El regnum ibérico: ¡sacra semperque felix, mater hispania!

AutorModesto Barcia Lago
Páginas137-163

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¿Cómo afecta a Hispania el esquema geopolítico resultante de la quiebra del Imperio Romano de Occidente?

También en Hispania, las exigencias de la unidad política peninsular, que asumen autónomamente primero los suevos y después los visigodos, darían a la Iglesia local ocasión para ensayar su propio constantinismo; oportunidad especialmente madura a partir del III Concilio de Toledo, como no se olvidó de subrayar el lusitano, de Santarem, obispo de Gerona, Juan de Bíclaro, en su Chronicón, plenamente consciente de que, con su presencia en el sínodo, el Rey Recaredo estaba "repitiendo en nuestro tiempo el gesto del príncipe Constantino el Grande, que ilustró con su presencia el santo sínodo de Nicea, y el del cristianísimo emperador Marciano, por cuyas presiones fueron suscritos los decretos del sínodo de Calcedonia"280. Pero aquí, en esta etapa, no era ya la reconstitución ideológica del Imperio romano a la medida del Papado, sino la afirmación de una centralidad política autónoma del espacio peninsular, que el proceso descrito por PUENTE OJEA iba a acentuar como rival de aquél.

Situada en los confines occidentales del proyecto restaurador, "España facilitará el más acabado modelo de microcristiandad del Occidente", escribe MITRE FERNÁNDEZ281, y Gonzalo MENÉNDEZ PIDAL consideraría que "a fi nes del siglo VI nos encontramos el reino visigodo convertido en la nacionalidad occidental que goza de mayor coherencia y vitalidad", destacando que el "multisecular contacto que esos godos habían tenido con la romanidad, en su migrar desde el Oriente a través de Macedonia, Tesalia, Dalmacia, Italia, convierte a los hispanovisigodos en los más capaces conservadores y continuadores de la cultura clásica", pero en la que se fusionaría el aporte germánico con el acervo cultural de Oriente, incorporado en los viajes y contactos de ilustres hispanos en la "ma- Page 138 ravillosa síntesis" de la obra de San Isidoro, "último resplandor de aquel mundo clásico, y su obra fue la que por siglos había de seguir comunicando al Occidente la herencia grecolatina"282.

Fue una ventana de oportunidad ibérica que abrió la merma de la relevancia estratégica de la Península por la falla de un núcleo imperial capaz de abarcar bajo su autoridad un espacio tan marginal, demasiado excéntrico, occidental y lejano, y de todas maneras fuertemente romanizado y cristianizado, cuando la fundamental preocupación por un equilibrio continental, que el Pontifi cado de Roma intentaba estabilizar en interés de su preeminencia, apuntaba hacia el Reino franco, después de fi nalizado el tiempo histórico de la primacía de la Rávena ostrogoda de Teodorico el Grande, que por un momento, siguiendo la ambición de Ataulfo, había aspirado a ser el nexo restaurador, en un contexto de relaciones e intrigas con el Imperio Bizantino agotado en la "guerra gótica". Reino franco de los merovingios cristianados por Clodoveo que, en la intención del Papado romano, debería hacer de contrapeso, o tal vez de sustituto, de un Bizancio aún poderoso para soñar, deslumbrado por el resplandor justinianeo y las victorias de Belisario, con la restauración del Imperio romano tradicional, antes de que la presencia árabe islámica se hubiese hecho sentir.

La tentativa ibérica del Regnum Gallaeciae suevo

La historiografía de corte nacionalista gallego viene destacando, con contundente erudición y rigor en el caso de LÓPEZ CARREIRA283, el significado que la desconsideración del período suevo tiene en el cuadro ideológico del panorama historiográfico español, que vería en el Reino visigodo el origen del concepto de "España", pero que los datos históricos, depurados de la manipulación intelectual al servicio de un ideario "españolista", se resisten a avalar, incluso cuando se produce una "apropiación" de patrimonio suevo para endosarlo al período visgótico, negando después sustantividad histórica a la etapa galeciana. Naturalmente, el propósito no ocultado de servir a un proyecto nacionalista gallego no empece el interés neto de la restauración de los datos históricos, que afirman la realidad, operativa y brillante por momentos, del Reino suevo de Gallaecia, sino que, por el contrario, permite medir más adecuadamente el alcance de interpretaciones, de uno y otro bando, que, en mi opinión, minusvaloran -no exaltan, como sería de esperar- el papel del Reino suevo atlántico en esta tempranera hora ibérica, al pasar por alto su codicia expansiva de articulación peninsular desde el núcleo bracarense, que heredarían los visigodos centrados en Toledo. Page 139

En efecto, el fraccionamiento de la Hispania romana con la irrupción de los pueblos germánicos, enseguida dio paso al intento, fi nalmente frustrado, de recomposición del espacio ibérico, ahora ya como unidad política autónoma, a partir del católico Reino Suevo de la Gallaecia, provincia imperial de la Hispania cuyo proceso de constitución ha estudiado, con su acostumbrado rigor erudito, el romanista Profesor Dr. RODRÍGUEZ ENNES284, con el referente atlántico de Braga, encerrando el asentamiento de la mayor parte del contingente de estos ocupantes germánicos en unos límites iniciales entre los ríos Miño y Mondego, según DÍAZ MARTÍNEZ285. Con sesgo poetizante, ha dicho ABUIN DE TEMBRA que "na cenefa atlántica crean os suevos un reino utópico"286.

