La reforma penitenciaria en la transición democrática

AutorCarlos García Valdés
CargoCatedrático de Derecho penal. Universidad de Alcalá
Páginas25-37

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CARLOS GARCÍA VALDÉS

Catedrático de Derecho penal

Universidad de Alcalá

RESUMEN

En este trabajo, cuyo texto procede de una conferencia, el principal artífice de la Ley Orgánica General Penitenciaria española ofrece una visión personal y «desde dentro» de la reforma penitenciaria que, bajo su dirección, tuvo lugar en los años 1978 y 1979, en la etapa conocida como de la transición democrática. El autor realiza así un «viaje» al pasado, analizando las instituciones penitenciarias del momento y la génesis de la ley aún vigente.

Palabras clave: Prisión, Derecho penitenciario, Ley Penitenciaria española, Reforma penitenciaria, Ejecución penal, Transición democrática.

ABSTRACT

In this paper, which comes from a conference, the main architect of the Spanish General Penitentiary Law provides a personal and «from within» perspective of the prison reform under his leadership in 1978 and 1979, in the stage known as the democratic transition. The author thus makes a «trip» to the past, analyzing the penitentiary institutions of that moment and the genesis of the law still in force.

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Keywords: Prison system, Penitentiary Law, Spanish Penitentiary Act, Prison Reform, Penal Enforcement, Spanish Democratic Transition.

SUMARIO: I. Introducción.–II. La transición y sus artífices. Hacia un modelo penitenciario democrático.–III. La gestación de la Ley penitenciaria.– IV. Algunas decisiones trascendentes.

Introducción

Acudo a este tipo de actos académicos con escasa frecuencia. Momentos excepcionales me hacen participar en ellos cuando algo muy querido me mueve a hacerlo. Mi estancia en los mismos, siempre rodeado de buenos amigos y queridos compañeros, hace siempre grato el momento. Hoy me siento acompañado en la UDIMA de otros tantos discípulos, colegas y queridos funcionarios de Instituciones Penitenciarias, así como de los organizadores de este Congreso Nacional de Derecho Penitenciario, en especial del Prof. Fernández Bermejo, y para ellos he diseñado los mimbres de mi charla. Anticipo que no me resulta frecuente disertar sobre el pasado pues, aunque lo llevo dentro y en este aspecto justifica mi vida, únicamente me entrego a este cometido en muy contadas ocasiones. Hoy es uno de ellas.

Mi intervención en esta mañana villalbina va a dividirse en dos partes bien diferenciadas pero, inevitablemente, interrelacionadas. Será la primera la referente a mi participación en el cambio democrático operado en España, bajo el mandato de Adolfo Suárez; y la segunda, sobre la génesis de la Ley Penitenciaria. De lo que voy a hablar es, por un lado, de mi conocimiento directo, aunque parcial, de ese periodo magnífico de nuestra historia, reflejándose aquí el político ocasional que fui y, por el otro, del antecedente carcelario y de su devenir en la vigente legislación, sin cuyos valiosos precedentes nada se hubiera podido llevar a cabo, primando ahora en la exposición el profesor que siempre soy. Enmarcada la reforma penitenciaria en otras modificaciones del Código penal de 1973, todas fueron determinantes para hacer un Derecho más humanitario y adecuado a los tiempos.

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La transición y sus artífices Hacia un modelo penitenciario democrático

Quienes fueron los máximos responsables, desde el Ministerio de Justicia, del trascendental momento, Landelino Lavilla Alsina y Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona nos han narrado los antecedentes del mismo, desde dentro, y con una solvencia inconmensurable. Los respectivos libros de Memorias (Galaxia Gutenberg, 2017 y 2015, respectivamente, por orden cronológico) se quedan cortos en este sentido, a las puertas de 1978, es decir, del trascendental año en que la reforma penitenciaria tuvo lugar. Y esto lo he sentido personal y profundamente pues han restado de sus obras aquellos años magníficos, valientes y sacrificados que compartí con ellos. Los esperados próximos volúmenes se ocuparán de ello. La inteligencia y la lealtad al cambio necesario marcan los dos libros. No se puede entender la transición democrática sin ambos, sin escuchar las versiones auténticas de algunos de sus más elevados protagonistas como, efectivamente, fueron los autores. Volveré a hablar de los mismos con el respeto, admiración y cariño que me merecieron y en mi atesoran.

Los políticos de entonces, de la inmensa mayoría de los partidos y del arco parlamentario, están perfectamente retratados en ambos cuadros literarios. Fueron personas inteligentes, entregadas, desde su particular óptica, a la reforma de España, de expresión correcta y respeto mutuo permanente. Nada que se pueda asemejar a algunos impresen-tables que ocupan hoy algunos de los escaños que prestigiaron aquéllos. Entre ellos me moví, aprendí de los mismos y, entre todos, participamos en la trasformación de nuestro país en una democracia solvente y prestigiosa, modelo de una transición desde una dictadura.

Me integré a finales de marzo de 1978 en el gobierno de Adolfo Suárez como Director General de Instituciones Penitenciarias. Tenía 31 años. A lo largo de los años, he tratado a muchos personajes relevantes de nuestro país pero puedo asegurar que ninguno tuvo en mí mayor atractivo que el Presidente. Poseía un denominado «magnetismo animal», que diría Mesmer, que atraía y embaucaba. Valiente y decidido, la reforma política no hubiera podido llevarse a cabo sin su figura intensa y entregada. Algunos textos actuales, los más, le han hecho justicia, otros no tanto y unos terceros nada para sus merecimientos. No todos han sabido valorar su sacrificio personal y la definitiva soledad en la que ejerció el cargo. Únicamente, bastante tiempo después, con motivo de la dura enfermedad final, mereció reconocimientos públicos, más de los que disfrutó cuando podía entenderlos y enorgullecerse de los mismos. La fotografía, casi final, con el Rey,

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paseando en el jardín de su casa, posando su mano en el hombro de Suárez, representa el agradecimiento y la cercanía de una nación al prohombre.

Otro gobernante desacostumbrado en su inteligencia e integridad fue mi Ministro de Justicia, Landelino Lavilla Alsina. He conocido y obedecido a muchos después. Ninguno como él. En aquella etapa de democracia en agraz, no creo que nadie la hubiera servido mejor. Mi relación con él fue excepcional. Me apoyó en cuanto acometí y entendió perfectamente el supremo instante que, respecto a las prisiones, se nos ofrecía. El Subsecretario, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona también contribuyó ¡y de qué manera! al momento. Inteligente y especialmente dotado, mis despachos con él eran prueba de su saber estar, su calma y su incondicional respaldo. Tenía, no obstante, un dolor que le acompañaba. Haber propuesto para el cargo de Director General a mi antecesor, Jesús Haddad Blanco, vilmente asesinado, indefenso al no llevar escolta en ese momento, por los Grapo. Me sigo viendo con Juan Antonio Ortega con asiduidad, en anual almuerzo querido, con muchos de los que fuimos sus colaboradores en los ministerios que desempeñó y siempre resta en el gran jurista, cuando hablamos de los recuerdos o escribe sus citadas memorias, ese deje de profunda amargura y tristeza por lo acontecido entonces.

El Derecho penal y penitenciario heredado era tributario del pasado. El texto sustantivo procedía del año 1973 y el Reglamento de Prisiones era de 1956, con reformas posteriores. Todo antiguo y desfasado. Era preciso pensar en su urgente modificación. Del primero se erradican de su texto determinados delitos...

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