las mujeres, pero especial cuando la llevan a cabo los hombres, quienes por cierto solían agobiarse menos por la situación de sus cónyuges, elaborando estrategias brillantes que les sirvieran para disminuir su tensión.

El capítulo diez nos brinda una valiosa aportación para la comprensión del rol de la persona que presta asistencia informal y sus consecuencias en el empleo. El análisis de los roles de género, empleo y asistencia informal lo llevan a cabo Anne Martim Matthews y Lori D. Campbell, presentando los resultados de un estudio realizado en Canadá sobre personas asalariadas con responsabilidades asistenciales sobre familiares ancianos, definidos como personas de más de 65 años.

La característica más destacada de la relación entre género y pautas asistenciales es el predominio abrumador de mujeres como proveedoras de asistencia personal. La relación entre género, asistencia informal y costes laborales es compleja. No obstante, las consecuencias a largo plazo asociadas con la renuncia a la pretensión de ascensos o al desarrollo profesional son particularmente acusadas en el caso de las mujeres

Terry Whittaker, en el capítulo once, pone de relieve la insuficiencia teórica y la descoordinación y falta de solidez en los estudios sobre malos tratos, donde el género una vez más es considerado como variable, por regla general. La autora recorre los principales items en el estudio del tema, tales como el estrés de la situación, la patología de la persona agresora o la violencia familiar, que son las áreas desde las que se han iniciado los estudios sobre malos tratos a mujeres y niños. Precisamente porque cuestiona estos modelos explicativos, abunda en la necesidad de partir de un enfoque metodológico que conecte edad y género centrado en las relaciones de poder entre los varones y las mujeres en el ámbito de la sociedad patriarcal, tal y como establece la teoría feminista.

Finalmente, en el capítulo doce se ofrece la perspectiva del género y las redes sociales en la vejez. Los modelos de apoyo en la vejez se derivan de una compleja interacción de factores sociales y demográficos. Nuestra propia historia, en términos de la descendencia de nuestros padres y abuelos contribuye de forma importante al tipo de ayuda que tendremos a nuestra disposición en la vejez. La influencia de este aspecto es igual para hombres y mujeres. Debido a la mayor esperanza de vida, la mayoría de los hombres puede esperar el apoyo de la esposa en la vejez, mientras que la mayoría de las mujeres han de confiar más en la maternidad. Las mujeres que han pasado gran parte de su vida adulta dedicadas al trabajo de reproducción y han desarrollado más relaciones sociales fuera del ámbito productivo tienen más posibilidades de extender y prolongar estas relaciones después de la jubilación, también es más probable que tengan amigas en la misma situación y de este modo consigan una mayor capacidad de afrontar las pérdidas.

No nos cabe la menor duda sobre la oportunidad de la perspectiva feminista en el tratamiento de temas tan nucleares como los expuestos en cada uno de los capítulos; es de destacar también la adecuación del uso de las técnicas cualitativas de investigación que suministran una buena porción de datos insospechadamente rica y plagada de ideas novedosas. Todo ello merece ser elogiado y resaltado y por supuesto recomendado para los interesados en ir más allá de los análisis y meras conexiones tradicionales sobre género y envejecimiento.

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