El vacío de poder producido por la emigración de los vándalos asdingos hacia África, luego de la eliminación de los alanos y vándalos silingos por los godos de la Galia, entre los años 416 y 418, por cuenta de una Roma agonizante, fue aprovechado por los suevos, que, con todo, aun tuvieron que sufrir el sobresalto del inopinado regreso del vándalo Genserico, vencedor del caudillo Hermigar en Mérida antes de retornar defi nitivamente con sus gentes para el solar africano; lote de tierra de los despojos romanos en el que, como aduce LAROUI, su comportamiento "trasluce una voluntad de heredar el poder imperial"287 contra el interés de Bizancio, que, finalmente, lograría eliminar a los competidores germanos y mantener allí su presencia hasta que los bizantinos fuesen, a su vez, desplazados por la desafiante potencia mediterránea árabe. Entonces, un período de dinamismo suevo, conducido sucesivamente por los reyes Hermerico, Requila y Requiario, puso bajo dominio del Reino peninsular noroccidental las tres provincias meridionales de la Lusitania, la Bética y la Cartaginense, intentando, sin éxito, incorporar también a la Tarraconense.

Es preciso destacar que en este breve período, de apenas un cuarto de siglo, se evidencia una ambición de unidad política peninsular: "o denominado factor suevo -dice ABUÍN DE TEMBRA- reconstrúe a unidade atlántica de Iberia, nunha primeira tentativa por reuni-las terras ó norte e sur do Douro, separadas Page 140 polo esquema provincial romano"288, y según Jordanes, el ataque del caudillo godo Teodorico II por cuenta del Emperador romano Avito contra los suevos sería debido, explica DÍAZ MARTÍNEZ, "a que Rechiario había pretendido apoderarse de toda Hispania abandonando el territorio que le correspondía"289. Requiario quiso afianzar esa ambición unitaria en la alianza de los dominadores suevos con el catolicismo de la población hispanorromana, mediante su conversión a la fe cristiana; como expresa Casimiro TORRES RODRÍGUEZ, "su conversión constituyó la base de su aspiración política al dominio de España"290; maniobra madrugadora, muy anterior a la protagonizada por el rey franco Clodoveo, al fi nal del siglo, que habría de mostrarse necesaria otra vez, cuando la labor fecunda de Leovigildo se encontrase con los límites derivados de la cristianización hispana en el contexto amenazante franco y bizantino.

En defi nitiva, el movimiento estratégico a favor del catolicismo era el fruto maduro de la concepción del espacio peninsular como unidad geopolítica, ya que Requiario, en palabras de C. TORRES RODRÍGUEZ, "con la incorporación de todas las fuerzas y recursos de toda la Península, soñó con un reino suevo, que abarcase bajo su mando los pueblos y recursos de España; la unifi cación política de las tierras y habitantes de la Península Ibérica; de suerte que Reckiario soñó convertir en Reino Hispánico, el Reino Galaico heredado de sus antecesores"291, para lo cual era preciso expulsar de la Península la autoridad imperial romana y los federados visigodos que la servían, entonces todavía establecidos en la Galia, en la Narbonense y en la Aquitania, con capital en Toulouse. En este sentido, como afi rma el político nacionalista gallego Camilo NOGUEIRA ROMÁN, "o reino suevo-galaico foi o primeiro criado na península, dous anos despois de os suevos entraren nela, xunto con vándalos e alanos. Foi posibelmente tamén o primeiro reino europeo criado dentro do territorio do Imperio Romano"292; su argumento apunta pro domo sua afianzando en la hostilidad hermenéutica del papel de los visigodos hispanos sus convicciones de diferenciación galleguista, aunque no repara en la funcionalidad del espacio de in fi nibus Gallaeciae, las tierras del Mondego, que refi ere OLIVEIRA MARTINS como límite del Portugal inicial centrado en el Condado de Portu Cale, que buscó la reunificación con la otra orilla miñota, abriendo en el Oeste, por breves instantes, la posibilidad de constituir un Estado semejante al catalano-aragonés del Este peninsular, pero que, al no conseguirlo, hubo de dirigir su mirada hacia el sur en una inflexión que determi- Page 141 naría el curso de la historia posterior293, como veremos más adelante. Pero no le falta razón al político gallego al afi rmar que "aínda que é tomado pola historiografía oficial como referencia fundamental de España, o reino visigodo non tivo unha presencia real na península até un momento moi posterior, cando os godos atacan as cidades galaicas na segunda metade do século V"294, y...

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