La reinserción en los delitos de enriquecimiento ilícito

AutorPatricia Gómez Postigo
Cargo del AutorJurista. Subdirectora de Tratamiento del CIS de Mallorca
Páginas99-107

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En una de mis primeras visitas a la cárcel un preso me confesaba que empezó a traicar con droga porque no soportaba trabajar de peón más de ocho horas y ganar lo justo para comer y pagar un alquiler.

"¿Por qué no puedo tener yo un peluco de oro o un buen cochazo como mucha gente que veo por ahí?", me decía. La pregunta de aquel hombre me impactó y me hizo pensar en el mundo que hemos creado, un mundo en el que parece más importante lo que se tiene que lo que se es y en el que nos sentimos más valorados por la imagen que proyectamos que por lo que verdaderamente somos.

En ese momento yo no sabía si tenía sentido intentar transmitir a esa persona la importancia de valores como el esfuerzo, la dignidad, el respeto a la norma etc. El preso tenía su "peluco" de oro retenido como objeto de valor y seguramente el día de su libertad lo vendrían a buscar en uno de sus "cochazos". Eso le hacía feliz y no parecía que nada ni nadie fuera a cambiar su modo de pensar. Ese hombre llevaba mucho tiempo instalado en el "enriquecimiento ilícito" y apearse de ese tren no era una opción, aunque le quedaran muchos años de privación de libertad por delante.

En otra ocasión, conocí que un empleado de banca, que había dejado sin un duro a varias víctimas que le habían coniado sus ahorros, con gran frialdad airmaba que las mismas conocían lo arriesgado de las operaciones que realizaba y, por tanto, no sentía ningún arrepentimiento por lo que había hecho. No asumía en ningún momento que durante muchos años se había estado enriqueciendo de forma ilícita a costa de la buena fe de la gente y valiéndose de la conianza que su cargo desprendía. Tampoco parecía que una relexión sobre el respeto y la empatía pudieran hacerle cambiar de parecer. La

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misma sensación tuve cuando vi cómo un profesional condenado por estafa justiicaba su acción delictiva con la frase "ningún despacho soportaría la auditoria de la que fui víctima". Daba a entender, primero, que todo el mundo se enriquece de forma ilícita y, segundo, que en realidad la víctima de toda esta historia era él mismo.

He tenido también la oportunidad de escuchar distintos testimonios de personas condenadas por delitos relacionados con la corrupción política y el enriquecimiento ilícito. Todos ellos coinciden, al justiicar su comportamiento, en la ignorancia de que lo que estaban realizando era contrario a las leyes. Sorprende que no resuene como un eco en sus conciencias la frase "la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento", y más, habiendo ostentado cargos y desempeñado trabajos, a los que se les supone un conocimiento más profundo de las disposiciones legales. Es curioso cómo todos asumen como normal el manejo de cuantiosas sumas de dinero o el poseer bienes materiales de gran valor - no al alcance del común de los funcionarios públicos-, no planteándose en ningún momento la ilicitud de su enriquecimiento y sintiéndose víctimas de complicadas tramas políticas o cuestionando la legalidad de sus procesos judiciales.

La cárcel -en casi todas hay personas de estas características- hace que las vidas de todos ellos coincidan en un mismo espacio: el peón, el empleado de banca, el abogado y el que era político, pasan a ser presos condenados por enriquecerse de forma ilícita y aunque las circunstancias que les llevaron a cometer su delito son muy distintas, la causa principal siempre coincide: "vivir por encima de sus posibilidades".

Para los profesionales penitenciarios1estos delincuentes suponen un verdadero reto. La Constitución y Ley General Penitenciaria nos encargan la difícil tarea de trabajar por la reeducación y reinserción de la gente que se

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encuentra en prisión, pero en ocasiones la fórmula para conseguirlo no es tan fácil.

Trabajamos duro por conseguir que un toxicómano abandone su adicción, que una persona que no sabe leer ni escribir consiga hacerlo en prisión, que un hombre que no respeta a la mujer consiga ponerse en el lugar de su víctima, pero ¿qué hacemos cuando una persona es adicta al dinero y al poder y es capaz de transgredir la norma para conseguirlo? En la mayoría de las ocasiones pensamos que la cárcel por la cárcel es la única receta posible para este tipo de delitos, es decir, la intimidación y la prevención general como único in de la pena de prisión, pero quizá nos estamos conformando con este planteamiento y no basta con pensar que no existe reinserción posible para este tipo de delincuentes.

Para resolver la incógnita de si es posible la reinserción en este tipo de delitos es fundamental analizar las causas que llevan a una persona a cometer un delito de enriquecimiento ilícito. Solo conociendo la causa de su conducta, la etiología del delito, podremos intentar trabajar sobre la misma con el objetivo de hacer que desaparezca o bien, por lo menos, minimizar las consecuencias.

Antes apuntábamos que el origen de todas estas conductas era la necesidad de sus autores de vivir por encima de sus posibilidades, pero ¿de dónde viene esta necesidad? O, mejor aún ¿cuándo esta necesidad se vuelve tan importante como para actuar al margen de la ley?

Desde sus orígenes, el hombre siempre ha intentado mejorar su situación socioeconómica, vivir mejor o con más comodidades. Podemos decir que es una necesidad humana "labrarse un futuro mejor", y es lícito querer vivir...

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